“Nos callamos durante 8 o 9 años por miedo. Pero el miedo se perdió. Ahora estamos decididos a conquistar lo que merecemos”.
La voz resonó ante una multitud. De fondo, iluminado, el edificio de la Legislatura jujeña contempló ese despertar en la conciencia de miles de docentes. Invadiendo las calles junto a la comunidad, desafiaron la reaccionaria reforma constitucional de Gerardo Morales. De ciudad en ciudad, dando sonido al proceso que se despliega en la provincia, un canto resonó en las calles: “Arriba los salarios, abajo la reforma”.
Jujuy transmite imágenes del futuro. Enseña, a los ojos de la clase dominante y sus partidos políticos, las eventuales consecuencias de mayores ataques al movimiento de masas. Grafica esa relación de fuerzas social y política que emerge en determinadas circunstancias. Que anida, latente, a lo largo del territorio nacional.
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La vecina Salta camina casi a la par. Enfrentando al Gobierno de Gustavo Sáenz, la combativa docencia autoconvocada el viernes volvió a cortar las rutas que dan acceso a las minas de litio. Obturando un punto estratégico de la economía provincial, dan continuidad a una tensa lucha que lleva semanas y resistió reiteradas represiones.
Como ocurre con otros tantos conflictos, estas potentes peleas enfrentan un gigantesco blindaje mediático. Un sistemático ocultamiento de los grandes medios, que destinan toneladas de tiempo a las agrias disputas de la política capitalista. Ese blackout informativo no es accidental: en cada lucha dura se escenifica, en cierta medida, esa relación de fuerzas que la clase dominante mide de cara al futuro.
Crisis de representación y fragmentación política
La profunda fragmentación que erosiona a las fuerzas mayoritarias encuentra en esa relación de fuerzas su razón última. Enfrentada a un estancamiento económico duradero, la clase dominante, en sus distintas variantes, discute a cielo abierto como formatear la estructura del dependiente capitalismo argentino. Como afrontar nuevos ataques contra las mayorías populares, para facilitar condiciones para un nuevo ciclo de ascenso económico.
El debate asume la forma de catárticas fricciones. Acorralados en sus propios mundos, Juntos por el Cambio y el Frente de Todos peregrinan en el desierto de la incertidumbre. Las internas se despliegan a cielo abierto, con amenazas de fracturas y rompimientos.
La coalición opositora de derecha se sumerge en virulentos choques entre Bullrich, Rodríguez Larreta, Macri, Gerardo Morales y Luis Juez, entre otros. Los crujidos recorren la estructura nacional. El nivel de los argumentos desciende peligrosamente: los insultos están a un paso. El fracaso de la gestión cambiemita emerge del pasado para acentuar diferencias. Gradualismo o reformismo permanente; ese dilema sigue fraccionando al conglomerado construido como antinomia del kirchnerismo.
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Al oficialismo lo carcome su propia crisis. Massa y el Frente Renovador ensayaron su propio “operativo clamor”, reclamando lista única en las PASO, enfrentando la entelequia del “albertismo”, hoy corporizada en Daniel Scioli y Agustín Rossi. Finalmente, luego del histrionismo, llegó la aceptación y el massismo "se anotó" para la eventualidad de unas primarias. Al mismo tiempo, anunciando a gritos su deseo de ser candidato, el ministro de Economía jugó al límite de la extorsión, presentándose como garante del —más que inestable— equilibrio que reposa en su función.
Estampando su rostro en paredes y calles, Wado de Pedro se ofrece al campo progresista como encarnación de una ausencia: la de Cristina Kirchner. Carece, sin embargo, de amplio conocimiento público. Escasean, además, sus logros de gestión [1]. Recordando su carácter de “productor rural de tercera generación” y desplegando una retórica moderada —que llega a la reivindicación del Ejército— trabaja para instalarse como versión edulcorada de su espacio.
Kirchnerismo y massismo actúan en bloque dentro de la rabiosa interna oficial. Enterrado queda el tiempo en que Massa prometía “meter en cana a La Cámpora” y la agrupación contestaba enviando a “todos los traidores” con el tigrense.
El Frente de Todos y Juntos por el Cambio habitan una casa en llamas: la del bicoalicionismo. Heredero débil del bipartidismo, el esquema que dio luz y calor a la grieta atraviesa su última etapa, la de una profunda descomposición. El resultado lógico es una creciente despolarización, que acentúa las tendencias centrífugas en cada armado.
Administradores recientes del Estado nacional, ambos espacios aparecen como responsables de la crisis social y económica que afecta a millones. Cargan en sus hombros los inmorales números de una pobreza creciente, íntimamente vinculada a la inflación persistente. Sobre esa frustración extendida emerge Milei, proponiendo un programa de ataque extremo a las condiciones de vida de las masas.
Ensayos políticos ante la crisis de hegemonía
Gramsci afirmaba que
La crisis crea peligrosas situaciones inmediatas porque los diversos estratos de la población no poseen la misma capacidad de orientarse rápidamente y de reorganizarse con el mismo ritmo. La clase dirigente tradicional, que tiene numeroso personal adiestrado, cambia nombres y programas y reasume el control que se le estaba escapando con una celeridad mayor de cuanto ocurre en las clases subalternas…” [2].
La definición gramsciana no debe ser tomada de manera literal. En estas tierras, la clase dominante no ha perdido un control que deba reasumir. Pero el brumoso escenario de la crisis de representación obliga a delinear salidas, destinadas a recuperar capacidad de conducción estatal.
El llamado a construir un consenso -que abarque al 70 % de la representación política- aparece como invitación de diversas fracciones burguesas [3]. Defendida por Rodríguez Larreta, suma adhesiones mayoritarias en la UCR, Carrió y en la limitada franja del peronismo no kirchnerista. Avalado por EE. UU. y un sector del gran empresariado, un Frente de Todos encabezado por Massa resulta complemento lógico en ese esquema. Una construcción que parece lograr adhesión en gran parte de las conducciones sindicales burocráticas y el poder territorial que encarnan gobernadores e intendentes.
Personificado en Massa o Larreta, ese centro político aparece como precario intento de paliar las debilidades que corroen a las coaliciones mayoritarias. Como tentativa de un “acuerdo nacional” que construya fortaleza política para profundizar una dinámica de ajuste. ¿Qué forma asumiría ese consenso en un próximo gobierno? La pregunta tiene demasiadas premisas, todas demasiado inciertas. Sin embargo, esa tendencia aparece como necesidad política para la clase dominante.
A su lado, como una suerte de hermano siamés, se despliega otro proyecto político, que ofrece una radicalización por derecha. Jugando al mesianismo —producto genuino de las crisis— Milei, Bullrich y Macri se ofrecen como variantes diferenciadas de esa opción. En el abajo, atienden a electorados cercanos; no iguales. En ese amplio y difuso universo es posible hallar frustración, escepticismo y furia; jóvenes que miran el futuro con desesperanza y empresarios “emprendedores”, ansiosos de quitar (aún más) derechos a la clase trabajadora; sectores hastiados de impuestos que, al mismo tiempo, no encuentran traducción en mejoras en la vida cotidiana.
Las diferencias entre quienes apuestan al centro político y quienes proponen radicalizar por derecha no deberían opacar que se trata de una discusión sobre medios. Los fines se emparentan: propiciar una relación de fuerzas que permita profundizar el saqueo y dar continuidad a la subordinación del país al FMI. Gerardo Morales expresa bien esa “unidad de propósito”: mientras intenta la construcción de un régimen totalitario en Jujuy, batalla en la arena nacional de la mano de Larreta y Martín Lousteau. Ese radicalismo es el mismo que en la UBA —encabezado por Emiliano Yacobitti— busca su propio golpe antidemocrático, eliminando las elecciones anuales en los centros de estudiantes. La consigna es nítida: mientras menos se vote, mejor.
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En el enmarañado escenario de la crisis de representación, el Poder Judicial intenta un papel arbitral, inclinando la cancha en interés de la oposición patronal. Bajo esa premisa política, la Corte Suprema acaba de rediseñar parcialmente el tablero electoral, barriendo a Sergio Uñac y Juan Manzur de las listas en San Juan y Tucumán. Al mismo tiempo, eludió cuestionar mecanismos fraudulentos —como el sistema de acoples o la ley de lemas— que implican una burla a la voluntad popular y son utilizados tanto por el Frente de Todos como por Juntos por el Cambio. ¿Avanzará en definiciones sobre la candidatura del formoseño Insfrán? ¿Osará intervenir en la jungla política de las intendencias del conurbano bonaerense? El tiempo del calendario electoral, en vertiginosa aceleración, lo dirá.
El largo plazo de la crisis de representación
Esa crisis del régimen político emerge inseparable de la decadencia económica capitalista. La Argentina de la última década asiste, rabiosa, a un creciente declive nacional que se dilata en el tiempo.
Proponiendo una serie de parámetros para abordar la historia, Gramsci describía etapas o períodos en las que
…una crisis que a veces se prolonga por decenas de años. Esta duración excepcional significa que en la estructura se han revelado (maduraron) contradicciones incurables y que las fuerzas políticas, que obran positivamente en la conservación y defensa de la estructura misma, se esfuerzan sin embargo por sanear y superar dentro de ciertos límites” [4].
Con multiplicidad de matices, Juntos por el Cambio y el Frente de Todos conservaron y defendieron una estructura económica dependiente, subordinada a un orden global controlado por el gran capital imperialista. Garantizaron la continuidad de un proceso de primarización, que hizo al país más endeble ante los vaivenes de la economía mundial. Esas contradicciones se agravaron geométricamente tras el acuerdo con el FMI, pactado por Macri; perpetuado por Alberto Fernández y el peronismo.
Esa dependencia estructural encuentra una manifestación patente en la recurrente escasez de dólares, la llamada restricción externa. En un reciente estudio, Martín Schorr y Andrés Wainer señalan que
…entre 2003 y 2021 la salida de divisas por intereses, utilidades y FAE (Formación de Activos Externos) [superó] en 97.000 millones de dólares los ingresos obtenidos por el intercambio de bienes (…) por transacciones de carácter financiero salieron de la economía argentina unos 330.000 millones dólares, repartidos entre el pago de intereses (106.300 millones), la remisión de utilidades y dividendos (31.700 millones) y la formación de activos externos (192.000 millones), mientras que el superávit comercial de bienes fue de 233.000 millones... [5].
Los datos grafican la locura del saqueo nacional: una extracción monumental de riqueza producida en el país. El conteo incluye la llamada “década ganada”, el ciclo macrista y los dos primeros años del Frente de Todos. En esa continuidad radican las condiciones de permanencia de la crisis económica. Explica, al mismo tiempo, la degradación de una política que es pura administración de la declinación nacional.
¿De la crisis de representación a la crisis de contención?
La creciente inflación y la precarización de la vida hacen emerger constantes reclamos sindicales y sociales. Cruzando el territorio nacional, las duras luchas docentes de Jujuy o Salta se entrelazan con las que acontecen en Chubut y Santa Cruz. Junto al reclamo educativo, brotan variedad de demandas, esparcidas por todo el país. Desde la dura lucha del Subte en la Ciudad de Buenos Aires, pasando por peleas como la de los trabajadores de Coca-Cola en Córdoba, hasta las demandas de los azucareros en Jujuy o Tucumán.
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En esa diversidad convergen exigencias ante la creciente pérdida salarial; demandas contra la precarización laboral y, aún más, la exigencia de reducir la jornada laboral, como ocurre en el subte. En esa multiplicidad se expresa también la relación de fuerzas general, que emerge de manera manifiesta ante determinadas situaciones, como ocurre hoy en Jujuy.
A escala nacional, esas luchas hallan un límite en la carencia de coordinación. Aislándolas, la evidente traición de las conducciones sindicales burocráticas contribuye a un clima de “paz social” que no se corresponde con el extendido malestar colectivo. El PTS-Frente de Izquierda, al proponer un Encuentro nacional de trabajadores ocupados y desocupados, apuesta a unificar esas luchas. No solo para afrontar cada pelea. También para conformar un polo que intente incidir en la escena política, batallando —en primer lugar— por imponer la ruptura de la tregua eterna que sostienen la CGT y las CTA.
La fragmentación y la crisis del peronismo son parte del escenario político. Desordenado filas adentro, se presenta debilitado para la tarea que sabe cumplir en tiempos de tensión: la contención para el orden. ¿Puede la crisis de representación devenir crisis de contención? ¿Puede el hartazgo popular mutar a activa movilización callejera, superando los controles y frenos de las organizaciones sindicales y sociales oficialistas? Los interrogantes admiten, por ahora, una respuesta abierta.
En ese complejo entramado que constituyen la relación de fuerzas y la crisis de representación se abren oportunidades para el despliegue de la izquierda obrera y socialista. Se presenta un terreno fértil para el combate político-ideológico. Un teatro de operaciones para batallar por concepciones del mundo y enfrentar sentidos comunes.
La influencia política de la izquierda obrera y socialista puede y debe funcionar como factor actuante para el desarrollo de la lucha de clases. Para incidir hacia un creciente despliegue de la fuerza de la clase trabajadora, las mujeres y la juventud.
En Jujuy, las y los convencionales constituyentes del Frente de Izquierda Unidad se convirtieron en la oposición más tenaz al proyecto reaccionario de Morales. Amplificando la denuncia a escala nacional, fueron voceros del rechazo al intento de cercenar los derechos al voto y a manifestarse.
La histórica elección del 7 de mayo —con una lista encabezada por Alejandro Vilca— habilitó una potente influencia política, que se orientó a desarrollar la movilización en las calles contra la reforma constitucional y, también, por salarios, junto a sindicatos recientemente recuperados, como el Cedems (docentes), impulsando el frente único de la clase trabajadora.
Esa pelea también se libra en el terreno político-electoral nacional: en las agitaciones callejeras; en los debates que cruzan las redes sociales; en la organización en cada barrio, lugar de trabajo o estudio. Potenciando una perspectiva de combate, la lista que encabezan Myriam Bregman y Nicolas del Caño —acordada por el PTS e Izquierda Socialista [6]— incluye destacados luchadores y luchadoras; activos y activas protagonistas de peleas en múltiples terrenos.
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Esa pelea es un momento dentro de una apuesta estratégica por hacer emerger a la clase obrera como sujeto activo y consciente de una política revolucionaria socialista. Una perspectiva capaz de ofrecer una salida propia a la crisis, opuesta a la declinación nacional que impone la gestión capitalista del país.
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