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¿El fin de la utopía peronista?

Jesica Calcagno

política
Ilustración: Romina Echevarría

¿El fin de la utopía peronista?

Jesica Calcagno

Ideas de Izquierda

A propósito de La grieta desnuda. El macrismo y su época, de Martín Rodríguez y Pablo Touzon.

Los usos (y abusos) de la grieta son de lo más variados. Recurso periodístico, electoral, forma de gobierno, judicial, de militancia o manifestación callejera. Martín Rodríguez y Pablo Touzon ofrecen en este libro una mirada que sale de los lugares comunes y los relatos fanáticos para entender el macrismo y su coalición Cambiemos. Al “desnudar” la grieta, se meten en la época para explicar lo que está debajo de ella: la fractura social de una democracia de la desigualdad. El macrismo, su consecuencia, interpretó y usó a su favor esa desigualdad que hoy profundiza. Recorren la época y sus paradas: Alfonsín, Menem, De la Rúa, los tres presidentes que precedieron a Duhalde en la crisis del 2001, Néstor y Cristina. Es un libro sobre el macrismo, sí. Pero lo es mucho más sobre el peronismo y sus versiones.

Desde el punto de vista de la gobernabilidad, entre anécdotas, literatura variada, humor y postales de la modernidad, Rodríguez y Touzon también plantean una plataforma: un peronismo de “justicia social” que recupere el “arte de la política” para estos nuevos tiempos. Esta nota no pretende ser una reseña del libro que abarca muchísimos temas –y recomendamos– sino un disparador y contrapunto de algunos núcleos desde un punto de vista distinto, desde la izquierda, sobre la paradoja entre el diagnóstico y su propuesta.

Gobernar sobre la desigualdad

Los autores se plantean un verdadero dilema que tiene toda la “clase política” tradicional que, podríamos decir, es el de las crisis que golpea el mundo desde el 2008. Cómo gobernar con las consecuencias sociales de un mundo cada vez más desigual, de un neoliberalismo agotado en sus perspectivas pero efectivo en lo que conquistó y continúa arrasando en pauperizar cada vez más franjas de la población. La imagen del Estado más poderoso del mundo quitándole la vivienda y arrojando a la calle a millones, mientras hacía salvatajes millonarios a los grandes bancos. Las crisis no son gratuitas, y lo que hemos visto extenderse es lo que en la izquierda llamamos “crisis orgánicas”, retomando al marxista italiano Gramsci. El cuestionamiento a los partidos tradicionales, con el surgimiento de “nuevas formas de pensar” y tendencias a la polarización, como Trump, Bolsonaro, las derechas europeas, y hasta el inesperado Brexit que terminó volteando a Theresa May.

Para dar cuenta de las contradicciones de la época en versión criolla, desarrollan el concepto de “democracia de la desigualdad”, con la que describen ni más ni menos que una tensión irresoluble de un capitalismo posneoliberal que se ha sostenido a fuerza de ataques a la clase obrera. Haciéndolos en forma directa cuando la manta se acorta, o aprovechando las consecuencias de esos ataques sin revertirlos cuando la economía va bien. Definen las crisis en Argentina como “fábrica de pobres”:

La tríada megadevaluación-ajuste-represión fue el método de reseteo cruel que inauguró Argentina con el Rodrigazo de 1975, el formato salvaje de licuación de déficits y deudas. Las crisis grandes como la del 89-90 y 2001-2002 hacen romper el “pobrímetro”: 47,3 % fue el primer número de pobreza argentina “a la latinoamericana” en julio de 1989, en plena hiperinflación, ranking superado en 2002 cuando llegó al 54 % después del final del gobierno de De La Rúa. Pero cuando llegan las recuperaciones, como fue el caso en las primeras mitades de las décadas de los ‘90 y de los 2000 estas nunca “recuperan” a todos. A cada vuelta de la calesita de la crisis argentina […] un tendal de pobres queda ahí para ya nunca más volver. Las recesiones (1997-2003; 2017-…) le agregan cemento y cal a esta nueva estructura de clase. A la derrota estratégica de la orgullosa clase obrera argentina durante la dictadura se le agregan las derrotas “limpias” de la democracia. Un universo de overoles y fábricas reemplazado por ni-ni’s, precarizados y changarines [1].

Como bien plantean los autores, las recuperaciones funcionan sobre “pisos” cada vez más altos de pobreza. Si no veamos también las cifras del final del gobierno de CFK en 2015, luego de un período extraordinario de crecimiento: 25 % de los hogares en situación de pobreza, tres millones de familias en emergencia habitacional, 35 % de trabajadores en la informalidad, 80 % de jubilados recibiendo la mínima [2]. Visto desde arriba, las crisis y recuperaciones ponen cemento y cal para los que ganan siempre.

El macrismo es heredero y patriota de esa desigualdad. Hoy la pobreza ascendió al 40 %, y, con las tarifas dolarizadas, las familias deben destinar el 30 % de sus ingresos para acceder a los servicios esenciales. Una deuda externa que se aproxima al 100 % del PBI de la que, por supuesto, los trabajadores y sectores populares no vieron un dólar. Como si nos hubiesen hecho ese famoso llamado de un banco que te reclama que le debés no sé cuántos miles de una tarjeta que en tu vida sacaste ni tuviste en tus manos. Lo que se dice, una verdadera estafa.

Con este panorama, de condiciones externas e internas mucho más adversas, con una deuda de magnitudes superiores, y un “trabajo sucio” previo que no se hizo aún como en crisis anteriores, la ilusión de una “gobernabilidad con justicia social” se transforma fácilmente en la “realpolitik” de administrar y supervisar la desigualdad. La fractura social como razón de ser del peronismo.

Sujetos y contención

Vale recordar las palabras sugestivas de Dujovne: “nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el gobierno”. Resuenan. Porque muchos de nosotros seguramente nos preguntamos alguna vez ¿cómo puede ser que no se pudra?

La recomposición del régimen político post 2001 que inició el kirchnerismo no fue en vano. Los autores la describen de alguna manera como la estatización del “piquete y cacerola”, que materializó como política de Estado esa alianza social entre clases medias y sectores populares. “Entre el museo de la ESMA y Garbarino, el matrimonio igualitario y Ahora 12”. Consumo + derechos humanos. Orden y progresismo. Pero esa ecuación incluyó la activación de engranajes de contención. La vieja y conocida estructura de poder peronista: intendentes, gobernadores, sindicatos (incluyendo como nuevo actor a la CTEP con la “mano blanca” del Papa). Porque en la democracia de la desigualdad donde hay una necesidad, hay una burocracia necesaria para extender sus tentáculos de control y contención como parte de ese “Estado integral”, como conceptualiza Gramsci.

No hay “orden” sin contención o coerción/represión (así como el “progresismo” no sobrevive sin economía a favor). La política de “no represión a la protesta social” –cuestionada por la izquierda que sí recibió los palos quirúrgicamente– actuó como empuje a la reconstrucción de la contención. Y el macrismo hizo uso de esa vieja y renovada estructura de poder del peronismo, que funcionó, esta vez, sin ellos en la Casa Rosada. Dujovne puede presumir y jactarse, también por esa herencia recibida. El macrismo contó con la tregua de los sindicatos, hizo uso de la contención negociando recursos con la CTEP y “los movimientos sociales”, negoció con las provincias sin distinción política.

Hay un vacío en el libro respecto al rol de los sindicatos y sus conducciones (con omisiones como el asesinato de Mariano Ferreyra por la patota sindical de la Unión Ferroviaria) que se reemplaza por explicaciones exageradas desde la clase media o “culturales”.

De un lado plantean que Moyano expresa una memoria de clase de un país que ya no es, y una memoria de un poder que ya no tendría. Y, del otro, que “la clase media argentina es el nuevo sujeto revolucionario de la democracia”. Aquí vale una distinción entre lo que ironizan sobre la apropiación posmoderna del peronismo por parte de la “progresía” de clase media urbana con sus bares “Perón-Perón” en Palermo, respecto de aquellos asalariados que se perciben como “clase media” por sus propias aspiraciones de movilidad social y consumo. Aspiraciones que pueden ser un boomerang en este stop and go argentino degradado, y han sido motor de la lucha de clases.

Pareciera, según los autores, que aunque la Argentina tiene una de las tasas de sindicalización más altas de América Latina, la clase trabajadora se parece más a una pieza de museo, reemplazada por una combinación entre pobres y clase media. Pero cada paro general convocado por las centrales sindicales, aún en forma “dominguera”, nos recuerda que ahí está el gigante de una fuerza social que tiene la potencia del control. Aún fragmentada y precarizada. O en jornadas como la del rechazo a la reforma jubilatoria en diciembre del 2017, que hizo sonar las alarmas de una relación de fuerzas con la clase trabajadora vigente y que no está resuelta. Mirado desde arriba, no hay que olvidar tampoco las consecuencias electorales para el kirchnerismo cuando Moyano rompió con CFK en 2012. La burguesía local y extranjera, y su clase política, han tenido varios problemas por confundir la realidad con sus deseos.

Una utopía bastarda

Críticos de un peronismo sobreadaptado a administrar y gestionar un orden injusto, los autores se despachan con dureza. “El peronismo es una burocracia pobrista, que te mantiene donde estás”; se trata de un “peronismo posibilista” que en los últimos años de CFK consideran que se entregó a aceptar el declinismo argentino de la democracia de la desigualdad renunciando a cualquier transformación. Su sentencia es que la crisis política del peronismo es la más profunda de su historia, y que solo está disimulada por la crisis del propio macrismo. Casi con la melancolía de un peronismo que se acerca a una suerte de caída del “Muro de Berlín” como crisis de “gran proyecto” (con variadas comparaciones al “fin del comunismo” a lo largo de todo el libro y el clásico falseo que asocia marxismo a stalinismo o al restauracionismo capitalista).

Hay una pregunta que preocupa a los autores: “¿cómo y con qué modelo político se vuelve a crecer?”. Las respuestas más concretas que ensayan sorprenden por la similitud a los posteriores anuncios de CFK. Rodríguez y Touzon proponen en el libro “un programa serio y coherente de salida gradual al estancamiento, que necesita de alguna forma del vituperado ‘pacto social’ para salir adelante”. Y agregan “deberían potenciarse los elementos de unidad nacional antes que los de fractura”. Podríamos decir que sus conclusiones se adelantaron a las de CFK: contrato social (incluyendo al FMI) y “desengrietar”. Alberto Fernández fue el elegido para encabezar esa fórmula: opositor del enfrentamiento con Clarín y las patronales agrarias, de la Ley de Medios entre algunas de las épicas del corrido kirchnerismo, y de una amplia trayectoria “transversal” hasta con Menem y Cavallo.

En uno de los capítulos, llamado “El hombre algortimo”, cuestionan al duranbarbismo por querer reducir la política a una mera técnica, que interpreta los “deseos ciudadanos” para codificarlos, pero nunca transformarlos. En última instancia, dicen que este es un modelo alternativo de democracia donde el consumo y el mercado hacen la ley (al que el peronismo –especialmente el cristinismo– también se adaptó). Los autores aspiran a un modelo de democracia con integración y justicia social, que reconocen difícil en un mundo estructuralmente hostil. Proponen una superación desde “una política inteligente, audaz y creativa, una política entendida como una de las bellas artes, que pueda dejar de reproducir presente para fabricar futuro”. Es un llamado al peronismo a empezar a crear un nuevo orden político, su crisis no es de liderazgo, sino que “tiene que recuperar una idea de modernidad propia, que no entregue la idea de futuro ante el refugio de la Historia”.

Una solución política a la decadencia estructural (y en crecimiento) de los argentinos. Los límites de una utopía no reconocida. ¿Se puede crecer con creatividad política? ¿Qué posibilidad de crear futuro hay en estas condiciones del capitalismo, y en una Argentina gobernada por el FMI? ¿Qué condiciones estructurales se está dispuesto a aceptar para crear un nuevo orden político?

Un horizonte de “nestorismo”, al que los autores adhirieron, en época de vacas flacas podría ser –con suerte– el “arte del posibilismo”. Si aquellos años recrearon la ilusión de un “capitalismo en serio” que reconstruya una burguesía nacional, el resultado volvió a confirmar su impotencia. Las formas políticas cambian pero subsisten los apetitos capitalistas, como diríamos en la jerga marxista. La burguesía local es la viva expresión: demuestra una y otra vez la incapacidad de superar la dependencia y el atraso del país, actuando siempre como socia menor de los negocios imperialistas que controlan cada vez más los recursos estratégicos de la economía. Negocia y les saca algo a veces, pero nunca los cuestiona, porque son también sus privilegios y no es suicida. Si los años de bonanza económica y ciclo a favor internacional, no revirtieron el “pobrímetro” y bastó un mandato de Macri para volver al fango, las actuales condiciones de FMI y un mundo más adverso harán más crudos y violentos esos apetitos.

De la mano de sostener una pesada deuda sobre nuestras espaldas y la sumisión de una mediocre burguesía local, el futuro está cantado y será más de lo mismo. No hay creatividad política que alcance si de evitar la catástrofe se trata. A menos que se libere ese gigante, que hasta ahora aparece pero contenido. Una clase trabajadora que es la única capaz de tomar el futuro en sus manos rompiendo con esa dependencia y abrir paso a una verdadera igualdad. La política como economía concentrada. Revolucionar las condiciones de existencia como condición necesaria para una actividad creativa y colectiva que libere conscientemente todos los ámbitos de la vida.


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NOTAS AL PIE

[1Rodríguez, Martín y Touzon, Pablo, La grieta desnuda. El macrismo y su época, Buenos Aires, Capital intelectual, 2019.

[2“La nueva fábula de Cristina y Axel”, Christian Castillo, IdZ 45, diciembre 2018.
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Jesica Calcagno

@Jesi_mc
Nació en Buenos Aires en 1984. Licenciada y profesora en Sociología (UBA). Acreditada en el Congreso.