En tiempos de cuarentena, encierro, una publicidad de YPF en la televisión recrea una y otra vez la voz de los próceres de la independencia, que piden no aflojar frente al enemigo hasta lograr la ‘salud’ que alegoriza el himno nacional. La idea de una guerra con un enemigo invisible, fue planteada por el propio presidente de la nación.
Sin embargo, en el terreno del debate político, fue desde La Nación donde el periodista Carlos Pagni introdujo una nueva dimensión de la interpelación militar. ¿La idea de que estamos en guerra se acotará a la epidemia o llegará también al campo de “la dolorosísima recesión que van a dejar la cuarentena y el distanciamiento social”? Pagni alerta: el entramado empresarial está en juego. Se requiere “planificación”. E ilustra su planteo con un momento particular de la guerra de independencia: aquella que se desarrolló en el campamento militar de El Plumerillo.
La analogía de Pagni presenta en principio dos debates. ¿Fue efectivamente El Plumerillo “la clave de la hazaña” que atravesó Los Andes? ¿Una empresa como la de San Martín presupone o se opone a fijar impuestos sobre la riqueza?
Es cierto que la creación del campo militar de El Plumerillo, en septiembre de 1816, condensó el momento de mayor aceleración del reclutamiento y entrenamiento del ejército de Los Andes. Sin embargo, la planificación y organización de este ejército fue un proceso más largo entre su gestación en octubre de 1814 hasta el cruce de la cordillera en enero de 1817.
La designación de San Martín como Gobernador Intendente de Mendoza en Agosto de 1814 no sólo puso a prueba sus capacidades militares para la preparación de la campaña, sino también su política de administración en medio de la guerra. A pocos días de su arribo a la provincia, llega a Mendoza la noticia del desastre de Rancagua con la derrota total de las tropas de la Junta Provisional de Gobierno comandadas por O‘Higgins y Juan José Carrera, frente al ejército realista comandado por Osorio. Mendoza contaba apenas con 900 efectivos en las milicias cívicas para preparar la defensa de una incursión realista. Por lo que San Martín decreta el 27 de octubre de 1814 que todo individuo que se halle en disposición de llevar armas se integre a estas milicias cívicas al cabo de 8 días. El armamento generalizado de la población era la única defensa posible frente a la catástrofe amenazaba desde Chile, y sin ella era imposible siquiera iniciar la creación de un ejército expedicionario.
Resulta llamativo que Pagni considere un impuesto a la riqueza como algo opuesto a la planificación del ejército de Los Andes que se desarrolló en El Plumerillo [1]. Pero también que desde Página 12, Luis Bruchtein, acote la política impositiva de San Martín a “un impuesto de cuatro reales por cada mil pesos de las grandes fortunas de la región” [2]. De uno y otro lado, se aíslan aspectos parciales de las medidas tomadas para esa gran empresa histórica, para rechazar o engrandecer el pequeño impuesto extraordinario a las grandes fortunas que está debatiendo el gobierno de Alberto Fernández. Pero lo cierto es que el régimen fiscal que dispuso San Martín no fue ni un rescate a las empresas, ni un pequeño impuesto a las grandes fortunas, sino una serie de medidas que implicaron una gran cantidad de impuestos extraordinarios. Además de tomar el tradicional control del impuesto de Aduana y Alcabala, y otros menores como el de sellos, cruzadas, azogues y penas de cámara, se aplicaron una batería de medidas excepcionales: contribuciones directas, impuestos indirectos, empréstitos forzosos y enajenación. Además del mentado impuesto a la riqueza de 1815 citado por Bruschtein, que logró recaudar 13.431 pesos en el segundo semestre de ese año, se dispusieron empréstitos forzosos a los acaudalados, que llegaron a recaudar 63.866 pesos. A su vez, dispuso la apropiación del diezmo de la iglesia. A lo que hay que agregar otros 5.135 empréstitos “voluntarios”. Aquel tipo de empréstitos forzosos debieron aplicarse unas 9 veces a lo largo de los dos años de preparación del ejército, y fueron acompañados de impuestos indirectos sobre las ventas de vinos, aguardientes y carne.
La “economía de guerra” no imponía ni una planificación idílica, ni una serie de medidas aisladas o mágicas para sostener la raquítica economía heredada de la colonia. Requirió medidas estructurales que tenían como fin garantizar un estricto disciplinamiento social, pero también elevar el nivel de vida de las masas para garantizar su adhesión a la empresa libertadora. La leva en masa tomada de los ejércitos de la revolución francesa y Napoleón por el organizador del ejército de Los Andes, era inseparable de una política que implicaba una mejora de las condiciones materiales de masas en general y de los soldados en particular. Como explica el historiador Pablo Camogli [3], fueron los salarios la base de la adhesión al ejército. Y estos fueron por estrictas instrucciones de San Martín, aumentando no solo cantidad a medida que crecía el reclutamiento, sino también en la paga, al igual que la vestimenta y el entrenamiento de los soldados.
La economía de guerra requirió establecer un estricto control de precios de los productos básicos, fijando precios máximos y un régimen de cuotas de carne para el abastecimiento en cada periodo del año. La implementación de la papeleta de conchabo, buscó que el ejército tomara hasta el último peón ocioso en las haciendas, pero también establecería un control de las horas de trabajo y salarios, con obligaciones para los patrones. La creación y reconversión de industrias para el apertrechamiento y armamento del ejército, la ampliación de las áreas de producción agrícola mediante la irrigación y el reparto de tierras públicas, han sido también ampliamente estudiadas. A veces exageradas y hasta confundidas para justificar distintos preconceptos. Pero lo que no se puede hacer borrarlas del mapa para un uso alegórico opuesto a su objetivo principal.
La actual crisis del sistema sanitario frente a la pandemia de Covid19, hace imposible soslayar que la capacidad sanitaria de Mendoza en 1814 estaba muy lejos de poder afrontar la salud de su población y mucho menos de la de un nuevo ejército. Por lo que una de las primeras medidas del gobierno de San Martín, fue establecer la obligatoridad de la vacuna contra la viruela, que requirió tanto la creación de una Junta de facultativos como −a falta de personal sanitario suficiente− la asignación de la tarea de enfermeros a los curas de la ciudad, para poder garantizar la vacunación de toda la población. Una política sanitaria que seguiría con la creación de Juntas Hospitalarias de Mendoza y San Juan capaces tanto de inspeccionar los centros de atención sanitaria como de controlar los fondos. Hasta septiembre de 1815 el ejército carecía de un hospital propio, por lo que se dispuso del San Antonio que había sido creado y controlado hasta entonces por la orden eclesiástica betlemita. Entonces se montó un nuevo hospital militar en Mendoza, y se aumentó más de tres veces la cantidad de camas del Hospital de San Juan, además se montaron puestos sanitarios en los cuarteles. Y como, a la par de la falta de infraestructura sanitaria, faltaba todo tipo de instrumental y medicamentos, se recaudaron recursos para la formación de un botiquín de campaña que pudiera cubrir medicamentos e insumos para 4 mil (septiembre de 1815) y 6 mil hombres (febrero de 1816). Dos siglos después son los gerentes de las prepagas los que le ponen los puntos al Ministro de Salud, y vemos a los funcionarios exponer sobre la imposibilidad de disponer, no solo de reactivos, respiradores y medicamentos, sino incluso ¡barbijos, camas y elementos de protección descartables para los médicos que atienden en los hospitales!
Lejos de ser medidas idílicas, el régimen social y económico del gobierno de San Martín en Mendoza, implicó la instauración de un estricto orden social político y económico, que no solo no significaron una revolución social, sino que se oponía a ello y mantenía las divisiones sociales escenciales entre las clases dominantes criollas y la plebe, los pueblos originarios y −en cierta medida− los esclavos y libertos afroamericanos. Un debate que no puede desarrollarse en esta nota. Sin embargo, la enorme envergadura de la empresa histórica del plan continental de San Martín no es asimilable a ninguna empresa posterior de la historia nacional.
Carlos Pagni plantea entonces que: “hace falta definir cuál será la estrategia para salir de la recesión”. Una salida acotada en sus perspectivas al horizonte estrecho del capitalismo argentino, tal y como lo conocemos desde hace décadas. ¿Qué Plumerillo puede planificar cómo salvar el entramado de empresarios y acumulación de capitales que hoy son causa de la crisis? La grandeza de la estrategia continental de San Martín, estuvo en desafiar los límites estrechos que planteaban el particularismo provincial de otros caudillos, y fundamentalmente de quienes Alejandro Horowicz definía −en su obra “El país que estalló”− como “el bloque mercantil” porteño que entre 1806 y 1820 intentaba organizar bajo su dominio las provincias del antiguo virreinato. ¿Cómo no vamos a desafiar horizontes estrechos dos siglos después, cuando lo único que ofrecen es degradar el nivel de vida de las masas y profundizar la decadencia social y nacional?
Una planificación estratégica frente a la catástrofe que nos amenaza requiere un verdadero impuesto progresivo a las grandes fortunas, pero no como una medida aislada y acotada a no ofender a los millonarios o destinada a sostener los pagos de la deuda pública odiosa. Sino en la perspectiva de un plan de conjunto con medidas como la nacionalización de los bancos y el comercio exterior para evitar la fuga de capitales y el saqueo de los ahorros nacionales. Establecer una firme defensa de los salarios y derechos de los trabajadores, la prohibición de los despidos y suspensiones con rebaja salarial. Medidas inmediatas para unificar el sistema de Salud con todos los centros hospitalarios, laboratorios y centros de salud, equiparlos y garantizar una información pública y veraz para combatir seriamente el avance de la pandemia y otras enfermedades. Tomar las empresas que cierren para ponerlas a producir con la gestión de sus trabajadores. Y avanzar en el control obrero de la producción y comités populares de abastecimiento y precios, para garantizar el aprovisionamiento de población y la producción estratégica del país. Un nuevo campo histórico como El Plumerillo, puede surgir de la lucha y la autoorganización de la poderosa clase trabajadora argentina.
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