Las personas que padecen depresión sienten vergüenza de hablar de su síntoma, porque en una sociedad que exalta la productividad y el éxito personal, el sufrimiento mental es visto como un estigma. Compartimos las reflexiones de dos trabajadorxs de salud mental sobre este malestar y las respuestas que ofrece la salud pública.
Viernes 13 de enero de 2023
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Foto: Pavel Krivtsov-1988
El 13 de enero es el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión. Según las cifras que estima la Organización Mundial de la Salud (OMS), revelan que este padecimiento afecta a más de 300 millones de personas en el mundo. Alrededor del 5% de la población adulta.
En México, según un estudio de la Secretaría de Salud del Gobierno de México, 3.6 millones las personas adultas que padecen depresión, de las que un 1 % son casos severos, datos que, a partir de la pandemia de Covid-19, se duplicaron desde 2019.
Las personas que atraviesan este malestar suelen silenciar que lo padecen. Son muchos los motivos de este silencio, entre ellos el miedo a la sanción social, pero sobre todo, por las insuficientes respuestas que brindan las áreas de salud pública que terminan alejando a las personas de la consulta médica e influyendo de forma negativa en la solicitud de tratamientos.
Sobre algunos de estos temas se refieren dos profesionales de la salud mental, que trabajan en espacios públicos.
Melina Michniuk es licenciada en Psicología y Residente en el Hospital Elizalde - Agrupación Marrón, de Argentina. En sus redes sociales compartió algunas reflexiones sobre este cuadro clínico:
"Hoy es el día mundial de la lucha contra la depresión, que según la OMS, es el trastorno mental más frecuente a nivel mundial. Más de 300 millones de personas padecen de este diagnóstico, un 70% son mujeres y un 30% hombres, y es considerada la principal causa de discapacidad y de suicidios.
Recordé que Mark Fisher en "Bueno para nada" decía que la psiquiatría explicará este problema de salud mental desde "fallas químicas en el cerebro" plausibles de ser corregidas con medicación. El psicoanálisis buscará el origen en lo familiar, y las terapias cognitivas no se preocuparán tanto por el origen de las creencias negativas sino que buscarán su tolerancia o modificación por otras positivas... No se trata de que estas explicaciones o métodos sean enteramente falsos, pero hacen olé a la causa social. El poder de clase, género, raza y diversas formas de opresión y explotación que en este sistema social fomentan el sentimiento de inferioridad en millones de personas sobre la base de excluir a la mayoría de ellas de los privilegios de la clase dominante (dueña de los medios de producción).
El trastorno depresivo y su brutal aumento pospandemia parece ser más bien un síntoma de época que refleja la poca esperanza hacia el futuro generada por las condiciones cada vez más insostenibles para la clase trabajadora en sentido amplio. No es de sorprenderse que este sector sienta desesperanza y tienda hacia la depresión crónica o al suicidio. Sin embargo, como dice el autor, uno de los mayores logros del capitalismo es la "responsabilización"; la idea de que si somos miserables es porque queremos y que lo merecemos; algo que él explica como síntoma de la poca "conciencia de clase" actual que lleva a muchos a conformarnos con poco (suerte de tener un trabajo en el mejor de los casos), una especie de tendencia al mal menor.
Pero también marca una posible salida (colectiva!): la reconstrucción de la conciencia de clase como base para la acción, para convertir la desafección privatizada en ira politizada (y organizada!) para transformarlo todo".
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Para Pablo Minini, licenciado en psicología e integrante de la misma agrupación, cuestiona que estos cuadros clínicos, muy sufrientes, solo se los piense desde la perspectiva individual, y no se considere el marco social en la que estos síntomas se manifiestan. En sus redes sociales también compartió algunas reflexiones sobre el tema:
"¿En qué momento se decidió que el desgano y la tristeza es una enfermedad individual? En qué momento aceptamos que rechazar los ritmos extenuantes de laburo, estar cansados del trabajo para ganancia de un patrón, odiar la vida de contar monedas y días es una tara personal? ¿Quién dice que los problemas de salud mental son solo una cuestión personal o individual y no un producto de las relaciones sociales bajo el capitalismo? ¿Quién decide que estar de mal humor la mayor parte de los días en un sistema que oprime, explota y mata es un desajuste hormonal, existencial, neurológico?
Claro que portamos nuestra fisiología, nuestras estructuras neuronales y nuestra historia personal y familiar. Pero es insuficiente achacar la depresión exclusivamente a esos factores. Porque leer las cosas así reducidas está al servicio de despolitizar un problema social. ¿O alguien supone que la depresión, que afecta a millones de personas, no es un problema social y político?
Despolitizar los padecimientos mentales es funcional a los intereses de clase: la burguesía, cada vez que se siente cuestionada, mueve sus engranajes para echarle la culpa a la naturaleza, a la estructura cerebral, al discurso.
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Y los engranajes de la burguesía son los laboratorios, las empresas de salud y las universidades que se prestan para sobre vender medicación y tratamientos o difundir una visión acotada de la salud. ¿Por ejemplo? Educar a los profesionales de la salud en técnicas y tratamientos sin contemplar condicionantes ambientales, habitacionales, laborales, alimenticios; divulgar a la población tratamientos milagrosos, coaching y mindfullness. Una balanza injusta: cuanto más se carga las tintas sobre el individuo, menos se pone atención en las condiciones sociales.
Claro que hay personas que reclaman un diagnóstico, porque buscan ser integradas y que sus tratamientos sean cubiertos por el sistema de salud y que no se les cierren las puertas laborales. Pero nuevamente: el problema es de las coberturas sanitarias y las condiciones laborales de contratación, no solo del individuo. Un chantaje: acepta que eres un enfermo o quédate por fuera. Pero así también hay personas que rechazan los diagnósticos, precisamente porque no pueden pagar los tratamientos o porque no quieren ser echados de sus trabajos.
Más difícil es investigar y tratar a la depresión como respuesta de una persona ante un sistema enfermo. Más difícil, pero permite pensar una salida colectiva y revolucionaria de transformación de las relaciones sociales y la sociedad.
Solo alguien inhumano puede estar contento en un sistema de muerte".