Soledad Cayunao viajó a la Conferencia por el Acuerdo de Escazú en Buenos Aires porque es otra prueba viviente de que los derechos de las comunidades mapuche que defienden los territorios son vulnerados: la protección que el Estado dice garantizarles les llega todos los días en forma de alambrado, volando en helicóptero, con la violencia de una patota a caballo y la impunidad de una amenaza de muerte. ¿Cómo es vivir resistiendo para que no se apropien del Río Chubut?
Lunes 24 de abril de 2023 16:31
Fotos: Aníbal Aguaisol
Según los mapas la casa de invernada en la Lof Cayunao que habitan Soledad con su compañero y sus tres hijes menores queda a 110 kilómetros de El Bolsón y a 230 km de Bariloche, en la provincia de Río Negro. Según los pies, hay que atravesar –además de rutas provinciales y caminos marcados– entrando desde El Maitén y por el Valle, hasta llegar a la invernada. Luego se atraviesan caminos de montañas de alta cordillera, por un sendero de 15 kilómetros y más de 1600 metros de altura sobre el nivel del mar. Ida y vuelta son seis horas de caminata para llegar a la veranada y más de media hora de bajada para tener señal y poder hacer una llamada por handy.
Soledad resiste con su familia, intentando no moverse del lugar, poniendo –literalmente– el cuerpo frente a los alambradores. Poner el cuerpo no es escribir una solicitada con un hashtag o una nota de Change.org. Poner el cuerpo es, en el territorio, plantarse frente a una serie de matones armados que aprovechan cualquier descuido para avanzar sobre el terreno y alambrarlo.
Fue una noche de mucho frío, sentada sobre una roca al filo de la cordillera, que tomó la decisión de resistir. Sintió el llamado de la ñuke mapu (madre tierra) y llorando de rabia y tristeza como una niña pequeña, sin poder explicarle a su compañero el por qué, una certeza le germinó dentro: no va a dejar ese territorio que la habita y la trasciende y va a defender el Río Chubut y sus vertientes.
El Río Chubut recorre 800 kilómetros hasta llegar al mar. Hoy son cinco personas las que, con la ayuda de voluntarios y organizaciones, defienden sus nacientes: dos mayores y tres menores, turnados de noche y en guardia, poniéndose de acuerdo para dormir y evitar que planten un poste, que alambren. Es por eso que necesitan que tomemos conciencia y acompañemos su lucha: emocional, física y económicamente.
La resistencia les insume todo el tiempo y no pueden subsistir como una familia “normal”. Las guardias le impiden dedicarse a sembrar y cosechar la huerta, no pueden salir a hacer changas o a comprar. Comenzaron a dedicar enteramente la jornada a la defensa del territorio y la lucha, cuando un día bajaron a hacer unas compras y a ver un abogado y, de regreso, se encontraron con que les habían desarmado el puesto de veranada, robándole todas sus pertenencias: frazadas, bolsa de dormir, aislante, herramientas, etc, y sacaron el cartel que decía Territorio Mapuche, reemplazándolo por otro que decía Prohibido Pasar, Propiedad Privada.
Llenaron de cámaras de vigilancia las cumbres y sacaron un título de propiedad, existiendo una cautelar vigente. Y todo en tres días. Ahora son aturdidos desde el cielo con los helicópteros que los vigilan las veinticuatro horas y la presencia de seguridad privada: la violencia es el común de la zona. Ya en diciembre del 2019 habían incendiado un puesto comunitario de la comunidad Kom Kiñe Mu (Todos Somos Uno) y, a mediados del año pasado, cuando el periodista turco Sadik Celik se acercó a la Lof, fue atacado por un empleado extranjero.
Soledad fue amenazada de muerte más de una vez. Cuando asumió la responsabilidad como mujer mapuche de defender con su familia el Río Chubut tenía 36 años. Hoy tiene 38 y su nombre se escribe en las noticias porque viajó a Buenos Aires para participar de la Conferencia de las Partes (COP 2) del Acuerdo de Escazú: ese chamuyo convertido en tratado internacional que dice garantizar los derechos de acceso a la información, participación y justicia en asuntos ambientales, así como la protección de los defensores ambientales, en América Latina y el Caribe.
Soledad viajó porque es otra prueba viviente de que los derechos de las comunidades mapuche que defienden los territorios son vulnerados: la protección que el Estado dice garantizarles les llega todos los días en forma de alambrado, volando en helicóptero, con la violencia de una patota a caballo y la impunidad de una amenaza de muerte. “Queremos que personas de todos los lugares nos escuchen, para terminar con la desinformación de odio que los medios de comunicación dan sobre nuestro pueblo, nosotros estamos aquí resistiendo en defensa de la vida, el Río Chubut, sus afluentes, el bosque y los animales. Si no lo hacemos, no quedará nada”.
Hace años que hay leyes y tratados que están vigentes, pero fueron escritos con el mismo puño que le dio muerte a la letra, ni bien empezó a escribirlos. El mismo que desde 1878 viene dibujando fronteras a fuerza de golpes, balas y violencia. Ese que, desde hace más de dos veranos, la obliga a ponerle el cuerpo a la resistencia que lleva adelante contra el avance de quienes todos los días avanzan alambrando las tierras comunitarias que habita con su familia en el Valle de Río Negro, en la naciente del Río Chubut.
Ser mapuche en Argentina no es fácil. Es un país racista con un componente mayoritariamente “venido de los barcos” y una desmemoria histórica ejercida desde la educación y los medios de comunicación que enseñan a sus ciudadanos, desde hace más de un siglo, a naturalizar las fronteras y los carteles de propiedad como la norma.
Soledad y su familia lo saben, por eso con mucha paciencia y con voz amorosa explica: “la cosmovisión mapuche cree en el presente, en el pasado y en el futuro. Cuando uno saluda a al río, saluda al antiguo río, pero también al actual río y al futuro río. La vida misma se basa en eso: en reconocer que lo que estás viviendo en el presente, ese río que va corriendo en ese momento en el que vos estás parado, no es un río que está en este mundo para darte agua a vos nomás, sino que ese río tiene una trayectoria que alimentó a mi abuelo, a mi bisabuelo y a los tatarabuelos, por eso se lo saluda como antiguo, y también como presente, porque te está dando agua ahora y por eso mismo, en ese mismo río, se ve el futuro de nuestros hijos de la de la futura generación hoy”.
El sobrepastoreo, los ciervos ajenos al paisaje traídos para que los millonarios jueguen a la caza deportiva, la tala de plantas nativas, la contaminación, el cultivo con agroquímicos, las grandes extensiones de cultivo y ganadería, la sequía en las vertientes por la construcción de caminos privados, la forestación con los pinos que degradan el suelo, no son posibles en sus territorios. Entonces, llega gente de corporaciones y de países tan distantes como Qatar y Emiratos Árabes y estancieros y estrellas del deporte y terratenientes con sus 4x4 y sus patotas, a jugar al TEG con la mapu. Entonces llegan los huincas a querer alambrar.
Mapuche significa “Gente de la tierra” y habitar la mapu implica vivir en ella y con mucha conciencia, acomodarse a ella también: al clima, a las temperaturas, a los vientos, y al curso de agua. Es, en invierno, acomodarse en las zonas más bajas del valle, en los lugares más cálidos y en verano, en las veranadas, trasladarse arriando el ganado y los caballos con mercadería, durante largas horas, hasta las zonas más altas de la cordillera. No necesitan el lujo de las mansiones construidas con materiales, ni grandes extensiones de tierra. Con los refugios que construyen como puestos centrales con toldos y palos parados y algún fogón para resistir la noche, alcanza. Será por eso que, desde la conformación del Estado argentino, son objetivo de todos y cada uno de los gobiernos: su cosmovisión atenta directamente contra el sistema capitalista.
Fue en octubre que llegaron las primeras noticias sobre un empresario de Emiratos Árabes que se encontraba detrás de la apropiación de las nacientes del Río Chubut. Para la justicia es Alberto Barabucci, un terrateniente de La Pampa que dice ser dueño legítimo de una estancia que han emplazado en la Lof, y que tiene en el territorio, como interlocutor y capataz de la estancia, a Andrés Saint Antonin, alias Came.
La correlación de fuerzas es abrumadora: mientras Saint Antonin ha llegado a tirarle encima los caballos, Soledad distingue a los “empleados” que alambran, a los que intenta convencer dialogando, y mientras les han colocado cámaras monitoreando todos sus movimientos, tiene que caminar media hora, para tener señal y poder realizar por día una llamada pautada.
Los conflictos por el territorio no son recientes: como sucede al interior de todas las comunidades mapuche hay pujas ilegales que, por obra y gracia de los intereses terratenientes, adquieren peso de ley. El empresario Marcelo Mindlin, presidente de Pampa Energía, socio de Joe Lewis, adquirió los terrenos en el año 2009. En ese entonces eran tierras fiscales que compró Miguel Guajardo, intendente de El Maitén –que nunca había habitado esas tierras– en las que vivían familias originarias.
Mindlin sumó a esas tierras dos campos que, casualmente anexados a las tierras compradas a Guajardo, se constituyen en 19 000 hectáreas a nada menos que 35 kilómetros del Lago Escondido, feudo que Joe Lewis– con la connivencia de los gobiernos de Mauricio Macri y Alberto Fernández– se apropió. Pero como la Ley de Tierras Rurales indica que no es posible que las tierras provinciales pertenezcan en más de un 15% a extranjeros, las caras detrás de los títulos cambian con la fuerza del viento y los testaferros se suceden como las estaciones: Mindlin le vendió a DIUNA Inmobiliaria S.A en 2017 y a Hugo Alberto Barabucci, jugador de polo santafecino que, a su vez es socio de Nicolás Van Ditmar, mano derecha de Joe Lewis, encargado de Hidden Lake. Luego a Matar Suhail Ali Al Yabhoumi Al Dhaheri, desde Emiratos Árabes, amigo de la realeza en Emiratos Árabes, empresario serbio de la construcción inmobiliaria. Todos aparecidos en escena después del viaje que en 2017 Mauricio Macri (presidente) y Alberto Weretilneck (gobernador de Río Negro), hicieron a Emiratos Árabes. La resultante: la zona de las nacientes del Río Chubut y sus aledaños, otra vez puestas a disposición de capitales extranjeros.
Por eso, después de que desoyeran las denuncias por el incendio, las amenazas y que comenzaran a alambrar su propia casa, con las noticias del desembarco en Bariloche de un príncipe qatarí y las nueve mujeres mapuche de la comunidad Lafken Winkul Mapu, que el Comando Unificado de Seguridad zona Villa Mascardi –creado por Aníbal Fernández y conformado por todas las fuerzas de seguridad del Estado– detuvo el 04 de octubre del año pasado, Soledad decidió actuar y defender la tierra.
Es consciente del peligro: Betiana Colhuan (Machi o autoridad espiritual de la comunidad), Luciana Jaramillo, María Ardaiz Guenumil y Romina Rosas, que estaba embarazada de cuarenta semanas al momento de la detención, todavía permanecen privadas de su libertad con sus pequeños hijes. “Nunca hay un muerto del Estado, siempre somos nosotros. Nuestra lucha es digna, no somos delincuentes, no somos terroristas”, declararon al Diario Río Negro.
Y como la lucha para la comunidad mapuche es una constante, mientras el 28/02 en la Fiscalía de El Bolsón radicaron una denuncia colectiva por las tres vertientes de agua del Río Chubut que han contaminado y por la apropiación ilegal que, sistemáticamente, han emprendido en el territorio, Soledad sigue resistiendo con su familia. “Cuando uno saluda al río, saluda al antiguo río, pero también al actual río y al futuro río”.
La lucha de Soledad –y de la comunidad– no comenzó hoy, pero continúa mañana. Apoyemos su resistencia, acompañemos su lucha, defendamos nuestro futuro. “Si no lo hacemos, no quedará nada”.
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