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Red Internacional
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Tribuna Abierta. El zapping de los huérfanos

El investigador y docente reflexiona sobre el despido de Roberto Navarro, conductor "estrella" de C5N, y la reconfiguración de los medios, en este artículo publicado originalmente en Anfibia.

Sábado 23 de septiembre de 2017

El rating no es garantía de continuidad: Roberto Navarro fue despedido no por las reglas de mercado sino porque es indigerible en el nuevo mapa político. El periodista oficia(ba) no sólo como ruidoso portavoz de un segmento del kirchnerismo, sino también como espacio de catarsis. Para su audiencia, allí donde había comprensión e identificación, ahora hay orfandad. ¿Cuál es la representación en la institucionalidad de los medios del 65% de los argentinos que no vota a Cambiemos?, se pregunta Martín Becerra. El macrismo se deja hablar por el sistema de medios mientras profundiza el contacto segmentado y emocional con las audiencias vía redes sociales. (Anfibia)

El despido del conductor Roberto Navarro de la señal de noticias C5N, donde realizaba los programas Economía Política (domingos de 21 a 23hs), y El Destape (de martes a jueves a las 22hs), pone en perspectiva la reorganización del sistema de medios a casi dos años del triunfo de Mauricio Macri como presidente a la vez que cuestiona un mito, tan invocado como falso, sobre el rating como garantía de continuidad en las pantallas, mito que tiende a explicar de modo sumario los cierres de medios con la supuesta falta de audiencia o su sesgo editorial.

Al echar a Navarro, los dueños del grupo Indalo Media al que pertenece C5N junto con Radio 10 (donde tampoco continuaría el conductor) y otros medios, Cristóbal López y Fabián de Sousa, se desprenden de uno de sus animadores más competitivos. En efecto, con un estilo gritón y faccioso, de abierta oposición a Macri e identificación neta con Cristina Fernández de Kirchner, Navarro alcanzó niveles de audiencia notables, superando con creces a los ciclos políticos que programa TN los domingos en su franja horaria (“Los Leuco” y “Desde el Llano”). Además de la paradoja de que empresarios de medios resignan una de sus cartas en la disputa por el mercado, el caso exhibe otra: López es uno de los capitalistas más próximos al kirchnerismo pero ofició de verdugo de uno de los voceros más enfáticos de su sector político.

Navarro no fue, para usar un latiguillo de época, “inviable” por reglas de mercado, sino indigerible en el nuevo mapa político.

Intemperie

Amén del posicionamiento editorial de los medios, que en la Argentina resulta evidente para quien se interese en el asunto, y de su desempeño económico, que como se verá tiene bastante relación con la línea política, hay otra cualidad escasamente aludida entre analistas y opinadores sobre el tema: la función de contención, de reparo y de identificación que tienen los medios en la sociedad. Para seguir con el caso Navarro, este conductor oficia(ba) no sólo como destacado portavoz de un segmento intenso del kirchnerismo, sino también como guía y como espacio de catarsis y escucha. Con su despido, para su importante audiencia allí donde había comprensión e identificación, ahora hay orfandad. A menos que se aliente una perspectiva atomizadora del orden social, la ausencia de representación en la institucionalidad discursiva -que ejercen principalmente los medios de comunicación- de una parte de la ciudadanía, que es además un porcentaje significativo del electorado, es un hecho digno de atención.

La audiencia kirchnerista parece condenada al nomadismo. La salida de Navarro del multimedios de López-De Sousa se suma al peculiar abandono de Radio del Plata por parte de Electroingeniería que, tras colocar segunda en audiencia (detrás de Radio Mitre) a la emisora luego del cambio de gobierno, se desligó de su obligación de pago de salarios provocando el vaciamiento de sus contenidos y la migración de sus oyentes. Así, pues, no sólo quebraron los emprendimientos anémicos liderados por Sergio Szpolski y Matías Garfunkel y nucleados en el ex Grupo Veintitrés, que como otros fue engordado en el feedlot de la publicidad oficial a cambio de su sujeción editorial a un verticalismo exacerbado hasta diciembre de 2015, sino también compañías con sólido acompañamiento de audiencia u otras que no estuvieron relacionadas con el gobierno anterior, como Atlántida (Televisa).

Desde luego, Navarro no es irremplazable; habrá otros conductores que asuman posiciones genéricamente concordantes. Tampoco fueron irremplazables otros comunicadores, ligados con otros espacios políticos, echados de medios comerciales o estatales en el pasado. En ocasiones, incluso, su cambio de lugar laboral fue premiado por el crecimiento de audiencia (como cuando Victor Hugo Morales fue despedido de Radio Continental y pasó a la AM750 del Grupo Octubre). Pero sería ingenuo para el oficialismo festejar el alejamiento del enfático Navarro de C5N y Radio 10 sin preguntarse por el sentimiento de desafección de su audiencia.

Desde la asunción de Macri como presidente varios puntos de referencia del sistema de medios cambiaron velozmente de orientación y otros, más drásticamente, cerraron. De las cinco principales señales de noticias y actualidad, hoy cuatro son oficialistas y una sola opositora. A Cristina Fernández de Kirchner le llevó varios años durante dos mandatos domesticar esas señales y finalmente, en el último tramo de su último gobierno (2013-2015), gozó del (más o menos fervoroso) favoritismo de esas señales de TV con la sola excepción de TN (Grupo Clarín). No obstante, en todas las etapas del ciclo kirchnerista hubo fuertes medios opositores (primero La Nación, más tarde se sumó el Grupo Clarín con múltiples sus empresas y a ellos hay que sumar a Vila-Manzano, Perfil, Hadad, Cadena 3, entre otros). En cambio, las opciones para quienes no adhieren al macrismo son hoy escasas y menguantes. Como consecuencia, una parte de la población se halla cada vez menos contenida por la industria mediática.

En términos más sociológicos la cuestión sería: si los medios no sólo son agencia (actores conscientes, troqueladores de la agenda pública) sino también reflejo del estado de conciencia y organización de grupos sociales, entonces ¿cuál es la representación en la institucionalidad de los medios del 65% de los argentinos que no vota a Cambiemos (y que, huelga decirlo, excede con creces al kirchnerismo)? ¿acaso no es ese un mercado de puntos de vista, de ideas y de identificaciones más vasto que el que interpelan Indalo Media y el Grupo Octubre en el sector de medios comerciales masivos? ¿cómo gestionan estos grupos, variopintos y heterogéneos, lo que Aníbal Ford llamaría sus necesidades sociales de infocomunicación?

En el campanario mediático resuena potente la melodía oficial y casi nadie ejecuta otra melodía.

Óxido

Desde la asunción de Macri, los medios con mayores audiencias viven una etapa de oficialismo desaforado. Conductores radiales y televisivos se presentan no sólo como exégetas del guión oficial –lo que no es novedoso en el periodismo vernáculo, altamente dependiente de la conducción estatal-, sino como vectores de una mayor polarización. Para estos protagonistas de la escena diaria en medios que siguen siendo masivos -a pesar de las profecías sobre su inmediato reemplazo-, el gobierno es tibio. Desde sus micrófonos exigen el escarnio del pasado y mayor confrontación a los propios funcionarios gubernamentales. Con un goce que sonrojaría a cualquier cultor de la ideología de la independencia periodística, los medios oficialistas destinan el presente a oponerse a una parte de la oposición.

El 11 de agosto se realizó la primera movilización masiva reclamando la aparición con vida de Santiago Maldonado. Su convocatoria desbordó las expectativas y fue tapa en todos los diarios, excepto en Clarín. Sus directivos, al omitir el tema, priorizaron su lectura acerca de quién capitalizaría políticamente la marcha en las vísperas de las primarias (PASO) antes que el valor periodístico de la noticia de que decenas de miles de personas protestaron en todo el país por un desaparecido en pleno régimen constitucional. La conducción del diario Clarín subordinó el criterio periodístico a su inercial oposición de la oposición.

El duranbarbismo sostiene una relación ambivalente y funcional con esta corriente de comunicadores oficialistas, a los que en privado menosprecia. El núcleo duro del macrismo los usa como recurso funcional y complementario a su estrategia de singularización de la comunicación a través de las redes sociales digitales. Se deja hablar por ellos, como diría María Esperanza Casullo. Por eso el discurso oficial se confunde con los monólogos de Jorge Lanata. Pero este es un giño anacrónico, un entretenimiento para el círculo rojo (y algo más), mientras la planificación de la campaña profundiza el contacto segmentado, emocional y pretendidamente posideológico en Facebook, YouTube e Instagram donde despliegan su credo gentista 2.0.

El macrismo más lúcido reconoce en los excesos de los conductores y periodistas oficialistas (tanto de aquellos que los bancaron desde el principio como de los que se acercaron al fuego cuando no les cupo dudas de que la mecha sería duradera) el síntoma del agotamiento de un modelo de comunicación que tiene en el programa del PRO/Cambiemos su relevo y superación. Para el núcleo duro de la comunicación del gobierno, el “cambio” y la “normalización” suponen también el reemplazo de la institucionalidad mediática a la que perciben corroída, oxidada y en proceso de extinción.

Mientras tanto, los medios oficialistas reportan ventajas coyunturales y por eso el gobierno nutre a sus principales exponentes con caricias y recursos como si fueran una jauría de mastines salvajes a los que, llegado el caso, podrán calzarles su bozal. El experimento, visto desde la perspectiva de esa encarnación periférica y bifronte del Cardenal Richelieu que son el jefe de Gabinete Marcos Peña y el tardíamente blanqueado consultor Jaime Durán Barba, sería dejar que el círculo rojo se entretenga con el guión sobreactuado y enfático de los medios afines mientras la cúpula macrista dirige una operación de “cambio cultural” (que Gabriel Vommaro caracteriza muy bien) más capilar y más honda que, a la larga, terminará por desfigurar la propia estructura de medios con su secuela de excesos. Darwinismo.

Pauta

Sin mayoría en el Congreso tras acceder a la presidencia vía balotaje y con una agenda socioeconómica candente, el gobierno de Macri desplegó una contundente actividad en comunicaciones. Con la consigna de la convergencia, Macri decretó nuevas reglas de juego que allanan mayores niveles de concentración y cruces internos (ver Quipu, el blog del autor); moderó el profuso manantial de publicidad oficial; y restauró el dogma del mercado como rector de las comunicaciones con el consiguiente desalojo de la noción de que se trata de un campo donde se juegan derechos en el que los desposeídos requieren de la acción estatal para compensar las desigualdades en el acceso a los recursos culturales e informativos.

En apariencia, donde durante el kirchnerismo disciplinó la política, hoy disciplina el mercado. Pero la restauración de la disciplina de mercado tiene una dirección política (así como antes la disciplina política tuvo su economía) y es la conducción estatal. La prórroga de licencias, la eliminación y relajación (según el tipo de medios) de límites a la concentración de la propiedad multimedios, la autorización de transferencias sin previa autorización estatal y la asignación de publicidad oficial son indicadores elocuentes de la dirección política de PRO/Cambiemos en el sector.

El gobierno es consciente de la alta dependencia que tiene el sistema de medios del Estado, de sus regulaciones y de sus auxilios selectivos. Y los usa. Aunque Indalo Media, Electroingeniería o el Grupo Octubre logren construir medios competitivos (y no siempre lo hacen), sus conglomerados dependen de lazos múltiples con el Estado que los fuerzan a desarrollar en simultáneo varias negociaciones “paritarias” donde rige el quid pro quo (esto por aquello). Esto no es nuevo, por supuesto, y explica los espasmos de amor y odio entre el kirchnerismo y los Grupos Clarín o Vila Manzano a través de los años mucho más que la hiperinflación semiótica de sus protagonistas.

A pesar de la promesa que proclamaba cuando era oposición, el actual gobierno no eliminó la discriminación ni la discrecionalidad en la asignación de publicidad oficial, el más sentido de todos los vínculos económicos entre el Estado, los medios, productoras y conductores del star system. Sin embargo, es mucho más equilibrado que el kirchnerismo en su reparto y las empresas de Indalo Media captan una porción superior a la que obtuvo el Grupo Clarín entre 2013 y 2015 (en el segundo trimestre de 2017 el gobierno nacional destinó 3,3 millones de pesos a C5N y 2,3 millones a Radio10, además de pautar en Ámbito Financiero y en las FM (Pop, Mega, Vale, One, Vorterix). Tal vez el despido de Navarro fue mencionado en las negociaciones paritarias, como antes lo hayan sido otros despidos. Una economía inestable y precaria que marca los tiempos de la precarización laboral.

El derecho a expresarse, que en la Argentina estuvo y está limitado al derecho a opinar de una elite con acceso a redacciones y micrófonos, tiene el renovado desafío de superar el monocromo oficialista que descompensó la posibilidad de hallar perspectivas disonantes en medios con potencia junto con una estructura concentrada y dependiente de las señales de la conducción estatal.

El rating premia la intemperancia y vomita a los tibios, festejando excesos polarizantes. Pero la Argentina presente sólo ofrece condiciones políticas para que uno de los polos amplifique su monserga.

(Agradecemos al autor y a revista Anfibia por permitirnos publicar este artículo en La Izquierda Diario)