El primer mes de gobierno de Claudia Sheinbaum, y las sombras que genera sobre México el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de EEUU, analizados desde una perspectiva crítica y marxista.
Miércoles 13 de noviembre 23:37
Claudia Sheinbaum asumió hace poco más de un mes, rodeada del apoyo de sus simpatizantes en el Zócalo de la CDMX y del fuerte espaldarazo del caudillo. Llegó a Palacio Nacional envuelta en una popularidad que vino acompañada de una mayoría calificada en el Congreso de la Unión, y con el aval que brinda Morena, la nueva formación política hegemónica en México. Los cambios previstos en su estilo de gobierno, respecto a su predecesor, generaron importantes expectativas entre empresarios y la llamada clase política, incluida la maltrecha oposición. Pero sus propuestas han quedado eclipsadas por los distintos frentes que se le han abierto, donde el triunfo del misógino, xenófobo y racista Donald Trump es el que despierta más sombras.
Lo bueno y lo malo de no ser AMLO… según quien lo diga
No faltaron quienes saludaron aliviados los signos de una mayor moderación discursiva y un estilo menos “populista” que su antecesor. López Obrador construyó su popularidad basada en los programas y otras medidas sociales, pero también desplegando una imagen de líder popular y antineoliberal que lo nutrió de apoyo social, desde las movilizaciones contra el fraude en 2006. Su estilo en la presidencia combinó la retórica progresista que han cultivado otros gobiernos latinoamericanos desde el 2000, con buscar una relación directa con el movimiento de masas —copiando mucho de la experiencia del Tata Cárdenas en la década de 1930— mediante las giras y las mañaneras. Antagonizar diariamente con la oposición, así como ante algunos poderes fácticos (como la prensa, la monarquía española o el gobierno de Javier Milei en Argentina, entre otros) le permitió ampliar ese perfil político que ya tenía desde sus tiempos de opositor, y fortalecer su vínculo con las clases subalternas, esta vez desde el gobierno.
Jorge Zepeda Patterson, autor de una biografía reciente sobre Sheinbaum, decía, embelesado con la nueva presidenta: “ella constituye un cuadro profesional de la administración pública, científica y moderna, con la visión y atributos capaces para ajustar, afinar y mejorar a la 4T en su segunda versión” [1]. Esta “mejoría y ajuste” se vislumbraba en la inclusión en el gabinete de figuras menos “rijosas” a los ojos del empresariado y la oposición, como Marcelo Ebrard o José Ramón De La Fuente en los estratégicos puestos de Economía y Relaciones Exteriores, en tanto desplegaba un discurso orientado a empatizar con sectores del movimiento de mujeres, con el cual AMLO estuvo muy enfrentado, lo cual muchos medios de comunicación destacaron como una forma más “dialógica” de gobernar. Sin duda, la reunión que sostuvo Sheinbaum con las cúpulas empresarias y los múltiples guiños hacia el poder económico, apuntaba también a ampliar la tranquilidad de éste [2] : si durante el sexenio de AMLO las grandes empresas mantuvieron y ampliaron sus ganancias (algo que nunca estuvo en cuestión más allá del estilo del tabasqueño) en el segundo piso de la 4T se complementaría con un estilo alejado de la polarización obradorista. Sin embargo, este cambio no será necesariamente una ventaja.
En el caso de AMLO, su retórica antineoliberal y a favor de la soberanía nacional, le ayudó a galvanizar el amplio apoyo popular, y evitar la ruptura de muchos de sus votantes que se cuestionaban si la militarización, la precariedad laboral y la continuidad del charrismo en los sindicatos tuvieran algo de progresistas: ante el peligro del regreso de la oposición neoliberal, más valía mantener el apoyo, cuando menos crítico, al caudillo. Esto es algo que la mayoría de los analistas no consideran, preocupados por evitar la polarización y construir el llamado diálogo democrático entre oficialistas y opositores. Hay que considerar entonces que un gobierno más tecnocrático y moderno (en el sentido que lo entiende Patterson y otros) tendrá menos herramientas para lidiar con el descontento popular y el desgaste político que enfrentará la administración de Sheinbaum, más aún si, como se avizora, los tiempos políticos tenderán a acelerarse.
Nubarrones que llegan desde el norte del Río Bravo
Sheinbaum y su equipo seguramente contaban con una continuidad tersa de un escenario económico y político que aparecía como estable al final del gobierno de AMLO, gracias a la hegemonía lograda por éste y a la debilidad de la oposición conservadora. Pero, a la luz de las complicaciones que aparecen en el horizonte, puede que sean sueños guajiros.
Por lo pronto, el día a día de la presidenta durante el primer mes de su mandato estuvo marcado por las consecuencias de la última gran reforma que le legó López Obrador y por una profunda polarización política. Un paro judicial de varias semanas, el anuncio de la renuncia de la mayoría de los jueces de la Corte Suprema, los intentos del poder judicial de declarar la inconstitucionalidad de la reforma —lo cual por ahora no pasó— y las amenazas de recurrir a los Tribunales Internacionales, muestran una crisis que no parece cerrarse y que marcará el primer tramo del actual gobierno. La negativa de Morena a negociar la reforma con la oposición conservadora y los magistrados puso en entredicho que la moderación que entusiasmaba a muchos fuera suficiente para dar buen cauce al enfrentamiento con el poder judicial.
Te puede interesar: Lawfare a la mexicana: Suprema Corte vs Sheinbaum
Te puede interesar: Lawfare a la mexicana: Suprema Corte vs Sheinbaum
Si esto fue el principal y conflictivo escenario de la política nacional durante octubre, ahora podemos decir sobre llovido, mojado. El triunfo de Donald Trump ha generado mucha preocupación en el gobierno y entre los analistas políticos y económicos, incluyendo a varios que no tienen afinidad con la Cuarta Transformación. Todos coinciden en que estamos ante un Trump recargado 2.0, el cual pondrá sobre la mesa, en primer lugar, una renegociación del TMEC que ponga cepos a China —cuya inversión en México ha crecido más de lo que reconocen los datos oficiales, como asegura Enrique Dussel Peters aquí— y una restricción todavía mayor en las normas de origen, considerando además que México es el principal socio comercial de Estados Unidos.
A la par, se espera que Trump impulse medidas para que las inversiones estadounidenses se queden en los estados de la Unión Americana, lo cual debilitaría las expectativas creadas con el nearshoring al cual le apostó primero AMLO y ahora Sheinbaum. Todo esto en el marco de un endurecimiento mayúsculo de las políticas antinmigrantes —que puede implicar no solo el cierre de las fronteras y la deportación masiva de indocumentados, sino también la expulsión de millones de beneficiarios de distintos programas de legalización, como el DACA— y de nuevas exigencias en torno a la llamada “guerra contra las drogas”, donde el discurso imperialista es que México “permite” el ingreso de fentanilo a Estados Unidos. Esto implica también la amenaza de declarar terroristas a los “carteles”, y de posibles incursiones militares en el territorio nacional: textualmente Trump “prometió que va a bombardear los laboratorios de fentanilo en México, bloquear los puertos mexicanos que transporten sus precursores y designar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas” [3]. Trump buscará mantener esto en el tope de su agenda hacia México, lo cual además le permite contentar a su base social y electoral, y de paso alentará el fortalecimiento de bandas paramilitares antinmigrantes en la frontera, como correlato de las fuerzas policiales y armadas.
Una analista planteaba en días pasados:
En términos de comercio, su estrategia para la revisión del TMEC es muy proteccionista. Pueden venir presiones muy fuertes para la negociación y lograr que la presencia china no pueda prosperar. Lo que me preocupa es el nearshoring. Trump buscará que esas inversiones se queden en algunos estados de EE. UU. para dinamizar la economía y dar la percepción de que está haciendo algo. El tema de los aranceles es otra amenaza constante para lograr que México haga lo que él quiera en todos los temas, incluso en el de Seguridad. El tema del fentanilo es el más importante. Trump ha oscilado entre la invasión militar o los drones para presionar a México. Sería realmente un problema y una intervención muy seria, aunque es el escenario menos posible. [4]
Ante eso la presidenta, después del triunfo trumpista, solo atinó a decir “No hay motivo de preocupación”, mientras el superpeso caía a sus peores niveles en 2 años. Es evidente que el Morena están intentando digerir las posibles consecuencias, y cómo afrontar un panorama mucho más complejo de lo esperado en la relación con el poderoso socio comercial del norte.
El gobierno de Trump llega a la presidencia en un contexto internacional mucho más convulsivo que el que rodeó su primera presidencia. Como dice un artículo reciente “Las guerras de todo tipo se han vuelto más comunes y letales en todo el mundo en los últimos años, y el conflicto entre superpotencias (una preocupación que había disminuido en gran medida en la era posterior a la Guerra Fría) ha vuelto a la agenda” [5]. En ese contexto, fortalecer el control sobre el “espacio vital” y desplegar medidas proteccionistas que pongan un freno a su principal competidora (China) es lo esperable. Y Trump cuenta, para ello, con una fortaleza institucional superior a la que tuvo en 2016: la mayoría en el Senado y muy posiblemente en la Cámara Baja, así como en la Corte Suprema, una cuestión que no es menor considerando que algunas de las medidas que intentó en su primer mandato, en relación a México, fueron obstaculizadas posteriormente. Antonio Sarukhan, exembajador en EE. UU., afirmó de una manera escasamente tranquilizadora respecto al anuncio de cerrar la frontera: “¿Que si las Cortes, el Congreso, los Estados agroexportadores (mayoritariamente republicanos) o la realidad de los costos de esa decisión lo frenarían? Indiscutiblemente. Pero eso tampoco cancela lo que sí veremos: deportaciones de golpe de efecto de decenas de miles de migrantes al inicio de su gestión, provocando terror y dislocación en la diáspora mexicana y una crisis social, económica y de seguridad pública en los municipios y Estados fronterizos mexicanos, de paso detonando otra confrontación diplomática” [6].
Efectivamente, la agenda de la nueva administración republicana hacia México abre un inquietante escenario.
Bajo el gobierno Biden las políticas antinmigrantes se fortalecieron y creció el injerencismo con la excusa de la supuesta “guerra contra las drogas”, como se vio en el caso Mayo Zambada, que estuvo plagado de montajes, donde la Casa Blanca intentó utilizarlo como presión frente al gobierno mexicano. Con Trump, esto se fortalecerá y estará acompañado además de una mayor demonización de México y de los migrantes, superior incluso a la que vimos en 2016-2020, con nuevos ataques xenófobos y racistas; un adelanto de ello se vio en su campaña, cuando Trump dijo que los haitianos que residen en Sprinfield, Ohio, se comen las mascotas de la comunidad, alentando marchas de neonazis que buscarán aterrorizar a los migrantes. Además, las deportaciones masivas tendrá un efecto económico sobre México: con más de 30 millones de mexicanos o descendientes de ellos viviendo en Estados Unidos, las remesas son una fuente de ingresos crítica para muchas familias en México. En 2023, el Banco de México reportó ingresos por remesas de 63,313 millones de dólares, que representan un 4 % del PIB.
A la par, se buscará profundizar (¡aún más!) el alineamiento a la llamada guerra contra las drogas y el combate contra la migración, todo lo cual requiere una mayor militarización en México, para el “combate contra el narcotráfico” (que ya ha dejado un tendal de cientos de miles de muertos y desaparecidos) y para frenar la afluencia de trabajadores internacionales de Centroamérica, Caribe y Sudamérica. Esto, mientras se garantizan los intereses económicos de las empresas imperialistas que expolian los recursos naturales y cuya conexión con el accionar de los grupos del “crimen organizado” está ampliamente documentada.
Se buscará también una renegociación del TMEC, donde la amenaza de sanciones está puesta a imponer condiciones aún más favorables para las empresas estadounidenses y canadienses, lo cual muestra que la integración económica proclamada se da en condiciones de subordinación de México, con la precarización cada vez mayor de la fuerza de trabajo y salarios que, aunque vieron un cierto incremento durante el sexenio obradorista, son claramente insuficientes y al estar muy por debajo de los niveles salariales en EE.UU. y Canadá, representan una situación claramente favorable para las empresas trasnacionales.
De conjunto, bajo la administración Trump se ampliará la subordinación del país al imperialismo yanqui y sus intereses económicos, políticos y militares.
De negociaciones y subordinaciones
En su primera comunicación telefónica, Trump le dijo a Sheinbaum “Esta el tema de la frontera”. La presidenta mexicana se despidió con un amistoso “See you soon”, mientras anunciaba su participación en la cumbre del G20 con los principales países imperialistas y emergentes. La presidenta buscará repetir la fórmula obradorista: lo que en su círculo cercano llaman apelar al espíritu “transaccionalista” del republicano y negociar. En esto, el nombre de Marcelo Ebrard, secretario de Economía, aparece con mayor protagonismo; se supone que ayudará —por sus vínculos con el poder económico y su experiencia diplomática— para operar los términos de una relación escabrosa.
Sin embargo, los saldos de la relación AMLO-Trump (y, luego de ello, AMLO-Biden) no fueron los de una negociación entre iguales, como pretendieron hacernos creer. El gobierno mexicano aceptó una renegociación del TMEC que marcó una injerencia mayor de EE. UU. sobre el país. Y esto fue acompañado de un nuevo ciclo militarizador, que profundizó lo hecho por Calderón y Peña Nieto, con la creación de la Guardia Nacional, lo cual echó a la basura las promesas de campaña de AMLO respecto a regresar a los militares a sus cuarteles y señaló otro claro alineamiento con las exigencias de Washington. Y no olvidemos que también fue parte de los acuerdos con Trump primero y Bi.den después, que México actuase como un verdadero estado tapón, reprimiendo a los migrantes en la frontera sur y recibiendo, de este lado del muro fronterizo de la ignominia, a decena de miles de deportados. Esto, mientras se perpetraban verdaderos crímenes de estado, como la muerte de 41 migrantes en el incendio de la estación migratoria de Ciudad Juárez.
En la actualidad, y ante un Trump que viene recargado, los resultados de aceptar las exigencias imperialistas serán peores. Éste es el saldo de la política del progresismo de la 4T: más allá de la retórica soberanista, el Morena mantuvo las bases de un capitalismo dependiente y no ha cuestionado la recolonización de México por parte del imperialismo estadounidense, garantizada por los gobiernos neoliberales priistas y panistas anteriores. Los cambios convulsivos en la situación internacional alientan las tendencias más reaccionarias en el seno del imperialismo estadounidense, que en esas circunstancias buscará ajustar las cadenas con las que subordina a los países de América Latina, y México es considerado por los colonialistas su patio trasero.
Un desafío fundamental es edificar una alternativa política que levante las banderas del antiimperialismo y el internacionalismo, fundadas en la unidad de las y los trabajadores mexicanos con la clase obrera multiétnica de Estados Unidos y Canadá y con el conjunto de los pueblos de la región, para enfrentar las políticas imperialistas, o cual debe hacerse de manera independiente respecto al gobierno de Morena y a la oposición derechista. Que proponga plenos derechos civiles, sociales y políticos para nuestros hermanos migrantes de Centroamérica, Sudamérica y el Caribe, contra la xenofobia y el racismo, y contra la acción de la Guardia Nacional y la Border Patrol. Y que sostenga, frente a los acuerdos y tratados construidos en función de los intereses de las grandes trasnacionales imperialistas y sus socios locales, la perspectiva estratégica de una integración económica, política y social en beneficio de las grandes mayorías obreras y populares de América del Norte, que solo puede lograrse a partir de acabar con la dominación imperialista y el capitalismo, en clave socialista y revolucionaria, y construir una sociedad sin explotadores ni explotados.
[1] 1 Jorge Zepeda Patterson, “Sheinbaum o la (des) ventaja de no ser López Obrador”, Milenio en "Sheinbaum o la (des) ventaja de no ser López Obrador"
[2] 2 Esto contrasta con la actitud hacia las madres buscadoras, a quienes aún no recibió, o con la negación de la violencia extrema que hay en Chiapas, donde se multiplican los ataques a comunidades indígenas, zapatistas y no zapatistas.
[3] 3 Ver "Va a ser una situación muy complicada para México": 4 desafíos para el gobierno de Claudia Sheinbaum ante el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca
[4] 4 Elías Camhaji, “Trump 2.0, mucho más peligroso para México: La relación con Sheinbaum será escabrosa. Es tiempo de control de daños”, El País. Consultado el 8/11/2024
[5] 5 Joshua Keating, “The global risks of a Trump presidency will be much higher this time”. Vox. Consultado el 7/11/2024
[6] 6 Elias Camhaji, “Trump 2.0, mucho más peligroso para México: La relación con Sheinbaum será escabrosa. Es tiempo de control de daños”, El País. Consultado el 8/11/2024
Pablo Oprinari
Sociólogo y latinoamericanista (UNAM), coordinador de México en Llamas. Interpretaciones marxistas de la revolución y coautor de Juventud en las calles. Coordinador de Ideas de Izquierda México, columnista en La Izquierda Diario Mx e integrante del Movimiento de las y los Trabajadores Socialistas.