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Opinión. El Marzo Francés: derecho al optimismo revolucionario

Recuerdos del 68: los estudiantes entran al combate contra Macron. La democracia francesa: un engaño al servicio del gran capital. Un mundo caótico en donde el porvenir solo puede construirse en las calles.

Viernes 24 de marzo de 2023 22:45

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“Queremos demostrar que ni los hijos de los banqueros están de acuerdo”. Detrás del joven, decenas de estudiantes conformaban un combativo decorado, bloqueando la entrada del Lycée Louis-Le-Grand, una de las instituciones educativas más reconocidas de Francia. Fundada en 1563, por sus aulas pasó caminando la historia a través de personalidades como Molière, Voltaire, Robespierre, Saint-Just, Jean Jaurès, Victor Hugo, Baudelaire, Durkheim, Jean-Paul Sartre, Pierre Bourdieu y Raymond Poincaré, entre muchos otros.

Los hijos de la élite francesa reclaman su lugar en el combate contra Macron. Le declaran la guerra a ese representante puro de la aristocrática clase dirigente francesa. Librando esa batalla, este jueves 23 de marzo fueron parte de los millones que pisaron las calles del país galo. Los números lastiman con su contundencia: se estima que, junto al medio millón de jóvenes que marchó en toda Francia, se bloquearon -total o parcialmente- 400 liceos y unas 80 universidades.

Marchan, también, al encuentro de los obreros. Esa creciente unidad obrero-estudiantil tomó cuerpo, por ejemplo, en la movilización que intentó unir voluntades de lucha con los trabajadores de la recolección de basura en París. La represión policial fue casi inmediata: el escarmiento estatal buscaba impedir una confluencia que tiene su historia en Francia. En ese operativo represivo cayó detenido nuestro compañero Leo, integrante de Le Poing Levé y Revolution Permanente.

Los recuerdos del Mayo Francés emergen en el humo de las barricadas. El año 1968 vuelve de la memoria como presente combativo. Surge, al decir de Walter Benjamin, como ese recuerdo que relampaguea en un instante de peligro. Cada barricada recuerda que la lucha de clases es el motor de la historia.

Contra ese recuerdo -social y políticamente peligroso- batalla la burguesía francesa hace décadas. Intentando borrar la rebelión de fines de los 60, reescribe la historia en clave conservadora. Lo recuerda Enzo Traverso: “El papel nuevo que ocupan los jóvenes, la más grande huelga general en Francia después de 1936, millones de obreros que ocupan las fábricas; todo esto está aplastado por esta visión culturalista del fenómeno de 1968” [1].

Enterrar esa sustancia revolucionaria del Mayo Francés implicaba, asimismo, sepultar la idea de la revolución; convertirla en escombros y barrerla bajo la alfombra. Esa operación de reconstrucción conservadora de la historia extendía su alcance más allá de aquel Mayo. Corría hacia atrás en el tiempo, hasta la Revolución Rusa e, incluso, la Revolución Francesa [2].

Los agitados días franceses se encargan de recordar, también el carácter clasista del Estado. En tiempos normales la democracia se presenta como la “mejor envoltura política posible para el capitalismo” [3]. Pero en las grandes crisis nacionales queda al descubierto su estructura coercitiva. El poder estatal aparece, a cada momento, como una “banda de hombres armados al servicio del capital”. El Ejecutivo francés, renegando de las formalidades de la representación parlamentaria, se presenta como voluntad directa de los intereses de la clase dominante.

El destrato macroniano hacia la opinión de las grandes masas hizo escalar el odio y la radicalidad de amplias capas de la población. Como constataron los periodistas de Liberation, se disparó “la aversión que inspira en los manifestantes la personalidad de Emmanuel Macron”. El nombre del presidente francés se convirtió, para millones, en sinónimo de “arrogancia, presunción, desprecio”.

El sepulturero en movimiento

Todo intento -político e ideológico- de negar la revolución opera, necesariamente, contra la clase trabajadora. Busca silenciar su poder social; su centralidad en los mecanismos de producción de riqueza; su capacidad de mover al mundo. Intenta, tiempo completo, convertir a asalariados y asalariadas en parte de colectivos difusos como “la gente”, las clases medias o los pobres, atendiendo a los disímiles niveles socio-económicos que cruzan al conjunto de la clase obrera [4].

Confrontando esa operación, ese poder social se viene desplegando en territorio francés desde hace semanas. La amenaza de paralizar Francia -esgrimida por distintos actores del mundo sindical- puso en evidencia esa potencia para desactivar el reloj interno del capitalismo galo. Las masivas movilizaciones y las jornadas de paro nacional hicieron aún más real esa advertencia. Sin embargo, si esa dinámica no se despliega a niveles superiores es debido al enorme límite político que imponen las diversas burocracias sindicales. Macron debe estarles agradecido.

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De ese enorme descontento caminante se nutrió la radicalidad de los sectores más combativos del movimiento obrero. Como los trabajadores de la refinería de Normandía, que este viernes llamaron a fortalecer los piquetes en defensa de su derecho a huelga. Paralizando la distribución de combustible, tornan real el peligro de desabastecer los aeropuertos de París. Publicitan, al paralizar la producción, su capacidad de golpear ferozmente el comercio nacional e internacional de la potencia imperialista europea.

En esa combatividad creciente militan, también, sectores como los obreros de la energía, los recolectores de residuos, la docencia o los trabajadores y trabajadoras del transporte. Toda esa potencia de lucha solo puede ofrecer un porvenir si se despliega en el camino de la huelga general política. Si, mediante la coordinación y la organización por abajo a través de Comités de acción, logra imponer a las conducciones burocráticas una pelea persistente que derrote a Macron y al poder capitalista que lo respalda.

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Derecho al optimismo revolucionario

Octubre de 1939. Inicia, apenas, la Segunda Guerra Mundial. La población del planeta acude, casi impotente, a una nueva y brutal disputa entre las potencias imperialistas por la hegemonía mundial.

En ese crítico escenario, reseñando las últimas negociaciones entre Francia y Alemania, León Trotsky escribe: “Los dos, Hitler y Coulondre [5], representan la barbarie que avanza sobre Europa. Ninguno de ellos duda de que su barbarie será derrotada por la revolución socialista. Las clases dominantes de todos los países son hoy conscientes de ellos. Su total desmoralización es uno de los elementos más importantes de la correlación de fuerzas actual (…) estos caballeros están convencidos de antemano del colapso de su régimen. ¡Este hecho debe de ser para nosotros frente de un invencible optimismo revolucionario!” [6].

A ocho décadas, la Francia imperialista navega el horizonte de la desorientación. Su Poder Ejecutivo, corporizado en el debilitado Macron, se enfrenta a una rebelión social masiva que, por ahora, no pretende debilitarse. La revolución social no es, aun, el horizonte inmediato. Sin embargo, en el fragor de los combates callejeros se adivina que esa clase dominante no puede ofrecer un futuro a las grandes mayorías. Si eso ocurre en la séptima economía mundial y, también, la séptima potencia por su poderío militar, ¿qué queda para las naciones pobres del planeta?

El mundo –escribimos hace una semana- se asoma a las tensiones económicas de un capitalismo en creciente inestabilidad. Este viernes el cimbronazo llegó desde Alemania, apenas unos cientos de kilómetros al este de París. La crisis sacudió esta vez al gigantesco Deutsche Bank. No hay paz para el viejo continente, que hace días vio derrumbase al Credit Suisse.

El terreno de las relaciones geopolíticas no presenta para la gran burguesía mundial un mejor aspecto. La larga guerra en Ucrania está aun lejos de ofrecer ganadores. La visita de Xi Jinping a Moscú propone otro desafío formal a la preponderancia norteamericana. Evidencia, ante los ojos del mundo, que las tensiones globales caminan en escalada.

En ese planeta caotizado, las calles de Francia ofrecen una promesa de futuro. En las empresas, las escuelas y las universidades, el Marzo Francés alimenta el derecho a un invencible optimismo revolucionario.


[1Traverso, E. (2011) Historiografía y memoria: Interpretar el siglo XX. Parte 1. [En línea] Aletheia, 1(2). Disponible en: http://www. memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.4820/pr.4820.pdf

[2El mismo Traverso problematiza la lectura de la Revolución de 1789 por parte del conservador Francois Furet. En Traverso, Enzo, Revoluciones. 1789 y 1917, después de 1989, en La Historia como campo de batalla, Buenos Aires, FCE, 2012.

[3Lenin, Vladimir, El Estado y la revolución, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013, p. 133.

[4Las divisiones internas de la propia clase trabajadora son un problema estratégico que el marxismo revolucionario atendió desde sus primeros pasos.

[5Robert Coulondre fue el último embajador de Francia en Alemania antes de la Segunda Guerra.

[6Trotsky, León, Una y otra vez sobre la naturaleza de la URSS, en Su moral y la nuestra. En defensa del marxismo y otros artículos, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2019, p. 83.

Eduardo Castilla

Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.

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