Ideas de izquierda

Armas de la critica

SEMANARIO

El MST versus Gramsci: gris es la teoría

Juan Dal Maso

DEBATES

El MST versus Gramsci: gris es la teoría

Juan Dal Maso

Ideas de Izquierda

A propósito del artículo “Cruce teórico entre Trotsky y Gramsci. Tres etapas, algunos acuerdos y claras diferencias”, de Sergio García.

Agradezco a Sergio García y a las compañeras y compañeros del MST por el comentario crítico de las lecturas de Gramsci por el PTS en general y por el autor de estas líneas en particular, dado que permite volver a poner en debate cuestiones fundamentales para la teoría y la política de la izquierda clasista y trotskista.

El texto realiza un repaso de algunas experiencias de las que participó Gramsci, así como de algunas de sus ideas y posicionamientos, para tratar de demostrar que la teoría de Gramsci es incompatible con la de Trotsky, especialmente con la teoría de la revolución permanente. A mi modo de ver, el artículo conlleva diversos problemas, tanto de procedimiento argumentativo como de contenido (planos ambos que están estrechamente relacionados), pero voy a intentar concentrarme en sus planteos principales.

En líneas generales, el artículo se ordena en torno a las siguientes ideas:

• Gramsci tuvo un momento de confluencia con Lenin, Trotsky y la Tercera Internacional en los primeros años de la revolución rusa, después se acercó al estalinismo.

• En los Cuadernos de la cárcel, Gramsci contrapuso la guerra de movimientos con la guerra de posiciones, abandonando la idea de preparación para la ofensiva revolucionaria, lo cual fue un error, como se pudo ver en los años de la segunda posguerra y sus procesos revolucionarios. Asimismo, realizó elaboraciones conceptuales confusas (hegemonía, bloque histórico, voluntad colectiva nacional-popular) que habilitaron posteriores lecturas reformistas como las de Togliatti, Laclau/Mouffe y García Linera. Estas elaboraciones fueron planteadas en polémica contra Trotsky y particularmente rechazando la teoría de la revolución permanente.

• Por estas razones, la teoría de Gramsci es incompatible con la teoría de la revolución permanente y solamente se las puede aproximar haciendo lecturas “forzadas” como las que hace el PTS, cuya negativa a hacer un partido único de la izquierda con libertad de tendencias se inspiraría en Gramsci.

Antes de pasar a analizar en qué medida se sostienen estos planteos, quería decir algo sobre otra cuestión. En el artículo se afirma que el PTS hace “interpretaciones propias de escaso sustento” sobre el pensamiento de Gramsci. Esto da la idea de que decimos cualquier cosa, sin comprobación posible, por lo que considero importante aclararlo. Nos basamos en la lectura de los Cuadernos de la cárcel así como en los estudios gramscianos de las últimas décadas, especialmente los de Italia, pero también los de América Latina, Francia y el mundo angloparlante, que –más allá de diferencias de énfasis y posicionamiento político– cuestionan en líneas generales tanto las lecturas reformistas como la que recupera Sergio. Estas interpretaciones de “escaso sustento” han sido puestas en debate en contextos de discusión muy exigentes. Para más datos, remito a mis libros El marxismo de Gramsci y Hegemonía y lucha de clases, así como a las diversas charlas que hicimos para debatirlos con investigadores/as y militantes de Argentina, Brasil, Chile, Italia, EE. UU., España, Uruguay y otros países, disponibles en este suplemento.

Volvamos al artículo en cuestión. Iremos comentando los puntos principales que plantea e introduciendo varios matices que, a mi modo de ver, faltaría contemplar en el abordaje de los mismos.

Gramsci y el estalinismo: una mirada parcializada

Sobre los vaivenes de las valoraciones de Gramsci sobre Trotsky durante los años ‘20 remitimos a diversos trabajos como los de Roberto Massari y Frank Rosengarten. Por razones de espacio no nos vamos a detener en eso. Pero podemos resumir el asunto en que, hasta 1925, Gramsci tuvo en líneas generales valoraciones positivas sobre Trotsky, tomando posición luego por la política de Stalin-Bujarin, aunque criticando los métodos burocráticos de la mayoría de la dirección del PCUS.

En su afán de presentar a Gramsci no como un estalinista hecho y derecho pero sí como alguien que acompañó al estalinismo y “no pasó la prueba” en momentos cruciales, el autor cita parcialmente la carta al CE del PCUS de octubre de 1926 como un ejemplo de tal posicionamiento. Se olvida que en esa carta Gramsci afirmaba que Zinoviev, Trotsky y Kamenev “han sido nuestros maestros” y si bien los llamaba a la reflexión especialmente a ellos, al ponerlos como “los mayores responsables de esta situación” (la lucha interna en el PCUS), por el llamado genérico a la unidad contra las luchas internas y por el rechazo a una unidad y una disciplina “mecánicas y forzadas”, el posicionamiento de Gramsci fue considerado afín a la Oposición por Togliatti (en ese momento en Moscú y contrario a entregar la carta al CE del partido soviético). Fue a partir de este momento que Gramsci pasó a ser visto como “sospechoso” por la dirección moscovita [1] y no después, en épocas del tercer período (donde tampoco se le tenía mayor confianza). Por otra parte, al no tomar en cuenta las elaboraciones de las Tesis de Lyon, ni del texto sobre la cuestión meridional, que contienen importantes reflexiones sobre la relación entre consignas democráticas, hegemonía y revolución socialista en Italia, nuestro crítico se inhibe para realizar una evaluación más o menos completa de en qué medida las posiciones de Gramsci se acercaban o alejaban de las de Trotsky, de un modo más global.

Que Gramsci se posicionó a favor de la mayoría de Stalin-Bujarin en 1926 lo hemos señalado en nuestros artículos y libros. Sin embargo, de esta circunstancia se puede derivar que no se puede construir una tradición alternativa al estalinismo exclusivamente en base a la posición de Gramsci (por algo somos trotskistas y hemos señalado en reiteradas oportunidades la esterilidad de pretender inventar “terceras vías” ni troskas ni estalinistas) pero no que sus reflexiones teóricas sean necesariamente incompatibles con las de Trotsky.

Gramsci, revolución permanente y hegemonía

Nuestro crítico dice que la lectura gramsciana sobre la hegemonía como “forma actual de la revolución permanente” es equivocada y nos recuerda algunos pasajes en los que Gramsci hace mención explícita negativa de la teoría de la revolución permanente de Trotsky (cuya formulación de 1929-30 no pudo leer de primera mano). A los doce parágrafos de los Cuadernos de la cárcel en los que Gramsci hace menciones abiertas de Trotsky dediqué el segundo ensayo de Hegemonía y lucha de clases, por lo que quienes deseen profundizar en este tema, pueden buscar mayores referencias en ese libro. Resumo lo que viene al caso en esta discusión: efectivamente, Gramsci hace una asociación no fundamentada entre la teoría de Trotsky y el “ataque frontal”, cuestión que criticamos. Pero de ahí no se deriva, y no está presentada la argumentación correspondiente en el artículo que estamos comentando, una contraposición entre hegemonía y revolución permanente.

Para entender más de conjunto la cuestión, tenemos que diferenciar dos entidades distintas que Sergio García no diferencia en su artículo: el concepto de revolución permanente y la teoría de la revolución permanente. Sostengo que es necesario diferenciar concepto de revolución permanente y teoría de la revolución permanente, porque el concepto tiene una historia más larga en el marxismo que la teoría y porque no todos quienes utilizaron el concepto como algo teórica o políticamente productivo buscaron sistematizar una teoría organizada alrededor del mismo, como sí es el caso de Trotsky. Particularmente para el caso de Gramsci, un análisis de su obra medianamente atento arroja que utiliza el concepto pero rechaza la teoría. Empecemos por esta última.

En los Cuadernos de la cárcel Gramsci afirma que la teoría de la revolución permanente (en su versión de 1905 y años subsiguientes) era “una cosa abstracta, de gabinete científico” (C1 §44) [2] y contra esa supuesta abstracción reivindica que Lenin fue quien la llevó adelante en la práctica, como “alianza entre dos clases con hegemonía de la clase urbana”. Es decir, que frente a la versión de la teoría de la revolución permanente que conoce, Gramsci se posiciona en contra de la formulación teórica, pero reivindica su realización en la práctica desde la posición de Lenin. En esta misma contraposición (errónea) entre la práctica de Lenin y la teoría de Trotsky, subyace la distinción (correcta) entre concepto de Revolución permanente y teoría de la revolución permanente, que nos permite a su vez comprender el otro aspecto de las reflexiones de Gramsci sobre el tema.

Este otro aspecto de la reflexión de Gramsci es el de la revolución permanente como proceso y su papel en la historia de las revoluciones de Europa occidental. En ese marco afirma que el “concepto político de revolución permanente” resume toda la experiencia histórica de las revoluciones europeas, en especial la francesa, de 1789 y 1848. Y su idea de la hegemonía como “forma actual” de la revolución permanente tiene que ver precisamente con la necesidad de pensar una dinámica como la que planteaba esta pero en las nuevas condiciones caracterizadas por una mayor integración del Estado nacional en la economía mundial, el surgimiento del sistema parlamentario liberal y las organizaciones de masas primero y la crisis de este entramado después, con el surgimiento de formas nuevas de poder estatal en el período de entreguerras, que cuestionan el mecanismo parlamentario al mismo tiempo que integran a las organizaciones de masas al Estado (aquí surge otra coincidencia entre las reflexiones gramscianas sobre el “Estado integral” y los análisis de Trotsky sobre la estatización de los sindicatos en el mismo período). Volveremos a este tema, pero a propósito de la cuestión de la guerra de posiciones. Subsidiariamente, y uniendo los dos registros, Gramsci identifica en Lenin y su política en los primeros años del poder soviético como el que hace la mayor contribución a la teoría y práctica de la hegemonía y de este modo contribuye a su vez a delinear la “forma actual de la revolución permanente” (C10 I §12).

¿Y en qué consiste la hegemonía? Gramsci la define, en los marcos de una reflexión sobre las relaciones de fuerzas en C13 §17, como un momento en el que se alcanza

... la conciencia de que los propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro, superan el círculo corporativo, de grupo meramente económico, y pueden y deben convertirse en intereses de otros grupos subordinados. Esta es la fase más estrictamente política, que señala el tránsito neto de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas, es la fase en la que las ideologías germinadas anteriormente se convierten en “partido”, entran en confrontación y se declaran en lucha hasta que una sola de ellas o al menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social, determinando, además de la unidad de fines económicos y políticos, también la unidad intelectual y moral, situando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no en el plano corporativo sino en un plano “universal”, y creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados. […]

Es decir, una dinámica de superación de la lucha parcial o sectorial, que tiene un rasgo fundamental en común con la concepción de la revolución permanente de Trotsky: la necesidad de transformar las luchas democráticas, nacionales, sociales o políticas puntuales en una lucha por la revolución socialista.

Para sintetizar un poco lo anterior: Gramsci aporta una reflexión que es complementaria con otras realizadas por Trotsky sobre la revolución europea, de modo tal que se puede pensar la operatividad de la teoría de la revolución permanente en esas geografías, más allá de la mecánica de la revolución en la periferia, a tono con la premisa de la revolución permanente como revolución internacional. Junto con esto, la tentativa de Gramsci de generalizar la idea de la hegemonía como “forma actual de la revolución permanente” (incorporando la política de Lenin en la URSS), plantea una problemática común con la teoría de Trotsky.

Sobre las supuestas “ambigüedades” de las conceptualizaciones gramscianas acerca de la hegemonía, cabe destacar que si bien es cierto que en muchos pasajes Gramsci habla “en general” sobre la cuestión (por ejemplo diciendo “una clase” o “un grupo social”), esos análisis de los Cuadernos de la cárcel son claramente aplicables a la idea de una hegemonía centrada en la clase trabajadora: el rol central del grupo hegemónico en la actividad económica de la sociedad (C13 §18), la conquista de autonomía mediante la democracia fabril (C9 §67), la centralidad de las relaciones de fuerzas militares (C13 §17) y la independencia de la filosofía de la praxis de cualquier variante de ideología burguesa (C11 §27, C11 §70 y otros). De estas cuestiones, la posición de nuestro crítico es como una conocida opción de las encuestas: NS/NC.

Sobre la guerra de posiciones

La distinción entre “Oriente” y “Occidente” no fue inventada por Gramsci, sino por la III Internacional, aunque sí las reflexiones sobre este tema fueron más amplias en el caso de Gramsci. Como él mismo señaló en C13 §24, el tema fue planteado por Trotsky en el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista. Estas discusiones se daban en el marco de las discusiones sobre la táctica de Frente Único pero también de una reflexión político-estratégica más abarcativa, que implicaba las relaciones entre guerra civil e insurrección. Básicamente, la revolución en Europa occidental no iba a contar con la ventaja de la sorpresa ni de la debilidad del aparato estatal burgués, por lo cual la dinámica más probable era que la conquista del poder fuera posterior a la guerra civil (y no anterior como en la Revolución rusa). Había que prepararse para tiempos más largos (aunque contados en años y no en décadas). Asimismo, en torno a los problemas militares de la revolución, Trotsky había cuestionado las posiciones de Tujachevski y Frunze sobre la guerra de maniobra como inherente a la “naturaleza de clase” del proletariado, destacando la importancia de la guerra de posiciones en la propia guerra civil rusa, así como en la revolución en Occidente, afirmando a su vez que no era posible practicar un “posicionalismo absoluto” [3]. Uniendo estas reflexiones de la III Internacional con las propias sobre el devenir de las revoluciones europeas, Gramsci señaló la primacía de la “guerra de posiciones” para el período posterior a 1921.

La asociación de la guerra de posiciones con una evolución de tipo reformista es una lectura realizada no por Gramsci sino por quienes buscaron utilizarlo para justificar (o criticar) políticas de este tipo. De hecho, se puede señalar su separación de este tipo de miradas, cuando crítica a Croce (C10 II §41 XIV) o al sindicalismo soreliano por su ulterior integración en el Estado (C15 §47). En líneas generales, sí se puede señalar que la cuestión de la insurrección aparece desplazada o con menos centralidad, pero porque la primacía de la guerra de posiciones le otorga menos importancia. Pero veremos a continuación que el tema no es tan sencillo ni mucho menos consiste en una mezcla de “escepticismo” y renuncia a la preparación de la revolución, como sugiere nuestro crítico, que tampoco parece muy preparado para discutir las ideas de Gramsci.

A grandes rasgos, se puede señalar que, desde los primeros meses de 1929 hasta los primeros meses de 1930, las notas de Gramsci sobre este tema hacen hincapié en la distinción entre guerra de posiciones y de maniobra como formas de lucha y no como estrategias (C1 §133 y C1 §134). Desde fines de 1930 hasta cerca de la mitad de 1932 y desde ahí hasta primeros meses de 1934, varias notas acentúan los aspectos de contraposición entre guerra de maniobras y guerra de posiciones y parecerían presentarlas como estrategias alternativas o como mínimo como formas de lucha que pueden combinarse, pero dentro de una clara primacía de la guerra de posiciones (C7 §10, C7 §16, C8 §52, C13 §7, entre otros). Al mismo tiempo, otras notas –que van de la primera mitad de 1933 hasta febrero de 1935– retoman la cuestión de la guerra de posiciones en términos de preparación de largo aliento para una lucha decisiva, en torno al balance del Risorgimento (C15 §11, C17 §28, C19 §28).

Cito una sola, a modo de ejemplo:

La cuestión debe ser planteada en los términos de la “guerra de movimientos–guerra de asedio”, o sea, para arrojar a los austríacos y a sus auxiliares italianos era necesario: 1) un fuerte partido italiano homogéneo y coherente; 2) que este partido tuviese un programa concreto y especificado; 3) que tal programa fuese compartido por las grandes masas populares (que entonces no podían ser sino agrarias) y las hubiese educado para levantarse “simultáneamente” en todo el país. Solo la profundidad popular del movimiento y la simultaneidad podían hacer posible la derrota del ejército austríaco y de sus auxiliares. (C17 §28, redactado entre septiembre de 1933 y enero de 1934).

Por último, el informe de Athos Lisa al CC del PCd’I en el exilio recoge las discusiones de Gramsci con los presos comunistas y sobre este tema planteaba:

Respecto al “problema militar y el partido” [Gramsci] fijaba los siguientes conceptos: la conquista violenta del poder exige del partido del proletariado la creación de una organización de tipo militar, que a pesar de su forma molecular, se difunda en todas las ramificaciones de la organización estatal burguesa y sea capaz de vulnerarla y de asestarle fuertes golpes en el momento decisivo de la lucha. Pero el problema de la organización militar debe entenderse como parte de una acción más amplia del partido, en el sentido de que esta particular actividad presupone una estrecha interdependencia con toda la acción del partido mismo y con el desarrollo ideológico de éste. Esta forma particular de actividad no debe ser considerada como una parte puramente técnica, siendo el factor político el elemento fundamental que determina su grado de eficiencia y su capacidad. De los elementos encargados de dirigir esta actividad se requieren siempre cualidades poco comunes que, en cierto sentido, están en relación con el nivel ideológico del partido. La revolución proletaria –decía– implica, en definitiva, el desplazamiento de las relaciones de fuerza militares en favor de la clase trabajadora. Pero por relaciones de fuerza militares no se debe entender exclusivamente el hecho de la posesión de las armas o de los contingentes militares, sino la posibilidad para el partido de paralizar los resortes principales del aparato estatal. Por ejemplo: una huelga general desplaza en favor de la clase trabajadora las relaciones de fuerza militares. Como condición indispensable para la guerra civil consideraba necesario tener un exacto conocimiento de las fuerzas enemigas. [4].

Tomando en cuenta todos estos elementos es que sostuve que la concepción gramsciana de la guerra de posiciones está “más cerca de una idea de ‘movilización total’ en tiempos de política ‘totalitaria’ que de una acumulación gradual a favor de la corriente en tiempos de expansión del capitalismo ‘de libre competencia’” [5]. Posiblemente sea más fácil evitarse todo este trabajo e ir a lo aparentemente más seguro, que es reproducir la versión del Gramsci reformista e incluso posmarxista. Pero no podríamos seguir en este camino a nuestro crítico sin caer en (ahora sí) lecturas “forzadas”. Por otra parte, al asociar la guerra de posiciones con una renuncia a la preparación de la revolución, el artículo establece las revoluciones de posguerra como una especie de refutación inapelable de la teoría de Gramsci, cuando en muchos aspectos la confirman (guerra partisana, política “totalitaria”, rol del Estado y ejército soviéticos en las expropiaciones en el Este, etc.). Aquí hay un equívoco adicional en la crítica de García al concepto de “revolución pasiva”: no implica necesariamente falta de actividad de las masas sino ausencia de una orientación independiente y dirección propia, que permite la restauración desde arriba. En este sentido, el concepto resulta útil para leer las expropiaciones del capital llevadas a cabo por la URSS por vía militar en el Este de Europa, como se hace en el artículo de Emilio Albamonte y Manolo Romano mencionado en la nota del compañero del MST, además de que sirve, por contraste, para precisar el de revolución permanente.

Palabras finales: una crítica que escarba minuciosamente en la superficie

Nuestro crítico me atribuye “un marcado escepticismo” y “un análisis por detrás de lo que acontece en realidad” por señalar que la ausencia de revoluciones crea dificultades para pensar la “forma actual” de la revolución permanente, dado que su mecánica típica se encuentra lejos de la que tienen los procesos actuales. Sería interesante que –con su entusiasmo desbordante– nos explicara cómo las revueltas recientes se transformaron en revoluciones socialistas y el común de los mortales no nos dimos cuenta.

Precisamente porque es necesario pensar los problemas de la revolución permanente en la actualidad, es que nos sirve el “cruce teórico” entre Trotsky y Gramsci (podríamos agregar también a Mariátegui pero no solamente) por todos los elementos que planteamos en estas líneas, así como en el artículo cuya crítica introduce el autor lateralmente.

En lugar de reflexionar sobre estos problemas, García eligió la opción más fácil, que es la de hacer algunas críticas que nombran pero no analizan a fondo las cuestiones, para luego establecer conclusiones apresuradas pero no por ello menos repetidas anteriormente por otras organizaciones con escaso afecto por la curiosidad teórica y la lectura atenta.

Por último, la asociación entre nuestro desacuerdo con la posición del MST sobre constituir un partido único con libertad de tendencias y la guerra de posición gramsciana [6], soslaya nuestro principal argumento contra una opción de este tipo, que es que un partido se construye en función de una estrategia, cuestión sobre la que el MST apenas balbucea, igual que sobre Gramsci.


VER TODOS LOS ARTÍCULOS DE ESTA EDICIÓN
NOTAS AL PIE

[1Liguori, Guido. Gramsci conteso. Interpretazioni, dibattiti e polemiche 1922–2012. Nuova edizione riveduta e ampliata, Roma, Editori RiunitiUniversity Press, 2012, p. 457.

[2Todas las referencias de los Cuadernos de la cárcel, con número de cuaderno y parágrafo, corresponden a Quaderni del carcere. Edizione critica dell’Istituto Gramsci a cura di Valentino Gerratana, Torino, Einaudi, 2001. En cuanto a las referencias de las fechas aproximadas de la redacción de las notas, seguimos la datación de Francioni, Gianni. L’Officina Gramsciana, ipotesi sulla struttura dei “Quaderni del carcere”, Napoli, Bibliopolis, 1984.

[3Trotsky, León, Cómo se armó la revolución. Escritos Militares de León Trotsky (selección), Bs. As., CEIP, 2006, p. 573.

[4Lisa, Athos. “Discusión política con Gramsci, en la cárcel” en Gramsci, Antonio, Escritos Políticos 1917–1933, México D.F., Pasado y Presente, 1981, p. 378

[5Dal Maso, Juan, Hegemonía y lucha de clases. Tres ensayos sobre Trotsky, Gramsci y el marxismo, Bs. As., Ediciones IPS, 2018, p. 223.

[6Pongo esto en nota de pie porque sería una lástima terminar con algo así en el cuerpo principal del artículo. Pero tengo que detenerme en los supuestos efectos de las lecturas de Gramsci sobre el PTS: “Las equivocaciones del PTS no logran acercar a Gramsci con Trotski. Y sí lo acercan a definiciones equivocadas de Gramsci a la vez que lo alejan de puntos esenciales del trotskismo. Profundizaremos sobre esto en otros materiales. Aquí solo damos un ejemplo práctico: la negativa de compañeros del PTS a intentar que el Frente de Izquierda se transforme en algo cualitativamente superior, que organice a miles de militantes, actúe en común en la lucha de clases y se posicione hacia una real disputa del poder político, se debe a que no cree que haya condiciones para ese objetivo estratégico. Se ubica en forma conservadora asimilando la guerra de posiciones gramsciana, a la cual, para peor, la combina con su política de fuerte impronta electoral. Importante error, cuando la realidad necesita una estrategia ajena al parlamentarismo, con centro en la lucha de clases, en la disputa por la dirección y en la estrategia de disputa por el poder, para la cual nadie se prepara si se detiene en los límites defensivos de la guerra de posiciones.” Este párrafo tiene casi tantos errores como palabras. Le comento que puede leer en La Izquierda Diario los debates y resoluciones de la última Conferencia del PTS, en las que se hace referencia a cómo entendemos la lucha de clases y su relación con las otras aristas de intervención, así como puede acceder a multiplicidad de notas en las que se da cuenta de la intervención del PTS en los procesos de lucha y resistencia contra Milei, así como del rol de nuestros parlamentarios como punto de apoyo de los mismos, a nivel nacional y en diversas provincias. El señalamiento de una política de “fuerte impronta electoral” no se condice con el rol de nuestra organización en el movimiento estudiantil en las principales universidades del país, ni en las luchas recientes de docentes como la de Neuquén, ni en los procesos de reorganización del activismo fabril en ramas como la de la Alimentación, la organización de intelectuales y investigadores/as en un espacio abierto a todas las posiciones como la Asamblea de intelectuales socialistas y la política ideológica, editorial y cultural, por solamente nombrar los primeros que se me vienen a la cabeza. Pero lo más insólito de todo es que una crítica de este tipo venga de una organización que ha integrado frentes de centroizquierda y cuyo acercamiento al FITU es lo más “trosko” que hizo en décadas.
COMENTARIOS
CATEGORÍAS

[Ideas & Debates]   /   [Teoría]   /   [MST ]   /   [Teoría marxista]   /   [León Trotsky]   /   [Antonio Gramsci]

Juan Dal Maso

[email protected]
(Bs. As., 1977) Integrante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997. Autor de diversos libros y artículos sobre problemas de teoría marxista.