Las elecciones gallegas, convocadas de forma anticipada por Alfonso Rueda (PP), presentan un escenario donde hay mucho más juego que en las de 2020. El PP tiene una fuerte tendencia a la baja y peligra su mayoría absoluta. Mientras el BNG, con un discurso moderado y medidas de corte nacionalista populista burgués, parece estar aglutinando la mayoría del voto de izquierda y espera superar una vez más su techo histórico.
Viernes 16 de febrero
El Partido Popular y sus debilidades
El contexto social y político no podía ser peor para una reedición de una mayoría absoluta del PP en Galicia. Es posible que la consigan por la mínima (38 diputados), pero al desgaste de 15 de años de recortes en los servicios públicos, como la sanidad y la educación, del aumento del desempleo (en particular el juvenil) y todos los problemas sociales que acarrea en Galicia, la emigración de cientos de miles de jóvenes o procesos de recortes y despidos en diversos sectores industriales, se suman varios factores de coyuntura.
Alberto Núñez Feijóo nombró Alfonso Rueda como presidente de la Xunta de Galicia sin haber sido electo. Era un desconocido para el gran público, y ha demostrado tener muy poca capacidad de discurso y de convencimiento. El papel que se le ha asignado es el de ser una mala copia de un Feijóo que se presentaba como un tecnócrata, un “buen gestor”, pero el papel le ha quedado grande. En el único debate electoral que participó, organizado por la TVG, la única “propuesta” que hizo fue bajar impuestos que afectan principalmente a los más ricos.
En ese marco, la gestión de la crisis de los pellets de plástico fue nefasta. En una actitud absolutamente negligente, tardaron más de un mes en actuar, y cuando lo hicieron prácticamente no contrataron a nadie para la limpieza, siendo una vez más el pueblo organizado el que se presentó en las playas para recoger los plásticos. Además, en un error de cálculo garrafal, pareciera que el PP esperaba que con la llegada de las elecciones la gente se olvidaría de ese grave problema ambiental, cuando lo que sucedió es todo lo contrario.
Te puede interesar: La crisis de los pellets: negligencia empresarial e inacción de las administraciones
Te puede interesar: La crisis de los pellets: negligencia empresarial e inacción de las administraciones
La clave política de la campaña del PP contra el ascendente BNG ha sido una amalgama argumental mezclando el vetusto argumento de ETA y el independentismo catalán, a partir del hecho de que la eurodiputada del BNG, Ana Miranda, es parte del mismo grupo parlamentario que EH Bildu. Una operación para lo que ha contado con el apoyo de sectores ultrarreaccionarios como la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), una de cuyos miembros, Maite Araluce, salía el pasado miércoles en el Telexornal del mediodía diciendo que “El BNG está con los terroristas”.
Este discurso, sin embargo, por lo que indican las encuestas no ha calado en el electorado gallego. Aún más, ha quedado opacado por el escándalo que suscitó la confirmación por parte de la dirección del PP a 16 periodistas de que Feijóo encargó un análisis jurídico sobre la amnistía, que estaría abierto a otorgar un indulto “con condiciones” a Carles Puigdemont y que considera que no será posible demostrar que el expresident cometió un delito de terrorismo. Un affaire que no sólo va contra la argumentación global del PP en los últimos meses contra la amnistía, sino que ha dado cierto aire a Vox en las elecciones gallegas (que venía completamente desaparecido) y también a Democracia Ourensana (DO), un grupo populista de derecha hasta ahora desconocido que podría conquistar 1 escaño.
La debilidad del candidato también se hace notar cuando se negó a participar en el debate organizado por la sección gallega de RTVE en Santiago, presentado por Xabier Fortes, donde sólo participaron Ana Pontón (BNG) y José Ramón Gómez Besteiro (PSdG-PSOE), quienes aprovecharon la espantada de Rueda para escenificar su voluntad de gobernar juntos en Galicia.
Así las cosas, el retroceso del PP es innegable, aunque habrá que esperar al domingo para ver cuán pronunciada será su caída y si es capaz de mantenerse una nueva legislatura al frente de la Xunta o es desalojado.
El BNG en auge: conservación de su base obrera y moderación política
El elemento más destacado de estas elecciones es el ascenso del BNG, que en estas elecciones se presenta como la alternativa al PP. Aunque no podemos abordar aquí un análisis en profundidad sobre el BNG, su programa y su evolución en los últimos años, es necesario partir de algunas consideraciones para comprender el fenómeno y su actual crecimiento electoral.
El BNG es el partido histórico de la clase trabajadora gallega. Desde hace mucho tiempo tiene mayoría sindical en la mayor parte de los sectores económicos, mediante su sindicato afín la CIG (Confederación Intersindical Galega). Su primer período de auge fue con Xosé Manuel Beiras en 1997, cuando consiguió 18 diputados, pero no fue suficiente para echar al PP de la Xunta. Gobernó siendo la pata corta en el bipartito del 2005 al 2009 junto al PsdG. De esa época todavía se recuerda la infame privatización del servicio de extinción de incendios, que pasó a la empresa concesionaria SEAGA (con condiciones laborales mucho peores) y la corrupción asociada a algunos de los primeros grandes parques eólicos del país.
Esto los llevó a una profunda crisis interna, que abrió un espacio para la emergencia del neorreformismo en Galicia. Primero con el experimento de Alternativa Galega de Esquerdas (AGE), liderado por Beiras, Anova IU y sectores ecologistas -una suerte de proyecto piloto de lo que posteriormente sería Podemos a nivel estatal-, y posteriormente con el surgimiento de Podemos y En Marea. Pero la gestión municipal del nuevo reformismo fue incluso peor que la tradicional gestión del BNG. No sólo incumplieron casi todas sus promesas electorales, si no que llegaron a tomar medidas antipopulares, como subir rentas antiguas al barrio más pobre de Galicia (Recimil, en Ferrol) o a desalojar centros sociales como “A Insumisa”. El hartazgo del electorado de izquierdas fue tal que en 2020 el BNG recuperó y superó su voto inicial.
Pero hay otro factor aún más importante para este proceso de recuperación: en los últimos años se ha creado un nuevo BNG, más “moderno” y sobre todo más moderado, aunque manteniendo parte de su programa histórico, que se presentó como una alternativa más atractiva para un amplio sector interclasista del electorado.
Su candidata, Ana Pontón, una política competente y que se desenvuelve bien en el debate público, se ha destacado por su tono moderado y tranquilo en sus intervenciones. Un perfil que contrasta notoriamente con el de Xosé Manuel Beiras, por ejemplo, que en sus mejores momentos golpeó la mesa con un zapato en una intervención contra Fraga, o llamó asesino a la cara a Feijóo por sus recortes en Sanidad.
Detrás de su nueva cara, el BNG mantiene parte de su programa histórico, como la creación de una empresa pública energética gallega, la nacionalización de Alcoa, y por extensión a las principales empresas electro-intensivas en caso de que tengan nuevos ERES. También se opone a la reforma laboral de Yolanda Díaz, siendo uno de los pocos partidos de la izquierda parlamentaria que se opusieron. Estos posicionamientos le han permitido al BNG mantener el voto del electorado más de izquierda -o incluso de sectores de la izquierda radical (Anticapitalistas, por ejemplo, llama a votarlos críticamente en estas elecciones), y presentarse como una alternativa “a la izquierda” de Podemos e Esquerda Unida que defienda mejor los intereses de Galicia.
Sin embargo, el otro gran vector de su empuje electoral, pasado y futuro (el que le proyectan las encuestas), se explica por un elemento del signo opuesto: su moderación, lo que le ha permitido conquistar una porción de los votantes del centro. Primero, cierta moderación sobre su posición sobre la defensa de la lengua gallega, huyendo de un monolingüismo que era visto como “identitario” por mucha gente, así como la moderación de sus objetivos nacionalistas. De independencia, desde el fin del procés catalán, no se les ha oído hablar nada.
La expresión programática de esta moderación se ve en medidas como, por ejemplo, la bajada de impuestos a las empresas gallegas, lo cual es claramente una medida de derechas. En la campaña se han centrado mucho en defender que el BNG atraerá la inversión de capital “sin renunciar a derechos laborales”, para construir una industria diversificada en Galicia. Y que para eso se enfocará en el talento y en reducir el precio de la energía, mediante una empresa pública. Un discurso nacional populista burgués que ha logrado seducir una parte importante de la pequeña burguesía e incluso la burguesía gallega, y resulta “competitivo” para atraer a parte del voto obrero conservador que tradicionalmente ha apoyado al PP con el argumento de que “atraen a las empresas y dan trabajo”.
Tan encantada está la patronal gallega con el BNG que el pasado miércoles Pontón fue a explicar su programa a la Confederación de Empresarios de Galicia (CEG), cuyo presidente, Juan Manuel Vieites, encontró en él propuestas “amigables”. Días antes, cuando se entrevistó con Besteiro, Vieites ya había dicho que no teme una Xunta de izquierdas y lo ratificó tras verse con Pontón: “Bienvenido sea el Gobierno que venga”. Como dice el axioma jurídico, “A confesión de parte, relevo de pruebas”.
Los últimos factores que benefician al BNG son que no ha tocado gobierno en 15 años y por tanto el desgaste y la memoria es casi nula. Además, ha recibido el apoyo de las principales medidas figuras de la izquierda gallega, española e incluso internacional (el centroizquierdista Pepe Mujica, ex presidente de Uruguay, pidió el voto gallego exterior para el BNG). A su vez, han orquestado una campaña en redes orientada a cada sector, de una calidad muy superior a la de otros partidos, y muy atractiva a los jóvenes.
En resumen, aunque se quiera presentar como un proyecto popular y de izquierdas, el éxito electoral del BNG se debe fundamentalmente a un giro a la moderación y la gobernanza burguesa -que ya se venía expresando estatalmente con su apoyo a las investiduras de Pedro Sánchez en 2020 y 2024 a cambio de dádivas y recursos para Galicia, como la creación de un servicio de cercanías ferroviarias. Una orientación análoga a la que vemos en ERC en Catalunya o EH-Bildu en Euskadi. La posibilidad de un pacto de gobierno entre el BNG y el PSdG, sobre el cual nadie tiene dudas en caso de que el PP pierda la Xunta, es expresión de esta política de conciliación de clases.
PSdG, Sumar y Podemos, centrados en las “bondades” del gobierno central
Por detrás del BNG, con sus evidentes diferencias, las campañas electorales de estos partidos se han centrado en defender que un gobierno “progresista” en Galicia sería deseable, porque sus políticas han conseguido derechos en el gobierno central. De estos sólo el PSdG tiene asegurada su presencia en el Parlamento gallego, aunque todas las encuestas lo ubican muy lejos de otros momentos en que se presentaba como alternativa al PP, como entre 2005 y 2009. En toda la campaña no ha habido una sola crítica de los socialistas al BNG, más que reivindicar su mayor experiencia de gestión. El “voto útil” de estas elecciones contra el PP está inclinado claramente hacia el partido liderado por Ana Pontón, por lo que el PSdG se ha cuidado de no entrar en debate para no espantar a parte del electorado que oscila entre ambas formaciones.
El antiguo espacio neorreformista de En Marea, que integraba a Anova, Podemos y Esquerda Unida, se quedó sin ninguna representación en las elecciones de 2020. Y en estas elecciones, debilitados y presentándose por separado tienen todavía menos probabilidades de conseguir algún escaño.
En el caso de Sumar, que ha presentado a Marta Lois, ha centrado su campaña en defender las medidas tomadas por Yolanda Díaz como ministra de Trabajo (la reforma laboral, el aumento del salario mínimo, etc.), así como otras medidas de difícil implementación, como la creación de un metro en las áreas metropolitanas de Vigo y Galicia, obras que dependerían de la financiación estatal. Pero lo que se quiere presentar como mérito -la participación en el Gobierno central-, es visto por amplios sectores como un demérito. En especial la reivindicación de la reforma laboral, que mantuvo lo esencial de las contrarreformas anteriores del PSOE y el PP, y contra la cual el BNG se ha posicionado abiertamente en contra.
Por su parte Isabel Faraldo, de Podemos, comenzó su campaña accidentalmente, ya que dentro de Podemos se expresaron posiciones divergentes tras la ruptura con Sumar (Pablo Iglesias llamando desde Canal Red a votar por el BNG, mientras Ione Belarre la promovía como candidata). Partiendo de un mal comienzo, Fajardo tomó un perfil “activista”, centrándose en defender medidas de carácter ecologista, reivindicando las movilizaciones en contra de los macroparques eólicos, y retomando el viejo discurso “anti-casta” de Podemos. Pero su discurso es poco creíble. Después de que Podemos tomase enormes responsabilidades ejecutivas en el anterior Gobierno de coalición y fuera un gestor “razonable” del capitalismo español, la clase trabajadora gallega no compra el discurso. Además, habiendo perdido toda representación hace 4 años, y sin el apoyo de sus socios, y ni siquiera del fundador de su partido no se espera que consigan más de un 0,5 o 0,8 % de voto.
Hace falta construir una alternativa de clase, anticapitalista y socialista
Aunque el aumento del voto al BNG es una expresión del hartazgo de amplios sectores populares con 15 años de dominio del PP, de políticas neoliberales, ataques a los servicios públicos, aumento del paro y la pobreza, corrupción y catástrofes ambientales, desde la CRT no tenemos ninguna confianza en un posible nuevo gobierno del BNG (que en caso de que sea una realidad solo podrá gobernar pactando con los social liberales del PSdG) y en sus promesas electorales que buscan conciliar las demandas de la clase trabajadora con los intereses de la burguesía gallega.
Tampoco consideramos que las distintas candidaturas neorreformistas como Sumar o Podemos, que sostienen al Gobierno de coalición con el PSOE (ya sea dentro o fuera del consejo de ministros) aplicando un programa de neoliberalismo “progresista”, sean una alternativa para la clase trabajadora.
Ante el crecimiento de la derecha y la extrema derecha, alimentado por las políticas de derecha del gobierno del PSOE y Unidas Podemos primero, y con Sumar después, en ambos casos apoyados por el BNG, creemos que no sirve el “mal menor” que subordina los intereses de la clase trabajadora y los sectores populares a los capitalistas.
Es necesario plantear una perspectiva de independencia de clase, construir una alternativa política y organizativa basada en la fuerza de la clase trabajadora, las mujeres y la juventud, que ponga en el centro la lucha de clases y un programa para conquistar todas nuestras reivindicaciones. Porque somos conscientes de que los derechos se van a conseguir y mantener por medio de la lucha de clases y la movilización, y no de un gobierno que no dudará en incumplir sus promesas en el momento en el que entren en contradicción con los intereses empresariales.
Sabemos que es una tarea difícil y hay muchas esperanzas depositadas en el BNG como una vía para lograr algunas de las demandas más sentidas de la clase trabajadora, pero no creemos que un apoyo político a un proyecto así contribuya a esta tarea. Por eso en estas elecciones estamos por el voto nulo o la abstención. Es necesario construir una alternativa política y social “desde abajo”, con un programa de clase, anticapitalista y socialista. Esta alternativa aún no existe, pero todos los esfuerzos de la CRT están puestos en avanzar en esa perspectiva. Las próximas elecciones europeas son un terreno en el que está planteado explorar las posibilidades de una candidatura unitaria de la izquierda revolucionaria, anticapitalista y socialista que proponga un programa de clase contra el avance de la derecha y el neoliberalismo progresista.