La semana pasada el Partido Republicano sostuvo su primer debate entre los precandidatos a la presidencia, con excepción de Trump que no participó. Si algo quedó claro a lo largo del debate fue la confusión dentro del Partido Republicano sobre cómo responder a la creciente crisis social y a la crisis de la hegemonía norteamericana.
Martes 29 de agosto de 2023 10:59
El 24 de agosto, ocho precandidatos presidenciales del Partido Republicano –con la notable ausencia de Donald Trump– tomaron el escenario en Milwaukee para el primer debate primario del Partido antes de las elecciones generales de 2024.
Lo ocho participantes fueron: Ron DeSantis, gobernador de Florida, Vivek Ramaswamy, empresario de perfil trumpista, Mike Pence, exvicepresidente, Asa Hutchinson, exgobernador de Arkansas, Nikki Haley, exgobernadora de Carolina del Sur, Chris Christie, exgobernador de Nueva Jersey, Doug Burgum, gobernador de Dakota del Norte y Tim Scott, senador de Carolina del Sur.
La noche fue un circo mediático orientado a medir rating conforme se presentaban a los candidatos, en el que sin embargo se revelaron aspectos de la crisis orgánica dentro de los Estados Unidos, y desacuerdos entre los capitalistas sobre como responder a la misma.
Ese desacuerdo y la falta de cohesión también se vieron reflejadas en la confusión sobre cómo vencer a Trump en las urnas. El Partido Republicano se vió confundido, desarticulado, y en conflicto consigo mismo. La retórica circuló salvajemente mientras cada candidato luchó para hacer pie. Durante el debate se exhibieron tantas políticas diametralmente opuestas como candidatos sobre el escenario.
La hegemonía política y económica de los Estados Unidos es actualmente la más inestable desde el fin de la guerra fría. Una China en ascenso y la coalición BRICS fortalecida están desafiando el control norteamericano sobre la producción y recursos estratégicos, tales como el petróleo y el litio. El margen de ganancias cayó sostenidamente desde los 1970s. Crisis sociales profundizadas se expresan en manifestaciones más frecuentes – como el caso del Black Lives Matter –, la crisis habitacional, la creciente ola de organización sindical, la pelea por el derecho al aborto, y la lucha por los derechos trans también hacen un terreno inestable para que uno de los dos partidos mayoritarios del capitalismo elijan un candidato – especialmente cuando su líder ni siquiera se presenta a debatir.
Desde la campaña electoral de 2016, cuando apareció como un “outsider” e irrumpió en el Partido Republicano, Trump fue capaz de sembrar dudas sobre la legitimidad del establishment, el régimen bipartidista, y el aparato estatal. También alimentó la crisis de legitimidad, primero al brindar su apoyo al asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, el cual intentó sabotear las elecciones, y ahora negando las acusaciones federales y rechazando participar de los debates primarios en el partido republicano.
En todo caso, la noche del miércoles estos representantes del Partido Republicano demostraron confusión sobre el momento político actual y cómo transitarlo. En múltiples ocasiones, al ser cuestionados por los moderadores – especialmente en temas divisorios como el aborto, el cambio climático, o la acusación de Trump – los candidatos se vieron perdidos e inseguros, levantaban tímidamente sus manos para responder, se observaban entre sí para ver como reaccionar, o planteaban pequeñas peleas con sus demás adversarios.
Un tema concurrente a lo largo del debate fue la tensión entre el derecho de los estados y un autoritarismo federal más centralizado. Esta división refleja las grandes divisiones entre capitalistas quienes, inseguros sobre cómo resolver las crisis actuales, están separados entre quienes quieren consolidar el poder estatal y quienes optan por una política de derechos de cada estado. Tomemos como ejemplo el aborto: los moderadores remarcaron la pregunta sobre las posiciones de los candidatos al notar que “el aborto es un caso perdido para los republicanos.” Un desafío particular para el Partido Republicano es que las prohibiciones al aborto no son populares entre sus votantes – especialmente entre mujeres blancas suburbanas, una de las claves demográficas en las elecciones generales. Los candidatos fracasaron al intentar presentar posiciones sobre el aborto que puedan dialogar tanto con los sectores de la extrema derecha como con su base más moderada.
La precandidata Nikki Haley utilizó un argumento inusual para el partido y denunció el hecho de que fueron jueces quienes tomaron tal decisión, y discutió que una prohibición nacional jamás pasaría en el Congreso, y defendió que el aborto debería ser elección de la gente. Otros candidatos, en particular el exvicepresidente Mike Pence, desafió a sus rivales a apoyar una ley federal para restringir los plazos para abortar, mientras que otros tomaron un camino moderado, diciendo que dejarían la decisión en manos del Congreso.
De la misma manera, los candidatos se mostraron incoherentes en el tema de la educación. Muchos adoptaron el slogan de "desarmar el Departamento de Educación", y apuntaron contra escuelas y docentes como una "amenaza al país" –incluso algunos de ellos yendo directamente contra los sindicatos docentes, tal como cuando Chris Christie presumió de acabar con los sindicatos en Nueva Jersey. Por otra parte, Haley y otros felicitaron a los docentes, mientras discutían por mayores programas de alfabetización y ciencias de la computación en todas las escuelas. Algo común entre los candidatos, sin embargo, fue la simpatía con el sistema DeVos de privatización de la educación (un sistema de vouchers, que termina profundizando la privatización de la educación, la competencia entre escuelas y una división clasista donde los sectores que pueden pagar más envían a sus hijos e hijas a escuelas mejor puntuadas y los que solo pueden utilizar los vouchers del Gobierno los envían al resto de las escuelas, que al mismo tiempo se empiezan a desfinanciar paulatinamente).
Los candidatos republicanos también estaban desarticulados en cómo encauzar la influencia internacional de Estados Unidos y contrarrestar la “amenaza China” a su hegemonía. En este punto, el grupo estaba dividido entre halcones, discutiendo fortalecer a la OTAN y hacer una gran demostración de poderío militar, y otros discutiendo enfocar las inversiones en manufacturas y en el control de sus intereses sobre Sudamérica como la estrategia correcta.
Estos desacuerdos brotaron fuertemente sobre la cuestión del financiamiento de la guerra en Ucrania. Mientras un candidato dijo que “sancionar a Rusia es darle petróleo ruso a China”, otro sentenció que “una victoria de Rusia es una victoria para China”. Vivek Ramaswamy representó la perspectiva trumpista sobre Putin, esencialmente discutiendo que el presidente ruso es meramente otro capitalista que debe ser manejado y tratado según las necesidades. Por su parte Pence declaró a Putin y a Rusia como comunistas y llamó a usar tropas ucranianas como escudos humanos contra la agresión de Putin.
Estos puntos de tensión y confusión dentro del ala derecha del régimen capitalista son expresiones del inestable momento político. La hegemonía norteamericana está experimentando su desafío más serio desde la Guerra Fría. Índices de ganancias en descenso, un control debilitado sobre recursos estratégicos y cadenas de abastecimiento, la pandemia de COVID-19, y la guerra en Ucrania hicieron mella en las reservas de la clase capitalista con las cuales hacía concesiones a la clase trabajadora, a la cual tuvo que presionar aún más para aminorar la caída de sus propias ganancias.
La creciente inestabilidad y explotación se reflejan en la multifacética crisis social que desestabilizan y deslegitiman aún más las instituciones del capitalismo norteamericano. Mientras por un lado estas crisis le abren el camino a la izquierda y renuevan el interés en el socialismo, también crean un espacio para el populismo de extrema derecha. La clase trabajadora se está haciendo protagonista en el escenario nacional con la ola de sindicalización y huelgas de alto perfil. Ramaswamy, actuando como vocero del ala derecha del trumpismo, llamó a “construir una mayoría trabajadora multi étnica” – un claro intento de sacar provecho del creciente resentimiento de clase y de conciencia de clase desde la derecha, también señalada por la polémica canción country utilizada al inicio del debate “Rich men north of Richmond”.
Esta crisis se profundizará conforme nos aproximemos a 2024. Trump, en un sentido, emergió victorioso. Su negativa a participar de los debates, su cuestionamiento a las citaciones judiciales y las denuncias sobre una “caza de brujas” en su contra, profundizan la crisis de las instituciones y del régimen bipartidista, alimentando la crisis social y de legitimidad. El debate de la semana pasada demostró que esta crisis atraviesa también a los candidatos republicanos, haciendo que sea posible que la próxima institución en perder legitimidad sea el propio Partido Republicano.
Traducción: Matías Gómez