Compartimos una reflexión sobre los “especialistas”, pedagogos y ministros, la educación virtual y los valores.
Domingo 21 de junio de 2020 17:35
“Nunca en mi vida di una clase virtual”
(Palabras de un docente a punto de terminar una clase virtual. Por sinécdoque, hipotética afirmación de todxs lxs docentes)
Todo el mundo vinculado al universo de la educación se cree con derecho a ofrecer su reflexión acerca de cómo está aconteciendo el proceso en estos tiempos. Los primeros en salir a ofrecer una mirada sobre el asunto han sido lxs pedagogxs insignes que asesoran, piensan y, lamentablemente, toman decisiones al respecto. Luego de haber leído papers, de haber escuchado a colegas mediante videollamadas, de haber recibido sugerencias de directivxs, de haber recepcionado docenas de afiches, memes, flyers, pdfs, videos, enlaces, canciones y audios, luego de haber indagado en esos terrenos, me dirigí a la página del Ministerio de Educación de La Nación en busca de la epifanía didáctica anhelada.
Entre todas las propuestas y documentos de la mencionada web me gustaría destacar el Ciclo “Diálogos en cuarentena” pensado por el Ministerio junto con la UNIPE (Universidad Pedagógica Nacional) y presentado bajo el lema: “Reflexiones sobre la continuidad pedagógica en tiempos de la pandemia”. Allí incurren en la profundidad de entendimiento varixs lúcidxs pensadorxs de nuestra educación. Permítanme recrear algunos apotegmas como ejemplo:
El titular del Ministerio de Educación de La Nación, el abogado Nicolás Trotta, realiza un diagnóstico partiendo del axioma de que el macrismo nos ha dejado ante una enorme desigualdad de acceso a las tecnologías y concluyendo que los daños económicos de la pandemia serán mayores luego de la misma, cosa con la que no vamos a disentir pero que no parece una novedad: todxs sabemos eso. Admite luego que podríamos ir camino a una bimodalidad: presencial y virtual. Sin decir cómo y mostrándose ciego ante la contradicción que supone una afirmación (enorme desigualdad, crisis económica) con la otra (dotar a lxs docentes y alumnxs de herramientas tecnológicas para “acercar la escuela al hogar”). Concluye sus aportes con una frase merecedora del mármol: “creo que toda crisis es una oportunidad”. Gracias, Ministro.
Para no ser menos, Adriana Puigróss, Secretaria de Educación del Ministerio de Educación Nacional (“pero, ante todo, es maestra”, dice quien la presenta), como quien revela el enigma de la efigie sentencia: “(…) es como si la familia, el trabajo, la escuela se hubieran puesto…, la imagen es de un acordeón ¿no? En donde se pusieron los tres elementos y son… son uno.”, “(…) La mayoría de las familias hacen lugar, yo diría, hacen lugar porque no se trata solamente que se sienten con los chicos a hacer la tarea, sino que hagan lugar al estudio de ese chico, ¿no? Es decir, a veces es simplemente desocupar, apagar un rato el televisor para que pueda escribir. O es prestarle el celular, o es hacer un espacio en la mesa para que el chico se pueda concentrar. O bajar la voz ¿no?”. Quisiera aclarar que las citas son literales, a ver si todavía piensan que los errores gramaticales son míos. Ah, la metáfora del acordeón es sencillamente sublime. Gracias, Maestra.
Por lo visto, la Directora de Educación Secundaria de la Provincia de Buenos Aires, Myriam Southwell, se sintió toreada por las cavilaciones precedentes: “Rápidamente se pudo ver que a través de eso que se… que llamamos continuidad pedagógica, que además está previsto que los docentes cuando planifican su… su trabajo tienen ya una continuidad pedagógica pensada para situaciones que ya se han vivido frente a inundaciones, frente a la gripe A… esteeee, o a veces con situaciones, estee, edilicias o cuando se produjo la explosión de la escuela en Moreno y también hubo que suspender, estee, allí, las clases...”, “(…) No se trata de que esto es un preámbulo para que… esteee... de aquí en más la escuela es un, eeeehhh, se pasa al homeschooling...”. Sí, leyeron bien, comparó la pandemia con los problemas edilicios, las inundaciones y los asesinatos laborales y usó la expresión homeschooling. Brillante. Nótese, además, que en las citas evité retirar las muletillas que utiliza la señora Directora para que vean que no son patrimonio exclusivo de Maradona. Y tiene un máster en la Universidad de Essex y todo, chupate esa mandarina. Gracias, Directora.
Insisto, estas declaraciones no son fruto de mi invectiva, estas revelaciones, fructíferas claves para comprender nuestro rol, las pueden ver y escuchar aquí [1].
Les recuerdo que el apartado de la web en cuestión se llama “Seguimos educando” y que el ciclo de entrevistas comienza con el sustantivo plural “reflexiones”. No es broma.
Antes de sacar una conclusión que esté a la altura quiero recordar algo.
Mis compañerxs de colegio fueron unas basuritas
Una vez, como casi todos los días de mi infancia, sonó el timbre del recreo. Y aunque esto parezca extraído de una mala película argentina de los años 70, todxs salíamos disparados al grito de “¡¡¡recreo!!!”. No hubo año de todos aquellos en los que concurrí a mi escuela primaria de Villa Diamante en que no coleccionara figuritas. Fueron las del Mundial 86 o unas que se llamaban “Basuritas”, esas que tenían personajes caricaturescos cuyas singularidades se reflejaban en su nombre (Gustavo Mito, Alex Plosivo, etc). El caso es que mi pilón estaba siempre en el bolsillo de mi campera con cierre relámpago, pero parece que esa mañana olvidé subirlo y al correr desesperado para llegar al patio, mis figus volaron por el aire como mariposas beodas. Me desesperé: las figuritas eran para mí tan importantes como las cartas que me mandaba mi novia del curso en papeles perfumados. Bueno, no tanto como las cartas, pero eran importantes. Planeé hacia el suelo para que nadie pudiese afanármelas sospechando que las figuritas serían un botín perdido entre las manos de toda la matrícula escolar que a esas alturas de los hechos ya se encontraba extasiada ante la suelta masiva del tesoro. Y aquí vino lo extraño, porque cuando todo pasó y miré el pilón rescatado sobre mi mano, noté que era casi igual de grande que el que había flotado unos minutos antes. Mis amigxs y compañerxs (y podría decir que cualquiera que pasara por allí en esos segundos) pensaron igual que yo: que las figuritas se repartirían entre muchxs chicxs sin mi consentimiento. Y por eso las rescataron para mí. Un verdadero gesto didáctico de solidaridad, amistad, protección y compañerismo. Todo en dos minutos y durante el recreo.
“Enseñar valores” reza uno de los leitmotivs favoritos de hacedores de la escuela. Valores, esas cosas depositadas peligrosa y erróneamente en las manos pedagógicas de fucionarxs.
¿Homeschooling? Ahre...
En estos días de cuarentena, continuidad pedagógica y realidad virtual he chocado varias veces con ese docente ignorante en el que metamorfoseo. He ensayado diversos gestos didácticos en esa búsqueda: he grabado audios, he escrito mensajes más o menos ingeniosos en whatsapp, he filmado videos malamente editados, he cargado material de lectura a classrooms, mails y facebooks. Y seguro me olvido de algo. Todo esto para intentar armar/sostener aquella variable que es donde radica la verdadera fertilidad de nuestro trabajo: en el intercambio. Sabemos que sin recursos el intercambio es casi imposible, también sabemos a quiénes les cabe esa responsabilidad. Me pregunto si este intercambio debemos reducirlo a “enviar tareas/actividades”. Me respondo con un inapelable no, para “mandar tareas” no hace falta estar formado como docente. Hasta mi abuela que solo tenía sexto grado podría ocuparse de eso. ¿Qué cosa es ejercer la docencia en este contexto? ¿Qué intervenciones didácticas son las adecuadas? ¿Quince trabajos prácticos en tres semanas? ¿Una guía de preguntas luego de un texto sobre, no sé, cuáles son las células eucariotas y cuáles las procariotas? ¿Tomar lista en tu supuesto horario y día de clase mediante el grupo de whatsapp? ¿Completar un temario a pedido de autoridades? No importa la respuesta, trabajamos y rescatamos a la escuela también desde nuestra casa. Como lo hacemos siempre y a pesar de las mentes brillantes referidas en la primera parte de este escrito.
Los diferentes gobiernos han sacado turno para fomentar que docentes y alumnxs permanezcamos desconectados, no hay piso tecnológico que se imponga a la rascada que suponen las inversiones en educación. No incurro en la perversión de la teoría: trabajo en cuatro escuelas secundarias del conurbano (una en contexto de encierro) y dos institutos de formación docente (uno en CABA).
Coinciden las autoridades citadas en que la situación de desigualdad una vez pasada la pandemia será mayor y que vamos a necesitar más docentes. Coinciden en destacar que fuimos nosotrxs quienes nos hemos puesto al hombro esta odisea (menos mal, lo único que falta es que crean que son ellxs los que laburan). Ahora, de ideas y de presupuestos, bien gracias. Mi conclusión es que hace años que no pisan una escuela, si es que alguna vez lo hicieron. Si se me permite el academicismo: no tienen ni puta idea de lo que pasa ahí adentro. A esta falacia de la educación virtual que mencionan pedagogos, especialistas en educación y ministrxs, lxs docentes les respondemos sobreponiéndonos a su desconocimiento del paño, conectándonos con nuestrxs estudiantes como podemos, exprimiendo nuestro bolsillo delgado y extrañando el más fructífero de los momentos de intercambio pedagógico: el recreo. Porque, ahora que hago memoria, mi maestra también estaba en el patio mirando de lejos cómo mis compañeritxs me devolvían las figuritas.