La editorial Octubre junto con CLACSO, Página/12 y la editorial Boitempo de Brasil, acaban de publicar en castellano hace un par de semanas el libro de conversaciones con Lula La verdad vencerá. El 1 de mayo se presentó en la Feria del Libro de Buenos Aires con la presencia de Dilma Rousseff. Entre los referentes de las fuerzas políticas nacionales, hablaron desde Hugo Yasky hasta Felipe Solá, pasando por Gustavo Menéndez y Víctor Santa María, presidentes del PJ bonaerense y porteño respectivamente, hasta Pino Solanas y Victoria Donda. Había un punto democrático convocante que era la libertad de Lula y su derecho a presentarse a elecciones, pero fue también una oportunidad para todo este espectro político de ensalzar la figura del exmandatario y de Dilma.
El proceso que se vive en el vecino país tiene consecuencias regionales de primer orden. Un golpe institucional en curso en el principal país de Sudamérica, del cual la detención y posible proscripción de Lula representa su capítulo más reciente. Un escenario donde los jueces deciden a quién se puede votar, los militares “advierten” lo que pueden resolver los jueces, y gobierna contra las masas un presidente golpista cuyos índices de popularidad equivalen a un error estadístico.
El testimonio de Lula se hace doblemente interesante para el lector argentino. Por un lado, porque el Brasil de la última década y media constituyó el proyecto más amplio para impulsar una burguesía “nacional” del reciente período en Sudamérica. Lo que en Argentina bajo los gobiernos kirchneristas no pasó de los Cristóbal López. Y por otro lado, porque el PT protagonizó un ciclo político más amplio que el kirchnerismo. Similar a lo que hubiera sucedido en Argentina si triunfaba Scioli en 2015. El PT tuvo que afrontar en el gobierno el fin de las condiciones económicas excepcionales que lo habían sustentado. Su respuesta fue el ajuste.
Hoy, cuando el proyecto Nac&Pop local se postula como alternativa frente a la arremetida del macrismo contra las masas, La verdad vencerá nos presenta una buena oportunidad para mirar las perspectivas de aquel tipo de proyectos en el espejo de Brasil.
La culpa es de Dilma
En las entrevistas, Lula ensaya un balance de sus gobiernos y una interpretación de las causas del golpe institucional. Deja leer entre líneas que de haber sido él presidente a partir de 2014 podría haberlo evitado. No con la movilización claro, sino gracias a su credibilidad y a su capacidad de negociación, lo que por estos pagos llamaríamos “muñeca política”. Para fundamentarlo se sumerge en los últimos dos años de gobierno del PT, intentando desmarcarse de la política de Dilma como presidenta.
Para quien lea La verdad vencerá, no deja ser una situación un poco extraña que la propia Dilma Rousseff haya estado encargada de la presentación del libro. En él, Lula la hace casi exclusiva responsable del ajuste que implementó el PT en sus últimos años de gobierno, sugiere que la conformación del bloque golpista fue en buena medida causa de su incapacidad política, y la dibuja como una persona que ni siquiera quería ganar las elecciones pero que al mismo tiempo se había negado a ofrecerle a él ser candidato.
Según Lula, Dilma: “Cometió muchos errores en la política por la poca… Tal vez por la poca voluntad que ella tenía para lidiar con la política” [1]. Nos cuenta:
Yo era la única persona que le decía a Dilma las cosas tal como eran […] Ella escuchaba, pero como tiene una personalidad muy fuerte, debía pensar: ‘Este tipo no entendió nada’. Le llegó a decir a un diputado, bromeando: ‘No entendés de política’. El tipo estaba en la Cámara hacía 48 años… [risas] (p. 49).
Más adelante nos entrega una anécdota que incluye un consejo lapidario:
Dilma no quería ni oír hablar de Eduardo Cunha [articulador parlamentario del golpe institucional]. Es muy difícil hacer política cuando las diferencias políticas se transforman en algo personal. Muy difícil. El consejo que le doy a la gente que piensa así es que no entre en la política (p. 170).
Es innegable la importancia de las personalidades individuales de los gobernantes en la historia política. Más aún en los Estados dependientes con rasgos semicoloniales como Brasil o Argentina, donde el gobierno del Estado capitalista cuenta con burguesías locales débiles y tiene que lidiar con clases obreras nacionales más fuertes en términos relativos (en el caso de Brasil con más de 90 millones de trabajadores y trabajadoras) y con el imperialismo como actor fundamental.
Lula se enorgullece de haber tenido éxito en esta empresa durante sus mandatos. En su prefacio a La verdad vencerá, Luis Felipe Miguel ensaya una explicación:
En la Presidencia, Lula construyó una amplísima base de apoyo parlamentario, siguiendo el patrón de sus antecesores: el Poder Ejecutivo es un mostrador de negocios que aprueba sus proyectos en el Congreso ofreciendo a cambio cargos y ventajas. Se mantuvo una política económica favorable a los bancos y fue de prudencia extrema en la implementación de banderas históricas del partido, como la reforma agraria. Las iniciativas en agendas consideradas sensibles, como derechos reproductivos, derechos sexuales o democratización de los medios, fueron revocadas siempre que los gritos de los grupos conservadores sobrepasaron determinado nivel. El camino adoptado fue renunciar a todo para garantizar un punto: el combate a la miseria extrema, a través de políticas de transferencia de riqueza para la población más pobre, cuyo emblema fue el programa Bolsa Familia. [….] Fue una manera de postergar la resolución de los intereses sociales y, mientras tanto, asegurar algunas mejoras para los más pobres sin amenazar a los privilegiados (p. 30).
En su momento, Chico de Oliveira utilizó el interesante concepto de “hegemonía às avessas” [2] (“hegemonía invertida”) para definir aquella situación. La burguesía, incapaz de articular una hegemonía propia, le daba la dirección “moral” del país a Lula (Bolsa Família incluida) con la condición de fortalecer sus negocios. En el esquema, digamos, “neodesarrollista” del PT no habría contradicción. La famosa teoría del derrame pero “con desarrollo”.
En las entrevistas Lula se encarga de explicárselo a sus interlocutores. Gilberto Maringoni pregunta: “Presidente, usted suele repetir una frase que dice: ‘Ellos nunca ganaron tanto dinero como en mi gobierno’ [algo así como el “se la llevaron en pala” que solía repetir por estas latitudes CFK]. ¿Esa fue una ventaja o un problema?”. Y Lula responde pedagógicamente:
El problema del sistema capitalista es que, si uno no gana dinero, no sobrevive. Si yo quiero armar una empresa tengo que saber si voy a poder lucrar con el producto […] Abro una licitación para construir una mesa de esas aquí. Si el tipo se da cuenta de que habrá poca ganancia no fabricará la mesa. Y si él no fabrica habrá que abrir otra licitación, o finalmente crear una empresa estatal que la fabrique (p. 107).
Bajo estos principios, durante los gobiernos del PT, se profundizó el desarrollo de los llamados “global players” brasileros en los espacios que ofrecían “ventajas comparativas” en ramos como la construcción civil, la aviación, la construcción naval, petroquímica, la industria de la carne. Odebrecht, por ejemplo, la más importante constructora de Brasil y una de las más grandes del mundo, floreció y se expandió internacionalmente. JBS, la mayor procesadora de carne bovina del mundo llevó sus negocios a 150 países. La propia Petrobras se afirmó como una de las mayores empresas del mundo, contando con las reservas “Pre-sal” descubiertas en el litoral brasilero. La empresa Sete Brasil desarrolló la construcción de navíos-sonda, un rubro estrictamente monopolizado por empresas imperialistas.
Claro que todo este asunto no se debió al emprendedorismo de la “burguesía nacional” brasilera, sino -profundizando una política que venía desde FHC- al benévolo financiamiento que el PT les entregó en grandes cantidades a diferentes capitalistas a través del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES).
Pero la historia no terminó bien, mucho antes del golpe institucional. ¿Qué fue lo que salió mal? Cualquier lector crítico de La verdad vencerá sentirá que esta pregunta queda sin respuesta. ¿Fue solo que Dilma “tenía poca voluntad para lidiar con la política” o había algún problema de fondo en el proyecto político?
Juguemos en el bosque
Haciendo un poco de historia, podemos ver que los años y años de crecimiento que fundaron el entusiasmo con el Brasil del BRIC se dieron en un contexto bien particular. El imperialismo norteamericano en medio del declive histórico de su hegemonía había definido como prioridad su cruzada en Medio Oriente y se empantanó. Nuestra región gozó de una primavera económica de casi una década (basada en el “boom” de los commodities) y China multiplicó 22 veces el volumen de su comercio con América Latina en 15 años.
Lula afirma en el libro: “Si hubiera hecho una encuesta en 2013, 2014, yo ganaba por unanimidad en el ámbito empresarial”. Ante lo cual, Maringoni le pregunta: “¿Y por qué cambió eso?”. El ex-presidente responde con un lacónico: “Ah, me gustaría saberlo” (p. 66).
La “muñeca política” de Lula, no solo tenía méritos propios. Aquellas condiciones excepcionales permitieron al PT implementar un esquema económico que al tiempo que sostenía políticas como la Bolsa Familia, financiaba el desarrollo de los “global players” y garantizaba al capital imperialista ganancias record así como el monumental negocio de la deuda pública cuyo servicio llegó a consumir el 42% del presupuesto federal con el PT aún en el gobierno. Sin embargo, al poco tiempo de comenzada la crisis mundial, la orientación del imperialismo norteamericano en escenario regional comenzó a cambiar.
La arremetida imperialista buscó poner en caja al “Brasil BRIC” e impulsar el avance contra los trabajadores y sectores populares. En esta empresa fueron fundamentales Sergio Moro y el ejército de jueces vitalicios, varios de ellos entrenados en el propio Departamento de Estado norteamericano. El avasallamiento de derechos democráticos elementales, siempre presente contra la población negra y los habitantes de las favelas, pasó a ser utilizado también para dirimir las disputas entre los “de arriba” (escuchas ilegales, prisiones sin condena, delación, etc.).
Pero Lula es tajante en este punto. Frente a la pregunta de Juca Kfouri: “¿Usted todavía tiene confianza en el último tribunal, en el Supremo?”, Lula responde: “Necesito tenerla. Si pierdo la confianza en el Poder Judicial, tengo que dejar de ser político y decir que las cosas en este país sólo van a resolverse con una revolución”. Y agrega: “Como tampoco creo en el tribunal popular, sigo creyendo en la democracia y en el funcionamiento de todas las instituciones” (pp. 133-134).
La corrupción es el lubricante “de clase” que hace funcionar la democracia burguesa. Ya lo decía el viejo Engels en 1891. Bajo los gobiernos del PT no se daría la excepción. Ahora bien, la Lava Jato fue una operación a escala ampliada, no afectaba solo a políticos como el mensalão, sino también a encumbrados burgueses brasileros de grupos multinacionales como Odebrecht, Andrade Gutiérrez, o los Batista.
Los trotskistas solemos hablar de la “burguesía nacional” como una clase cobarde, por su propio carácter de socia menor del imperialismo, pero la realidad siempre va dando nuevos ejemplos para ilustrar la definición. Gente como Emilio y Marcelo Odebrecht, o Joesley y Wesley Batista supuestos portaestandartes de Brasil en el mundo para la visión del PT, quedarán en la historia en realidad como buenos “delatores premiados”. El PT que les había dado de los fondos del Estado para engordar sus ganancias terminó siendo el principal “delatado”. Ese fue el principio del fin, muy poco digno por cierto, del “Brasil potencia”.
Un proyecto político agotado
La clase trabajadora brasilera es un verdadero gigante. Frente al imperialismo, la burguesía “nacional” busca hacerse de una mayor parte del botín que “roba” a los explotados, pero evidentemente una clase comandada por los Odebrecht o los Batista solo puede hacerlo si cuenta con algún tipo de apoyo en la clase obrera. El peligro implícito es desencadenar un movimiento de masas de los trabajadores que amenace su propia existencia. Se necesita apoyo, pero “controlado”. De aquí que el Partido dos Trabalhadores de Lula haya sido una pieza clave para que aquella ecuación cerrase durante más de una década.
En el citado prefacio, Luis Felipe Miguel señala que:
La presencia de un partido de izquierda en la administración federal exigía toda la contención del mundo, con el fin de no generar ningún tipo de desestabilización. Sindicalistas y líderes de movimientos sociales diversos fueron llamados a ocupar posiciones en los gobiernos petistas. Aunque esto afianzara que hubiera sensibilidad dentro del Estado a las demandas de esos grupos, sobreponía a ellas las preocupaciones de gobierno y alentaba que las conversaciones entre bambalinas sustituyeran la movilización como forma de alcanzar resultados. Como regla, en el período petista la preocupación principal del campo popular fue proteger al gobierno. Las presiones sobre él vinieron casi siempre sólo de la derecha (p. 32).
Con el fin del ciclo económico ascendente y el imperialismo ajustando las clavijas, todo este esquema empezó a crujir. La manta era cada vez más chica. En junio de 2013 se rompió aquella pasividad de la que habla Miguel. Las masas salieron a las calles, la juventud estuvo en primera fila. El rechazo al aumento del transporte se combinaba con el descontento generalizado por el estado de los servicios públicos y las aspiraciones de la llamada –eufemísticamente- “nueva clase C”, compuesta en gran medida de trabajadores asalariados.
Lula explica cómo lograron, sin embargo, ganar las elecciones del 2014, dice:
Ganamos la elección por un discurso. Dilma decía: "Ni aunque la vaca tosa voy a hacer eso, ni aunque la vaca tosa voy a hacer aquello". Ese discurso llevó a la juventud de la periferia, los movimientos funk, rap o hasta punk, al PSOL y a mucha más gente a salir a las calles para decir que la derecha no debía ganar. Después, bueno, vino Levy como ministro de Economía, lo que fue un desastre para nuestra militancia. Después, la propuesta de Reforma Previsional presentada el 29 de diciembre de 2014. […] Nuestra gente del movimiento social, o del movimiento sindical, decía que habían sido traicionados. Ese era el sentimiento de la militancia (p. 149).
Puede sorprender al lector del libro que el principal dirigente de una fuerza política responda como si fuera un observador, nada más ni nada menos que al referirse a un fraude electoral realizado por el PT frente a sus votantes que desmoralizó ampliamente a su base. Es que el PT tuvo la mala suerte de ganar las elecciones, a diferencia de Cristina Kirchner en 2015 con Scioli, quién ensayó un discurso electoral similar al de Dilma que relata Lula.
Aquel tipo de inconsistencias en el relato del ex-presidente se reiteran a lo largo del libro. El diálogo sobre el ajuste fiscal es ilustrativo: “Maringoni: ‘¿A usted qué le pareció el ajuste fiscal [implementado por Dilma]?’ / Lula: ‘Muy mal. Muy malo…’ / Maringoni: “Públicamente, usted apoyaba” / Lula: ‘En realidad, no. Yo no apoyaba ni desaprobaba…’” (p. 53). También es gráfico el relato de su propuesta para el ministerio de hacienda: “Lula: Lo que le dije fue que mi recomendación era Meirelles. Y le dije: ‘Dilma, la cuestión con Meirelles es saber cómo tratar con él’” (p.50). Recordemos que Meirelles –presidente del Banco Central durante las dos presidencias de Lula- terminó siendo el ministro de hacienda del gobierno golpista de Temer.
Desde luego, no se trata de inconsistencias discursivas, tampoco de un mero intento de cargar las culpas sobre la persona de Dilma Rousseff, ni de un respeto irracional por el poder judicial cuando dice “necesito tener confianza”. Es simplemente, el único modo de defender un proyecto político de conciliación de clases cuya viabilidad desapareció junto con las condiciones excepcionales que lo sustentaron.
Hoy el imperialismo retomó la iniciativa en la región. Macri y Temer, cada uno a su modo, son emergentes de esa nueva situación. En estas condiciones, mal que les pese a quienes quieren reeditar el lulismo o el kirchnerismo, la cuestión pasa por si la clase obrera –de ambos lados de la frontera- podrá encarar los futuros enfrentamientos con una política independiente de toda variante capitalista -incluida la “nacional”-. El imperialismo y las burguesías locales ponen todos sus recursos cotidianamente para que esto no suceda. Le tienen pavor a un movimiento de masas de los trabajadores que no puedan controlar, y en esto, sin duda, no se equivocan.
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