Cálculo
COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus SARS-CoV-2, el segundo virus de síndrome respiratorio agudo severo (SARS) desde 2002, ahora es oficialmente una pandemia. Ya a fines de marzo, ciudades enteras están refugiadas en su sitio y, uno por uno, los hospitales se están iluminando en un embotellamiento médico provocado por las oleadas de pacientes.
China, su brote [outbreak] inicial de contracción, actualmente respira con más facilidad [1]. Corea del Sur y Singapur también. Europa, especialmente Italia y España, pero cada vez más otros países, ya se dobla bajo el peso de las muertes aún al comienzo del brote. América Latina y África recién ahora comienzan a acumular casos, algunos países preparándose mejor que otros. En los Estados Unidos, un referente, al menos por ser el país más rico de la historia del mundo, el futuro cercano parece sombrío. El brote no está programado para alcanzar su punto máximo en Estados Unidos sino hasta mayo y los trabajadores de la salud y los visitantes del hospital ya están peleando a puñetazos por el acceso al suministro, decreciente, de equipos de protección personal [2]. Las enfermeras, a quienes los Centros para el Control y Protección de Enfermedades (CDC, sus siglas en inglés) han recomendado terriblemente usar pañuelos y bufandas como máscaras, ya han declarado que “el sistema está condenado” [3].
Mientras tanto, la administración de EE.UU. continúa sobrepujando a los estados individuales en licitaciones por equipos médicos básicos que se negó a comprarles en primer lugar. También ha anunciado una ofensiva en las fronteras como intervención de salud pública, mientras el virus se desata en el interior del país [4].
Un equipo de epidemiología en el Imperial College proyectó que la mejor campaña de mitigación, achatando la curva de acumulación de casos trazada poniendo en cuarentena los casos detectados y distanciando socialmente a los ancianos, dejaría aún a los Estados Unidos con un 1.100.000 muertos y una carga de casos de ocho veces el total de camas de terapia intensiva del país [5]. La supresión de la enfermedad, buscando terminar con el brote, llevaría la salud pública más lejos, hacia una cuarentena de casos (y sus familiares) y un distanciamiento social de toda la comunidad, incluido el cierre de instituciones, al estilo de China. Eso bajaría a los Estados Unidos a un rango proyectado de alrededor de 200.000 muertes.
El grupo del Colegio Imperial estima que una campaña exitosa de supresión tendría que llevarse a cabo durante al menos dieciocho meses, acarreando una sobrecarga en contracción económica y el desmoronamiento de los servicios comunitarios. El equipo propuso balancear las demandas de control de la enfermedad y de la economía alternando la activación y desactivación de la cuarentena comunitaria, gatilladas según se supere o no un nivel establecido de camas de terapia intensiva ocupadas.
Otros modeladores lo han rechazado. Un grupo liderado por Nassim Taleb, autor del famoso Cisne Negro, declara que el modelo del Imperial College no incluye el rastreo de contactos y el monitoreo puerta a puerta [6]. Su contrapunto omite que el brote ha superado la voluntad de muchos gobiernos de levantar ese tipo de cordón sanitario. No será hasta que el brote comience a disminuir cuando muchos países verán tales medidas, con suerte con una prueba funcional y precisa, como apropiadas. Como dijo un ingenioso: “El coronavirus es demasiado radical. Estados Unidos necesita un virus más moderado al que podamos responder de forma gradual” [7].
El grupo de Taleb señala la negativa del equipo del Imperial College a investigar bajo qué condiciones el virus puede ser llevado a la extinción. Tal erradicación no significa cero casos, sino el suficiente aislamiento para que los casos individuales no produzcan nuevas cadenas de infección. En China, solo el 5 por ciento de los susceptibles en contacto con un caso se infectaron posteriormente. En efecto, el equipo de Taleb aboga por el programa de supresión de China, yendo todo lo suficientemente rápido como para llevar el brote a la extinción sin entrar en un baile maratónico alternando entre controlar la enfermedad y asegurar que no haya escasez de mano de obra en la economía. En otras palabras, el enfoque estricto (e intensivo en recursos) de China libera a su población del secuestro de meses, o incluso años, en el que el equipo del Imperial recomienda que participen otros países.
El epidemiólogo matemático Rodrick Wallace, uno de nosotros, patea completamente el tablero de modelado. Las emergencias del modelado, por necesarias que sean, eluden cuándo y dónde comenzar. Las causas estructurales son parte de la emergencia. Incluirlas nos ayuda a descubrir la mejor manera de responder más allá de simplemente reiniciar la economía que produjo el daño. “Si los bomberos reciben suficientes recursos”, escribe Wallace,
en condiciones normales, la mayoría de los incendios pueden ser contenidos, con mayor frecuencia, con bajas y destrucción de la propiedad mínimas. Sin embargo, esa contención depende críticamente de una empresa mucho menos romántica, pero no menos heroica: los esfuerzos regulatorios persistentes y continuos que limitan el peligro de las construcciones mediante el desarrollo y la aplicación del código, y que también aseguran que se suministren los recursos de lucha contra el fuego, saneamiento y preservación de construcciones a todos en los niveles necesarios...
El contexto cuenta para la infección pandémica, y las estructuras políticas actuales que permiten a las empresas agrícolas multinacionales privatizar las ganancias al tiempo que externalizan y socializan los costos, deben estar sujetas a la "aplicación del código" que reinternaliza esos costos si se quiere evitar una pandemia verdaderamente mortal en el futuro cercano [8].
El fracaso en prepararse y reaccionar ante el brote no comenzó en recién en diciembre, cuando los países de todo el mundo respondieron mal una vez que COVID-19 se derramó desde Wuhan. En los Estados Unidos, por ejemplo, no comenzó cuando Donald Trump desmanteló el equipo de preparación para pandemias de su equipo de seguridad nacional o dejó sin cubrir setecientos puestos de los CDC [9]. Tampoco comenzó cuando los federales no actuaron sobre los resultados de una simulación de pandemia de 2017 que mostraba que el país no estaba preparado [10]. Ni cuando, como se indicó en un titular de Reuters, Estados Unidos “eliminó el trabajo de expertos del CDC en China meses antes del brote del virus", aunque perder el contacto directo temprano de un experto estadounidense en el terreno en China ciertamente debilitó la respuesta de EE.UU. Tampoco comenzó con la desafortunada decisión de no usar los kits de prueba ya disponibles proporcionados por la Organización Mundial de la Salud. De conjunto, los retrasos en la información temprana y la falta total de pruebas serán sin duda responsables de muchas, probablemente miles, de vidas perdidas [11].
En realidad, las fallas se programaron hace décadas, ya que los bienes comunes compartidos de la salud pública fueron descuidados y monetizados simultáneamente [12]. Un país capturado por un régimen de epidemiología individualizada, just-in-time, una contradicción absoluta, con camas de hospital y equipos apenas suficientes para las operaciones normales, es, por definición, incapaz de reunir los recursos necesarios para buscar un nivel de supresión como el de China.
Siguiendo el punto del equipo de Taleb sobre modelos de estrategias en términos más explícitamente políticos, el ecologista de enfermedades Luis Fernando Chaves, otro coautor de este artículo, hace referencia a los biólogos dialécticos Richard Levins y Richard Lewontin coincidiendo en que “dejar que los números hablen” solo enmascara todos los supuestos incorporados de antemano [13]. Modelos como el estudio del Imperial College limitan explícitamente el alcance del análisis a preguntas estrechamente enmarcadas a medida dentro del orden social dominante. Por diseño, no logran capturar las fuerzas más amplias del mercado que impulsan los brotes y las decisiones políticas subyacentes a las intervenciones.
Conscientemente o no, las proyecciones resultantes ubican el asegurar la salud para todos en un segundo lugar, incluidos los miles de personas más vulnerables que serían asesinadas si un país alternara entre el control de enfermedades y la economía. La visión foucaultiana de un Estado que actúa sobre una población en sus propios intereses representa solo una actualización, aunque más benigna, del impulso malthusiano por la inmunidad colectiva que propuso el gobierno británico Tory y ahora los Países Bajos: dejar que el virus arda a través de la población sin impedimentos [14]. Hay poca evidencia más allá de una esperanza ideológica de que la inmunidad colectiva garantizaría detener el brote . El virus puede evolucionar fácilmente desde abajo de la capa inmunitaria de la población.
Intervención
¿Qué se debe hacer en su lugar? En primer lugar, debemos entender que, al responder a la emergencia de la manera correcta, seguiremos participando tanto de la necesidad como del peligro.
Necesitamos nacionalizar los hospitales como lo hizo España en respuesta al brote [15]. Necesitamos sobrecargar el testeo en volumen y tiempo de respuesta como lo ha hecho Senegal [16]. Necesitamos socializar los productos farmacéuticos [17]. Debemos garantizar el derecho a reparar ventiladores y otras maquinarias médicas [18]. Necesitamos comenzar a producir en masa cócteles de antivirales como remdesivir y cloroquina antimalárica de la vieja escuela (y cualquier otro medicamento que parezca prometedor) mientras realizamos ensayos clínicos para comprobar si funcionan más allá del laboratorio [19]. Se debe implementar un sistema de planificación para (1) obligar a las empresas a producir los ventiladores y equipos de protección personal necesarios que requieren los trabajadores de la salud y (2) priorizar su asignación a los lugares con mayores necesidades.
Debemos establecer un cuerpo pandémico masivo para proporcionar la fuerza de trabajo, desde la investigación hasta la atención, que se acerque al orden de demanda que nos impone el virus (y cualquier otro patógeno por venir). Hacer coincidir el número de casos con el número de camas de terapia intensiva, el personal y el equipo necesarios para que la supresión pueda cerrar la brecha numérica actual. En otras palabras, no podemos aceptar la idea de simplemente sobrevivir al ataque aéreo en curso de COVID-19 solo para regresar más tarde al rastreo de contactos y al aislamiento de casos para llevar el brote por debajo de su umbral. Debemos contratar a suficientes personas para identificar el COVID-19 casa por casa en este momento y equiparlas con el equipo de protección necesario, como máscaras adecuadas. En el camino, necesitamos suspender una sociedad organizada en torno a la expropiación, desde los propietarios hasta las sanciones sobre otros países, para que las personas puedan sobrevivir tanto a la enfermedad como a su cura.
Sin embargo, hasta que se pueda implementar un programa de este tipo, la gran población queda en gran parte abandonada. Aun cuando debe ejercerse una presión continua sobre los gobiernos recalcitrantes, en el espíritu de una tradición, en gran parte perdida, de organización proletaria que se remonta 150 años atrás, las personas comunes que puedan deberían unirse a grupos de ayuda mutua emergentes y brigadas de vecinos [20]. El personal profesional de salud pública que los sindicatos puedan liberar deberían entrenar a estos grupos para evitar que los actos de bondad propaguen el virus.
La insistencia en que incorporemos los orígenes estructurales del virus en la planificación de emergencia nos ofrece una clave para avanzar en cada paso hacia la protección de las personas antes de las ganancias.
Uno de los muchos peligros radica en la normalización de la “locura de remate” [batshit crazy] actualmente en curso, una caracterización fortuita dado el síndrome que sufren los pacientes: la proverbial [en idioma inglés] mierda de murciélago en los pulmones. Necesitamos retener el shock que recibimos cuando descubrimos que otro virus del SARS emergió de sus refugios de vida silvestre y en cuestión de ocho semanas se extendió por toda la humanidad [21]. El virus surgió en un extremo regional de una línea de suministro de alimentos exóticos, desatando con éxito una cadena de infecciones de humano a humano en el otro extremo en Wuhan, China [22]. Desde allí, el brote se difundió localmente y saltó hacia aviones y trenes, extendiéndose por todo el mundo a través de una red estructurada por conexiones de viaje y descendió jerárquicamente desde ciudades más grandes a más pequeñas [23].
Además de describir el mercado de alimentos silvestres en el orientalismo típico, se ha dedicado poco esfuerzo a las preguntas más obvias. ¿Cómo llegó el sector de alimentos exóticos a una posición en la que podría vender sus productos junto con el ganado más tradicional en el mercado más grande de Wuhan? Los animales no se vendían en la parte trasera de un camión o en un callejón. Pensemos en los permisos y pagos (y la desregulación de los mismos) involucrados [24]. Mucho más allá de la pesca, la comida silvestre es un sector cada vez más formalizado en todo el mundo, cada vez más capitalizado por las mismas fuentes que sostienen la producción industrial [25]. Aunque de ninguna manera es similar en la magnitud de la producción, la distinción ahora es más opaca.
La geografía económica superpuesta se extiende desde el mercado de Wuhan hasta el interior, donde se cultivan alimentos exóticos y tradicionales mediante operaciones que bordean el filo de una jungla en contracción [26]. A medida que la producción industrial invade lo último del bosque, las operaciones de alimentos silvestres deben ir más profundo para elevar sus manjares o asaltar los últimos estantes. Como resultado, el más exótico de los patógenos, en este caso el SARS-2 alojado en murciélagos, encuentra su camino en un camión, ya sea en animales de alimentación o en la mano de obra que los atiende, disparado de un extremo de un circuito periurbano en extensión a otro al otro, antes de impactar en la escena mundial [27].
Infiltración
La conexión conlleva elaboración, tanto para ayudarnos a planificar hacia adelante durante este brote como para comprender cómo la humanidad se metió en una trampa de este tipo.
Algunos patógenos emergen directamente de los centros de producción. Vienen a la mente bacterias transmitidas por los alimentos, como Salmonella y Campylobacter. Pero muchos como COVID-19 se originan en las fronteras de la producción de capital. De hecho, al menos el 60 por ciento de los nuevos patógenos humanos emergen al extenderse desde los animales salvajes a las comunidades humanas locales (antes de que los más exitosos se extiendan al resto del mundo) [28].
Una serie de luminarias en el campo de la ecosalud, algunas financiadas en parte por Colgate-Palmolive y Johnson & Johnson, compañías que impulsan la el filo sangrante de la deforestación liderada por los agronegocios, produjeron un mapa global basado en brotes anteriores a 1940, que indicaba dónde era probable que que surgieran en adelante los nuevos patógenos [29]. Cuanto más cálido sea el color en el mapa, más probable debería ser que surja ahí un nuevo patógeno. Pero al confundir estas geografías absolutas, el mapa del equipo, al rojo vivo en China, India, Indonesia y partes de América Latina y África, omitió un punto crítico. Centrarse en las zonas de brotes ignora las relaciones compartidas por los actores económicos mundiales que moldean las epidemiologías [30]. Los intereses del capital que respaldan los cambios inducidos por el desarrollo y la producción en el uso de la tierra y la aparición de enfermedades en las partes subdesarrolladas del mundo recompensan los esfuerzos que atribuyen la responsabilidad de los brotes a las poblaciones indígenas y sus supuestamente “sucias” prácticas culturales [31]. La preparación de la carne de animales silvestres y los entierros domésticos son dos prácticas culpabilizadas por la aparición de nuevos agentes patógenos. Trazar geografías relacionales, en cambio, convierte de repente a Nueva York, Londres y Hong Kong, fuentes clave del capital global, en tres de los peores puntos críticos mundiales.
Mientras tanto, las zonas de epidemias ya no están organizadas ni siquiera bajo las políticas tradicionales. El intercambio ecológico desigual, que redirige los peores daños de la agricultura industrial al Sur Global, se ha movido de las áreas de despojo imperialista de recursos guiado por el Estado hacia nuevos complejos a través de las escalas y commodities [32]. El agronegocio está reconfigurando sus operaciones extractivistas en redes espacialmente discontinuas lo largo de diferentes escalas territoriales [33]. Una serie de “repúblicas de soja” basadas en multinacionales, por ejemplo, se extienden ahora a través de Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil. La nueva geografía se materializa en los cambios en la estructura de gestión de la empresa, capitalización, subcontratación, sustituciones en la cadena de suministro, arrendamiento y agrupación [pooling] de tierras transnacionales [34]. Al cruzar las fronteras nacionales, estos “países de commodities”, integrados de manera flexible a través de ecologías y fronteras políticas, están produciendo nuevas epidemiologías en el camino [35].
Por ejemplo, a pesar de un desplazamiento general en la población de las áreas rurales mercantilizadas a los barrios marginales urbanos que continúa hoy en todo el mundo, la división rural-urbana que conduce gran parte del debate sobre la emergencia de enfermedades omite la mano de obra destinada a las zonas rurales y el rápido crecimiento de las ciudades rurales en desakotas periurbanas (pueblos de la ciudad) o zwischenstadt (ciudades intermedias). Mike Davis y otros han identificado cómo estos paisajes de nueva urbanización actúan como mercados locales y centros regionales para los productos agrícolas globales que los atraviesan [36]. Algunas de esas regiones incluso se han vuelto “post-agrícolas” [37]. Como resultado, la dinámica de las enfermedades forestales, las fuentes primarias de los patógenos, ya no se limitan solo a las zonas del interior. Sus epidemiologías asociadas se han vuelto ellas mismas relacionales, sentidas a través [FELT ACROSS] del tiempo y el espacio. Un SARS puede encontrarse repentinamente desparramado sobre los humanos en la gran ciudad a solo unos días de haber salido de su cueva de murciélagos.
Los ecosistemas en los que estos virus “salvajes” estaban en parte controlados por las complejidades del bosque tropical se están rediseñando drásticamente por la deforestación liderada por el capital y, en el otro extremo del desarrollo periurbano, por los déficits en la salud pública y el saneamiento ambiental [38]. Mientras que muchos patógenos selváticos, como resultado, se están extinguiendo con sus especies hospedadoras, un subconjunto de infecciones que alguna vez desaparecían relativamente rápido en el bosque, aunque más no sea sea por una tasa irregular de encuentro con sus especies hospederas típicas, ahora se propagan a través de poblaciones humanas cuya a la vulnerabilidad a las infecciones a menudo se ve exacerbada en las ciudades por los programas de austeridad y regulaciones corruptas. Incluso frente a las vacunas eficaces, los brotes resultantes se caracterizan por una mayor extensión, duración e impulso. Lo que antes eran desbordamientos locales ahora son epidemias que se abren camino a través de las redes mundiales de viajes y comercio [39].
Por este efecto de paralaje, solo por un cambio en el entorno ambiental, los viejos estandartes como el Ébola, el Zika, la malaria y la fiebre amarilla, que evolucionaron relativamente poco, se convirtieron en amenazas regionales [40]. De repente han pasado de extenderse a aldeanos remotos de vez en cuando para infectar a miles en las ciudades capitales. En algo de la otra dirección ecológica, incluso los animales salvajes, habitualmente reservorios de enfermedades de larga data, están sufriendo un retroceso. Con sus poblaciones fragmentadas por la deforestación, los monos nativos del Nuevo Mundo susceptibles a la fiebre amarilla de tipo salvaje, a la que habían estado expuestos durante al menos cien años, están perdiendo su inmunidad colectiva y muriendo de a cientos de miles [41].
Expansión
Si, solo por su expansión global la agricultura mercantil sirve como propulsión y nexo a través del cual los patógenos de diversos orígenes migran desde los depósitos más remotos hasta los más internacionales centros poblacionales [42]. Es aquí, y en el camino, donde nuevos patógenos se infiltran en la agricultura de las comunidades cerradas. Cuanto más largas son las cadenas asociadas de suministro y mayor es el grado de deforestación adjunta, más diversos (y exóticos) son los patógenos zoonóticos que ingresan a la cadena alimentaria. Entre los recientes patógenos emergentes y reemergentes de origen agrícola y alimentario, que se originan a través del dominio antropogénico, se encuentran la peste porcina africana, Campylobacter, Cryptosporidium, Cyclospora, Reston Ebolavirus, E. coli O157: H7, fiebre aftosa, hepatitis E, Listeria, Virus Nipah, fiebre Q, Salmonella, Vibrio, Yersinia y una variedad de variantes nuevas de la gripe, incluyendo H1N1 (2009), H1N2v, H3N2v, H5N1, H5N2, H5Nx, H6N1, H7N1, H7N3, H7N7, H7N9 y H9N.4 y H9N [43].
Aunque sin intención, la totalidad de la línea de producción está organizada en torno a prácticas que aceleran la evolución de la virulencia de los patógenos y su posterior transmisión [44]. El cultivo de monocultivos genéticos (animales y plantas para alimentación con genomas casi idénticos) elimina los cortafuegos inmunes que en poblaciones más diversas ralentizan la transmisión [45]. Ahora los patógenos pueden evolucionar rápidamente en torno a huéspedes comunes con genotipos inmunes. Mientras tanto, las condiciones de hacinamiento deprimen la respuesta inmune [46]. Las granjas con poblaciones animales más grandes y las densidades de las granjas industriales facilitan una mayor transmisión e infección recurrente [47]. El alto rendimiento, algo presente en cualquier producción industrial, proporciona un suministro continuamente renovado de susceptibles a nivel de establo, granja y regional, eliminando el límite en la evolución de la mortalidad por patógenos [48]. El hecho de alojar muchos animales juntos recompensa esas cepas que mejor pueden atravesarlos. La disminución de la edad de sacrificio, a seis semanas en los pollos, es probable que seleccione patógenos capaces de sobrevivir en sistemas inmunes más robustos [49]. El alargamiento de la extensión geográfica del comercio y exportación de animales vivos ha aumentado la diversidad de segmentos genómicos que intercambian sus patógenos asociados, aumentando la velocidad a la que los agentes patógenos exploran sus posibilidades evolutivas [50]. La tendencia tiende hacia menos inspecciones gubernamentales de granjas y plantas procesadoras, legislación contra la vigilancia gubernamental y exposición de activistas, e incluso legislación contra informar sobre los detalles de brotes mortales en los medios de comunicación. A pesar de las victorias judiciales recientes contra la contaminación por pesticidas y cerdos, el comando privado de producción sigue centrado exclusivamente en las ganancias. Como una cuestión de prioridad nacional, los daños causados por los brotes resultantes se externalizan al ganado, los cultivos, la vida silvestre, los trabajadores, los gobiernos locales y nacionales, los sistemas de salud pública y los agrosistemas alternativos en el extranjero. En los Estados Unidos, la CDC informa que los brotes transmitidos por alimentos se están expandiendo en la cantidad de estados afectados y cantidad de gente infectada [51].
Es decir, la alienación del capital se está trasladando a favor de los patógenos. Mientras el interés público se filtra en la puerta de la granja y la fábrica de alimentos, los agentes patógenos pasan por alto la bioseguridad que la industria está dispuesta a pagar y devolver al público. La producción diaria representa un riesgo moral lucrativo que se alimenta del bien común de nuestra salud.
Liberación
En un hemisferio alejado de los orígenes del virus, Nueva York, una de las ciudades más grandes del mundo, da cuenta de una ironía reveladora refugiándose en su lugar contra el COVID-19. Millones de neoyorquinos se están escondiendo en los edificios existentes bajo supervisión hasta hace poco de Alicia Glen, la vicealcaldesa de vivienda y desarrollo económico hasta 2018 [52]. Glen es una ex ejecutiva de Goldman Sachs que supervisó la compañía de inversiones Urban Investment Group, que financia proyectos en los tipos de comunidades que otras unidades de la compañía ayudan a marcar [53].
Por supuesto, el brote no es responsabilidad personal de Glen, sino más bien un símbolo de una conexión que golpea más cerca de casa. Tres años antes de que la ciudad la contratara, debido a una crisis de vivienda y una Gran Recesión, en parte su propia creación, su antiguo empleador, junto con JPMorgan, Bank of America, Citigroup, Wells Fargo & Co. y Morgan Stanley, tomaron el 63 por ciento del financiamiento de préstamos federales de emergencia resultante [54]. Goldman Sachs, libre de gastos generales, se movió para diversificar sus bienes fuera de la crisis. Goldman Sachs adquirió el 60 por ciento de las acciones de Shuanghui Investment and Development, parte del gigante negocio agrícola chino que compró Smithfield Foods, con sede en Estados Unidos, el mayor productor de cerdos del mundo [55]. Por USD 300 millones, también obtuvo una propiedad de diez granjas avícolas en total en Fujian y Hunan, una provincia de Wuhan y dentro de la cuenca de alimentos silvestres de la ciudad [56]. Hasta invirtió otros USD 300 millones junto con el Deutsche Bank en cría de cerdos en las mismas provincias [57].
Las geografías relacionales exploradas más arriba han completado el círculo de regreso. La pandemia esta actualmente enfermando a los distritos electorales de Glen de apartamento en apartamento en Nueva York, el epicentro más grande de EE. UU. de COVID-19. Pero también debemos reconocer que, para empezar, el círculo de causas del brote se extendió en parte desde Nueva York, por menor que sea la inversión de Goldman Sachs para un sistema del tamaño de la agricultura de China.
Señalar con el dedo nacionalista, desde el racista “virus de China” de Trump y a través de todo el continuo liberal, oscurece las direcciones globales entrelazadas entre el estado y el capital [58]. Karl Marx los describió como “los hermanos enemigos” [59]. Los trabajadores cargan con la muerte y el daño en el campo de batalla, en la economía, y ahora en sus sofás luchando por recuperar el aliento, poniendo de manifiesto la competencia entre las élites que maniobran por la disminución de los recursos naturales y los medios compartidos para dividir y conquistar la masa de la humanidad atrapada en los engranajes de estas maquinaciones.
De hecho, una pandemia que surge del modo de producción capitalista y que se espera que el Estado administre en un extremo, puede ofrecer una oportunidad desde la cual los administradores y beneficiarios del sistema pueden prosperar en el otro. A mediados de febrero, cinco senadores estadounidenses y veinte miembros de la Cámara arrojaron millones de dólares en acciones de propiedad personal en industrias que podrían verse dañadas en la próxima pandemia [60]. Incluso cuando algunos de los representantes continuaron repitiendo públicamente las misivas del régimen de que la pandemia no representaba tal amenaza, los políticos basaron su información privilegiada en inteligencia no pública.
Más allá de tales ataques bruscos, la corrupción en los Estados Unidos es sistémica, un marcador del final del ciclo de acumulación de los EE. UU. cuando el capital cobra.
Hay algo comparativamente anacrónico en los esfuerzos por mantener la boca abierta incluso si se organiza en torno a la reificación de las finanzas sobre la realidad de las ecologías primarias (y las epidemiologías relacionadas) en las que se basa. Para Goldman Sachs, la pandemia, como crisis antes, ofrece “espacio para crecer”:
Compartimos el optimismo de los diversos expertos e investigadores de vacunas en las compañías de biotecnología en base al buen progreso que se ha logrado en varias terapias y vacunas hasta el momento. Creemos que el miedo disminuirá con la primera evidencia significativa de tal progreso...
Intentar comerciar con un posible objetivo a la baja cuando el objetivo de fin de año es sustancialmente más alto es apropiado para los operadores diarios, los seguidores del momento y algunos administradores de fondos de cobertura, pero no para los inversores a largo plazo. De igual importancia, no hay garantía de que el mercado alcance los niveles más bajos que puedan usarse como justificación para vender hoy. Por otro lado, estamos más seguros de que el mercado finalmente alcanzará el objetivo más alto dada la capacidad de recuperación y la preeminencia de la economía estadounidense.
Y finalmente, realmente pensamos que los niveles actuales brindan la oportunidad de aumentar lentamente los niveles de riesgo de una cartera. Para aquellos que pueden estar sentados sobre exceso de efectivo y tener poder de permanencia con la asignación estratégica de activos adecuada, este es el momento de comenzar a aumentar gradualmente las acciones de S&P [61].
Atemorizados por la carnicería en curso, las personas en todo el mundo sacan conclusiones diferentes [62]. Los circuitos de capital y producción que los patógenos marcan como etiquetas radiactivas, uno tras otro se consideran desmesurados.
¿Cómo hicimos anteriormente, cómo caracterizar tales sistemas más allá de lo episódico y circunstancial? Nuestro grupo está a punto de derivar un modelo que supera los esfuerzos de la medicina colonial moderna fundada en la ecosalud y One Health y que continúa culpando a los pequeños agricultores indígenas y locales por la deforestación que conduce a la aparición de enfermedades mortales [63].
Nuestra teoría general de la aparición de enfermedades neoliberales, que incluye, sí, en China, combina:
∙ circuitos globales de capital;
∙ despliegue de dicho capital destruyendo la complejidad ambiental regional que mantiene bajo control el crecimiento virulento de la población de patógenos;
∙ los aumentos resultantes en las tasas y la amplitud taxonómica de los eventos de contagio;
∙ los circuitos periurbanos de productos básicos en expansión que envían estos nuevos agentes patógenos en ganado y mano de obra desde el interior más profundo a las ciudades regionales;
∙ las crecientes redes mundiales de viajes (y comercio de ganado) que llevan los patógenos de dichas ciudades al resto del mundo en un tiempo récord;
∙ las formas en que estas redes reducen la fricción de transmisión, seleccionando la evolución de una mayor mortalidad de patógenos tanto en ganado como en personas;
∙ y, entre otras imposiciones, la escasez de reproducción en el sitio en ganado industrial, eliminando la selección natural como un servicio de ecosistemas que proporciona protección contra enfermedades en tiempo real (y casi gratis).
La premisa operativa subyacente es que la causa de COVID-19 y otros patógenos similares no se encuentra solo en el objeto de algún agente infeccioso o su curso clínico, sino también en el campo de las relaciones ecosistémicas que el capital y otras causas estructurales han ocultado en su propio beneficio [64].
La amplia variedad de agentes patógenos, representando diferentes taxones, anfitriones de origen, modos de transmisión, cursos clínicos y resultados epidemiológicos, todas las características que nos hacen llegar a nuestros motores de búsqueda con los ojos desorbitados en cada brote, marcan diferentes partes y caminos a lo largo de los mismos tipos de circuitos de uso del suelo y acumulación de valor.
Un programa general de intervención se ejecuta en paralelo mucho más allá de un virus en particular.
Para evitar los peores resultados de aquí en adelante, la desalienación ofrece la próxima gran transición humana: abandonar las ideologías de colonos, reintroducir a la humanidad en los ciclos de regeneración de la Tierra y redescubrir nuestro sentido de individualización en multitudes más allá del estado capitalista [65].
Sin embargo, el economismo, la creencia de que todas las causas son solo económicas, no será una liberación suficiente. El capitalismo global es una hidra de muchas cabezas, que se apropia, internaliza y ordena múltiples capas de relación social [66]. El capitalismo opera a través de terrenos complejos e interconectados de raza, clase y género en el curso de la actualización de los regímenes de valores regionales de un lugar a otro.
A riesgo de aceptar los preceptos de lo que la historiadora Donna Haraway desestimó como historia de salvación: “¿podemos desactivar la bomba a tiempo?”, La desalienación debe desmantelar estas múltiples jerarquías de opresión y las formas específicas del lugar donde interactúan con la acumulación [67]. En el camino, debemos navegar fuera de las reapropiaciones expansivas del capital a través de materialismos productivos, sociales y simbólicos [68]. Es decir, de lo que se resume en un totalitarismo. El capitalismo lo comercializa todo: exploración de Marte aquí, dormir allá, lagunas de litio, reparación de ventiladores, incluso la sostenibilidad misma, y así sucesivamente, estas muchas permutaciones se encuentran mucho más allá de la fábrica y la granja. Todas las formas en que casi todo el mundo está sujeto al mercado, que durante un tiempo como este es cada vez más antropomorfizado por los políticos, no podrían estar más claras [69].
En resumen, una intervención exitosa que evite que cualquiera de los muchos patógenos en fila en el circuito agroeconómico mate a mil millones de personas debe atravesar por la puerta de un choque global con el capital y sus representantes locales, por más que Glen entre otros, sea un soldado de infantería individual de la burguesía que intenta mitigar el daño. Como nuestro grupo describe en algunos de nuestros últimos trabajos, los agronegocios están en guerra con la salud pública [70]. Y la salud pública está perdiendo.
Sin embargo, si la humanidad ganara un conflicto generacional de este tipo, podemos volver a conectarnos a un metabolismo planetario que, aunque expresado de manera diferente de un lugar a otro, reconecte nuestras ecologías y nuestras economías [71]. Tales ideales son mucho más que una cuestión de lo utópico. Al hacerlo, convergemos en soluciones inmediatas. Protegemos la complejidad del bosque que evita que los patógenos mortales se alineen a los anfitriones para una oportunidad directa en la red de viajes por mundo [72]. Reintroducimos la diversidad de ganado y cultivos, y reintegramos la cría de animales y cultivos a escalas que evitan que los patógenos aumenten en virulencia y extensión geográfica [73]. Permitimos que nuestros animales alimenticios se reproduzcan en el sitio, reiniciando la selección natural que permite que la evolución inmune rastree los patógenos en tiempo real. En resumen, dejamos simplemente de tratar a la naturaleza y la comunidad, tan llenas de todo lo que necesitamos para sobrevivir, como otro competidor a ser arrastrado por el mercado.
La salida es ni más ni menos que el nacimiento de un mundo (o tal vez más en el sentido de regresar a la Tierra). También ayudará a resolver, con las mangas arremangadas, muchos de nuestros problemas más acuciantes. Ninguno de nosotros queremos volver a pasar por un brote de ese tipo atrapados en nuestras salas de estar desde Nueva York a Beijing, o, peor aún, llorando a nuestros muertos. Sí, durante la mayor parte de la historia humana, las enfermedades infecciosas, nuestra mayor fuente de mortalidad prematura, seguirán siendo una amenaza. Pero dado el bestiario de patógenos ahora en circulación, el peor extendiéndose casi anualmente, es probable que enfrentemos otra pandemia mortal en un tiempo mucho más corto que la calma de cien años desde 1918. Fundamentalmente, ¿Podemos ajustar los modos por los cuales nos apropiamos de la naturaleza y llegar a una tregua más con estas infecciones?
Traducción: Alejandra Ayduh y Juan Duarte
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