Un paso en falso del Gobierno que más allá de lo anecdótico puede indicar un cambio de tendencia y una nueva coyuntura. Tres malos datos que tuvo el oficialismo y el cuarto que viene desde abajo.
Fernando Scolnik @FernandoScolnik
Lunes 16 de septiembre 19:47
“La política es un circo vacío, el público se fue”. En su libro El nudo (Planeta, 2023), Carlos Pagni se había detenido a reflexionar sobre el significado de esa conclusión que surgía recurrentemente en los análisis de los estudios de focus group de los últimos años. Citando al escritor estadounidense Mark Twain, el editorialista de La Nación interpretaba que “la historia no se repite, pero rima”, y que dos décadas después del 2001, del “que se vayan todos”, la política estaba otra vez en cuestión después de tantos años de crisis económica.
Javier Milei, con su perfil de outsider ajeno a los partidos tradicionales, fue quien capitalizó ese fenómeno con su discurso contra la casta y llegó a la presidencia. Su ascenso -generosamente financiado por grupos económicos como el de Eduardo Eurnekian y otros interesados que hasta le armaron las listas- fue meteórico y su popularidad ascendente. El mismo presidente llegó a autopercibirse como un rockstar de la política internacional. Su discurso, disruptivo, acaparó la atención. Para muchos concitó esperanzas después de tantos años de frustaciones.
Este domingo, sin embargo, el circo del ajuste se quedó sin rating. El monje negro de la comunicación mileísta, Santiago Caputo, había planificado otra vez una jugada heterodoxa, tal como había hecho para el 10 de diciembre pasado -cuando Milei asumió dando un discurso de espaldas al Congreso Nacional- o el primero de marzo -cuando inauguró las sesiones legislativas un viernes por la noche, buscando copar el prime time de la televisión argentina-. Esta vez, se trataría de la realización de una cadena nacional un domingo a la noche para presentar el presupuesto 2025.
Lo que el Mago del Kremlin -discípulo de Jaime Durán Barba- no había previsto, y se lo recriminan por estas horas, es que esta vez el público no acompañaría. Apenas comenzó la transmisión oficial impuesta por el Estado, los canales de televisión abierta cayeron más de diez puntos en su rating. Dicho de otro modo: ni bien empezó a hablar Milei, la gente, desinteresada, se puso a hacer otra cosa. Puede fallar.
De acuerdo a un estudio publicado durante las últimas horas por Ad Hoc, esto también tuvo su correlato en la caída de menciones digitales al presidente, que, hasta la hora de publicarse el estudio, habían sido apenas 211.000, en clara caída respecto de las 1.6 millones del día de su asunción y de 750.000 en la apertura de sesiones.
Estos hechos, que podrían ser cuasi anecdóticos, hablan quizás del momento transitorio que se vive entre una coyuntura y otra. El payaso del circo libertario hizo el mismo número de siempre, pero la función ya no es exitosa. El libreto repetitivo del discurso de Milei, su apología del ajuste, del déficit cero y sus diatribas contra la justicia social, dieron la impresión de ser la repetición del guión de una serie que fue taquillera en su primera temporada, pero tiende a reiterarse en la segunda. Aburre.
La política -a pesar de la mística que quieren vender algunos gurúes de la comunicación-, no es inmaterial. Pasados algo más de nueve meses de gobierno, al oficialismo lo corre cada vez más el reloj que marca que se le achica el tiempo que le queda para justificarse excusándose en el pasado, mostrar resultados en el presente y seguir ofreciendo esperanzas para un futuro.
En el terreno del ajuste fiscal, por ejemplo, un estudio del grupo Pulsar de la Universidad de Buenos Aires publicado en los primeros días de septiembre arrojó como resultado que la gran mayoría de la población está en contra de los recortes en temas como Educación (91 %), Salud (91 %), Ciencia y Tecnología (85 %) o Cultura (72 %). En la calle, eso mismo habían anticipado la multitudinaria marcha universitaria en abril, las luchas docentes en distintas provincias, la organización en diferentes sectores de la cultura contra los despidos o medidas de lucha en sectores de la salud como los hospitales Posadas o Garrahan, entre otros.
No es de extrañar entonces que el intento de darle mística al discurso del "déficit cero" que buscó Milei este domingo, rememorando un lenguaje noventista a lo Domingo Cavallo y Fernando de la Rúa, no haya concitado gran entusiasmo. Tampoco que la agenda presidencial de las últimas semanas -vetando el aumento a los jubilados y el Financiamiento Universitario-, sea mayoritariamente rechazada. Una cosa es la percepción del discurso confuso de campaña electoral -cuando puede malinterpretarse a quién se va a ajustar- o de los primeros meses de gobierno, y otra distinta la gestión ya más avanzada, cuando se sienten las consecuencias de las decisiones y hasta los que apoyan al gobierno ven un escenario complicado.
El presidente intentó, eso sí, hablarle al gran capital financiero internacional, tratando de ofrecer certezas de que el país ajustará todo lo que sea necesario para no caer en default. Una receta que el país ya conoce y que ya fracasó anteriormente. La desconfianza a Milei no viene solo desde abajo, sino también desde arriba: con grandes vencimientos de deuda por delante, riesgo país aún muy alto, brecha cambiaria y falta de dólares tanto para financiamiento como para sostener la recuperación de la economía que sigue en recesión, desde varios sectores del poder también miran todo con cautela, a pesar de las ganancias millonarias que trae el plan económico para los lobos de Wall Street, los sojeros, los empresarios petroleros o los magnates de la minería.
En esta situación fluida, tres noticias fueron especialmente malas para Javier Milei la semana pasada. Una fue aquella que indicó que la inflación de agosto marcó un 4,2 %, subiendo respecto del dato de julio y, sobre todo, poniendo de manifiesto las grandes dificultades del gobierno para bajarla. No es un dato menor: la desaceleración del aumento de precios después del Caputazo de diciembre que la había disparado a niveles inéditos en décadas (lograda a fuerza de recesión e intervención del Estado sobre el precio del dólar), es el único logro del gobierno que tiene una cierta aceptación popular.
Los límites de la desinflación constituyen entonces un problema. En la calle comienza a escucharse un comentario: "No es cierto que haya menos inflación". Es que los datos son lapidarios: el consumo masivo cayó 17,2 % en agosto y tocó el nivel más bajo en lo va del año. Para la percepción popular es cada vez más difícil vender en estas condiciones que "estamos mal pero vamos bien".
La segunda mala noticia que tuvo el presidente en los últimos días fue el papelón de Patricia Bullrich, cuando quedó al desnudo la mentira que se intentó montar desde su ministerio para inculpar a manifestantes por la represión sufrida por una nena de diez años durante la marcha contra el veto al aumento a los jubilados. Los materiales periodísticos dejaron en claro que se trató de una fake news y devolvió la responsabilidad a sus dueñas: las fuerzas de seguridad. El desprestigio de la represión es un problema estratégico para un gobierno que quiere imponer planes de hambre a los palazos.
En tercer lugar, las derrotas del oficialismo en el Senado por el financiamiento universitario y fondos de la SIDE -tras haber ganado el veto al aumento a jubilados en Diputados con ayuda radical y peronista-, volvieron a poner de manifiesto la inestabilidad y precariedad de su esquema de gobernabilidad y su institucionalidad. La presencia silenciosa de Victoria Villarruel este domingo -sin aplaudir durante todo el discurso- y los votos que aún no están garantizados para el tan anunciado presupuesto, son expresión de esto mismo. Los mecanismos antidemocráticos de los DNU y los vetos pueden mostrar todos sus límites cuando el mahumor explote en las calles. Hasta acá el gobierno se basó en la "herencia recibida" y en el sostén que le ofrecen las cúpulas sindicales, el macrismo, el radicalismo y el peronismo, pero esa arquitectura puede mostrarse frágil si la crisis da nuevos saltos.
Y esto lleva a la cuarta mala noticia, que en realidad es un anticipo. O un desafío: esa "noticia" es necesario dársela desde abajo, coordinando todo el descontento social y las luchas testigo, en una gran pelea unificada. Por los jubilados, por la universidad y por los aeronáuticos. Y junto con ellos todas las demandas populares. Hay que denunciar a los burócratas que están en la tregua, pero también organizarse desde abajo para imponer un plan de lucha. Para preparar las condiciones para derrotar el plan de Milei. Y para que, cuando se agote definitivamente el circo de los de arriba, gane protagonismo definitivamente la política de los de abajo, con un partido de trabajadores, socialista y revolucionario que nada tenga que ver con la podredumbre de todos estos años.
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Fernando Scolnik
Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.