Cada 10 de octubre se celebra el Día Mundial de la Salud Mental. Un acercamiento crítico a la declaración de intenciones y algunas propuestas de una salida posible.
Pablo Minini @MininiPablo
Lunes 10 de octubre de 2022 22:18
Foto: Dorothea Lange
Desde 1982 todos los 10 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, impulsado por la Federación Mundial para la Salud Mental, iniciativa que apoya la Organización Mundial de la Salud, OMS. Cada año se acompaña de un lema diferente y el de 2022 es “Hacer de la Salud Mental y el Bienestar para todos una prioridad mundial”.
Para la OMS la salud mental es un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad.
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La Organización Panamericana para la Salud, OPS, incluye la perspectiva comunitaria y religiosa en la definición. Ambas organizaciones dan cuenta de un hecho notorio: los padecimientos mentales son cada vez mayores, con enormes tasas de depresión, autismo y suicidio, y cada vez accesos más restringidos para las enormes mayorías.
Las personas, libradas a su suerte
Tanto una como otra definición reconocen que los factores de riesgo son “tensiones normales de la vida”, son los estresores o las escasas habilidades personales. Y que los factores de protección son fortalezas individuales. Dicho de otra forma, lo que afecta a la salud mental son elementos inherentes al ambiente y la sociedad que agreden al individuo y lo que la fortalece son estrategias individuales para enfrentar esos elementos. En la perspectiva más progresiva, la comunidad sirve para reforzar a los individuos.
Pero esto deja dos cuestiones sin considerar.
La primera es que nunca se aclara quién o quiénes controlan esos elementos que atacan al individuo. Se menciona, sí, a las catástrofes climáticas, a la pobreza, a las condiciones de trabajo (o falta de empleo), al deficiente acceso a los servicios de salud. Como si todos esos elementos fueran de la misma categoría y condición.
No es lo mismo un huracán que arrasa con tu pueblo y te provoca la tristeza del desarraigo que una empresa que tala todo el bosque de tu infancia; no es la misma tristeza la de ver cómo una minera que vuela por el aire el cerro de tu comunidad que la desesperanza ante un terremoto (aunque es bien sabido que huracanes y terremotos pegan peor en las clases más pobres porque tienen menos recursos para reconstruir sus dispositivos de salud y vivienda). Así también, no es lo mismo quedarse sin trabajo porque la empresa redujo personal que perder tu nivel de vida por una enfermedad orgánica. (E incluso, no toda enfermedad orgánica es igual a otra: no es lo mismo quedarse ciego en un accidente laboral o padecer déficit de atención y anemia por consumir agua con plomo, que nacer con síndrome de Prader Willi).
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Esto lleva a pensar el segundo punto que queda oscuro: el ambiente y la sociedad son tomados como mero contexto. Para la OMS y la OPS no existe, en ninguna de las dos definiciones de salud mental que enunciamos antes, una lectura dialéctica entre la sociedad y las personas. Siguiendo esa lectura dialéctica y marxista podríamos entender que las relaciones sociales generan un tipo u otro de subjetividad, que la vida social de las personas determina la constitución de su personalidad y sus padeceres.
Engels, para ejemplificar esto, toma la primera gran división del trabajo, la separación entre el campo y la ciudad, que tuvo como efecto condenar a la población rural al atraso respecto de los avances que se daban en la ciudad y a la población urbana a la esclavitud del propio oficio al que estaba ligada. El psicólogo y educador ruso Lev Vigotski lee, siguiendo el ejemplo de Engels, que las contradicciones internas que produce la división del trabajo se expresan en las contradicciones y padecimientos de la constitución subjetiva de una época determinada.
La forma en que una época organiza sus relaciones produce unos u otros efectos subjetivos. Que esa subjetividad producida por las relaciones sociales varía con la época e incluso en un mismo momento varía la producción de subjetividad entre las distintas clases sociales, porque el padecer mental no se manifiesta de la misma manera en la burguesía que en el proletariado, por ejemplo, ni tampoco las posibilidades de atención son iguales dentro del capitalismo.
Pero una lectura dialéctica también nos permitiría entender que la flecha no tiene una sola dirección: las personas no somos meras marionetas de los hechos sociales, reflejo y reacción, sino que también somos agentes que podemos transformar esas mismas relaciones sociales. Lo hemos visto: las relaciones laborales están en permanente negociación, las relaciones familiares están en constante cambio, las relaciones entre los géneros no son ni unívocas ni eternas. La sociedad no es tan solo estresora, sino constitutiva de los sujetos que la integran que, a su vez, pueden transformarla. Y así como se pueden transformar las relaciones sociales, también se pueden transformar los padecimientos.
Entender, como entienden la OMS y la OPS, a la salud mental dentro del resto de la salud, es decir, como una mera respuesta individual de un organismo que reacciona, es una reducción del problema que deja a los individuos a la deriva. Pensar que la sociedad y el ambiente son solo contexto conlleva un peligro clínico evidente, que es pensar que la sociedad es lo que es, inamovible y eterna, y que los individuos son lo que son: algunos más fuertes, otros débiles; algunos resilientes, otros no. Pensar la salud en términos que no sean dialécticos solo nos permite pensar una salud que administre la miseria de la vida cotidiana, que ofrezca nada más que paliativos y no soluciones de fondo.
Dijimos antes que el individuo queda a la deriva. Se podría pensar que la perspectiva comunitaria resuelve ese defecto. Pero incluso dentro del avance que supone, la perspectiva comunitaria tiene un gran inconveniente: los individuos deben recurrir a las comunidades que son, a su vez, grupos de individuos, para enfrentar los estresores que mencionamos antes. La encerrona sigue en pie: la comunidad o el individuo solo puede enfrentar los ataques, pero no se plantea una programa estratégico para modificar esos elementos que agreden por igual a las personas como a los pueblos.
Un paso a medio camino: la salida comunitaria
La perspectiva comunitaria, por ejemplo la que tiene la Ley Nacional de Salud Mental (LNSM) de Argentina, es un avance con respecto a los modelos más individualistas. Pero aún así se encuentran con varios problemas.
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El primero es que la perspectiva comunitaria no avanza directamente contra las empresas privadas de salud, que son las que se plantean como el principal obstáculo para que todas las personas puedan acceder a una atención adecuada y universal. Los problemas de salud mental son de largo y difícil tratamiento. Eso redunda en que sean sumamente costosos. (Sin mencionar que la organización privada de la producción es muchas veces responsable de las enfermedades que luego deben ser tratadas. Quien trabaja en salud sabe de esas depresiones ante los despidos, las persecuciones laborales, la ansiedad antes los ritmos de trabajo extenuantes, el miedo a los accidentes laborales, etc.)
El segundo problema es que, pese a plantear que la salud mental debe recibir la cantidad de fondos adecuados, queda como expresión de buenas intenciones, pues no se plantea un programa de fondo que destine verdadera inversión a la atención en salud. Digámoslo fuertemente: las buenas intenciones de la salud mental comunitaria chocan de frente cuando los gobiernos patronales deciden destinar dinero a pagar las deudas con los organismos internacionales y no financiar dispositivos públicos de atención, laboratorios públicos de producción de medicamentos o contratos genuinos de trabajadoras y trabajadores del sector.
Un tercer problema de la salud mental comunitaria es que también choca con la formación de profesionales y trabajadores del sector. Por ejemplo la LNSM de Argentina se plantea una persona compleja, constituida biológica, social, cultural e históricamente. Pero la formación en las universidades dedicadas a la salud, como medicina, psicología o enfermería, entre muchas otras, solo conciben un sujeto individual, biológico o discursivo, pero nunca integral. Un sujeto que, como entidad biológica o producto de discurso, no está en relación dialéctica con su momento histórico ni con su pertenencia de clase.
El cuarto inconveniente que vemos en la perspectiva comunitaria se desprende de todo lo dicho anteriormente: no se plantea una transformación de la situación que provoca el padecer mental, sino tan solo enmendar o matizar algunos de sus efectos. Esto se da, precisamente porque no está dentro de su horizonte enfrentar las causas y sus agentes.
Dicho de otro modo: los padecimientos mentales no se producen tan solo por una eventualidad o porque la sociedad es como es y tan solo por el malestar en la cultura.
La salud mental desde el marxismo
Muchos de los padecimientos mentales tienen relación directa con las condiciones de opresión y explotación a las que son sometidas las grandes mayorías. No podríamos hablar de plenitud de las capacidades o del completo bienestar cuando millones tienen que renunciar a sus capacidades precisamente para incluirse en el llamado mercado laboral (se trabaja de lo que se puede, se renuncia a las propias posibilidades individuales para adaptarse a las cambiantes necesidades de los requerimientos de las empresas privadas y su competencia entre sí y no siempre en lo que una persona puede desarrollarse plenamente).
No hay salud mental cuando la única opción es ver transcurrir la propia vida en horarios de trabajo extenuantes, mientras una minoría cada vez menor se apropia del producto del trabajo de millones. No se podría hablar de plenas capacidades cuando las grandes empresas destruyen el ambiente y deterioran las condiciones básicas de vida humana y animal. No se puede hablar de trabajar de forma productiva o fructífera cuando la organización de la producción y el consumo están al servicio de incrementar las ganancias privadas y no de la transformación racional de la vida. No se puede hablar de salud mental plena como prioridad cuando millones no tienen acceso a una alimentación, educación, vivienda y uso adecuado y de calidad del tiempo de ocio y esparcimiento.
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En La transformación socialista del hombre, el mencionado Vigotski, siguiendo a Marx, plantea que dicha transformación es necesaria, pues la producción y la organización capitalista tal como la conocemos no implica solo la producción de una subjetividad y padecimientos cristalizados, sino que contiene infinitas posibilidades de desarrollo humano. Esta transformación necesaria se desprende de la misma lógica de la organización capitalista de la sociedad, que al mismo tiempo que genera los mayores avances técnicos y sociales, aliena a millones y los priva de esos mismos avances.
Vigotski plantea, hablando de la educación, tres fuentes de dicha transformación, que también podemos aplicar a las tareas necesarias para lograr una salud integral plena. La primera fuente es la destrucción de las formas de organización social de la producción del capitalismo; la segunda es la liberación de las potencialidades creadoras de las personas; y por último la modificación de las relaciones interpersonales y sociales.
Creemos que la lectura dialéctica de la relación entre la subjetividad y las relaciones sociales permite no solo explicar las causas del padecer psíquico, sino abrir las puertas a la investigación genuina de sus causas (biológicas, sociales, históricas) y así plantear el camino a una verdadera solución que no se conforme con matizar los dolores mentales sino resolverlos.