Después del éxito de “Petróleo”, el grupo Piel de la Lava regresa a la escena con un espectáculo que habla del fascismo contemporáneo.
Osvaldo Quiroga @osvaldo_quiroga
Jueves 15 de agosto 20:39
Pero lo hace a través de un lenguaje desencajado que se encarna en cuerpos que asumen el delirio de las palabras como una piel que se ubica en la era post-humanista. Aparentemente la tierra se ha convertido en un lugar inhabitable en el que los sitios en los que se legislaba han sido incendiados. Pero lo que buscan estos personajes no es recuperarlos para beneficiar al pueblo, que supuestamente los votó, sino todo lo contrario, lo que desean es que sus discursos de ultraderecha se impongan por encima de cualquier realidad. O mejor: que la única realidad sea la de sus delirios. El Parlamento funciona en una suerte de nave espacial que navega por alguna galaxia.
Elisa Carricajo, Pilar Gamboa, Valeria Correa y Laura Paredes, admirables actrices, actúan en un futuro hipotético, pero el espectador percibe que todos los enunciados son parte del presente y que el desparpajo, la violencia verbal y los discursos de odio son lo sustancial de ese entramado siniestro que crece y se instala entre himnos ridículos, apelaciones al reglamento y a los protocolos de una burocracia construida con palabras vacías que, finalmente, lo único que defiende son los privilegios para una minoría y el desprecio y destrucción para la mayoría.
Bienvenida la desmesura, entonces, para poner al descubierto aquello que se ocultaba en las democracias formales y que ahora aparece con la virulencia y la soltura que supone anunciar hambre y desgracias con sencillez y afectada naturalidad.
Este parlamento internacional, que se transmite en vivo por internet, tiene en su presidenta, gran interpretación de Pilar Gamboa, subida a una suerte de torre desde la que controla a tres legisladoras, la imagen más clara del delirio y la impotencia para producir algo que no sean absurdas vaguedades que habitan cuerpos dislocados en un mundo que, como sostiene Hamlet, el tiempo está fuera de quicio.
Unos cromas verdes, suerte de trabajadores presenciales y virtuales que hacen varias tareas, desde servir el té hasta participar en los spots de campaña, casi no tienen lenguaje, ¿serán los esclavos del futuro? El sueño de estas legisladoras es el de un planeta donde la propiedad privada sea sagrada, los trabajadores ni siquiera posean una lengua y toda rebelión sea una quimera imposible.
La defensa de la ley escrita, por más absurda que sea, en el personaje que interpreta Pilar Gamboa; la restauración edilicia, como la que soñaba Hitler después del incendio del Parlamento alemán, representada por Elisa Carricajo; el amor por las armas y la guerra, que defiende el personaje de Valeria Correa, y el deseo o la libertad entendida aquí, en el papel de Laura Paredes, como una suerte de voluntad capaz de arrasar con todo en pos del beneficio propio o el de un grupo que está por encima de cualquier variante económica, social o cultural, son los pilares de la dramaturgia del espectáculo.
En el arte contemporáneo, sostiene Jacques Ranciere, se redistribuyen las relaciones entre los cuerpos, las imágenes, los espacios y los tiempos. Terminar con el disenso político mediante un cambio de escena desde las apariencias de la democracia y de las formas del Estado, es lo contrario de un tejido vivo de experiencias y creencias comunes.
“Parlamento” es también una indagación sobre el sonido en la escena, que es como decir el sonido en la vida misma. Y no sólo por la admirable intervención del músico Zypce y su voz privilegiada, sino también por esa mezcla de himnos sensibleros que se imponen con fuerte potencia dramática y que son parte sustancial de un clima donde lo que se escucha se resignifica, acaso como un murmullo en el que nada se dice aunque se hable a los gritos. En el teatro hay que recordar que el ritmo es un discurso que puede tener más sentido que el sentido de las palabras. De ahí también que el aporte del escenógrafo Rodrigo González Garrillo, y del iluminador Santiago Badillo, sea central a la hora de construir un espectáculo, quizá una tragicomedia, en el que incluso se oyen algunos versos de Quevedo.
La risa que provoca en los espectadores la escenificación de “Parlamento” se impone desde la primera hasta la última escena. Pero detrás de la risa, claro, está la tragedia del hambre, de la exclusión, de la violencia, de la guerra y de la pobreza intelectual. Max Weber decía: “Es completamente cierto, y así lo prueba la Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez”. Quizá el grupo Piel de Lava nos diga, desde el escenario del Picadero, que no basta con mostrar el mal para espantar el mal, como sostenía el Bosco. La mezcla de idiomas que aparece en el escenario, como una nueva torre de Babel, parece el símbolo de la confusión que atraviesa el mundo y que los discursos de la ultraderecha alimentan a diario. Nada se puede cambiar si no se cambia el lenguaje. No se puede vivir con otros sin siquiera percibirlos. No se puede legislar si las leyes se convierten en tumbas para los seres humanos. Tal vez por eso la revuelta es una de las formas más elevadas de la vida. La vida que merecer ser vivida.
(“Parlamento” se presenta los martes de agosto y septiembre, a las 20.30, en el Teatro Picadero)
Osvaldo Quiroga
Periodista especializado en Cultura, creador de El Refugio y Otra Trama. Actualmente al frente de Cultura 2.4, que se emite por la plataforma Global Play.