El lunes fatídico en los mercados del mundo echó nafta al fuego de un plan sobre el que ya crecían las dudas. La hiperrecesión y la crisis de deuda que nublan el horizonte. Un combo que se combina con encuestas que muestran una tendencia a la caída en la paciencia social. La imposibilidad liberal de consolidar una nueva hegemonía y la lucha por un proyecto socialista.
Fernando Scolnik @FernandoScolnik
Martes 6 de agosto 20:25
En un libro de reciente aparición -que ya fue comentado acá en Armas de la Crítica- y que se titula “Por qué ganó Milei? Disputas por la hegemonía y la ideología en Argentina”, el investigador Javier Balsa ubica el triunfo del candidato de La Libertad Avanza en nuestro país como parte de una extraña crisis de hegemonía que recorre el mundo.
Según el autor, esa crisis estaría caracterizada por el agotamiento del consenso neoliberal -categóricamente desde 2008 a nivel mundial y desde antes en América del Sur-, sin que haya emergido en su reemplazo otro proyecto social con potencia para presentarse como alternativa para dirigir e integrar la sociedad.
En ese marco, Javier Balsa propone la definición de que el neoliberalismo goza de una cierta prórroga de mandato, pero que, en su fase de declive, se caracteriza cada vez más por la sucesión de fracasos políticos, por una alta inestabilidad, por crisis de representación y por la emergencia de nuevos tipos de autoritarismos.
En el fondo de las dificultades que explican esto, ubica dos elementos principalmente: la incapacidad para contener a gran parte de la burguesía y la imposibilidad para integrar a las mayorías sociales, golpeadas en buena medida por empleos precarizados o por la autoexplotación en pseudo cuentapropismos subordinados a plataformas de megaempresas (sin negar por eso la existencia de algunos empleos de calidad para un sector altamente capacitado y adaptado a las grandes corporaciones). Ambos factores configuran de conjunto un escenario con tendencias a la dominación no hegemónica.
Si en la emergencia de Javier Milei -que es el tema que analiza el libro- operaron con fuerza y éxito electoral algunas de estas características epocales para la interpelación a amplios sectores enojados y frustrados por la sucesión de fracasos gubernamentales a lo largo de una ya larguísima crisis argentina, nos detendremos ahora en el hecho de que llegando a sus primeros ocho meses de mandato cabe abrir la hipótesis respecto a un cambio de tendencia en el que pasen a primar más los elementos de inestabilidad de su proyecto. Esto también lo emparenta con esos fenómenos que se dan en otras latitudes del mundo, aunque con sus propias características específicas. Como hemos dicho en distintas ocasiones: lo que sirve para ganar elecciones, no necesariamente sirve para gobernar.
Apalancado en el rechazo a los gobiernos recientes, Javier Milei viene aplicando lo que él autoproclama como el ajuste más grande de la historia y una serie de medidas de desregulación y beneficios al gran poder económico. En clave thatcheriana, presentó sus medidas desde el comienzo como las únicas posibles para salir de la crisis nacional (e incluso evitar una supuesta hiperinflación) y basó su pretensión hegemónica en el postulado de que había que pasar meses amargos para sentar las bases de un futuro más próspero. En una operación ideológica y discursiva, presentó los intereses del gran capital financiero internacional y extractivista como si fueran el interés general de la población.
Las luces de alarma, sin embargo, comenzaron a encenderse. La autonomía relativa de lo político puede encontrar sus límites allí donde comience a agotarse aquella operación, encontrando obstáculos materiales que sean fuente de creciente descontento. La baja sostenida de la inflación -único logro que el gobierno puede reivindicar, alcanzado provisoriamente a fuerza de recesión- empieza a encontrar su techo como elemento de legitimación. A su vez, el golpe que esta semana vino desde las bolsas mundiales puede darle un revés en su propio terreno a la ilusión de la ideología de mercado con la que Milei prometió acabar con la decadencia argentina.
Recapitulemos, en este marco, algunos elementos de coyuntura que se entrelazan con los problemas de fondo. Cuando la semana pasada Paolo Rocca -uno de los principales empresarios del país, que ha colocado altos funcionarios en el Gobierno- señaló que “fuimos demasiado optimistas al pensar que esto podría hacerse en el corto plazo”, su voz coincidió con un contexto de crecientes dudas sobre las posibilidades de éxito del plan de Milei: los dólares paralelos y el riesgo país operaban con volatilidad, expresando la incertidumbre respecto de la capacidad de pago de la deuda en 2025, acrecentada por la decisión oficialista de enfrentar las presiones devaluatorias mediante la temeraria venta de reservas que están en niveles negativos; y la actividad económica continuaba en hiper recesión, echando al basurero de las promesas incumplidas aquel relato inverosímil de la “recuperación en V” que auguraba milagros para el “segundo semestre”.
Toda situación mala, sin embargo, es susceptible de empeorar. Así es como este lunes la jornada fatídica en los mercados mundiales colocó a la extremadamente frágil economía argentina ante un viento de frente: aunque el escenario aún tiene que terminar de decantar, el empeoramiento del marco externo aumenta aún más las presiones devaluatorias inmediatas, complica la renegociación futura de la deuda y crea un peor clima para la inversión y la recuperación de la actividad económica.
Paradójicamente, el gobierno de La Libertad Avanza celebró contar aún con el cepo cambiario para amortiguar un poco el golpe. Estos son mis principios, si no le gusta, tengo otros. Pero las tensiones entre no perder el control de la crisis, contentar al FMI y al capital financiero internacional, a las patronales del campo, al empresariado mercadointernista y estar siempre atentos a que no estalle la paciencia social, se agudizan cada día un poco más.
Aún antes de que los efectos de este último golpe comiencen a sentirse, ya distintas encuestas empezaban a dar cuenta de cambios en el humor político y social. Según el encuestador Hugo Haime, por ejemplo, en el mes de julio hubo por primera vez más personas que se declararon opositoras al gobierno (48 %), que oficialistas (41 %).
Algunos datos ilustran la base material del problema entre los sectores populares: el nuevo informe del Observatorio social de la UCA dio cuenta de que un 55 % de los habitantes del país es pobre; existen según datos oficiales 612.139 trabajadores menos que aportan a la Seguridad Social (porque se quedaron sin empleo o pasaron a la informalidad); y los tarifazos en servicios como luz, gas o transporte comienzan a convertirse en un nuevo verdadero infierno para los hogares.
No es casual, en este marco, la reaparición pública de Mauricio Macri y de Cristina Kirchner, que encuentran un terreno más propicio para diferenciarse del gobierno de Javier Milei -uno como semioficialista o semiopositor crítico, la otra como opositora que sin embargo deja correr la gestión de Milei-. Se espera posiblemente también el regreso de Sergio Massa para los próximos días.
En los cálculos de todos ellos entran las especulaciones hacia el 2025 y el 2027, que consisten en preservar cada cual su espacio electoral, sin impedir ni enfrentar en el mientras tanto el plan del gobierno, al cual todos han colaborado -aunque en distinto grado, de forma más directa o más indirecta y con distinto discurso-, sea con votos en el Congreso Nacional, aportando funcionarios, silencios oportunos o pasividad en las calles.
En la pequeña política diaria el gobierno intenta responder con iniciativa política, tratando de hacerles el abrazo del oso a algunos, o emparentándolo con escándalos como el de Venezuela en estos días a los otros.
Sobre el cierre de esta nota se conocía también la denuncia por violencia de género contra Alberto Fernández, por parte de su ex pareja Fabiola Yañez. De forma hipócrita, la derecha se disponía a usar este hecho -que de confirmarse sería reaccionario- contra el movimiento de mujeres.
Pero de fondo, quedan los problemas estructurales del gobierno.
Retomando en ese sentido una de las preocupaciones planteadas por Javier Balsa en su trabajo (aunque no coincidimos con el planteo del autor, quien se inclina por alianzas antineoliberales que hagan equilibrio entre antagonizar y conciliar-algo imposible para nosotros), no se trata de esperar a que el proyecto liberfacho caiga por sus propias contradicciones en el transcurso de una crisis que lo asoma a la imposibilidad de consolidar una nueva hegemonía. Esa es la apuesta de muchos dirigentes del peronismo, que hoy por hoy dejan hacer a Milei y solo se preparan para volver a gobernar en algún momento sobre las ruinas que queden después del paso de la ultraderecha. Incluso -en su estrategia- las marchas o los paros de protesta no son parte de un plan para impedir el avance de los ataques liberfachos sino que están pensados en clave de negociación y desgaste para su acumulación electoral, sin impugnar lo esencial de lo que sucede hoy. Mientras tanto el pueblo trabajador se empobrece y avanza el saqueo del país.
Por el contrario, la apuesta de la izquierda es enfrentar en las calles el plan de ataque en curso, y al mismo tiempo plantear un nuevo proyecto alternativo que al fracaso en desarrollo de la ideología liberal de mercado, y al anterior proyecto impotente de regulación estatal del peronismo que ya se demostró fallido y no tiene opción al extractivismo y la sumisión al capital financiero internacional, le oponga desde cada pelea diaria, desde cada debate y desde cada conflicto contra el ajuste la perspectiva de la ligazón estratégica a un proyecto socialista y revolucionario que plantee, tras la eterna sucesión de fracasos capitalistas, la necesidad de reorganizar la sociedad en función de las necesidades de las mayorías y no del lucro privado capitalista. La crisis argentina ya es demasiado larga y profunda y no hay más vueltas que darle. A grandes problemas, grandes soluciones, unidos en la pelea a los trabajadores y los pueblos del mundo que sufren la decadencia de un sistema capitalista en crisis.
Fernando Scolnik
Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.