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Con otros ojos. El hombre que miraba a través de los ojos de las mujeres

El 20 de agosto de 1940, en su casa del exilio en México, León Trotsky sufría un atentado homicida, de manos de un agente stalinista. A 81 años de su muerte, queremos homenajear al gran revolucionario, en esta columna quincenal, cuyo lema parafrasea uno de sus artículos.

Andrea D'Atri

Andrea D’Atri @andreadatri

Lunes 23 de agosto de 2021 12:49

Esta columna quincenal lleva por identificación el lema "con otros ojos". Es un parafraseo de una de las frases de Trotsky más bella y profunda sobre la emancipación de las mujeres y la lucha por la eliminación de todas las formas de opresión social. "Si en realidad, queremos transformar las condiciones de vida debemos aprender a mirarlas a través de los ojos de las mujeres”, escribió Trotsky en 1923. Y me enamoró.

Adelantaba cincuenta o sesenta años al feminismo de la diferencia que, de querer revalorizar lo que el machismo ridiculiza como características estereotipadas de la feminidad, terminó ofreciéndonos una vuelta al esencialismo marcadamente excluyente y discriminatorio que las feministas negras, lesbianas y de los países que libraron grandes luchas contra el colonialismo cuestionaron enérgicamente. En cambio, Trotsky aconsejaba mirar a través de los ojos de las mujeres no porque creyera que eran más pacifistas por naturaleza, protectoras y apegadas a lo vital por su capacidad reproductiva, bondadosas por esencia. Lo decía porque, para Trotsky, las mujeres constituían uno de los sectores sociales que más sufrieron con la autocracia zarista y la opresión clerical de los patriarcas, el atraso cultural y la subordinación. Era su posición social y no algún carácter esencial que habría que suponer que vienen con su anatomía o sus hormonas, lo que para Trotsky le otorgaba esa especial mirada a las mujeres; una mirada que permitía avizorar con más ansias lo nuevo, una vida comunitaria de productores libres asociados, liberada de la explotación y las opresiones.

Pasaron cosas

Cuando escribía sobre estos temas, era 1923. Desde enero, tropas de Francia y Bélgica ocupaban la cuenca minera del Ruhr, en Alemania, con el pretexto de un retraso en el pago de las reparaciones de guerra que dictaba el tratado de Versalles. Se organizaron comités de fábrica y milicias obreras, comités de control de precios y de distribución de los alimentos; la oleada de huelgas y movilizaciones hizo caer al gobierno. León Trotsky, desde el Comité Ejecutivo de la IIIº Internacional, alentó al Partido Comunista alemán a preparar la insurrección. Incluso pidió trasladarse a Alemania para colaborar personalmente, pero el flamante Secretario General del partido, José Stalin, se lo negó. El proceso revolucionario alemán en el que Lenin y Trotsky cifraban sus esperanzas para la supervivencia de la revolución rusa, finalmente fue derrotado en octubre, profundizando el aislamiento de la joven Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Mientras tanto, en la recientemente denominada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la Nueva Política Económica (NEP) reemplazaba al comunismo de guerra desde hacía dos años, introduciendo elementos de mercado con el objetivo de recomponer las relaciones económicas entre el campo y la ciudad. Pero con el retorno de la propiedad privada, se reconstruyó el sector social de los campesinos ricos (kulaks) y, para este año, Trotsky advertía el efecto de la crisis en "tijeras" entre los altos precios de los productos industriales y los precios agrícolas.

Pero 1923 no había comenzado solo con la invasión de la cuenca del Ruhr. El 4 de enero, Lenin -desde su obligado reposo por el segundo accidente cerebro vascular que sufriera el 13 de diciembre anterior-, dictó una posdata a su Carta al Congreso del partido, conocida como su Testamento. En este anexo recomienda expresamente desplazar a Stalin de la secretaría general: es su última intervención política antes de su muerte, que ocurrirá el 21 de enero de 1924. En abril, Adolf Hitler empieza a ganar cierta influencia. En setiembre, el general Primo de Rivera disuelve el parlamento del Estado español e instaura un régimen dictatorial. Mientras tanto, Stalin, Zinoviev y Kamenev inician una campaña de desprestigio, por lo bajo, contra el fundador del Ejército Rojo.

Uno podría preguntarse a quién se le podría ocurrir escribir sobre la cultura, la emancipación de las mujeres, las transformaciones de la familia, la importancia de la educación, contra el alcoholismo, sobre la necesidad de difundir el cine y desterrar las palabras soeces del lenguaje, en un año tan convulsivo como éste. ¡Pero eso es lo que hizo Trotsky durante 1923!

Son artículos que marcan el inicio, solo aparentemente tangencial, de un combate político contra la burocracia que, muy pronto, se convertiría en una lucha abierta que continuó hasta el final de su vida. Fue un debate político indirecto sobre cómo construir el socialismo en condiciones de paz, cuando ya había terminado la guerra civil y mientras la revolución en Europa estaba aún desarrollándose.

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Una nueva forma de vida

Como Lenin, Trotsky considera apenas elementales los derechos civiles conquistados por la revolución para las mujeres, aun cuando fueran impensados en las democracias capitalistas contemporáneas más avanzadas de Europa: derecho a votar y ser votadas, al divorcio, al aborto, derecho a tener un documento y a trabajar a cambio de un salario sin pedir permiso al padre o al esposo. La revolución también despenalizó la homosexualidad y alfabetizó a gran escala. Pero, más importante que estos pasos agigantados en lo que actualmente los gobiernos capitalistas denominan "ampliación de derechos", era que la revolución socialista creara las condiciones materiales necesarias para la liquidación del trabajo en el hogar, porque consideraba que eso convertía a las mujeres en “esclavas domésticas”. ¡Era necesario avanzar en la socialización del trabajo doméstico y de cuidados! Por eso, la revolución rusa sigue siendo, un siglo después, un gran ejemplo reivindicado por las feministas hastiadas de explicar que, en el capitalismo, eso no es amor... es trabajo no pago.

Para Trotsky, solo con la incorporación creciente de las mujeres en la vida social y política –y no solo en la producción– podía combatirse, aceleradamente, contra los siglos de atraso y oscurantismo impuestos por el orden patriarcal bajo la influencia de la iglesia ortodoxa.

Pero lo más sorprendente de estos escritos de 1923 es que, en un período que los revolucionarios marxistas concebían como de transición al socialismo, su autor reflexiona que ni siquiera las más radicales transformaciones materiales resuelven, en sí mismas y definitivamente, la opresión patriarcal; que es necesario “un deseo íntimo e individual de cultura y progreso”, para embestir conscientemente contra hábitos y costumbres arraigados.

Ampliación de derechos. Pero no solo. También trastocar las bases materiales de la opresión, empezando por socializar el trabajo doméstico. Y no solo. Además es necesario un esfuerzo, consciente y deliberado, para transformar de raíz los vínculos, los roles, los preconceptos, toda una cultura que naturaliza la jerarquización de los sexos y la discriminación. Trotsky la clavó en el ángulo. Para los que creen que el socialismo es esa burda versión estalinista de que tomamos el poder, estatizamos las fábricas y ya está. ¡Hablemos de deconstrucción en un país atrasado, sin electricidad, ni trenes, ni telégrafo, de principios del siglo XX, con la inmensa mayoría de su población campesina y analfabeta! ¿Un visionario? No, un marxista.

Era 1923 y en el Secretariado de la Mujer del partido, una camarada planteó que estaban estancados en los logros obtenidos en el área de la mujer por culpa de la inercia de las instituciones y los dirigentes. Trotsky, que estaba enfrentando la burocratización del partido y del Estado, le responde de manera polémica que aun si no fuera burocrático, "el poder, incluso el más activo y proactivo, no puede reconstruir la vida cotidiana sin la mayor iniciativa de las masas.” Cierra su polémica con estas palabras: "Los problemas de la vida cotidiana deben pasar por las piedras del molino de la conciencia proletaria colectiva. El molino es fuerte, y dominará todo lo que se le dé para moler. (…). Es bastante cierto que en la esfera de la vida cotidiana el egoísmo de los hombres no tiene límites. Si en realidad queremos trasformar las condiciones de vida, debemos aprender a mirarlas a través de los ojos de las mujeres."

¡Qué lejos de las ideas que el neoliberalismo progresista nos inculcó durante las últimas décadas! Muy lejos de ese feminismo falopa que tienen que dibujar los gobiernos y los políticos que se dicen "progresistas" ante los masivos movimientos de mujeres que salieron a las calles por sus vidas, por sus derechos, por tirar abajo el patriarcado. Muy lejos de ese feminismo de palacio que nos dice que abandonemos las calles, que las expertas funcionarias del Estado se encargarán de resolver nuestras demandas; que gracias a este gobierno o a este otro le debemos esto y aquello.

Trotsky, por el contrario, plantea que se avanza mediante un amplio y dialéctico proceso democrático, donde la iniciativa de las masas cobra un valor fundamental. “Los esfuerzos del estado no irían a ninguna parte sin la lucha independiente de las familias obreras por una nueva forma de vida." Y el asesoramiento y la asistencia del Estado soviética para que esas iniciativas puedan concretarse. Una verdadera patada, de paso, allí donde los libertontos derechistas de hoy creen que encuentran el punto débil del comunismo. Desde un siglo atrás, Trotsky ya se ríe de quienes ahora pretenden confundir las banderas del comunismo con cualquier gobierno neoliberal con toques de progresismo cultural. "No podemos darnos el lujo de esperar que todo nos venga de arriba como producto de una iniciativa del Estado. (…). El Estado proletario es un andamio; no es un edificio sino apenas un andamio. La importancia del Estado revolucionario en una época de transición es inconmensurable (…). Pero esto no significa que todo el trabajo de construcción sea realizado por el Estado. El fetichismo de la estatalidad, aunque sea proletaria, es algo que no se lleva bien con los marxistas."

La autoorganización; la iniciativa consciente. Sin eso, aunque hayas tomado el poder y hayas expropiado los grandes medios de producción y el Estado obrero tenga el monopolio del comercio exterior, pues no hay transición al socialismo en la vida de las masas.

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Una lucha por el alma de la revolución

Derechos que ninguna democracia capitalista de la época podía siquiera imaginar; transformaciones económicas y sociales gigantescas que sentarían las bases para la edificación de una sociedad liberada de todas sus cadenas; y autoorganización, libertad de iniciativa, audacia y consciencia para dirigir esas acciones en la perspectiva de un futuro comunista. Estas son las claves del período de transición al socialismo, expresadas por Trotsky.

Era 1923. En Alemania se jugaba el destino de la revolución internacional; en Rusia, el desarrollo antagónico del campo y la ciudad trazaban unas tijeras que podían hacer peligrar la economía del estado obrero; Lenin era abatido por la enfermedad y se encontraba al borde de la muerte; amplios sectores del partido manifestaban su desacuerdo y su malestar por el rumbo que estaba tomando la dirección bajo la tutela de Stalin. Y Trotsky, el creador del Ejército Rojo que enfrentó la invasión de catorce ejércitos imperialistas, retomaba una vez más las armas de la crítica para poner bajo la mira las cuestiones "incuestionables" de la vida cotidiana. Estaba convencido, como Lenin, de que la elevación del nivel cultural de las masas era una tarea crucial en esta etapa en la que había que combatir todas las tendencias a la burocratización del partido y del Estado, favorecidas por las circunstancias del atraso nacional como por la perspectiva de una posible derrota de la lucha de clases internacional. Trazó un plan de guerra, armó un propio ejército de propagandistas y se lanzó a la batalla. Una que algunos historiadores y analistas políticos reaccionarios quisieron ver como la lucha por el poder con su némesis, Stalin, y que, sin embargo fue, como dijera su biógrafo Isaac Deutscher "una lucha por el ’alma’ de la revolución".

Las jóvenes generaciones que padecen la explotación, la opresión y la depredación de la naturaleza de un capitalismo que, casi cien años después de que fuera escrita esta obra, atrasa un siglo, sabrán extraer las lecciones de este monumental y minucioso trabajo de Trotsky, para la edificación del futuro socialista mundial. Hace 81 años, un agente estalinista asesinó a Trotsky. El hombre ha muerto. ¡Vivan por siempre su genio, su obra histórica y su legado revolucionario!

Esta es una adaptación para esta columna quincenal de La Izquierda Diario, de un artículo más extenso de próxima publicación.

Todas las imágenes aquí publicadas de León Trotsky son de sus últimos años en México.


Andrea D’Atri

Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el (...)

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