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Diez tesis sobre la situación política alemana a partir de las próximas elecciones

Marius Rabe

Diez tesis sobre la situación política alemana a partir de las próximas elecciones

Marius Rabe

Ideas de Izquierda

En estas tesis, Marius Rabe –redactor de Klasse gegen Klasse y miembro de la Organización Internacionalista Revolucionaria de Alemania (RIO)– aborda una serie de interrogantes sobre la situación. ¿Qué deparará el nuevo gobierno alemán que saldrá de las elecciones del 23 de febrero? ¿Qué oportunidades hay para la izquierda y para los trabajadores? En torno a estas preguntas el autor busca delinear lo que anticipa el próximo período.

La Organización Internacionalista Revolucionaria de Alemania (RIO), que integra la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional (FT – CI) y publica Klasse gegen Klasse, presentará candidaturas al parlamento en Berlín y Múnich en un frente electoral junto con otra organización de la izquierda anticapitalista, la RSO. El presente artículo fue publicado originalmente en alemán el 28/12/2024 en el número 23 de la revista mensual de Klasse gegen Klasse, parte de la red internacional La Izquierda Diario.

Traducción y adaptación: Guillermo Iturbide

Alemania ha cambiado en los últimos años; la calma de la era Merkel ha terminado, el discurso político se aparece como cada vez más tensionado. La mentira y la difamación se han convertido en una parte mucho más presente del negocio político. El presupuesto militar crece, y con él la tasa de pobreza. El giro a la derecha parece haberse apoderado firmemente del país, mientras que los movimientos sociales y las huelgas se enfrentan a grandes obstáculos. A pesar de su apremiante urgencia, el debate sobre el clima fue dejado de lado por los “progresistas” y rechazado por los conservadores. Así pues, el futuro parece sombrío, pero toda crisis abre también oportunidades para nuevos fenómenos, para las luchas de clases y para una reorganización de la vanguardia. La conciencia de la gente está cambiando y con ello se abren a nuevas ideas.

La democracia cristiana (CDU) tiene las mejores chances para estas nuevas elecciones con la candidatura a canciller de Friedrich Merz, pero la llegada al gobierno de EEUU de Donald Trump, con posibles negociaciones de paz en Ucrania, cambiará de nuevo la situación de forma significativa. De allí que podría resultar más plausible una postura amigable a Rusia como la que sostienen la “izquierda conservadora” de la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW) y la extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD); en el caso de la posición del todavía canciller, el socialdemócrata Olaf Scholz, se circunscribe a no querer enviar los misiles Taurus a Ucrania como límite. Las últimas encuestas muestran una ligera tendencia al alza para el Partido Socialdemócrata (SPD), por lo que deberíamos considerar decididamente que el resultado electoral es de pronóstico incierto. Sería prematuro hacer una predicción sobre posibles coaliciones en este momento, pero las opciones más probables parecen ser una nueva edición de la “Gran Coalición”, como la que sostuvo a Merkel, entre los partidos demócrata cristianos (CDU-CSU) y los verdes [en la jerga política alemana, basada en los colores partidarios, un gobierno “negro-verde”] o, algo menos probable, entre la democracia cristiana y los liberales del FDP [un gobierno “negro-amarillo”].

Independientemente del resultado, está claro que el próximo gobierno lanzará nuevos ataques contra la clase trabajadora para financiar el rearmamento del Estado alemán. Por lo tanto, es importante que las fuerzas de izquierda se preparen para organizar la manera de defenderse contra ello. Con nuestra candidatura a las elecciones al parlamento [el Bundestag, a partir de cuya nueva conformación se nombrará al próximo canciller y se configurará el gobierno nacional entrante] queremos contribuir a ello y abrir un debate sobre las tareas de la izquierda. El momento de nuestra candidatura no es una coincidencia, sino que para nosotros es una conclusión lógica de los cambios en la situación política, así como de los retos y oportunidades para las fuerzas revolucionarias, como expondremos a continuación en diez tesis.

1. La culminación anticipada del gobierno de la llamada “Coalición del Semáforo” representa la mayor crisis gubernamental de la historia de Alemania desde la posguerra

La colación de gobierno socialdemócrata – verde – liberal, o “semáforo” (rojo – verde – amarillo) generó todo tipo de optimismo en diciembre de 2021, cuando asumió. Tras 16 años de Merkel, las cosas por fin se movían un poco. Pero el balde de agua fría no tardó en llegar: el 24 de febrero de 2022, las tropas rusas invadieron Ucrania. Tres días después, Olaf Scholz anunció un “cambio de época” sin ningún debate previo en la sociedad ni en el parlamento. Se trataba del mayor programa de rearme desde la posguerra. Menos de seis meses después de asumir el cargo, la realidad ya no estaba a la altura del palabrerío sobre una pretendida “coalición progresista”. La mayoría de las reformas previstas se congelaron o se cancelaron por completo.

¿Fue solo la guerra la que se interpuso en el camino de la Coalición del semáforo como puro azar? Ciertamente cambió muchas cosas, pero los problemas estructurales de Alemania ya se habían acumulado de antemano, al menos desde la crisis económica a partir de 2007 (hablaremos más sobre esto en la tesis 4). La dificultad de encontrar su propia posición entre China y EE.UU., el debilitamiento de su papel de liderazgo en la UE, la dependencia energética de Rusia, una crisis de la industria automotriz en ciernes, una enorme reticencia a invertir. El hecho de que la anomalía de un gobierno tripartito pudiera producirse demostró la debilidad del sistema político. Las advertencias sobre la inestabilidad de esta constelación terminarían resultando ciertas.

En noviembre de 2024, el partido liberal FDP dio un golpe de Estado contra su propio gobierno. El entonces ministro de finanzas y miembro de esa formación, Christian Lindner, al planear el golpe de efecto que tendría su renuncia, su “Día D” [1] tal vez sintió que seguía los pasos del también ex ministro de Economía y liberal Otto Graf Lambsdorff. Este último, en 1982, al igual que Lindner 42 años después, exigió medidas de austeridad en medio de una disputa presupuestaria dentro de una coalición de gobierno con el SPD. El entonces canciller Helmut Schmidt (SPD) se sintió obligado a poner fin a la cooperación con el FDP. A esto siguió un voto de censura que terminó llevando al poder a Helmut Kohl (CDU).

Esa había sido la única vez, desde la fundación de la República Federal de Alemania en la posguerra, que una alianza de gobierno se rompió prematuramente. Pero es lo que volvió a ocurrir ahora con la “Coalición del semáforo”. Willy Brandt (1972) y Gerhard Schröder (2005) pusieron fin a sus gobiernos debido a la debilidad de su propio partido, el SPD. Los cuatro gobiernos mencionados fracasaron en situaciones convulsivas, pero nunca como ahora hubo tanta incertidumbre sobre el futuro. Helmut Kohl condujo al capital de Alemania Occidental al mayor triunfo de la posguerra cuando se apropió de Alemania Oriental. Hoy, el país se encuentra en una situación totalmente opuesta, de declive. Trump está por asumir y amenaza con aranceles punitivos, Putin quiere imponer su control sobre Europa del Este, y la industria automotriz, pieza central de la economía alemana, está sumida en una profunda crisis.

El final del gobierno de Scholz no abre el camino a una estrategia que vuelva a poner al capital alemán en la senda de la victoria. Más bien es un signo de la falta de rumbo del régimen. Su indecorosa desaparición fue una partida aplazada que se extendió por meses, en la que, al final, Christian Lindner hizo saltar por los aires las convenciones de cualquier tipo de comportamiento “responsable”; un síntoma del estado del régimen de partidos. El callejón sin salida estratégico de la burguesía ha convertido el final de la coalición del “Semáforo” en la crisis de gobierno más grave de la historia de la República Federal de Alemania hasta la fecha.

2. De momento, la política exterior alemana solo será una reacción de contragolpe a lo que se decida en otros lados

No podía haber habido un día más cargado de simbología para el final del gobierno: en la mañana del 6 de noviembre, quedaba claro que Donald Trump volvería a ser presidente de Estados Unidos. Por la tarde, ya era evidente que Alemania afrontaría su mandato con un Gobierno diferente. Trump intentará iniciar un proceso de paz en Ucrania. Se avecina un compromiso muy desfavorable para Alemania. Una posible salida a la guerra sería que Ucrania aceptara importantes pérdidas de territorio y quedara muy dependiente de la asistencia económica y militar europea tras la retirada de EEUU. Alemania podría verse obligada a mantener la seguridad de Ucrania con sus propias fuerzas armadas, a un alto costo y con el riesgo de un enfrentamiento directo con Rusia.

Un escenario alternativo podría ser que el proceso de paz fracase y la guerra continúe. Alemania podría verse aún más involucrada en la guerra, posiblemente suministrando misiles Taurus. Si EEUU se retira, la carga de la guerra podría recaer aún más sobre Europa. Sería extremadamente cuestionable que Ucrania pudiera incluso resistir militarmente en estas condiciones. Una victoria de Putin tendría consecuencias catastróficas para la estabilidad de Europa del Este y del orden internacional que actualmente sigue liderando Occidente.

La política exterior del gobierno alemán que se vaya a formar tras las elecciones, bajo cualquier combinación de partidos, no se decidirá principalmente en Berlín, sino que tendrá que reaccionar ante lo que se dictamine, principalmente, en Washington, Pekín y Moscú. Las instituciones internacionales en las que Alemania se ha apoyado hasta ahora, como la ONU, la OMC y la OTAN, también se debilitarán aún más bajo el mandato de Trump. No se puede esperar que haya un diálogo respetuoso con Trump. Elon Musk incluso se anima a interferir en la política interna alemana llamando a votar a la extrema derecha, la AfD.

La situación de la política exterior casi no permite a Alemania desempeñar un papel de liderazgo en Europa. En noviembre, el presidente de Polonia, Donald Tusk, propuso una “coalición de voluntarios” junto con el Reino Unido, Francia, los países bálticos y los escandinavos para apoyar a Ucrania. Dejó a Alemania fuera de la ecuación. Alemania también perdió recientemente en la votación sobre los aranceles europeos de protección contra los automóviles chinos. Las disputas nacionales a pequeña escala no fortalecerán precisamente a la UE, para regocijo de los otros grandes actores.

3. El trumpismo se extiende a Alemania

Olaf Scholz llama a su rival en forma despectiva “Fritze Merz”. Este le devuelve la gentileza y considera al aún canciller como una persona “vergonzosa”; la AfD no deja pasar una sesión sin despotricar beligerantemente: desde que los debates en el Bundestag se han vuelto más ásperos, muchos ven peligrar la “cultura democrática”. Sin embargo, la llegada del trumpismo a Alemania no es principalmente una cuestión de estilo; son los profundos cambios políticos los que están haciendo que las formas sean más ásperas.

La primera administración de Trump fue un débil bonapartismo: un intento de superar la crisis de unos Estados Unidos en declive con una forma de gobierno autoritaria centrada en la figura de Trump. Este ahora afronta su segundo mandato. La hegemonía del imperialismo estadounidense está hoy aún más profundamente cuestionada que en 2016, mientras que, al mismo tiempo, las fuerzas que podrían limitar a Trump en su ejercicio directo del poder han menguado. Con el nombramiento de Elon Musk en un cargo gubernamental como máximo “desregulador del Estado”, Trump ha declarado la guerra a aquellos funcionarios que se atrevan a encauzar sus políticas en el marco de carriles más ordenados.

Es algo más que una bravata de campaña electoral cuando el principal candidato del FDP, Christian Lindner, dice que hay que “atreverse a ser más como Musk”, cuando el ex ministro de Salud, Jens Spahn, busca congraciarse de forma rastrera con el congreso del Partido Republicano y el secretario general de la CDU, Carsten Linnemann, declara que Trump es un modelo a seguir para la campaña electoral de su partido. El gobernador socialcristiano de Bavaria, Markus Söder, y su socio, el vicegobernador Hubert Aiwanger, asestaron un buen golpe a los Verdes en 2023 con su propaganda barata y demagógica contra la ley de ahorro energético y de utilización de energías renovables (conocida como Heizungsgesetz, o “ley sobre calefacción”). Desde entonces, los golpes bajos de los conservadores demócratas cristianos y socialcristianos son cada vez más frecuentes. El tono diplomático de la época de Merkel decididamente pasó de moda. Hasta ahora, este declive de la cultura política alcanzó su clímax con el reciente golpe que puso fin a la coalición de gobierno a manos de Lindner, quien ahora quiere modelar el perfil de su partido, el FDP, en base a una política extrema de recortes presupuestarios calcada de la “motosierra” del presidente argentino, Javier Milei.

Como ya ocurriera a partir del nombramiento de Nancy Faeser (SPD) como ministra del Interior, la lucha contra el “extremismo” se convertirá probablemente en un pilar central del próximo gobierno. Esto incluye la persecución policial y judicial contra los militantes de izquierda y los activistas de la solidaridad con Palestina, y la ampliación de los aparatos de vigilancia. Las autoridades han hecho caso omiso en repetidas ocasiones de la libertad de reunión, en particular contra el movimiento palestino. Tampoco han respetado la ley en materia de asilo, por ejemplo introduciendo controles fronterizos que violan la legislación europea.

Por otro lado, los partidos “de centro” [2] están debatiendo prohibir a la AfD. Es significativo que se esté considerando el instrumento más autoritario de que dispone el Estado en nombre de la protección de la democracia. Si, por un lado, la AfD está experimentando una integración en el régimen, por el otro debe ser disciplinada con la amenaza de una prohibición. De este modo, el aparato del Estado se está blindando mientras avanza más hacia la derecha. Es una tarea de la juventud y del movimiento obrero aplastar a la AfD, sus estructuras y su ideología. Los partidos establecidos no asumirán esta tarea; están demasiado atrapados en la lógica de la AfD como para poder combatirla eficazmente.

La amenaza de recortes, las tendencias autoritarias y la política de fronteras racista demuestran que el trumpismo ya no solo tiene sus partidarios en las filas de la AfD. Es decir, el bonapartismo aún no ha llegado a Alemania, pero las tendencias van en aumento. La versión local del America First es la exigencia de que Alemania debe ser más independiente. Esto se puede ver incluso en las felicitaciones a Trump por su victoria de parte del acérrimo “intervencionista” en política exterior Friedrich Merz, quien dijo que Alemania debe “llegar a ser capaz de hacer política global por sí misma”.

4. Merz no puede resolver la crisis

Esta pretensión de una nueva política alemana de gran potencia tiene estrechos límites, en primer lugar, en términos militares (hablaremos sobre esto en el punto 5). Pero sobre todo debido a la profundidad de su crisis estructural. Friedrich Merz promete un “cambio de política para Alemania”. Los conservadores, la AfD y, más recientemente, el FDP han criticado al Gobierno de Scholz por gestionar mal la economía, frenando a las empresas con sus elevados impuestos, sus costos energéticos y su burocracia.

Esto es precisamente lo que Merz quiere abordar. El programa electoral de la CDU incluye exigencias de reducción de impuestos para las empresas y una política migratoria aún más estricta (en el punto 6 hablaremos sobre esto). Merz quiere ensayar una vuelta a la utilización de la energía nuclear, así como el mantenimiento de los motores a combustión. Los ataques más duros podrían venir contra los beneficiarios de los subsidios por desempleo. La CDU/CSU quiere suprimirlos y sustituirlos por un subsidio mínimo a la pobreza mucho más estricto. Con ello dice querer ahorrar decenas de miles de millones de euros, pero cabe preguntarse hasta qué punto es realista.

El programa de la CDU se basa en conceptos neoliberales de los años noventa. Las empresas automotrices y energéticas deben poder seguir obteniendo ganancias reduciendo los costos laborales y los impuestos. Pero esto no significa todavía una modernización de la economía. Hay pocos indicios de cómo será posible ponerse a la altura del liderazgo tecnológico de China y EE.UU., de cómo será posible mantener el modelo de dependencia de las exportaciones o sustituirlo por un nuevo modelo.

En estas condiciones, será difícil para Alemania mantener un papel de liderazgo en Europa, que siempre se ha mantenido sobre bases sólidas desde la crisis de la deuda soberana y del euro a principios de la década de 2010 y que ha sido seriamente cuestionado por derecha desde 2015 con la crisis migratoria. El ascenso de la AfD, y ahora también de la BSW, es una prueba de este problema. En el peor de los casos, ambos partidos podrían ocupar casi un tercio de las bancas en el próximo Bundestag y ser una fuente constante de malestar. Las dificultades para formar gobiernos regionales en el Este de Alemania como resultado de las elecciones locales que se llevaron a cabo en 2024, con el gran crecimiento de los votos de la extrema derecha, han dado un anticipo de que el país será aún menos fácil de gobernar en el futuro, ya sea con Merz o con cualquier otro.

Además, es poco probable que las eventuales negociaciones para formar una coalición de gobierno, en caso de que Merz gane las elecciones, se den con tranquilidad. Con sus políticas extremadamente belicistas, los Verdes podrían encajar bien con la CDU, pero la inversión estatal en nuevas industrias desempeña un papel central en los conceptos de los Verdes, que la CDU/CSU solo está dispuesta a apoyar hasta cierto punto. No quiere que los viejos sectores industriales que funcionan en base a combustibles fósiles se encuentren en desventaja competitiva. El SPD ha demostrado muy a menudo que se subordina de buena gana a la CDU/CSU como socio menor, a pesar de todas sus promesas sociales. Sin embargo, la última participación gubernamental de la socialdemocracia durante el gabinete de Merkel estuvo a punto de fracasar debido a la campaña en contra de sectores de la propia organización juvenil socialdemócrata (la Jusos). Queda el FDP, en caso de que este sea lo suficientemente fuerte en el Bundestag como para formar parte de una coalición. Sin embargo, Lindner ha demostrado que no es precisamente el socio más fiable.

5. El “cambio de época” se acelerará

Putin intenta ampliar sus fronteras, Trump no quiere respetar los pactos internacionales. El “derecho del más fuerte” vuelve a convertirse cada vez más en la herramienta de la política internacional. Y Alemania no es fuerte, al menos no militarmente. Desde 1990, las fuerzas armadas, la Bundeswehr, han sufrido pérdidas masivas de personal y equipamiento. En la década de 2000, se transformó en un ejército altamente especializado para misiones en el extranjero en cooperación con aliados.

No obstante, solo está rudimentariamente equipada para una guerra terrestre convencional del tipo de la que ha reaparecido en Ucrania. El número de tanques de la Bundeswehr se ha reducido de 2.400 en 2004 a 340 en 2021. Si antes había casi 1.000 obuses de artillería, ahora hay unos 120. Un estudio del Instituto de Economía Mundial de Kiel afirma que la Bundeswehr solo estará preparada para la guerra dentro de 100 años si el rearme continúa al ritmo actual.

Pero es precisamente esta capacidad militar la que vuelve a convertirse en una categoría central para hacer valer los propios intereses en este orden mundial convulsionado. La “falla” decisiva del gobierno Scholz fue no haber conseguido acelerar masivamente el rearme a pesar del “cambio de época”.

A pesar de este gasto y de las amplias campañas publicitarias, la realidad es que el número de soldados de la Bundeswehr ha descendido con respecto a 2021. La mayoría de los alemanes está a favor de aumentar el número de tropas, pero solo muy pocos quieren ir ellos mismos. A pesar del cambio de la situación mundial, el pacifismo individual no es algo que pueda erradicarse fácilmente de las mentes alemanas. E incluso entre los políticos de alto rango y los altos mandos militares, el pensamiento estratégico se ha adormecido en las últimas décadas, como ha criticado el politólogo Herfried Münkler.

Hacer que Alemania esté “preparada para la guerra” será la principal prioridad del próximo gobierno. Esto incluye el desarrollo de la industria de defensa para producir grandes cantidades de equipos, armas y municiones. Sin embargo, el mayor reto reside en reestructurar la industria con sus interdependencias internacionales, alejándose de los fabricantes de armas altamente especializadas que solo producen pequeñas cantidades y acercándose a la producción industrial en masa. También es probable que se modifique la restricción de tomar deuda para poder realizar las inversiones necesarias.

Debería reintroducirse gradualmente el servicio militar para el reclutamiento de personal. Sin embargo, actualmente no existen las estructuras necesarias para integrar de golpe en el ejército a decenas o incluso cientos de miles de nuevos reclutas.

6. El racismo y la criminalización aumentarán

El obstáculo decisivo para una militarización más amplia no es en primer lugar conseguir el dinero necesario. Es la indiferencia, en algunos casos incluso el rechazo abierto, que experimenta el rearme en la sociedad. Por primera vez desde el movimiento contra la guerra de Vietnam, ha surgido una vanguardia juvenil en la forma de una corriente de solidaridad con Palestina, que expresa abiertamente en público su repulsa ante los crímenes imperialistas.

Es pequeña en número. Pero su preocupación central, que consiste en rechazar el genocidio que cuenta con el apoyo de Alemania, goza de gran simpatía entre la población. La difamación y represión contra el movimiento, con restricciones a veces absurdas de la libertad de expresión y reunión, cumple por tanto un propósito estratégico: legitimar la política exterior imperialista mediante mentiras infundadas, causas penales y palos.

El gobierno democristiano - socialdemócrata de la ciudad de Berlín desempeña un papel de vanguardia en la lucha contra la población inmigrante. Aquí se combinan el racismo antimusulmán, la deportación y la represión contra la solidaridad con Palestina. Si los partidos, desde los Verdes hasta la AfD, están de acuerdo en que son necesarias muchas más deportaciones, es porque consideran que los jóvenes inmigrantes árabes y musulmanes, en particular, son un riesgo para la seguridad del Estado: se trata de un sector que sufre la precarización por encima de la media de la población, que siempre ha estado marginado a causa del racismo y que, por cuestiones de su propio recorrido vital y relaciones familiares, rechaza resueltamente las políticas imperialistas en Oriente Próximo.

Para el régimen alemán es de importancia estratégica separar a estos sectores de la población de los migrantes laborales “útiles”, forzarlos a la pasividad política, negarles el derecho al voto, tacharlos como gente peligrosa que comete crímenes violentos o incluso deportarlos. La principal cantera de votos de la AfD en su momento era la desconfianza general hacia las personas de origen árabe. Hoy en día, esto ya ha permeado profundamente el centro político y ha encontrado su expresión socialchovinista en la BSW.

A pesar del endurecimiento de las normas de asilo, el gobierno de Scholz había tenido, al menos retóricamente, un doble discurso de “apertura al mundo”. Con Friedrich Merz, sin embargo, el racismo podría convertirse en doctrina no oficial del Estado. Su actitud hacia los “pequeños pashas” marcaría entonces la pauta, incluyendo un mayor endurecimiento de las leyes de asilo, recortes en las prestaciones, controles fronterizos y represión contra los inmigrantes, por ejemplo, con la renovada criminalización del cannabis.

7. La crisis de la industria automotriz: cada vez más necesario hacer huelgas

Los negociadores de la patronal de Volkswagen (VW) y del sindicato IG Metall se reunieron recientemente durante tres días en un hotel para discutir los recortes de personal. El resultado: de momento no se ha anunciado el cierre de ninguna planta, pero los centros de Dresde y Osnabrück siguen amenazados. La reducción de 35.000 puestos de trabajo para 2030 y los recortes salariales también representan una derrota mal disimulada.

Para ambas partes, una cosa era evidentemente primordial: organizar el desmantelamiento de la capacidad de producción de tal forma que los trabajadores no se les vinieran encima. Una huelga de advertencia de dos horas sacó a la calle a 100.000 empleados, y por lo menos ya estaba planeada una nueva jornada de huelga. La amenaza de “golpear duro con la huelga” siempre quedó como una opción difusa que la dirección de IG Metall nunca se tomó en serio.

El acuerdo al que llegaron en VW no ha evitado en absoluto la crisis de la industria automotriz. Al contrario: el resultado de las negociaciones forma parte del planteamiento del “sálvese quien pueda” que la dirección del IG Metall ofrece actualmente al sector, como demuestran las cifras de recortes de empleo previstos en las fábricas de automóviles y en las autopartistas solo en Alemania. Unos 2.800 puestos de trabajo están en peligro en Schaeffler, 2.000 en Continental, 3.800 en Bosch, 14.000 en ZF y 2.900 en Ford. El grupo siderúrgico Thyssenkrupp planea suprimir 11.000 empleos.

La crisis es demasiado amplia para afrontarla simplemente con indemnizaciones por despido y jubilaciones anticipadas. La fuerza expansiva de la cuestión es demasiado grande como para que la burocracia del IG Metall asuma riesgos en este asunto. Por lo tanto, cabe suponer que seguirá evitando cualquier lucha en la medida de lo posible. Es poco probable que consiga moderar los recortes masivos de empleo en la industria sin causar demasiado alboroto. Pero las luchas no se producen por sí solas, hay que imponérselas a la burocracia.

En VW, al menos por el momento, la burocracia pudo utilizar el poder que acumuló durante décadas para impedir que se dinamizara la lucha. En otras plantas, que pueden estar situadas en los márgenes de las cadenas de suministro, esto no siempre puede tener éxito. Allí, las estructuras locales de los comités de empresa también podrían desarrollar posiciones y estrategias diferentes a las de la dirección del IG Metall en aras de la autopreservación. Para la izquierda, es importante mantenerse atenta a las oportunidades de abogar por la extensión de las huelgas y que sean los trabajadores de base quienes decidan en las asambleas el rumbo a tomar.

8. En la “batalla cultural”, la lucha de clases está germinando

“¡Más rendimiento, diligencia y puntualidad y menos woke, diversidad y género! Eso hará que nuestro país vuelva a ser fuerte”. Markus Söder presentó lo que para él debería ser el concepto de política gubernamental luego de la ruptura de la coalición de gobierno de Scholz. Desde que Merz se hizo con el timón de la CDU, la “batalla cultural” (Kulturkampf) está a la orden del día. Detrás de este concepto se esconde la restricción de los derechos democráticos de los grupos oprimidos.

El punto de vista conservador es que la sociedad debe volver a su cauce y que hay que limitar la influencia “afeminadora” de lo queer y de la igualdad de derechos. Los nazis se sienten envalentonados por ello y atacaron los desfiles del Orgullo en verano. Imágenes reaccionarias de los roles masculino y femenino ganan cada vez más notoriedad en las redes sociales. Al fin y al cabo, el objetivo es educar a una generación disciplinada para enviarla al frente.

La CDU quiere derogar de inmediato la Ley de Autodeterminación de Género que entró en vigencia en noviembre de 2024 y, luego de que los partidos que aún forman parte de la coalición de gobierno (la socialdemocracia y los verdes) anunciaran que van a presentar un proyecto en el parlamento para la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, la AfD lanzó una contracampaña a favor de más restricciones.

Después de que buena parte de la agenda feminista y de política social quedara prácticamente congelada bajo el mandato de Merkel, muchas de sus reivindicaciones están irrumpiendo hoy en escena. La “Coalición del Semáforo” ha logrado conservar parte de su imagen progresista, al menos en este terreno. No obstante, esto no se debe en absoluto a que haya tenido un éxito rotundo en el tema. El número de femicidios se mantiene en un nivel similar desde hace años, y la brecha salarial de género permanece invariable en el 18%. Las medidas de austeridad están golpeando con especial dureza a los sectores feminizados de la educación, la sanidad y el trabajo social.

Si las miramos teniendo en cuenta que la derecha se está volviendo más agresiva, medidas como la Ley de Autodeterminación de Género y la abolición del artículo 219a del Código Penal [que castigaba la promoción del aborto, introducido bajo el régimen nazi] parecen solo pequeños actos de liberación. Sin embargo, los partidos de centro-izquierda difícilmente podrán preservar los derechos existentes apelando a obtener mayorías en el parlamento. Su estrategia es impotente ante el giro a la derecha.

Aún así, tampoco cabe suponer que las mujeres y las personas queer van a estar dispuestas a renunciar a sus derechos en favor de ideologías conservadoras. Esta cuestión es un motor potencial de nuevas luchas de clases, sobre todo si la lucha contra la opresión se combina con cuestiones sociales, contra la política de ajuste y el rearme.

Aquí es donde entramos nosotros y nuestros candidatos en Berlín y Múnich: mientras la derecha quiere restringir el acceso al aborto, las clínicas de maternidad también se ven afectadas por los cierres, como pasa en Neuperlach, barrio de la ciudad de Múnich. Es por esto que allí nuestra candidata a diputada Leonie Lieb, enfermera obstétrica, hace campaña con un programa por el pleno derecho a la autodeterminación, que va de la mano de la lucha contra la política de austeridad. Las trabajadoras sociales Inés Heider y Franziska Thomas, candidatas en Berlín por el frente electoral que integramos, se organizan de forma similar contra los recortes en su área, algo que afecta especialmente a las familias inmigrantes. Estamos por que las huelgas como las de la educación y la salud se unan a los movimientos sociales y a los derechos de las mujeres y las personas queer. Esto tiene el potencial de que el movimiento no sea solo por el salario, sino también contra las ideas antifeministas de los conservadores y la extrema derecha.

9. No hay lugar para la izquierda moderada de Die Linke

Dado el avance de la derecha y los ataques que se vienen contra las condiciones de vida, ¿no es lógico que un partido de izquierda gane terreno? En efecto, el partido neorreformista Die Linke (“La Izquierda”) ha experimentado un aumento de varios miles de afiliados desde su ruptura en octubre de 2023 con quien fuera su principal figura pública (que hoy coquetea con las posiciones de la extrema derecha), Sahra Wagenknecht. Sin embargo, esto no se refleja en las intenciones de voto. Las posibilidades de alcanzar el umbral del 5% que se necesita para acceder al parlamento son escasas. Con todo, Die Linke apuesta a lo que ha dado en llamar Mission Silberlocke [algo así como “la misión de los canosos”…], es decir, que otra vez los más veteranos dirigentes del partido salven la ropa: Dietmar Bartsch, Gregor Gysi y Bodo Ramelow, tres representantes del ala derecha de la organización, esperan entrar en el Bundestag sorteando la cláusula restrictiva del 5% mediante la obtención de tres mandatos directos [3].

Pero, aun si lo llegaran a conseguir, tienen un problema: con el nuevo partido de Sahra Wagenknecht (la BSW), les surgió una organización que compite con ellos y que tiene como figura principal a alguien con un perfil social que se percibe como mucho más creíble. Además, el SPD también está haciendo mucho hincapié en las cuestiones sociales en su campaña electoral. Así y todo, tienen a favor que la BSW es chovinista y defiende un programa económico que se preocupa más por el Mittelstand, es decir, por los pequeños y medianos empresarios y las capas altas de la pequeñoburguesía, que por los trabajadores. Y el SPD ya no es visto por mucha gente como un partido de las mayorías trabajadoras.

Pero el SPD al menos puede generar esperanzas de que dará a un gobierno liderado por Merz un manto social que amortigüe los peores excesos de este político democristiano multimillonario que fue parte del directorio del fondo buitre Blackrock. En lo que respecta al partido de Sahra Wagenknecht, este refleja las esperanzas en una política de paz a la que Die Linke ha renunciado con formulaciones difusas.

En un mundo de creciente confrontación de bloques, es grande la presión sobre los partidos de izquierda para que se alineen con alguno de los bandos. Die Linke también se está adaptando al imperialismo occidental: ya ninguna de sus figuras exige la disolución de la OTAN. En su último congreso, el partido en gran medida pasó por alto cuestiones delicadas como Ucrania y Gaza para disimular sus divisiones internas. Recientemente, incluso echó del partido al activista Ramsis Kilani por su apoyo a Palestina.

De este modo, la nueva dirección del partido prefirió hacer hincapié en la importancia de las cuestiones sociales. Con su política sobre la cuestión de los alquileres, asesoramiento social y trabajo en los barrios, Die Linke quiere reposicionarse como un partido que se preocupa por lo social. Al hacerlo, sigue el ejemplo del otrora estalinista Partido Comunista de Austria (KPÖ), organización que recientemente tuvo un importante éxito electoral, con un discurso que también podría acercarlo a la escisión que recientemente ocurrió en la juventud del Partido Verde. Con figuras de izquierda como Nam Duy Nguyen en Leipzig o Ferat Koçak en Berlín-Neukölln, podría llegar a desarrollar un atractivo local.

Entonces, a pesar de sus debilidades, ¿todavía hay esperanza en Die Linke? Este partido no desaparecerá de escena así nomás. No obstante, debido a su indecisión y su adaptación en cuestiones clave de política exterior y económica, no está en condiciones de formular una visión de otro tipo de sociedad. Y, en particular, es incapaz de desarrollar una perspectiva de lucha para la clase obrera.

Durante el conflicto de VW, por ejemplo, algunos miembros de la dirección de Die Linke exigieron correctamente que no se cerraran plantas ni se eliminaran puestos de trabajo. Pero luego pidieron al gobierno federal que le pagara a la empresa subsidios para la reconversión hacia la producción de coches eléctricos. En lugar de expropiar a los capitalistas, querían subvencionarlos. No plantearon la demanda de huelga, el medio más importante para que los trabajadores actuaran siendo conscientes de sus propias fuerzas y de manera independiente.

Die Linke no tiene cabida en el espectro político. No se trata de una afirmación malintencionada, sino simplemente de la constatación de que la crisis está reduciendo las posibilidades de los planteamientos reformistas, especialmente con la competencia del SPD y de la BSW. Por otra parte, el plan de limitarse simplemente a la política barrial descuida la construcción de una oposición seria contra el gobierno y el giro a la derecha.

10. Se abre la ventana para una reestructuración de la izquierda radical

En los puntos anteriores hemos intentado demostrar que no estamos ante una crisis “habitual” del sistema político. Estamos en medio de trastornos fundamentales en las estructuras políticas, económicas y sociales como parte de una crisis global del capitalismo. Las viejas certezas están siendo cuestionadas. La búsqueda de respuestas entre amplios sectores de la población es cada vez más urgente. Ninguno de los grandes partidos está en condiciones de ofrecer una salida para un futuro mejor. En el mejor de los casos, hacen hincapié en la defensa del statu quo con la ayuda de la policía y el rearme del ejército.

Hasta ahora, la izquierda radical ha podido utilizar poco los tiempos convulsivos. Se podría pensar que las respuestas anticapitalistas en tiempos de crisis tendrían que ser más capaces de ligarse a la gente, y hasta cierto punto lo son. En nuestra opinión, la debilidad de la izquierda radical reside en sí misma y no en las circunstancias externas. A día de hoy, muchas organizaciones se aferran a Die Linke, que a los ojos de la mayoría no tiene ninguna alternativa que ofrecer, un partido que combina dentro de sus filas a gente honesta de izquierda junto con sionistas y funcionarios de diversas áreas de gobiernos locales.

No es que nos neguemos simplemente a trabajar dentro de Die Linke por razones tácticas, porque el partido esté en crisis. Más bien, creemos que es necesario que los sectores más progresistas de los trabajadores y los oprimidos construyan su propia fuerza que pueda actuar como una alternativa intransigente a los partidos existentes. En nuestra opinión, permanecer en Die Linke es un obstáculo en este camino.

Pensamos que en la situación política actual hay sin duda espacio para una fuerza de este tipo que sea capaz de impulsar hasta el final una vía alternativa a las direcciones sindicales y para dirigir consecuentemente las huelgas. Una fuerza que impulse los movimientos sociales y los conecte con el movimiento obrero. Una fuerza que en los medios de comunicación y en el parlamento denuncie sistemáticamente las maquinaciones del gobierno y de los capitalistas. Una fuerza que vuelva a hacer atractiva la idea del socialismo a los ojos de las masas. Una fuerza que eduque el pensamiento estratégico de la vanguardia para que no solo podamos luchar, sino ganar.

Nuestras candidaturas al Bundestag pretenden ser un medio para contribuir a emprender este camino. No creemos que de RIO/Klasse gegen Klasse vaya a surgir por sí solo un partido revolucionario. Por ello, nos presentamos en una alianza electoral junto con la RSO (Organización Socialista Revolucionaria) para intentar demostrar que las organizaciones de izquierda pueden ponerse de acuerdo en campañas conjuntas, y que levantando abiertamente las ideas socialistas pueden ganarse el interés y organizar a los jóvenes y a los trabajadores.

Las candidaturas de las trabajadoras sociales Franziska Thomas e Inés Heider en Berlín y de la enfermera obstétrica Leonie Lieb en Múnich buscan crear una oportunidad para hablar a sectores del movimiento obrero a los que aún no hemos llegado: como activistas contra los recortes y los cierres, están abordando cuestiones que afectan a millones de personas en todo el país.

Las candidaturas también tratan de contribuir a entablar un diálogo con los sectores más progresistas del movimiento feminista, del movimiento juvenil y del movimiento por Palestina. Para impulsarlos, es necesario ligarlos con el movimiento obrero. Queremos reforzar la autoorganización en las escuelas, las universidades, los lugares de trabajo y los barrios y contribuir así a poner en pie un contrapoder que pueda defenderse de los ataques del futuro gobierno.


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NOTAS AL PIE

[1Nota del traductor: Según se filtró en los medios, desde hacía meses que, bajo ese nombre, estaba planificada teatralmente la renuncia del ministro de Economía.

[2N. del T: Vale decir, todos los partidos salvo los que son considerados como los “extremos” por derecha (AfD) o por izquierda (Die Linke) o una combinación de ambos “extremos” (BSW).

[3N. del T: Para más referencias, ver Cláusula del mandato básico
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Marius Rabe

Miembro de ver.di (Sindicato Unidos de Servicios) y redactor de Klasse gegen Klasse, Münich, Alemania.