En julio de 1919, nacía en Bogotá la pintora que escribió su vida. Tras quedar huérfana muy pequeña, es dejada en un convento en el que padeció todo tipo de calamidades. En 1969 envía a su amigo Germán la primera de las 23 cartas que forman ’Memoria por correspondencia’, donde cuenta su infancia y será un volumen publicado luego de su muerte.
Lunes 26 de julio de 2021 16:15
“Se dice que la infancia es la época más feliz de una vida. ¿Siempre es así? No. Son poco los que tienen una infancia feliz (…) La vida descarga sus golpes sobre el débil, ¿y quién es más débil que los niños? ( Mi vida, León Trotsky).
Con amigos imaginarios y hermanos que no existen. Emma juega a quedarse quieta dentro de un horno de ladrillos para esconderse o para buscar calor, como la metáfora de lo ausente, de lo que le faltará durante toda su niñez. Memorias por correspondencia, con una escritura despojada que jamás desciende a lo sentimental, conmueve con su austeridad y hondura. Emma relata su infancia, junto a su hermana, luego de ser dejada por su madre al cuidado de una mujer, y luego son incorporadas a un convento.
No todas las infancias son felices, y eso muestra al relatar desde el subsuelo de sus recuerdos tristes, sus días encerrada en una habitación en las afueras de Bogotá, su pasaje por un pueblo sin nombre de Colombia y los años vividos tras el control de las monjas, en un largo recorrido de monólogo interior directo.
Foto de Hernán Díaz. Emma Reyes quiso que su dinero y las regalías del libro ayudaran a niños huérfanos como ella.
La mirada de una niña
“A ti te parecerá extraño que yo pueda contarte en detalle y con tanta precisión los acontecimientos de esa época tan lejana. Nosotras, tanto Helena como yo, recordamos como si fuera hoy. Nada se nos escapaba, ni los gestos, ni las palabras, ni los ruidos, ni los colores, todo era claro ya para nosotras” comienza la Carta número 10. La autora cuando escribe es adulta pero quien habla en esas líneas es la niña que fue. Nunca levanta la mirada, nunca completa las sensaciones que describe, ve con los ojos del momento en que sucedieron las cosas.
Emma Reyes aparece en esta obra como una niña de cinco años encerrada en una pieza de un barrio de Bogotá, a la que cada mañana llega una mujer misteriosa llamada María que, después de abrir la puerta y obligarla a ir hasta un baldío para vaciar la bacinilla que ha usado durante la noche, vuelve a encerrarla bajo llave por el resto del día. Emma viva allí con su hermana mayor, Helena, y un niño al que llaman El Piojo.
Nunca sabremos quién es esa señora María. Sí sabremos que por momentos muestra malestar por cuidar a esos niños y por momentos quisiera darles una casa y comida mejor. Y no puede, eso es lo que le duele. “Lambonas, lambonas, lambonas” eran los gritos de esa mujer cuando desquitaba toda su bronca adulta contra estos niños que tenía a cargo. La pregunta de quién o quiénes son los padres de esos niños no tiene lugar. La resignación de una sociedad colombiana de 1920-1930 ocupa el espacio de un personaje más en la historia.
Luego el convento de monjas, la Orden de San Juan Bosco, las salesianas especializadas en la fabricación de bordados, lavado y oficios de ropa para clientes ricas, al igual que para sacerdotes, obispos y militares, en un tupida red del negocio de las confecciones. Significan un encierro fabril, jornadas de diez y más horas de trabajo vigilado y con duros castigos por las infracciones al reglamento. Ambiente mezquino y de clausura, de discriminación y favoritismo.
Las cartas, la mayor parte, relatan los días en el convento y muestran violencia de las monjas, descubrimientos de las niñas, trabajo infantil de costura para señoras ricas del pueblo y platos preferenciales para los curas. El espacio de juego podía ser cruel con Emma: “Había un grupo en el que todas cogidas de la mano jugaban a la rueda. Yo no sé cómo me encontré de pronto en medio de la rueda que empezó a cerrarse contra mí, al mismo tiempo que todas me gritaban: -China cochina, cagada, cagada, cochina!...- La rueda se cerró, me tiraron al suelo y me quitaron mi único pedazo de calzón que poseía. Claro que estaba sucio. Una muy gorda y más bizca que yo ensartó mi calzón en un palo de escoba y, marchando adelante con la escoba en alto, hicieron una larga fila que desfiló por los patios”.
Distintas publicaciones
Emma
Emma Reyes nació en julio de 1919. Empezó a pintar alrededor de 1940. Cuando viajó por tierra hasta Buenos Aires, donde tuvo su primer contacto. Estas primeras obras hacían referencia a las plazas y mercados que había encontrado en su viaje por Latinoamérica. En 1949 realizó su primera exposición en la galería Kléber de París.
¿Cómo surge Memoria por correspondencia?. El 28 de abril de 1969, la pintora le escribió una carta a su amigo, el escritor y político Germán Arcienagas, relatándole algunos pasajes de su infancia, una etapa dolorosa de la que le costaba mucho hablar. Por eso, Arcienagas le había sugerido que la mejor forma de cauterizar esa herida infantil sería volcándola al papel. Emma siguió su consejo. Así, a lo largo de casi treinta años, Reyes le envió veintidós cartas más a su amigo, quien violó más de una vez el acuerdo de confidencialidad suscrito con su autora y no contuvo la tentación de mostrárselas a Gabriel García Márquez quien, maravillado por su contenido, no dudó en afirmar, en tono perentorio, que debían ser publicadas.
Memoria por correspondencia fue publicado por primera vez en Colombia en 2012, casi diez años después de la muerte de su autora, ocurrida en Burdeos, Francia, en el año 2003 a los 84 años.
Luego de leer las 23 cartas, seguramente en pocas horas ( de colectivo en colectivos rumbo al trabajo como hice yo) los sabores amargos o agridulce quedarán. Porque no es solo Emma, ni Helena, ni las demás pequeñas del convento. Son miles, millones de niños y niñas que viven sin sus padres, que no tienen agua potable, que duermen bajo techos improvisados de chapa fría.
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