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SEMANARIO

Entre el “paro maravilloso” y la rosca de salón: la pelea por la huelga general en la era Milei

Lucho Aguilar

PANORAMA

Entre el “paro maravilloso” y la rosca de salón: la pelea por la huelga general en la era Milei

Lucho Aguilar

Ideas de Izquierda

Las postales y voces del 9 de mayo fueron poderosas. Recorrieron los diarios del mundo y quedaron grabadas en las retinas de millones que ese día tomaron el paro general en sus propias manos. Desafiando ese mandato, la CGT volvió al salón y los dueños del país no aflojan. La pregunta surge: si las fuerzas están, ¿cómo ponerlas al servicio de derrotar todo el plan Milei y cambiar la historia?

La ministra baja de la camioneta blindada. La rodean custodios de caras nerviosas. Luego, un enjambre de periodistas. ¡Cuidado señores! La pequeña columna marcha por las dársenas de Plaza Constitución. Son 30, pero se han convertido en la concentración de personas más grande del lugar. Técnicamente, equivalen al 0,002 % de las personas que pasan un día normal por allí: 1,2 millones.

Aunque es jueves, a las 6 no llegaron los albañiles que levantan los edificios del Bajo. Ni mujeres corriendo, con sus bolsas, para limpiar edificios en el centro. Tampoco las pibas que atienden los bares y locales de ropa a trabajar por dos mangos. Ni maestras ni metalúrgicos. No se ven oficinistas de traje ni de elegante sport. Tampoco vendedores ambulantes. Ni carteristas.

No hay nadie.

La ministra sonríe. Dice a los micrófonos que “esta es una señal de debilidad del sindicalismo”. De fondo se escucha el insulto de un chofer que vio toda la escena. Palabras irrepetibles. La ministra no se da cuenta que ha montado un piquete involuntario en plena Avenida Brasil. Viola su propio protocolo. Pero nadie se queja. Las calles están vacías. Los pocos colectivos que la transitan también.

Termina su bizarro show y vuelve a la camioneta blindada. Acelera. Cuando se aleja, todo es silencio otra vez.

Todas las ruedas se detienen…

A las 9 de la noche del miércoles, las líneas de empaque y envasadora de Mondelez frenaron. Pero en ese mismo movimiento dieron arranque al paro general. Ya no pasaban miles de Oreo por minuto. A pocos kilómetros, en FATE solo se escuchaba el ruido de una caldera que no puede apagarse. En las próximas 24 horas no se producirán 12.000 cubiertas. El cartel de la estación dice “22:06: último tren a Boulogne”. El resto de los destinos en rojo. Algunos corren pero nadie se queja. El que avisa no traiciona. Los tableros de Aeroparque también quedaron pintados del mismo color. Cancelado. Cancelado. Cancelado. Un centenar de camioneros brinda en una ruta fría de Comodoro Rivadavia. Van a pasar la noche ahí, juntos, para “ayudar” al paro en las refinerías y las pesqueras que trabajan en turnos rotativos los 365 días del año. Ese día no podrán. En el complejo oleaginoso más grande del país, entre San Lorenzo y Rosario, grupos de aceiteros se amuchan en cada fogata. Tienen camperas de Cargill, Dreyfuss, Bunge, Vicentin. No atenderán las prensas y silos ni cargarán los 2.800 camiones programados para este jueves. Tampoco lo hará nadie más. Por eso el piquete. Un empleado de seguridad de Shell Raizen pide reserva y confiesa: “El sindicato no paró pero igual no vino nadie”. Las calles del gigante petroquímico del Dock Sud están desiertas. Un perro posa delante del portón encadenado. Se escuchan pájaros. En la Toyota de Zárate no saldrá una Hilux cada 75 segundos; ni cada 200. Como dice un cronista obrero que trabajó en grandes automotrices: “¿Dónde estuvieron los robots y la inteligencia artificial el 9 de Mayo? Obligados a descansar porque la inteligencia y la fuerza "natural" no los puso en movimiento”.

Los audios y fotos que llegaban a la redacción de La Izquierda Diario, como en cada paro, ahora atravesaban las pantallas de los grandes medios. “El paro más grande de los últimos 20 años” confesaba La Nación. Ninguna pauta ni auspicio podía tapar la realidad.

“Todas las ruedas se detienen, si así lo quiere tu brazo vigoroso” dice una tradicional canción de lucha de los obreros alemanes. Llega desde el pasado como un grito de aliento a quienes bajaron sus brazos para empezar a ponerse de pie. Para mostrar que son quienes producen toda la riqueza, quienes mueven el país.

Vladimir Lenin anticipaba esa idea, hace más de 100 años, en su texto “Sobre las huelgas”:

Las fábricas, las fincas de los terratenientes, las máquinas, los ferrocarriles son, por decirlo así, ruedas de un enorme mecanismo: este mecanismo extrae distintos productos, los elabora, los distribuye. Cuando los obreros se niegan a trabajar, todo este mecanismo amenaza con paralizarse. Cada huelga recuerda a los capitalistas que los verdaderos dueños no son ellos, sino los obreros, que proclaman con creciente fuerza sus derechos.

¿Alguien se animaría a decir que son palabras viejas, que no tienen plena vigencia?

Palabras atragantadas

–Cómo no va a haber razones para el paro. El salario, los despidos, el DNU, la Ley Bases. Hay todas las razones.
No es el discurso de un burócrata en un canal de TV. Es un chofer que se detuvo ante el micrófono de La Izquierda Diario en Constitución.

–Está muy bien. La gente se está cansando. Ellos viven bien y nosotros mal. Y nosotros somos los que trabajamos.

–¡Tiene que ser de 72 horas! –dice un jubilado.

Los testimonios se suceden. Quieren sacar afuera lo que tienen atragantado hace meses.

–Es maravilloso el paro.
La señora habla como si saliera del cine de ver una hermosa película. Está emocionada. La movilera del 13 no lo puede creer.
–Pero los comercios de acá…
–Eso no es lo importante. Al país lo hacen los camioneros, las docentes. Yo nunca pude hacer un paro, pero esto es maravilloso.
–¿Pero qué se logra con el paro?
–Que la clase trabajadora le diga al gobierno que esta política no va.

El silencio de las máquinas y motores es una oportunidad para hacerse escuchar.

Otra vez Lenin, sobre las huelgas:

En tiempos normales, pacíficos, el obrero arrastra en silencio su carga, no discute con el patrono ni reflexiona sobre su situación. Durante una huelga, proclama en voz alta sus reivindicaciones, recuerda a los patronos todos los atropellos de que ha sido víctima, proclama sus derechos, no piensa en sí solo ni en su salario exclusivamente…

Política de salón

El Salón Felipe Vallese parecía más luminoso que otros días, hay que reconocerlo. La cúpula de la CGT se mostraba unida y exultante en la conferencia de prensa donde hablaría del alcance del paro. Hasta se podría decir que había algo de sorpresa en sus dirigentes. La mayoría no puede caminar fácilmente en las calles. Algunos andan tan rodeados como la ministra. Temen que los que se levantan a las 6 todos los días los llenen de preguntas. ¿Por qué no defienden el salario? Me despidieron, ¿no van a hacer nada? ¿Van a dejar vaciar los trenes? ¿Por qué dejaron pasar la ley en Diputados? ¿Están negociando la reforma laboral? ¿Nos van a cagar otra vez?

Esos millones que no confían en los hombres del salón el jueves tomaron el paro en sus manos. Aprovecharon el llamado para dar su mensaje. Con la convocatoria del gremio como respaldo o con excusas. “No hay cole, jefe”.

Se volvieron a dividir los roles: Héctor el reflexivo, Pablo el picante. Pero la política de la CGT volvió a las fuentes. Golpear para negociar. “Un llamado de atención al gobierno”, “falta de diálogo”, “concientizar a los senadores”. Lejos de hacer valer la fuerza que mostró la huelga para decir cómo continuarla, la dejaron pasar. Otra vez.

La cúpula desmintió el relato de “debilidad” de la ministra, es cierto. Pero escondieron que ellos quieren una fortaleza contenida. Desde su salón pidió que les abran otros salones.

Aunque hablaron con el corazón, el gobierno y los empresarios les contestaron con el bolsillo. Al otro día nomás, la paritaria de la poderosa UTA volvió a fracasar.

La meca de Occidente

“El paro de 24 horas de los sindicatos argentinos contra el presidente Milei paraliza la vida cotidiana”. El titular del Washington Post le cayó mal al presidente. También el recorrido por la prensa internacional. Hacía pocas horas había dicho en Los Ángeles (EE. UU.) que “Argentina tiene todas las condiciones para ser la nueva meca de Occidente”.

El hombre recorre el mundo jurando que va a refundar el país bajo las bases del capitalismo ultraliberal. Está dispuesto a entregar todo. Desde los bienes naturales a las empresas estratégicas. Para eso quiere destrozar a la principal fuerza productiva del país, la clase trabajadora.

El cross a la mandíbula que recibió Milei lo hizo lagrimear. Antes de que termine el día, Clarín tituló: “La huelga causó pérdidas por más de US$ 500 millones según el gobierno”. Los datos eran aumentados por la Universidad Argentina de la Empresa (UADE): 544 millones.

El economista Nicolás Dvoskin, coordinador de la Licenciatura en Economía Política en la UNLA, amplía el debate en redes sociales. “Somos 47 millones, de los cuales 20 trabajan. Producimos aprox 620.000 millones de dólares al año (PBI). Si el paro cuesta 1/260 de PBI = 2380 millones, cada trabajador genera 119 dólares al día. Son 2380 dólares al mes. El salario promedio es de 500. Descubrieron la plusvalía”.

Aunque luego explica mejor cómo calcular “las pérdidas”, lo importante es que deja expuesta la esencia del capitalismo. Hay una clase productora, los trabajadores y trabajadoras. La que genera todas las riquezas. Sin ella, nada se mueve. Como clase productora, es también la que sabe cómo paralizar esa maquinaria. Y podría, si así lo decide, hacerla funcionar sin patrones.

Pero a los buitres que leen el Washington Post no les importa si se perdieron 500 millones o 1.000. Si abrieron tantas escuelas o comercios. Ven las cosas de otra manera. Por eso revolean el diario cuando se enteran de que Vaca Muerta quedó paralizada y en las automotrices los robots se quedaron esperando órdenes. Se les revuelve el estómago cuando ven los barcos cerealeros varados frente a puertos sin guincheros ni estibadores y los camiones apagados en el triángulo del litio.

¿Y ahora?

El paro fue una demostración contundente de bronca y potencialidad obrera, no hay dudas. Pero aún la CGT y el peronismo tienen la posibilidad de mantener esa fuerza contenida. Su estrategia, a pesar de las crisis internas, es clara. Dejar hacer a la derecha ultraliberal, negociando el ajuste, para canalizar el descontento y volver al gobierno para poner en juego su proyecto. Un proyecto que se basa en la utopía reaccionaria de “regular” un capitalismo en crisis, negociando con el FMI y los grandes empresarios.

Desde el PTS en el Frente de Izquierda nos jugamos todo en el paro. En cada gremio, cada empresa, cada ciudad. Pero sacamos otras conclusiones de la histórica jornada. Muestra que hay fuerzas. Y que son poderosas. La disputa que se empieza a abrir es al servicio de qué objetivos y cómo conseguirlos.

No queremos golpear para negociar cambios en la Ley Bases o que el ajuste sea más soportable. Lo que hay que hacer es voltear todo el plan de la derecha y los empresarios. Derrotarlo. Porque esa derrota es la que puede abrir el camino a una salida verdaderamente obrera y popular. Es la que planteamos en los “10 puntos” que estamos difundiendo en estos meses, donde explicamos desde cómo recuperar el salario hasta terminar con las privatizaciones, el saqueo y la decadencia de la Argentina capitalista.

Y tenemos otro camino. No queremos paros aislados para conseguir negociaciones de salón. La única manera de dar vuelta la historia es desplegar toda esa fuerza que vimos el 9. El paro general tiene que convertirse en un plan de lucha, permanente, basado en asambleas y coordinadoras que puedan sumar a nuevos sectores a la lucha. Porque la clase que apoya a Milei es la misma que en los 70 auspició un genocidio para defender sus intereses; no va a torcer el brazo ante un paro aislado.

Por eso venimos planteando que cada una de estas jornadas tiene que ser un impulso hacia la huelga general. Ese momento donde se pone en juego todo el poder de la clase trabajadora. Donde la paralización total de la economía es combinada con los piquetes, las ocupaciones de fábricas y las movilizaciones masivas. Donde los sectores más combativos y avanzados logran sumar a la lucha a millones de precarios y quienes miraban desde sus casas. Donde millones pueden comprender en días lo que no habían podido en años. Donde las calles y la prensa internacional se empiezan a preguntar: ¿quién manda en el país? Y hay que estar preparados para poder responder: tenemos que gobernar los trabajadores.

El paro del 9, con los límites y direcciones que dijimos, es un destello de esa idea. No es poco. En un momento de crisis económicas y políticas, en un mundo convulsionado por guerras y rebeliones juveniles, la izquierda revolucionaria tiene una oportunidad de ser protagonista y convertirse en una alternativa. Apoyada en sus agrupaciones clasistas, su militancia en el movimiento estudiantil, las asambleas barriales y las organizaciones de desocupados. Con la voz de su bancada parlamentaria, sus intelectuales y sus propios medios. Retomando, como un hilo rojo, las mejores tradiciones. Porque, como decían Matías Maiello y Emilio Albamonte en el semanario anterior, somos “los herederos del Cordobazo”. Los que queremos ayudar a expresar y organizar políticamente esa fuerza social que protagonizó gestas históricas que desafiaron la Argentina capitalista y vuelve a dar muestras de su potencia.


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Lucho Aguilar

@Lucho_Aguilar2
Nacido en Entre Ríos en 1975. Es periodista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001. Editor general de la sección Mundo Obrero de La Izquierda Diario.