Una colección de imágenes narradas sobre campeonatos en los que el premio es el orgullo. Por el Parque Industrial de Lanús desfilan equipos de barrio y hasta un combinado de inmigrantes haitianos.
Sábado 23 de noviembre de 2019 14:26
Y en el séptimo día Dios se fue a jugar al fútbol con los pibes. Está en la Biblia. Al Barba le gusta el fútbol de verdad, el de potrero. Domingo a domingo va recorriendo diferentes canchas para sentirse vivo. Así llegó a la Real, un páramo perdido al margen del Parque Industrial de Lanús. Allí el ritual arranca bien temprano. Equipos de Villa Porá, Villa Corina, Villa Sapito, La Maquinita y hasta un equipo formado únicamente por haitianos son parte de la fiesta del fútbol de potrero.
Abajo de un árbol, entre unos pocos rayos de sol que se cuelan por los huecos que dejan las hojas del Paraíso están Mane, Aldo, Sergio y Leo. Comparten unos mates. Ellos son las autoridades. Organizador, árbitro y jueces de línea. “A las 9 arranca Deportivo Haití contra Yegros”, cuenta Mane. El rol de organizador le queda chico. Durante la jornada será el encargado de controlar las planillas, cobrar las canchas, atender los reclamos de los equipos y hasta buscar la pelota cuando algún burro la manda para la calle o para la casa de algún vecino.
A las 9.10 los equipos salen a la cancha. Los 22 corren hacia Aldo. Él, parado en el círculo central, luce su pelada color cobre. Está vestido con una remera amarilla fosforescente. Espera a los capitanes. Deportivo Haití gana el saque y el comienzo de la fiesta ya es inevitable. “Mister, Mister, eso no fue falta”. Los haitianos solo abandonan el francés para reclamarle a Aldo. Durante el partido la pelota eclipsó varias veces al sol. Ni el campo de juego ni los intérpretes ayudaron a que ruede a ras del piso. El duelo no fue bien jugado pero tuvo intensidad. Ambos equipos necesitaban la victoria para salir del fondo de la tabla. La diferencia la hizo el 10 de Haití, 3 goles para que su equipo consiga la primera victoria del campeonato.
Más cerca del mediodía la cancha está más poblada. La gente llega desde las cuatro esquinas. La parrilla del buffet empieza a soltar humo, como una especie de trampa de caza. Algunos llegan sin cumplir con el trámite del sueño. A Mauro lo delata la camisa y los lentes de sol. Su técnico se queja, “este siempre llega de jirafa. Por algo le decimos Larguirucho”. Raúl vive justo detrás de uno de los arcos. Está en cuero y ojotas manguereando el jardín del frente de su casa. “Ya estoy acostumbrado a despertarme con los pitazos y los gritos”, cuenta resignado. “A veces veo mejores partidos acá que en la tele”. Además explica que por la construcción del Parque Industrial, hace algunos años, la única cancha que quedó en pie por la zona fue la Real, el resto ahora se han convertido en fábricas y depósitos.
Cada equipo tiene su lugar alrededor de la cancha y se respeta cada domingo. Hay una regla sagrada. Dice que la música debe esperar hasta después del mediodía. Lo parlantes esperan ansiosos el comienzo de su propia competencia. ¿Cuál sonará más fuerte hoy? La final de la Copa Sudamericana dejó la derrota de Colón de Santa Fe y la victoria de Los Palmeras. De entrada la legendaria banda santafecina copa la parada. “Que yo he nacido negro y sabalero”, resuena la voz de Cacho en una de las esquinas. Las cumbias se enredan con el viento durante los intervalos entre los partidos. En el centro de la cancha, se escucha un remix indescifrable. Comunión de ritmos y estilos.
“Hoy es el clásico”, anuncia Marce. El técnico de Juventud llegó temprano para ahuyentar los nervios. Lo espera un partido especial, el clásico ante Villa Porá. El partido estaba programado para las 4 de la tarde, el horario central pero como siempre hubo retrasos. A esa altura de la tarde el humo de la parrilla ya es casi invisible y una pirámide de chorizos aguarda por algún rezagado. En los márgenes de la cancha hay mucha gente. Hay familias tomando mate. Hay chicos que aprovechan cada parate para colarse en la cancha a jugar. Hay banderas y hay cantos. Juventud sale a la cancha de blanco y negro. Villa Porá lo hace con su tradicional camiseta verde y amarilla. Parece que todos se conocen. Los de adentro y los de afuera. Sin embargo no hay concesiones. El partido comienza y genera un alarido. Los parlantes ya están apagados, ahora el viento juega con la tensión. Los rivales se miden en la cancha. Ninguno arriesga de más. Son hermanos. Son primos. Se conocen pero igualmente se estudian. 2 goles, algunas buenas jugadas y 1000 patadas después, Villa Porá se lleva la victoria. Su banda alienta justo detrás de un córner mientras los jugadores se saludan. Las broncas murieron con el pitazo final. Los pibes de Juventud se retiran con la cabeza abajo y algunos reproches tímidos. Los de Porá corren a gritar con los suyos. Se escucha fuerte “ganale a Porá si querés salir campeón”. Tras algunos minutos todos emprenden el regreso a casa por el mismo camino. Los rivales vuelven a ser hermanos, primos y vecinos. Vuelven al barrio. Una mitad a preparar la fiesta, la otra a guardarse por un tiempo.
En la cancha no queda ni el sol. Mane ya descolgó las redes de los arcos. Las lleva en una bolsa en su mano derecha. Sobre el hombro soporta un bolso con las pelotas. Va camino a su auto. “Se acabó la joda. Mañana hay que laburar”. Ya es domingo por la noche. Hasta Dios se fue a descansar.