Una contribución al análisis de la situación política, en el marco de las negociaciones existentes en el peronismo.
Martes 26 de marzo de 2019 09:51
Desde hace ya un trienio que América Latina asiste impotente al desvanecimiento de los últimos rastros de las experiencias políticas nacional-populares de los primeros tres lustros del siglo XXI. Argentina, Chile, Brasil, pasando por el Paraguay post Lugo o el Uruguay post Mujica para llegar al Ecuador del sucesor de Correa son claros ejemplos de esta nueva oleada reaccionaria que avanza sobre el espacio latinoamericano. Pero entre todos estos escenarios y aún con la espectacularidad que pueda tener el ascenso del neo-fascismo de Bolsonaro en Brasil, la particularidad del caso argentino vuelve a ponerse de relevancia en los albores del proceso electoral del año en curso.
Ocurre que la clase dominante argentina, frente a la imposibilidad de seguir "administrando" la crisis por la vía del macrismo sin afectar sus posiciones -y posesiones-, ha decidido, una vez más, recurrir a la "apelación bonapartista" para "salvar la Nación"; por cierto, un sempiterno eufemismo discursivo -un metacolectivo en términos de Eliseo Verón- para licuar allí los intereses meramente corporativos o sectoriales. Y en esta apelación al resurgimiento del bonapartismo o nacionalismo burgués de la Argentina, el encuentro con la tradición del peronismo histórico se vuelve inevitable. Los recurrentes llamados a la unidad del campo nacional y popular están hoy en el top ten de las cantinelas políticas. Desde el kirchnerismo al peronismo federal escuchamos repetir una suerte de axioma por el que unos y otros deben resignar intereses menores en pos de unirse para "echar a Macri"; por cierto, una corriente que avanza hasta con candidato propio, el cuasi octogenario y ex ministro de Economía de los presidentes Duhalde y Kirchner, Roberto Lavagna, quien estaría contando con la bendición de la propia Cristina.
En fin, al compás del envión que, desde las más diversas esferas tanto del poder corporativo como del propio de la política patronal, empuja la puesta en marcha de un "operativo clamor" para la postulación de Lavagna, observamos impotentes cómo la figura de Bonaparte que ayer revestía al Perón de la ruptura con la Tendencia Revolucionaria del peronismo o al Alfonsín de la democracia con la "que se come, se cura y se educa...", hoy nos la presentan en esta versión algo más degradada e improvisada. Entonces, si la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa, está claro que, en esta nueva versión, la recurrencia al bonapartismo o nacionalismo burgués del peronismo ortodoxo nos advierte no ya de la farsa como tal sino, antes bien, de los límites de su repetición.
Todo esto en un contexto temporal que también muestra los límites de la denominada "necesidad histórica" de una etapa de dominación nacional-burguesa en la que las masas debían transitar su proceso de nacionalización para luego avanzar hacia la conciencia de clase. Pero bien es sabido que, históricamente, las clases dominantes se han ocupado de impedir el salto a ese otro estadio por el cual se habría de avanzar hacia la organización autónoma de la clase obrera y de los sectores populares que la nutren; tal como pretenden hacerlo ahora recurriendo nuevamente al modelo nacional-bonapartista.
Y si de reedición de farsas se trata parece que Córdoba es especialmente pródiga al momento de brindar ensayos que luego se proyecten al plano nacional. En clave emancipadora tenemos el Cordobazo del ’69 como ensayo general del ascendente proceso revolucionario que se proyectaría hasta los villazos y la huelga general de julio de 1975 y en clave trágica y reaccionaria tenemos el micro golpe de estado provincial de febrero de 1974 conocido como Navarrazo.
Pues bien, continuando con esta tradición, el pasado 23 de marzo, en el filo del cierre de listas para las elecciones provinciales del 12 de mayo, la provincia mediterránea nos vuelve a mostrar cómo las prácticas de este modelo de construcción política nacional-popular-bonapartista se convierten en dispositivos operados desde el poder para burlar a los sectores populares que pretenden articular una salida política a la crisis que los aqueja. Me refiero a la decisión adoptada desde "algún lugar de la mancha" para bajar la candidatura del ex Frente Córdoba Ciudadana que llevaba como cabeza de lista para la gobernación al sindicalista universitario Pablo Carro.
Una decisión que habilita pensar en un acuerdo no formalmente blanqueado entre el schiaretismo -aliado estratégico del macrismo- y la conducción nacional del kirchnerismo o, cuanto menos, en un tortuoso tacticismo que sacrifica las construcciones políticas locales -en el caso de que éstas existiesen, cuestión que no se aplica a Córdoba- en pos de la "gran jugada" nacional. Se trataría entonces de "no afectar a Cristina" con resultados electores por debajo de los dos dígitos. No obstante, las especulaciones, conjeturas, pases de facturas, se multiplican... Ahora sí, en ningún caso se plantea la construcción del poder popular desde la base y nadie jamás en este otoño del nacional populismo se pregunta por el sentido revolucionario o cuanto menos transformador de las prácticas políticas y menos aún por trabajar a partir de aquel elemento central que no puede faltar a la cita de ningún proceso revolucionario o de cambio social profundo: el sujeto social revolucionario. En otros términos, para las trabajadoras y trabajadores, precarios y sectores populares de nuestro país, cada vez está más claro que el camino de la emancipación social parte de la base de lograr la organización autónoma como clase, entendida en clave del siglo XXI y no de la reedición de las ya gastadas prácticas delegativas que en nombre de lo nacional y popular convocan a la lucha por la unidad de una patria puesta al servicio de los intereses de la clase dominante.