Viernes 17 de octubre de 2014
[Counterpunch / La Izquierda Diario] A fines de septiembre, fui invitada a Buenos Aires para hablar sobre la traducción al castellano de un libro sobre la visión bolchevique de la liberación de la mujer que publiqué por primera vez en 1993, La Mujer, el Estado y la Revolución: Política Familiar Soviética y Vida Social, 1917-1936.
El libro, traducido y publicado por Pan y Rosas, una organización de mujeres socialistas, cobró nueva vida cuando se publicó en castellano en Argentina, y luego, en portugués por Boitempo en Brasil. Trabajadoras y estudiantes abrazaron las ideas bolcheviques que se pusieron en práctica hace casi un siglo. En Buenos Aires, hablé para un auditorio de 700 mujeres trabajadoras, estudiantes y docentes; obreras de la planta Lear, del sector automotriz, y de otras fábricas. Uno de los comentarios más conmovedores lo hizo una empleada doméstica mayor, que subió al escenario. “Los bolcheviques hablaban sobre la socialización de las tareas domésticas”, dijo. “Hoy, solo las mujeres hacen este trabajo. Y si la mujer es lo suficientemente rica, le paga a otra mujer como yo para hacerlo”. Una de las integrantes de Pan y Rosas, más tarde, me contó que algunas mujeres trabajadoras en la audiencia lloraron al escuchar sobre las primeras visiones socialistas para transformar la vida diaria y las relaciones humanas.
Como parte de mi visita, Celeste Murillo y Andrea D’Atri, dos militantes comprometidas de Pan y Rosas y del Partido de los Trabajadores Socialitas, me llevaron a la imprenta Donnelley, que recientemente había sido tomada por sus trabajadores. Para mí, la fábrica inmediatamente evocó imágenes del principio de la Rusia soviética de 1917. Los trabajadores rusos, al igual que sus camaradas contemporáneos en Argentina, fueron empujados a acciones inesperadas cuando las empresas extranjeras buscaron cerrar sus plantas y abandonar el país. En aquel histórico año, la revolución se desenvolvió rápidamente, precipitada en gran medida por la fuga de capitales.
Para llegar a la planta de Donnelley, nos dirigimos hacia la zona norte de la provincia de Buenos Aires por la ruta Panamericana. Kilómetro tras kilómetro, la ruta está llena de fábricas de corporaciones multinacionales. Los nombres de las plantas (Ford, Toyota, Nestlé) serían muy familiares para muchos trabajadores desempleados en Estados Unidos. Durante la dictadura en Argentina (1976-1983), el ejército mantuvo centros de detención en la planta de Ford, donde trabajadores y militantes sindicales sospechados de disidencia política fueron encarcelados, torturados y asesinados. Muchos de los puestos de trabajo perdidos en Estados Unidos pueden ahora encontrarse en este tramo de la ruta Panamericana, trasplantados a nuevos lugares de producción por las corporaciones en su búsqueda de menores costos laborales y mayores márgenes de ganancia. Ésta es la mejor muestra de la ironía de que las corporaciones norteamericanas se llenen la boca hablando de patriotismo. El capital no tiene sentimientos nacionales; solo predilección por la ganancia. De la misma forma que los trabajadores argentinos luchan hoy por los mismos salarios decentes y condiciones que los trabajadores estadounidenses conquistaron alguna vez, las corporaciones buscan nuevos países donde la fuerza de trabajo esté más acobardada, y sea más barata y desorganizada, como en China, India y el Sudeste Asiático. Aún así, en cada nuevo país donde las corporaciones establecen sus fábricas, los trabajadores comienzan a organizarse. De esta forma, es el propio capital el que, en su insistente búsqueda por mayores ganancias, organiza al mundo.
Mientras dejábamos atrás las grandes construcciones grises de la planta de Ford, apareció una extraña visión desde el otro lado de la autopista. Directamente enfrente de la Ford, dividida por ocho carriles de vibrante tráfico, se encontraba otra gran construcción pero baja. En medio de la vasta expansión del capital, en ese edificio se izaban banderas rojas y estaba cubierto de estandartes. ¿Qué era esta improbable visión? “Mirá ahí”, me decían entusiasmadas Andrea y Celeste, “es la planta de la ex RR Donnelley, ahora en mano de sus trabajadores. Su conducción se basa en delegados elegidos democráticamente en la asamblea de trabajadores y una comisión de mujeres”.
Trabajadores luchando por sus empleos
RR Donnelley es una corporación estadounidense con oficinas centrales en Chicago. Tiene plantas de impresión en Estados Unidos así como en otros cuatro países. Los trabajadores tomaron la fábrica el 11 de agosto de 2014, luego de que la empresa decidiera cerrar la planta para abrirla en otro lugar, fuera de Argentina. Los trabajadores están comprometidos a preservar sus puestos y mantener la planta en funcionamiento. En un gran estandarte que cuelga al frente de la guardería, establecida por sus propios trabajadores, se lee: “Familias en la calle nunca más”. El slogan de su movimiento, Detrás de cada trabajador hay una familia”, tiene dos significados. Uno nos recuerda que cuando un trabajador pierde su empleo, toda su familia sufre. El otro, sin embargo, sugiere una gran fuerza oculta. Cada trabajador es apoyado por su familia y juntos, trabajadores y familiares, representan una gran multitud.
Mientras entrábamos en la planta, un pequeño grupo de trabajadores nos saludó calurosamente. Llevaba conmigo un pequeño cuaderno escolar para tomar notas sobre la planta y sus trabajadores. Los obreros habían estado leyendo “La mujer, el Estado y la Revolución y también lo habían discutido en la Comisión de Mujeres. Mientras hacíamos el recorrido por la planta, les hice un montón de preguntas, empezando por “¿Cuándo tomaron la planta?”. René Córdoba, un trabajador alto, con hoyuelos y pelo negro, me contó la historia.
En la madrugada del 11 de agosto, mientras el sol aún estaba asomándose, más de 300 hombres llegaban para comenzar el primer turno del día. Se encontraron con una breve nota pegada en la puerta. Decía: “Cerramos. Si tiene alguna consulta, por favor llame al 0800…”. En dos frases, los trabajadores se enteraron de que sus vidas, y las vidas de sus familias, habían sido puestas repentinamente patas para arriba.
Donnelley se iba de Argentina. A pesar de que la noticia sobre el cierre fue un shock, no les resultó una total sorpresa. En efecto, los trabajadores estaban completamente preparados para actuar. Las puertas estaban cerradas y la administración había huido. Solo quedaron tres guardias privados en las instalaciones. Enfrentados con una gran masa de obreros, rápidamente abrieron las puertas. El largo corredor que recorría el edificio principal entre los talleres estaba vigilado por cámaras de seguridad monitoreadas desde las oficinas centrales en Chicago. Un pequeño y selecto grupo designado de trabajadores entró primero a la fábrica y rápidamente deshabilitó las cámaras girándolas hacia el techo. A las 7 de la mañana, bajo una disciplina acordada, el primer turno ingresó a la fábrica. Encendieron las imprentas, ocuparon sus puestos en las máquinas, y comenzaron a trabajar.
Los trabajadores vienen produciendo de manera constante desde entonces, cumpliendo con las obligaciones contractuales existentes y negociando otras nuevas. Desafortunadamente, el dinero recibido tanto por los trabajos que ya tenían como por los contratos nuevos que consiguieron se encuentra en una cuenta judicial controlada por la Justicia. Los trabajadores no están cobrando sus salarios. La empresa y los trabajadores esperan ahora una decisión judicial: ¿la planta de Donnelley será desmembrada y rematada para pagar a los acreedores o los obreros podrán seguir manejándola legalmente?
¿Quiebra? La lucha entre la fábrica y el Tribunal
La entrada al edificio principal de la planta lleva a una gran área con una mesa de entrada y las oficinas administrativas. Pasando las oficinas y la enfermería, un largo pasillo divide los talleres. A derecha y a izquierda, se encuentran enormes máquinas y computadoras detrás de las ventanas de cristal laminado. Antes de que Donnelley cerrara la planta, empleaba 450 trabajadores de producción, principalmente hombres, junto a unos 100 trabajadores administrativos y capataces. La planta, que incluye un extenso estacionamiento, áreas de carga y depósitos, se encuentra en un terreno que es propiedad de Donnelley. La maquinaria, los edificios y el terreno están valuados en cientos de millones de pesos, dólares, o en cualquier moneda en la que Donnelley y sus accionistas la reclamen como propia.
A principios de agosto, una semana antes de que Donnelley cerrara la planta, la compañía presentó un preventivo de crisis en Argentina. La empresa alegaba que no podía cubrir sus deudas. La medida de quiebra, sin embargo, rápidamente se convirtió en un hecho político. El pedido de Donnelley sobre su crisis financiera fue duramente respondido por un equipo de abogados de los trabajadores. Los registros financieros revelaron que Donnelley venía pagando regularmente sus deudas. La compañía no solo era solvente, sino que generaba ganancias.
El Ministerio de Trabajo de Argentina respaldó a los trabajadores, declarando que el pedido de la compañía era fraudulento, simplemente una estratagema para poder cerrar y vender sus propiedades. René Córdoba explicó que el principal motivo para el cierre de la planta no era la insolvencia de la empresa, sino el creciente poder de los trabajadores. Los continuos intentos de Donnelley de aumentar sus márgenes de ganancias mediante despidos fueron socavados por las protestas del conjunto de los trabajadores. Estos se ven representados no solo por su sindicato, sino por una Comisión Interna que trabaja junto a ellos, dentro de la planta. Estas Comisiones Internas, elegidas directamente por los trabajadores anualmente y que responden únicamente a ellos, son comunes en las fábricas argentinas. Más militantes que los sindicatos, vinculadas estrechamente a sus representados por medio de elecciones democráticas, e íntimamente conscientes de los problemas dentro de las fábricas, impulsan acciones audaces contra los intentos empresariales de bajar los sueldos, incrementar los ritmos de trabajo, reducir los salarios o disminuir las medidas de seguridad para el trabajo. Muchos de los miembros más radicales y reflexivos de la Comisión Interna pertenecen al Partido de los Trabajadores Socialistas. Este partido ahora ejerce una mayor influencia, tanto a nivel nacional como provincial, como parte del Frente de Izquierda y de los Trabajadores ganaron tres bancas para el Congreso Nacional, y varios escaños en las legislaturas provinciales, incluyendo las de Buenos Aires, Mendoza, Neuquén y Salta.
Donnelley tiene una larga historia de conflicto con la Comisión Interna de su planta. En 2011, Donnelley buscó aumentar sus márgenes de ganancias disminuyendo sus costos laborales. La compañía despidió 90 trabajadores efectivos del sector de producción, todos activistas sindicales. Los trabajadores respondieron inmediatamente y obligaron a la empresa a reincorporar al grupo que había sido despedido. Al poco tiempo, la empresa hizo otro intento para aumentar el ritmo laboral al despedir a doce obreros contratados que trabajaban en condiciones más precarias y por un salario menor. Nuevamente, los trabajadores, encabezados por su Comisión Interna, protestaron enérgicamente, obligando a la empresa a recontratarlos. Cuando la compañía cambió el solvente para limpiar las máquinas por uno más barato, y varios empleados comenzaron a enfermarse por los gases tóxicos, los trabajadores llamaron a una dura huelga como protesta y detuvieron las prensas. René señaló con media sonrisa: “Nada llama más rápido la atención de los patrones que apagar las máquinas”. La empresa se vio obligada a volver a utilizar el solvente menos tóxico, pero más caro. En el 2014, la compañía intentó nuevamente reducir los costos, esta vez quería despedir a 123 trabajadores. Los despidos, según anunciaba Donnelley, eran esenciales para la salud financiera de la empresa. Sin los despidos, tendrían que relocalizar la fábrica. Los trabajadores, sin embargo, rechazaron las intimidaciones, y la Comisión Interna se comprometió a luchar si los 123 despidos se efectivizaban. El 5 de agosto, en protesta contra la amenaza de despidos, las esposas, novias e hijos de los trabajadores de Donnelley realizaron una manifestación frente a la casa de uno de los ejecutivos. Su eslogan: “Detrás de cada trabajador hay una familia”. Llegado este punto, la empresa empezó a considerar la posibilidad de que podría funcionar más libremente en un país donde los trabajadores tuvieran menos poder y solidaridad. Menos de una semana después, desde la oficina central en Chicago decidieron cerrar la planta.
De la Producción a la Administración
Mientras se desarrollaba el primer turno, aquella mañana del 11 de agosto, los trabajadores comprendieron inmediatamente que tendrían que enfrentar nuevos problemas al administrar la planta. Los cien administrativos y capataces habían abandonado la fábrica, creando nuevos puestos vacantes que debían ser ocupados.
Los ingenieros informáticos se habían ido, y desde la oficina de Donnelley en Chicago habían bloqueado la computadora central que controlaba los talleres de prensado. Sin acceso a esa computadora, los trabajadores no podían crear los diseños para los modelos físicos de las imprentas. Tuvieron que apelar a la ayuda de estudiantes de computación de la Universidad de Buenos Aires (NdT, en realidad se refiere a la Universidad Tecnológica Nacional), que desbloquearon las computadoras y les permitieron seguir creando los diseños. Se completaron los pedidos regulares, y un equipo de trabajadores negoció contratos para nuevos trabajos. Los editores de Para Ti, una popular revista femenina, declararon que les complacería que los trabajadores de Donnelley continuaran realizando sus impresiones.
El principal problema que tuvieron que enfrentar fue no cobrar sus salarios. El dinero estaba retenido por la justicia, y aunque ellos continuaron con su trabajo y su producción, no recibían ningún ingreso. En este punto, desde la Asamblea de Trabajadores llamaron a una reunión. ¿Cómo podrían los obreros seguir adelante sin dinero para vivir? ¿Cómo podrían mantener a sus familias? Aunque muchas esposas y novias también trabajaban, y otras estaban buscando trabajo mientras la lucha seguía adelante, necesitaban una nueva estrategia. Luego de mucha discusión, emergieron dos posiciones. Algunos obreros opinaban que simplemente tenían que concentrarse en la producción. Si seguían trabajando y produciendo de manera eficiente, eventualmente podrían acceder al dinero que se les adeudaba. Otros sostenían, no obstante, que necesitaban hacer consciente a la comunidad de la lucha de Donnelley. Aunque esto requeriría organizarse políticamente por fuera de la planta, resultaba necesario para una salida positiva. La Comisión de Mujeres, compuesta por las esposas y novias de los trabajadores, estaba particularmente interesada en crear un fondo de ayuda para aliviar las necesidades de las familias en lucha. Se comprometieron a que ninguna familia quedara aislada o tuviera necesidades insatisfechas. De una forma u otra, querían proveer suficiente comida para todos, permitiendo a los trabajadores continuar la lucha. La necesidad desesperada de fondos rápidamente zanjó la cuestión. Los trabajadores debían llevar la lucha económica a un nuevo nivel político para sobrevivir. Debían recaudar los fondos, pero ¿cómo?
Desde la Asamblea de Trabajadores y la Comisión de Mujeres inmediatamente pensaron en el poder de la imprenta. Tomaron la decisión de imprimir 20 mil cuadernos escolares para donar a escuelas públicas. La primera página de cada cuaderno estaría dedicada a explicar lo que habían hecho los trabajadores de Donnelley y la lucha que enfrentaban (NdT: al momento que publicamos la traducción, ya se han impreso 10 mil cuadernos). Maestras y maestros de izquierda en las escuelas públicas distribuirían los cuadernos. Los chicos, muchos de ellos hijos de familias trabajadoras, llevarían los cuadernos a sus casas y así sus familias, trabajadoras y trabajadores de otras fábricas, podrían leer sobre la lucha de Donnelley. Grupos de trabajadores se acercaron a actividades políticas, a universidades y fábricas a lo largo de la Panamericana para hablar sobre la toma de la planta. Gracias a las “actividades solidarias” desplegadas por los trabajadores, mucha gente contribuyó al fondo. Los obreros recibieron aproximadamente un tercio de su salario mensual de $12.000: $4.000, unos500 dólares. La Comisión de Mujeres, mientras tanto, armaba diariamente bolsones de comida para su distribución.
La Comisión de Mujeres y Madygraf
Luego del recorrido por la planta, Celeste y Andrea me llevaron a un gran salón que había sido entregado a la Comisión de Mujeres. Lo que antes era una sala de reuniones de la gerencia, se convirtió en un centro para sus actividades. Alrededor de veinte mujeres, en su mayoría jóvenes, muchas con hijas e hijos pequeños, se sentaron alrededor de una larga mesa con mate y tortas. María Sol, una joven de pelo castaño, me preguntó si me gustaría escuchar la primera canción que el grupo escribió. Riendo, las mujeres comenzaron a cantar: “No me callo nada, hoy no me quedo en casa, acabaremos con el sistema de explotación. Y no me callo nada, hoy no me quedo en casa. Para la Iglesia: sobre mi cuerpo decido yo”.
La Comisión de Mujeres fue creada en 2011 con la ayuda de Pan y Rosas. El grupo, las esposas y novias de los hombres de la planta, ayudó a tender un puente para acabar con la anticuada división entre los trabajadores involucrados en las huelgas o en la política, y sus familias. La Comisión de Mujeres comprendió que cuando los hombres deciden ir a una huelga o sacrificar parte de sus salarios, sus compañeras debían soportar la pesada carga de alimentar a la familia, tranquilizar a los niños hambrientos y preocuparse por el dinero para el alquiler, la ropa, los útiles escolares, y los demás gastos esenciales para la supervivencia de la familia. En el pasado, estas cargas generaban un resentimiento e incluso una división en las familias trabajadoras. Los movimientos sindicales tradicionales criticaban a las mujeres por su atraso político y sus horizontes limitados. La Comisión de Mujeres en Donnelley cambió esta dinámica. En palabras de uno de los trabajadores, “la Comisión de Mujeres cambió mi vida”. Cuando la empresa manejaba la planta, la Comisión de Mujeres no tenía permitido ingresar a la fábrica. A menudo, los trabajadores realizaban sus asambleas fuera de los talleres, cerca de las puertas de la fábrica, para que las mujeres, desde el otro lado de las rejas, pudieran participar. Ahora, la Comisión de Mujeres es bienvenida en la fábrica y participa de la Asamblea de Trabajadores.
Uno de los principios clave de la Comisión de Mujeres es la solidaridad humana: ningún trabajador ni familia debe soportar sus cargas en soledad. Este principio ha marcado muchas de sus acciones, y crea un fuerte sentimiento de seguridad y bienestar entre las familias. A instancias de la Comisión de Mujeres, una de las primeras acciones de los trabajadores fue cambiar el nombre de la fábrica de Donnelley a Madygraf. Mady, la hija adolescente de uno de los trabajadores, sufrió un grave accidente cuando era pequeña, que la dejó con una discapacidad permanente. Ni el sindicato ni la empresa ofrecieron algún tipo de ayuda a la familia. Los trabajadores realizaron una colecta para comprar una silla de ruedas para Mady y ayudar a su familia. Al renombrar a la planta como Madygraf, los trabajadores no solo honraron a la niña, sino también al principio de apoyo colectivo.
A partir del principio marxista que dice “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”, la Comisión de Mujeres promulga un sentido de justicia basado en las necesidades familiares. Luego de que los trabajadores tomaran la fábrica, debatieron cuál era la mejor forma para distribuir el fondo de lucha. ¿Debía cada trabajador seguir cobrando una parte de su salario, o cada familia debía ser ayudada de acuerdo con sus necesidades y el número de bocas que alimentar? Los trabajadores, junto a la Comisión de Mujeres, decidieron seguir un camino intermedio: se le paga a cada trabajador una parte de su salario, pero se le provee ayuda extra a las familias más numerosas. Las mujeres comenzaron a armar bolsones de comida para cada familia. También realizaron una encuesta donde consultaban a cada familia respecto de sus necesidades. ¿Cuántos niños tienen? ¿Cuánto pagan de alquiler? ¿Qué problemas médicos tienen? ¿Necesitan un servicio de guardería? Los resultados de la encuesta serán la base para un nuevo programa social desarrollado por la Comisión de Mujeres.
Con la fuerte contracción del salario, llegaron los tiempos difíciles. Algunos trabajadores tuvieron que buscar trabajos extra. Las esposas y las novias salieron a trabajar. Entre todos, salieron a popularizar la lucha, yendo a actividades y hablando a un público cada vez más numeroso. Pero ¿quién cuidaría a los bebés y a niñas y niños pequeños? La Comisión de Mujeres está tratando activamente de eliminar la idea de que el “lugar natural” de la mujer está en el hogar, al servicio del hombre. Pronto decidieron abrir una guardería dentro de la planta, donde niñas y niños pudieran quedarse mientras sus padres estuvieran ocupados trabajando o en sus actividades políticas. La Asamblea de Trabajadores votó convertir varias salas reservadas para las reuniones de la gerencia en la guardería.
Incluso chicas y chicos se involucraron en la lucha. La vida para ellos se ha hecho más difícil. Las familias viven con muy poco, hay muchas cosas que ya no pueden comprar. En la Comisión de Mujeres se dieron cuenta de que los niños debían entender por qué no podían comprar zapatos o ropa nueva, o incluso darse pequeños gustos como helado. Alentaron a niñas y niños a organizar su propia Asamblea de Niños, que pronto recibió el nombre de “Pequeños De Pie”. Los niños comenzaron a organizar sus reuniones y actividades solidarias en las escuelas, incluso recaudando plata para el fondo de lucha. Con la participación de los niños, los trabajadores activaron una poderosa cadena que va desde las fábricas hasta los barrios y las escuelas, llegando a otras familias con las noticias sobre la toma de la planta.
Otras ideas surgieron para ayudar a la gente a desarrollar sus habilidades y capacidades. Una de las pocas trabajadoras de cuello blanco que quedó en la planta fue la enfermera de la compañía, afectuosamente conocida como la mamá de todos.
Ella fue quien se dio cuenta de que, a pesar de que los trabajadores no decidieran reducir el ritmo de la producción, la tasa de accidentes había disminuido tras la toma. Los trabajadores reemplazaron a los supervisores de los talleres por “coordinadores”, otros trabajadores cuya tarea es asegurar la fluidez del proceso de producción. Los trabajadores de más experiencia ahora les enseñan a aquellos menos experimentados para que puedan encargarse de una variedad de trabajos dentro de la planta. Los trabajadores están a cargo de la seguridad e higiene, y son los encargados de hacer e informar las reglas que organizan la vida en la fábrica. Sin la constante presión de los supervisores, el trabajo se hace más sencillo y menos estresante. Los trabajadores también utilizan instalaciones de la planta para que aquellos que no terminaron la secundaria puedan estudiar y conseguir su título. Siempre necesitan maestros voluntarios. Cada nueva medida crea un espacio para que la gente contribuya. Y con cada nueva iniciativa, los trabajadores fortalecen la fábrica no solo como un lugar de producción, sino como la imagen de una nueva sociedad donde el trabajo sea solo una actividad más de la vida humana.
El rol del Estado: ciudadanos trabajadores vs. capital multinacional
Los trabajadores han pedido al gobierno que detuviera el remate de la fábrica por parte de los accionistas de Donnelley. Están en medio del proceso de formar una cooperativa, una entidad legal compuesta de trabajadores que dirige la planta democráticamente y distribuye los ingresos que genera. Los trabajadores esperan convertirse en empleados del Estado. Su objetivo es doble: administrar la planta democráticamente y darle un nuevo rol social a la fábrica bajo el patrocinio estatal. Apuntan a imprimir no solo revistas populares, sino también folletos oficiales y publicaciones de la izquierda. Los trabajadores no tienen la posibilidad de juntar el capital necesario para comprar Donnelley. Si el gobierno decidiera estatizar la planta, podría acordar pagarle a Donnelley una suma o expropiar la planta sin compensación. Los diputados de izquierda en el Congreso apoyan enérgicamente la estatización, y muchos consideran que Donnelley ya ha amasado suficientes ganancias y no merece ninguna compensación.
Los trabajadores de Donnelley esperan seguir los pasos de sus compañeros de Zanon, una fábrica ceramista bajo control de sus trabajadores. En 2002, la corporación Zanon intentó cerrar la fábrica, una acción que hubiera dejado a cientos sin empleo. Los trabajadores decidieron resistir: iban a tomar la planta y continuar la producción de cerámicos. Consiguieron que la legislatura vote la expropiación, y una cooperativa maneja la fábrica, a la que renombraron a la fábrica Fasinpat, un acrónimo para “Fábrica Sin Patrones”. Fasinpat pronto se convirtió en un modelo para las fábricas que enfrentaran un cierre. De hecho, al poco tiempo de que los trabajadores de Donnelley tomaran la planta, hicieron un video corto mostrando a uno de ellos vestido de blanco, corriendo alrededor de las enormes prensas. “Soy el fantasma de Zanon”, susurraba. “El fantasma, el fantasma”.
La toma de la fábrica Donnelley plantea una cuestión espinosa para el gobierno de la presidenta Cristina Kirchner. Por un lado, muchos trabajadores a lo largo del país están descontentos e intranquilos con las promesas incumplidas por el Estado para mejorar las vidas de la clase trabajadora. Hay comisiones internas que vienen radicalizándose a partir de los cierres de fábrica, los despidos y los aumentos en los ritmos de producción. Han girado a la izquierda de los sindicatos, que apoyan al gobierno y son partidarios de un acercamiento más lento y reformista a estas cuestiones. Si el gobierno permitiera a los trabajadores de Donnelley manejar la planta por medio de una cooperativa, demostraría a los obreros que se toma seriamente la protección del empleo frente a las corporaciones multinacionales. Este mensaje, progresista y nacionalista, podría generarle un apoyo considerable de cara a las elecciones futuras. Pero por otro lado, el gobierno se ve presionado por las corporaciones multinacionales que ofrecen empleo a tantos ciudadanos argentinos. Estas corporaciones se fueron de Estados Unidos y Europa en busca de una fuerza laboral barata y dócil. Si deben enfrentar huelgas y tomas de fábricas cada vez que deciden despedir trabajadores, dejarán de ver el país como lugar propicio para sus intereses. Buscarán otros países donde el movimiento obrero esté menos organizado y el gobierno les dé más apoyo para poder manejar sus plantas como deseen.
El fantasma de Zanon: una esperanza para el futuro
El caso de Donnelley sigue pendiente en los tribunales, y la fábrica está bajo el control de un juez. El dinero recibido de las impresiones está depositado en una cuenta judicial. Se espera que el juez defina a la brevedad sobre la propiedad de la compañía y si los trabajadores podrán continuar legalmente su producción. El 30 de septiembre, el juzgado aceptó liberar un pago de $4.000 (unos 470 dólares) para cada obrero por el trabajo realizado desde el cierre de la planta el 11 de agosto.
Cuando los obreros tomaron la planta de Donnelley, muchos de ellos dudaron que fuese posible ponerla a producir. Pero con cada problema resuelto, han ganado confianza en su capacidad. Ahora, muchos creen que el único sector que no es necesario para administrar una fábrica son los patrones. Más que cualquier otra cosa, la toma de la fábrica les ha dado a los trabajadores nuevas esperanzas hacia el futuro y confianza en su capacidad para dirigir. Mientras que en el pasado, cada problema era visto como una cuestión individual, la toma de la planta ha creado nuevas oportunidades para las actividades y soluciones colectivas. Los trabajadores renuevan sus energías con las nuevas ideas y posibilidades. ¡Convirtamos las salas de reuniones en una guardería! ¡Discutamos los salarios! ¡Hagamos bolsones de comida! ¡Imprimamos miles de cuadernos escolares! ¡Involucremos a los niños! Canciones, risas, debates y nuevas ideas resuenan en cada rincón de la fábrica. ¿Qué es ese sonido? Es el sonido de la imaginación desencadenada de mujeres, hombres, niñas y niños tomando control sobre sus propias vidas. ¿Qué suena? La música más dulce e intoxicante en todo el mundo.
Traducción: Patricio Rivera
Wendy Z. Goldman es una historiadora norteamericana, quien visitó recientemente la Argentina, invitada por la agrupación Pan y Rosas para dictar una conferencia en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Durante su estadía en Buenos Aires, visitó la fábrica MadyGraf (exDonnelley). La versión en inglés de esta crónica fue publicada en la revista Counterpunch.
Cobertura de La Izquierda Diario sobre su conferencia en Buenos Aires y su visita a Buenos Aires:
"La revolución abrió un mundo nuevo"
Wendy Goldman visitó Madygraf (ex Donnelley) bajo gestión obrera
Wendy Goldman y las sonrisas en Madygraf
Conferencia de la historiadora norteamericana Wendy Z. Goldman en la UBA
Wendy Goldman: "No podría estar en un lugar mejor que éste"
Wendy Goldman "La conferencia fue maravillosa. Pan y Rosas hizo un gran trabajo"