Los últimos anuncios del Gobierno vinculados a dos de los problemas claves que tiene la Argentina (la economía y el anuncio de un nuevo “cepo” al dólar, y la extensión de la cuarentena) trajeron de vuelta un clásico entre los analistas de la política: los famosos problemas de comunicación. Personalmente, cuando escucho las quejas sobre “problemas de comunicación”, “falta coordinación en los anuncios de medidas” o desorden en ese área, siempre tiendo a pensar que esos planteos encierran contradicciones más de fondo. Si complementamos esto con los discursos públicos de los referentes del oficialismo: el presidente Alberto Fernández que retomó la discusión con Mauricio Macri o el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, que polemiza con Eduardo Duhalde, en cierta medida esto se confirma. Hay cierto retorno a la utilización del recurso de la “grieta”, ese artefacto político-narrativo que busca polarizar el escenario, pero que no necesariamente da respuestas a los problemas sociales que existen por debajo. Es evidente que se terminó ese periodo de “luna de miel” del que, en general, gozan todos los gobiernos y que en el caso de la actual gestión se hizo más extenso por esa especie de “estado excepción” que impuso la pandemia. Las encuestas muestran una caída de la imagen del Gobierno y del Presidente. Según el último trabajo de la consultora Suban Córdoba, la gestión tiene una aprobación del 53 %, pero la porción de personas que creen que “va en la dirección correcta” se redujo a 39 %, mientras un 50 % considera que va en la “dirección incorrecta”. No es un derrumbe catastrófico, pero es significativo. En el Gobierno se consuelan diciendo que es una pérdida que esperaban y que es todo “por derecha”. Puede ser. Sin embargo, algo están reflejando esos números sobre lo que pasa en la realidad social y sobre las consecuencias de una crisis que golpea fuerte; tan fuerte como para que ya no alcance con el fundamento de “la pesada herencia” o “estamos en medio de una pandemia”. Se empieza a pensar que es hora de que el Gobierno se mire en el espejo de su propia realidad y no en la referencia bochornosa del macrismo. Comparado con Macri como metro-patrón, todos pueden ser el Che Guevara. Porque, además de los grandes números de la crisis (esos que expresan fenómenos como las tomas de tierras) como la pobreza de más de la mitad de la población, la desocupación que hace rato que superó los dos dígitos o la indigencia; tenemos que la inflación se aceleró y fue de 2,7 % en agosto respecto de julio y acumula un 40,7 % interanual, mientras que los salarios registrados subieron en promedio 35 %, según cifras del Indec. Alfredo Zaiat, que no es precisamente un opositor, decía el domingo pasado en Página 12 que un “indicador de la fragilidad de la demanda es la evolución del gasto público, que tuvo su pico en junio pero bajó al mes siguiente, con la lógica oficial de que si sube la actividad disminuyen las erogaciones del fisco (menos ATP e IFE)”. Y Marina Dal Poggeto de la consultora Eco Go (tomo la cita de uno de los últimos artículos de Diego Genoud), lo puso con palabras más directas cuando dijo que “en julio y agosto, el gobierno ejecutó una ‘política de ajuste fiscal con una retórica anti-ajuste’: ‘El Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) se vino pagando cada dos meses con un costo fiscal que viene siendo la mitad del anunciado y hasta el propio ministro de Desarrollo Social, que fue el primero en sostener la necesidad de un IFE permanente, declaró que no hay margen fiscal para avanzar en esa dirección. Lo mismo con los ATP, cuya cuarta versión deja afuera la mitad de los sectores. Por último, el gasto -excluyendo las partidas compensatorias por el COVID- aumenta por debajo de la inflación con jubilaciones que en julio acumulan una diferencia de más de 8% con respecto a la fórmula anterior”. En términos de empleo: en junio volvió a caer el empleo registrado en el sector privado, según el Sistema Integrado Previsional Argentino. Llevamos 26 meses consecutivos con caídas ininterrumpidas (no es solo la pandemia). El SIPA registró en junio el menor valor desde octubre de 2010. En comparación con junio de 2019 casi 290.000 trabajadores perdieron su puesto de trabajo (recordemos que hablamos del empleo registrado formal). A esto hay que sumarle las suspensiones (con recorte de sueldo) que afectan a 800 mil trabajadores y trabajadoras en todo el país. Del otro lado de esa “grieta” o de esa fractura “la desigualdad previa se incrementa: los ganadores y perdedores de la crisis son los mismos que antes, en general”; esto último no lo digo yo, lo afirmó Mario Wainfeld en su columna de este domingo. Con el problema del dólar se volvió a confirmar esto de los ganadores. Se dice que a la Argentina siempre le faltan dólares por la famosa “restricción externa” y es cierto porque es un país atrasado, con un escaso desarrollo industrial propio, muchas industrias montadoras, necesidad de importación en tecnología etc. Pero tampoco es que no circula ningún dólar. Es tan cierto que existía un universo de cuatro o cinco millones de ahorristas que demandaban dólares para mantener el valor de sus ahorras y que presionaban sobre las arcas del Banco Central, pero una de las mayores presiones venía de la demanda de un grupo de empresas que se endeudaron fuerte durante el festival macrista y estaban cancelando toda junta esa deuda con dólares baratos -al precio oficial- que conseguían del Central. Se endeudaron en cerca de 20.000 millones de dólares durante el macrismo empresas como con Genneia de la familia Brito, el HSBC, IRSA de Eduardo Elsztain, Telecom del Grupo Clarín, entre muchas otras. Esto sumado a los dólares que se van al pago de deuda, los que quedan sin liquidar porque los dueños de la tierra o las cerealeras acopian granos para presionar por una devaluación, las maniobras como las de “contado con liqui”, dólar MEP y así. Ahí siguió haciendo ganadores, mientras las mayorías acumulan pérdidas. Ya hablamos muchas veces en este espacio de los bancos (que son los agentes legales para la fuga de capitales), los últimos números muestran que los laboratorios nacionales y extranjeros estuvieron entre los ganadores con aumentos que superaron la inflación, y ahora llega seis meses después de la cuarentena y la pandemia, un impuesto tardío y pobre por única vez sobre un grupo ínfimo de millonarios. Si los ganadores y los perdedores son, en general, los mismos, no estamos frente a un problema de comunicación, sino ante un problema político. La política concentra los intereses en disputa en la economía. Y en esa disputa se trata de que no paguen los mismos de siempre. Algo de eso se empieza a notar no sólo en las encuestas, sino también en la calle.