Detrás de las numerosas acusaciones condenatorias contra Trump no está la búsqueda de justicia, sino que se esconde el intento -en nombre de un amplio sector de la burguesía estadounidense- de defender la estabilidad y la legitimidad del régimen en medio de una serie de crisis militares, económicas, ecológicas y políticas en curso.
Viernes 4 de agosto de 2023 23:04
Foto: Jeff Swensen/Getty Images
El martes, el Departamento de Justicia hizo pública una nueva acusación contra el expresidente y estrella de los reality-tv Donald J. Trump. La nueva acusación, la tercera desde el pasado mes de mayo, eleva a 78 el número total de cargos pendientes contra él.
Mientras que las acusaciones anteriores se han centrado en asuntos como los pagos de dinero por silencio a la actriz Stormy Daniels y el mal manejo de documentos sensibles de seguridad nacional, los últimos cargos se centran exclusivamente en los intentos de Trump de permanecer en el cargo anulando los resultados de las elecciones de 2020, por lo tanto, como afirman los fiscales, defraudando y violando los derechos civiles de millones de votantes estadounidenses.
Está claro que Donald Trump tenía toda la intención, tras las elecciones, de intentar crear una crisis constitucional para mantenerse en el poder. Y después de una carrera política donde exhala odio, aboga por la violencia y promueve y ayuda a aprobar leyes perjudiciales contra inmigrantes, mujeres y personas de color, no debemos engañarnos creyendo que estos cargos tienen algo que ver con impartir justicia o defender la democracia y el derecho al voto.
De hecho, esta última acusación no tiene nada que ver con la protección del Estado de Derecho, y sí con la protección del dominio burgués y la estabilidad y legitimidad del Estado capitalista, aspecto importante para facilitar la continua explotación y opresión de los trabajadores en todas partes.
Los partidarios de Trump y los medios de comunicación conservadores de derecha, incluyendo Fox News, han argumentado durante meses que las acusaciones tienen motivaciones políticas. Afirman que son una conspiración surgida de la campaña de Biden para distraer la atención de los problemas legales de su hijo Hunter Biden, y para debilitar al presunto candidato republicano con el fin de asegurar una victoria de los demócratas en las elecciones presidenciales de 2024.
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Si bien tienen razón en que estas acusaciones forman parte de un intento más amplio de impedir que Trump gane unas segundas elecciones, las motivaciones reales detrás de estas acusaciones trascienden el partidismo e implican más que ayudar a los demócratas a asegurar la presidencia. Mientras que Trump ciertamente tiene algunos aliados entre la clase dominante que buscan una solución más bonapartista a la crisis de acumulación y la hegemonía de Estados Unidos, detrás de los muchos cargos condenatorios contra Trump se encuentra un intento -en nombre de un amplio sector del capital- para defender la estabilidad y la legitimidad del régimen de Estados Unidos en medio de una serie de crisis militares, económicas, ecológicas y políticas en curso.
Ya se trate de la economía aún frágil, el futuro de la OTAN y la guerra en Ucrania, o la rivalidad económica con China, los capitalistas de ambos lados del pasillo están cada vez más inquietos acerca de cómo una segunda presidencia de Trump podría socavar los esfuerzos para mantener el poder económico y militar de Estados Unidos. La guerra en Ucrania y el futuro de la alianza de la OTAN, son de especial preocupación para el establishment estadounidense, ya que la OTAN representa uno de los principales medios para afirmar el imperialismo estadounidense en el extranjero. Desde que asumió el cargo, el presidente Biden ha trabajado incansablemente para hacer crecer la OTAN y reestablecer la influencia de Estados Unidos sobre la alianza, y ha utilizado la guerra en Ucrania para debilitar a Rusia y preparar a Estados Unidos y sus aliados para posibles conflictos futuros con China. En contraste con esta estrategia, Trump amenazó repetidamente con retirarse de la alianza de la OTAN mientras ocupaba el cargo, y ha elogiado regularmente al presidente ruso, Vladimir Putin, a quien ve como un hombre fuerte, como él. De hecho, justo un día después de que se anunciaran las acusaciones, el propio ex secretario de Estado de Trump, el notoriamente belicista John Bolton, arremetió contra Trump por sus posiciones sobre la OTAN, afirmando que "en un segundo mandato de Trump, casi con toda seguridad nos retiraríamos de la OTAN". En otras palabras, en una economía todavía frágil, en el contexto de la escalada de tensiones con China y con la multipolaridad sobrevolando el mundo, la burguesía estadounidense está aterrorizada de que el Estado pierda aún más prestigio, legitimidad y hegemonía económica y política en una administración Trump.
Pero aún más que esto, la clase dominante estadounidense teme que otros cuatro años de Trump puedan echar leña al fuego a la crisis política de legitimidad aún latente, que Trump usó para catapultarse a sí mismo a la presidencia y efectivamente apoderarse del Partido Republicano. Las causas subyacentes de esta “crisis orgánica” (como la habría llamado el marxista italiano Antonio Gramsci), aún en desarrollo, tomaron forma durante las décadas del neoliberalismo, que finalmente culminó en el colapso bancario y la recesión de 2008. Pero no fue hasta el período previo a las elecciones presidenciales de 2016, que la verdadera profundidad de la crisis política comenzó a expresarse. La victoria de Trump ese año fue solo uno de los muchos síntomas morbosos de un régimen político que ya no pudo contener o capturar y redirigir las insatisfacciones de las masas.
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Esta crisis alcanzó su máximo nivel en los disturbios del Capitolio del 6 de enero que, a su vez, fueron alimentados por el tipo único de populismo de derecha de Trump, que ha logrado capturar y catalizar la inquietud y el descontento de la gran mayoría de la derecha. Para una gran parte de la población de EE. UU., en particular los blancos de clase media descontentos y en descenso, la retórica antisistema de Trump y el bonapartismo de hombre fuerte son la encarnación de un resentimiento creciente, lo que Nancy Fraser llamó neoliberalismo progresista y un deseo equivocado de resolver la crisis capitalista a través de un intento reaccionario y frecuentemente racista de “hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande” a expensas de una mayor miseria de los trabajadores negros y latinos.
Si bien la clase dominante de EE. UU. parecía capaz de aceptar y adaptarse a las excentricidades de Trump en 2016, apoyándose en gran medida en el personal político más coherente, y aunque Biden ha logrado restablecer cierta sensación de normalidad desde entonces, la amenaza de una segunda presidencia de Trump para la estabilidad general del régimen estadounidense, es mucho mayor ahora.
La demagogia de Trump, su egolatría, su voluntad de desafiar la ley burguesa, su capacidad para guardar rencor, su antipatía hacia gran parte del establishment de Washington y su influencia entre los extremistas de derecha sugieren que ahora sería mucho más difícil manejarlo y controlarlo que al Trump de 2016. Más que esto, una segunda presidencia de Trump conduciría casi con certeza, a una mayor polarización política tanto en la derecha como en la izquierda, y más ataques abiertos contra los trabajadores, los inmigrantes, las personas de color y las personas LGBTQ+, lo que podría, a su vez inaugurar un nuevo ciclo de descontento, protestas, levantamientos, lucha de clases e incluso violencia política. Es obvio que la clase dominante preferiría mantener el poder y al mismo tiempo evitar tal situación. Pero si puede o no es una cuestión diferente.
El caso legal contra Trump, incluida la última serie de cargos, parece ser sólido, y no está descartado que Trump pueda ser condenado e incluso encarcelado. Tal movimiento, si ocurriera antes de noviembre de 2024, amenazaría la legitimidad misma de las elecciones y, sin duda, crearía un enorme descontento entre la base social de Trump. Es por eso que el momento de estas acusaciones es tan crítico. Están lo suficientemente lejos de las elecciones de 2024 como para perjudicar los esfuerzos de Trump por ganar tanto la nominación como las elecciones generales, pero no tanto como para que se dicte una condena antes de las elecciones, especialmente porque es probable que el equipo legal de Trump hará todo lo posible para posponer y prolongar los procedimientos con la esperanza de que una victoria de Trump lo proteja de una condena mientras esté en el cargo.
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Hasta el momento, las acusaciones contra Trump, pensadas para debilitar su credibilidad a los ojos del electorado, solo han solidificado aún más el apoyo entre su base que ve las acusaciones como un intento de socavar a su candidato, y que regularmente dicen que votarán por él independientemente de si creen o no que es culpable. Según "Five Thirty Eight" ("538" blog estadounidense de análisis político, economía y encuestas) Trump está superando a su rival republicano más cercano, el gobernador de Florida Ron De Santis, por casi 40 puntos, y parece casi seguro que ganará la nominación. Mientras tanto, una encuesta reciente del New York Times y Siena College tiene a Trump empatado cabeza a cabeza con Joe Biden en una elección presidencial general.
Estos números dejan en claro que existe una base social grande y leal de seguidores de Donald Trump, quienes, independientemente de lo que suceda en 2024, probablemente seguirán siendo una fuerza social en la política estadounidense. Pero también muestra que existe un enorme descontento con el statu quo del régimen de Biden y que la crisis política del capitalismo ha abierto un enorme espacio para la discusión de alternativas.
El estado puede detener temporalmente a Trump a través de medidas legales, pero solo la izquierda y la clase trabajadora pueden derrotar al trumpismo como ideología, al entrar en la refriega y confrontar al mismo sistema que lo creó. Derrotar al trumpismo y a la extrema derecha reaccionaria y a menudo violenta que ha crecido a su lado, requiere construir el tipo de instituciones de autoorganización necesarias para presentar las ideas de la clase trabajadora, para que a su vez pueda organizar sus propios métodos de lucha, incluidas las huelgas y manifestaciones masivas. Esto significa a su vez, romper con la lógica banal del mal menor y tomarse en serio la construcción de un partido de la clase obrera por el socialismo que sea totalmente independiente de los dos partidos del capital.
James Dennis Hoff
Escritor, educador y activista, Universidad de Nueva York.