El mundial de fútbol con Argentina protagonista rivalizando a los poderosos de Europa, la reciente muerte de Diego y la figura de Lionel Messi, encarnando un aura de superhéroe y villano ante la FIFA. Tan maradoneano todo que ilusiona.
Pablo Artecona @Partecona - Lic. Comunicación Social (UBA) / Autor de los libros "Boedo, la otra obsesión", "13 Ensayos Cuervos" y "Yo soy Galíndez".
Lunes 12 de diciembre de 2022 09:00
Mural de Martín Ron, encargado de concretar una de las obras más significativas dedicadas a Maradona sobre la medianera de un edificio de 45 metros por 40, en el barrio porteño de Constitución.
Escribo estas líneas en un momento histórico para nuestro fútbol. En pleno Mundial de Qatar, desde Argentina, y a los diez días del mes de diciembre de 2022. Vivo en un país atravesado a diario por el caos social, político y económico, entre otras yerbas de conflicto. Una nación en dónde la suba de precios, la desocupación y el difícil nivel de vida, importan mucho más que otras cuestiones. Pero hay -al menos en los últimas cuatro décadas- algunos paréntesis históricos. Una suerte de “oasis” que nos han ayudado a fortalecer nuestro “ser nacional” y olvidar por un momento, nuestras irreconciliables diferencias. Se pueden contar con los dedos de la mano situaciones en las cuales, en Argentina, se ha hablado de otra cosa más allá de la economía, la política y hasta me animo a afirmar que se han dejado de lado por un momento los conflictos intestinos de cada día.
Hay pocas excepciones (se podrían citar algunas al menos) en las cuales uno sólo piensa en “modo argentino” (si lo hubiere) por sobre todas las cosas, y el sentimiento nacional aflora, como una transitoria y efímera primavera. La guerra de Malvinas en el año 1982 es uno de esos desagradables recuerdos, pero en los cuales, el país se unió. No quiero entrar en detalles, ya que Argentina estaba bajo un régimen de dictadura cívico militar, de los más crueles que tuvo el país. Por otra parte, en 1986 y con la consagración del Campeonato Mundial realizado en México, fue otra de esas ocasiones, en donde también se recuerda al pueblo unido, aunque esta vez por una causa festiva y popular. Un tal Diego Maradona era el mejor jugador de todos los tiempos y nos había llevado (junto a un grupo de futbolistas y un cuerpo técnico maravilloso) a la gloria deportiva. Argentina, un país austral y alejado de los poderosos de Europa, se metía por aquellos años, en las conversaciones de los mejores del fútbol. Pero Diego no sólo jugaba a este hermoso deporte. Era el hincha número uno de cualquier deporte de nuestro país, también el embajador de los derechos universales del futbolista y el representante fiel de los menos agraciados, tanto en el fútbol como en la vida. Como un superhéroe venido del barro, capaz de enfrentar al poder desde el fútbol y más allá de él.
El mundo hablaba de Argentina en aquellos años, por un hombre valiente, que no sólo dentro de la cancha defendía a los suyos, sino en cada ámbito, donde hubiera una injusticia por la cual, poder tomar partido, siempre por el más débil. El más humano de todos los dioses, aún con sus problemas matrimoniales y de adicciones a cuestas, era un hombre que apenas podía con los fantasmas de su vida, pero se animaba a encarnar con cuerpo y alma, la bandera de la igualdad y la justicia (a su humilde y pintoresca manera, claro está). El 25 de noviembre de 2020, Diego murió. Pero su muerte no se lo llevó del todo. Hoy, en medio de un nuevo Mundial de fútbol (el primero sin él desde su deceso), la suerte hace que Argentina sea un animador del certamen y parece haber recuperado un legado perdido, pero no sólo desde lo deportivo. La selección de Scaloni juega cada partido como si fuera el último (con mucha entrega) y el argentino futbolero eso lo vive por estos días con mucha alegría e ilusión. La simbiosis entre el pueblo y este seleccionado es notoria. Pero para que se entienda, no se trata de haber recuperado nivel o jerarquía (el nivel de nuestro país es alto en materia deportiva), se trata de otra cosa, algo como haber recuperado la comunión interna y la mística nacional, desde adentro y afuera de la cancha. Por otro lado, el mejor jugador de fútbol actualmente (casualidades aparte), también es argentino, lleva la cinta de capitán y la camiseta número 10. Pero, además, hay algo más enigmático. Como invadido por un ángel combativo, Lionel Messi parece haber encarnado de un tiempo a esta parte, actitudes, defectos y virtudes de Diego, dentro y fuera del césped. Al astro rosarino, se lo nota últimamente combativo, enojado ante la provocación y muy comprometido como defensor de los colores de nuestra camiseta bandera. Como si de repente hubiera entendido que no juega para su familia y amigos, sino también y fundamentalmente para un país con 45 millones de argentinos ilusionados. En esta actual “posesión” ha decido declarar y enfrentar sin miedo a represalias, a poderosos (léase FIFA, sus arbitrajes, jugadores y entrenadores de Europa) y Lionel, según se puede intuir, ha asumido el rol de representarnos de verdad. Un papel siempre difícil el de ser “nuestra voz” ante lo oscuro del poder del fútbol, que tanto mal le ha hecho históricamente a nuestro país. Si algo le faltaba a este crack del fútbol era encarnar, junto a un grupo de gladiadores de la pelota, un sueño que se persigue y ha sido esquivo desde el torneo mundial de 1986 para el país. Una gloria postergada que quizás pueda dar algo de alegría a un pueblo golpeado y convulsionado por el malestar social desde varios aspectos, con más 17 millones de personas alcanzadas por la pobreza en este 2022.
¿Qué tiene que ver el fútbol con todo lo esbozado en el último párrafo? Ni a mí me queda del todo claro. Pero el equipo argentino con Messi como estandarte ha devuelto algo de dignidad (en este aspecto al menos) a un país marginado y muy golpeado como sociedad. Imposible no pensar en similitudes y señalar que está actuando, en algún punto, como Diego lo hacía. En medio de lo más importante de lo menos importante, el fútbol, Argentina vuelve a estar en boca de todos por su coraje, por su jerarquía, y por su polémico líder carismático, un tal Lionel Messi. Un excelso jugador de fútbol que, además, hoy parece haber sido poseído por Diego. Pocos recuerdos tengo de una nación tan unida, ilusionada y encolumnada atrás de alguien en quién creer, como pasaba en la época que jugaba Maradona). Este equipo, esta selección, este Lionel, parecen haberlo logrado. Todos necesitamos creer en algo o alguien y ya no se trata de nombres propios sino de la sana rabia que habita en nuestros espíritus y parece haber despertado. La digna rebeldía de pelear y no doblegarse ante el poder o ante un destino que parece adverso. La rabia que no murió cuando mataron a Diego y, gracias a Dios, está más viva que nunca. Elijamos creer una vez más (al menos a través del fútbol) ahora tenemos algo con que ilusionarnos.