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Eric Blanc hace trizas la historia de Estados Unidos

Jason Koslowski

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Eric Blanc hace trizas la historia de Estados Unidos

Jason Koslowski

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El New Deal fue producto de las luchas de los trabajadores, no un regalo del Partido Demócrata.

Desde la sindicalización de los trabajadores de Starbucks y Amazon hasta la huelga de miles de estudiantes de posgrado, estamos asistiendo a un nuevo auge de la lucha sindical en Estados Unidos. Y ese movimiento es cada vez más combativo: sólo en los últimos meses se ha producido un importante aumento de las huelgas. Este año ya supera al anterior.

Eric Blanc planteó sus opiniones sobre este avance. Él es profesor adjunto en Rutgers y escribe en Jacobin y otros espacios. Recientemente envió y publicó un ensayo en cuatro partes (aquí indicadas: I, II, III y IV) en respuesta al trabajo de Charlie Post, así como el de Cody Melcher y Michael Goldfield. En este ensayo, Blanc quiere convencer a los organizadores sindicales de que nuestra principal esperanza debe residir en el Partido Demócrata. Para él, una parte clave de nuestra estrategia tiene que ser votar a los demócratas y apelar a ellos. Si lo hacemos, dice, los demócratas aprobarán leyes como la Ley PRO para facilitar las huelgas y la sindicalización.

Sus ideas contradicen todas las evidencias

Biden y los demócratas han hecho muy poco por los trabajadores. Los demócratas han controlado la Cámara de Representantes, el Senado y la Casa Blanca durante casi dos años. Se han negado a aprobar la Ley PRO: una legislación importante contra la destrucción de sindicatos, contra la que luchan a diario los activistas sindicales de Starbucks y Amazon y que contribuyó a la derrota del sindicato de Amazon en Bessemer. Se negaron a sancionar la ley del derecho al aborto -un derecho clave de la clase trabajadora- durante un periodo de 50 años. Y así sucesivamente. Independientemente de las intenciones de algún demócrata particular, el Partido Demócrata es una sofisticada máquina burocrática diseñada para conseguir votos sindicales mientras mantiene débiles a los trabajadores en beneficio de los gobernantes multimillonarios.

Para intentar demostrar su punto de vista, Blanc recurre a la década de 1930. Afirma que las leyes del New Deal elaboradas por el senador demócrata Robert Wagner y apoyadas por el presidente demócrata Franklin Delano Roosevelt (FDR) impulsaron la masiva lucha obrera de los años treinta. La lección que nos quiere mostrar es clara: hoy deberíamos seguir un camino similar y basar nuestra estrategia sindical en la elección de los demócratas adecuados.

En toda esta elaboración, cuando Blanc no recorre el registro histórico, lo ignora. Cuando miramos la historia vemos varias cosas. En primer lugar, Blanc malinterpreta los datos. De hecho, fueron las grandes oleadas de huelgas las que llevaron a los "aliados" de los trabajadores, como Wagner y Roosevelt, a aprobar leyes para ayudar a la sindicalización. En segundo lugar, no eran aliados. Su legislación pretendía -como ellos mismos decían constantemente- impedir que los trabajadores pudieran controlar y detener su trabajo, y por lo tanto también el flujo de beneficios. Tercero, el Partido Demócrata tuvo éxito, al menos durante un tiempo. Con la ayuda de los líderes obreros, el partido, de forma desigual pero segura, domesticó la lucha obrera, la encadenó a sí misma... y luego la traicionó.

Las lecciones de los años 30 son claras, y son lo contrario de lo que Blanc cree que son. El Partido Demócrata es una herramienta construida por y para la clase dominante. Los años 30 son una prueba más de ello. Las verdaderas conquistas para la clase obrera y los oprimidos provienen de la autoorganización de abajo para arriba. Hoy, para conseguir logros reales y duraderos para la clase obrera, tendremos que romper el dominio de cualquier partido capitalista sobre nosotros - y eso significa construir nuestro propio partido.

Cómo escribir la historia a los hachazos

El ensayo en cuatro partes de Blanc analiza las causas de las principales luchas obreras de la década de 1930. Afirma que la legislación impulsada por el Partido Demócrata -en particular, por los "aliados" de los sindicatos en el Partido Demócrata, Wagner y FDR- desempeñó el papel principal a la hora de impulsar a los sindicatos en su histórico auge de la década de 1930.

Dice que las huelgas fueron importantes: la legislación conocida como Ley de Recuperación Industrial Nacional (National Industrial Recovery Act, NIRA) de 1933 -especialmente la sección que legaliza la sindicación- inspiró a muchos a hacer huelga. Pero, según Blanc, la legislación abrió el camino: la ley de 1933 y ese artículo inspiraron a los trabajadores a hacer huelga y conseguir importantes logros. Esos huelguistas ayudaron a "Wagner y a su pequeña cohorte de aliados legislativos" a aprobar en 1935 un proyecto de ley aún mejor para los trabajadores, que desde entonces se conoce como Ley Wagner. Para Blanc, Wagner era el representante de la clase obrera en Washington.

Las motivaciones de Blanc son bastante obvias. Si consigue demostrar que los demócratas pueden ser buenos aliados de los sindicatos, podrá demostrar que los sindicatos de hoy deberían apoyar a los demócratas. Es un movimiento de retaguardia para justificar el apoyo, por parte del consejo editorial de Jacobin y de la dirección de la DSA, al Partido Demócrata.

El único problema de esta historia es el registro histórico

Blanc invierte los datos. Afirma que sólo hubo un repunte modesto de la lucha antes de la NIRA de 1933, y que Wagner convirtió la NIRA en una herramienta para inspirar una gran oleada de huelgas y sindicalización después. Pero los principales conflictos laborales de la década de los ‘30 ya habían comenzado en 1930-1931. Es decir, unos dos años antes de la elección de Roosevelt y mucho antes de que Wagner y sus aliados estuvieran redactando la NIRA. Charlie Post ya lo demostró en su anterior artículo. Los datos que cita Blanc también muestran que el porcentaje de trabajadores no agrícolas en huelga entre 1930 y 1933 se cuadruplicó.

Sin embargo, el dato más relevante no es el número de huelguistas, sino de los días de paro, que miden mejor el grado de malestar de los trabajadores en huelga, al mostrar cuánto tiempo productivo se perdió debido a las huelgas y los cierres patronales. En 1930 hubo 3.317.000 días de paro en relación a la cantidad de huelguistas. En 1931, esa cifra se duplicó con creces hasta alcanzar los 6.893.000 días. En 1932, se disparó de nuevo a 10.502.000. En otras palabras: sólo en los dos primeros años de la década de los 30, los días laborables sin trabajar se triplicaron con creces. Además, Blanc también ignora el contexto histórico más amplio que da sentido a esas cifras. Por ejemplo, dice de pasada que el capitalismo mundial estaba en crisis en los años treinta. Esto subestima bastante la situación. El capitalismo se convulsionaba en la crisis económica más catastrófica de su historia global. En este contexto, la cuadruplicación de los trabajadores en huelga y la triplicación de los días de trabajo ocioso en los primeros años de la década de los ‘30 no eran perturbaciones "modestas" en un momento en que los capitalistas estaban desesperados por obtener beneficios. Los patronos necesitaban limitar el alcance de la competencia entre ellos para aumentar los beneficios y, sobre todo, limitar las huelgas continuas.

La NIRA y luego la Ley Wagner de 1935, fueron diseñadas para dar a los demócratas herramientas para ponerle fin a las huelgas y evitarlas (como mostraron las propias palabras de Wagner y Roosevelt). Pero frenar las huelgas también implicaba flanquear las ideas radicales que amenazaban con empujar a los trabajadores a los brazos de los comunistas y los socialistas: esas eran las personas que impulsaban las huelgas combativas.

Cuando el poder masivo de los sindicatos empezó a tener más potencia en 1930, ese poder no surgió de la nada. El movimiento obrero se estaba construyendo en gran parte sobre la experiencia y las lecciones de la última gran oleada huelguística de la época, la que tuvo lugar entre 1915-16 y 1920-21. Ese levantamiento no fue impulsado por los comunistas y los socialistas.

Ese auge tampoco fue impulsado por "buenos" demócratas. Para ese momento, todavía no se habían legalizado los sindicatos ni las huelgas. La oleada de lucha obrera de entonces no sólo fue una reacción contra la carnicería imperialista de la Primera Guerra Mundial, sino también contra el inspirador ejemplo de los obreros, campesinos y soldados rusos en sus revoluciones de 1917.

La oleada de huelgas de 1915-1921 fue salvajemente aplastada, pero los socialistas, comunistas y otros radicales se extendieron rápidamente por toda la clase obrera. Aprovechando las lecciones de esa última gran convulsión, los radicales organizaron un sindicalismo revolucionario y combativo durante toda la década de 1920 (aunque el Partido Comunista apoyaría, en la década de 1930, al Partido Demócrata, socavando el poder de la lucha obrera desde abajo) [1]. En el trabajo titulado Left Out, Stepan-Norris y Zetlin muestran que no podemos entender la agitación obrera de los años 30 sin la fase anterior de sindicalismo militante de los "rojos" en los años ‘20, que se organizaron independientemente de los partidos capitalistas y sentaron las bases para los años ‘30 [2]. Así que no es coincidencia que algunas de las huelgas más grandes y más militantes, como las de Minneapolis en 1934, fueran dirigidas por trotskistas como Farrell Dobbs: su lucha había comenzado en décadas anteriores. Kim Moody hace mención a esto en su folleto de 2000 "The Rank-and-File Strategy".

El nuevo movimiento sindical que construyó el Congreso de las Organizaciones Industriales (CIO por sus siglas en inglés) en los años ‘30 fue producto de esa lucha anterior y de esos militantes, no de Wagner ni del Partido Demócrata. Los demócratas tenían que convencer a los trabajadores de que sean parte del sistema capitalista, no intentar derrocarlo.

Pero el New Deal fue también una respuesta a lo que estaba ocurriendo fuera de Estados Unidos en los años treinta. Blanc le dedicó poco tiempo al contexto internacional, diciendo únicamente que el ascenso del comunismo en su batalla contra el fascismo en Europa dio “cierto impulso" al New Deal. Se trata, en todo caso, de una subestimación aún más radical que la referida a la Gran Depresión.

En la década de 1930, los comunistas y socialistas eran una importante fuerza revolucionaria dentro de Europa. Las clases dirigentes alemanas habían derrotado brutalmente una revolución comunista entre 1918 y principios de los años veinte. Los comunistas franceses se estaban convirtiendo en una fuerza importante, tras el proceso de sindicalismo revolucionario que existió antes en ese país. La revolución se estaba gestando en España. Y, por supuesto, Rusia estaba gobernada por el partido comunista de Stalin (que ya en ese momento era altamente burocrático y represivo). La burguesía se preguntaba abiertamente si el capitalismo podría sobrevivir. Entonces, ¿cuál fue el "impulso" que este contexto más amplio dio a los demócratas? Wagner y el propio FDR nos lo dicen: acabar con las huelgas, domesticar a los trabajadores, salvar a la clase dominante.

El Partido Demócrata: Un Caballo de Troya

Un colapso económico sin precedentes; una lucha obrera revolucionaria en auge en todo el mundo; un movimiento obrero militante que se topaba de la propia clase dominante estadounidense, impulsado por los "rojos"; una economía tambaleante: es en este contexto que debemos entender la NIRA de 1933 y, posteriormente, la Ley Wagner de 1935.

Ante la amenaza "roja" dentro y fuera de EEUU y el colapso económico, la intención explícita tanto de Wagner como de Roosevelt era domesticar al movimiento obrero radical estadounidense.

Elegido en 1932 -dos años después del inicio de la revuelta obrera que marcaría la década en su flujo y reflujo- Roosevelt luchó por mantener el poder frente a a las presiones por derecha y por izquierda. En una entrevista de 1935 fue muy claro: "Estoy luchando contra el comunismo, el hueylongismo y el coughlinismo". Trabajaba, como explicaba a menudo, para "salvar nuestro sistema, el sistema capitalista" de "ideas chifladas". La batalla de FDR contra el comunismo nacional e internacional, el "flanco derecho" del fascismo y la mayor crisis de la historia del capitalismo explican en gran medida la oportunidad del New Deal.

Blanc dice que Wagner era un demócrata heroico y pro-obrero que -con sus aliados sindicales- quería utilizar la NIRA, que era pro-empresarial, para ayudar a los trabajadores durante la Depresión. Los quiere hacer pasar por rebeldes pro-obreros. Blanc escribe:

Se ordenó a las empresas de diferentes sectores económicos que redactaran y cumplieran nuevos "códigos de competencia leal" destinados a establecer precios, salarios y cuotas de producción. Bajo la presión del senador Robert F. Wagner y de los líderes sindicales, el artículo 7(a) se añadió al proyecto de ley. Esta sección, que pronto se hizo famosa, declaraba, de forma un tanto vaga, que "los empleados tendrán derecho a organizarse y negociar colectivamente a través de representantes de su propia elección"... En resumen, la depresión creó una oportunidad única para la intervención federal en la industria, una oportunidad aprovechada por Wagner y los líderes sindicales para aprobar una reforma de la legislación laboral que desempeñaría un papel mucho más importante de lo previsto por los empresarios.

Una vez más, los archivos completan la historia. En palabras del propio Wagner, el principal objetivo de la NIRA, incluida la 7(a), no era beneficiar a los trabajadores, sino evitar trastornos en la economía. Eso significaba evitar las huelgas, acabar con la militancia laboral. Declaró: "Cada uno debe descartar las anticuadas nociones de que las ganancias se consiguen mediante conflictos angustiosos" [3].

Esto también queda claro por las personas que Wagner eligió para ayudar a redactar la NIRA, incluida la 7(a). Blanc dice que fueron Wagner y sus aliados sindicales quienes la redactaron. En realidad, los "miembros del ’grupo Wagner’" que prepararon el proyecto de ley de 1933 incluían a "Fred I. Kent de la Compañía Fiduciaria de Banqueros de Nueva York; Virgil D. Jordan de la Junta Nacional de la Conferencia Industrial; James H. Rand, Hr. de Remington-Rand; el abogado de asociaciones comerciales David L. Podell; el economista industrial Malcolm C. Rorty; W. Jett Lauck, economista del Sindicato de Trabajadores Mineros; y el diputado Clude Kelly, de Pensilvania" [4]. En otras palabras: de las personas que elaboraron el proyecto de ley, elegidas por el propio Wagner, la mayoría eran empresarios o sus abogados. Los representantes de los sindicatos eran escasos.

¿Por qué, entonces, aceptarían los capitalistas redactar un proyecto de ley que incluyese el artículo 7(a), que permitiría legalmente a los trabajadores organizarse en sindicatos? Blanc señala sin mucho desarrollo que los empresarios necesitaban los sindicatos. Sin embargo, no explica que era debido a la ferocidad de la competencia entre capitalistas a lo largo de la década de 1920 y a la precaria economía de la década de 1930. Las empresas encontraban cada vez más nuevas formas de reducir los salarios y el nivel de vida de los trabajadores. Eso llevaba a las empresas a reducir los costos de producción por debajo de la rentabilidad máxima. Y eso, a su vez, provocaba huelgas perjudiciales.

Ahí es dónde entra el 7(a). Los sindicatos regularían las empresas donde el gobierno federal no podía. Además, muchos capitalistas veían en los sindicatos una forma de aumentar los salarios para estimular el consumo de los trabajadores y, por tanto, aumentar los beneficios de las empresas. Blanc dice que Wagner "introdujo" la 7(a) en un solapado acto de rebeldía. Colin Gordon demuestra que fue precisamente al revés. En New Deals, Gordon escribe: "Las viejas industrias manufactureras y mineras(...) vieron en la Sección 7 el núcleo económico de la ley y no sólo un expediente político para su aprobación". Y así, "es suficiente decir aquí que la Sección 7 hizo poco por socavar el apoyo empresarial" [5].

La NIRA fracasó prácticamente en su totalidad. Las masas de trabajadores que luchaban en sus lugares de trabajo y muchos de sus dirigentes sindicales aprovecharon la Ley en los meses posteriores a su aprobación y comenzaron a organizarse sindicalmente en masa, haciendo huelgas contra los empresarios que se negaban a reconocerlos y a negociar. Esto fue una continuación e intensificación de la lucha obrera, que se aceleró rápidamente, iniciada en 1930, y que alcanzó su punto álgido en una oleada de huelgas masivas y disruptivas en 1934. De nuevo: esto no fue gracias a los "buenos demócratas". Para los demócratas, capitalistas y abogados que en su mayoría redactaron la NIRA, las huelgas fueron completamente involuntarias; en realidad, fueron lo contrario de lo que se suponía que debía hacer su legislación.

En 1934, el número de trabajadores inactivos y los días de trabajo perdidos se había disparado. Es importante pensar la Ley Wagner de 1935 en este contexto. Al ofrecer formas más sólidas de resolver las huelgas - facultando a la Junta Nacional de Relaciones Laborales (NLRB por sus siglas en inglés) para arbitrar los conflictos laborales - se esperaba, una vez más, domesticar las luchas de los trabajadores. Blanc argumenta algo diferente: señala un modesto descenso de la actividad huelguística entre 1934 y 1936, argumentando que la lucha obrera tuvo poco que ver con la aprobación de la Ley Wagner de 1935. Además de ser demasiado mecanicista, esto ignora las mismas palabras utilizadas por los "aliados" demócratas implicados.

A lo largo de 1934, ante la creciente oleada de huelgas masivas, "Wagner repitió insistentemente que su proyecto de ley estaba diseñado para promover la cooperación obrero-patronal, y así fomentar tanto la recuperación económica como la paz industrial" [6]. El problema, dijo, era que la NIRA no se estaba aplicando; si se aplicase, las huelgas podrían evitarse. Sobre esta base, Wagner pidió una ley más fuerte. Las huelgas impulsaron la Ley Wagner de 1935, pero justamente para detenerlas. A mediados de abril de 1934, "el Presidente se había vuelto más favorable" a lo que se convertiría en la Ley Wagner de 1935. De hecho, para Roosevelt, lo más importante eran los aspectos pacificadores de las ideas de Wagner - es decir, su potencial para impedir que los trabajadores hicieran huelga- [7].

En 1934, mientras Wagner impulsaba la Ley Wagner y defendía su historial y el de los demócratas en un año de elecciones de medio término, promovió sus proyectos de ley. Enmarcó tanto la NIRA de 1933 como la futura Ley Wagner como estrategia para proteger la propiedad privada capitalista domando la capacidad de huelga de los trabajadores.

Resumiendo, Wagner dijo que el objetivo del New Deal era "no subvertir el sistema americano, sino salvarlo... que las empresas se puedan defender...Que nadie les tire polvo en los ojos. El sistema de beneficios está seguro bajo el New Deal" frente a las amenazas del fascismo y el comunismo. De hecho, esta era toda su "filosofía”, argumentaba Wagner. En una carta a Leo Sachs del 9 de noviembre de 1934, Roosevelt escribió que ésta era "una de las mejores exposiciones del New Deal que había leído nunca" [8]. En el informe del Comité Laboral para enviar la Ley Wagner a la Cámara, el propio autor afirma que evitar las huelgas y el peligro que suponían para la frágil economía capitalista- era el objetivo explícito de la Ley [9].

Wagner lo expresó de la misma manera en 1935, cuando la defendía:

La ruptura de la sección 7(a) trae resultados igualmente desastrosos para la industria y para los trabajadores. El verano pasado condujo a una procesión de huelgas sangrientas y costosas, que en algunos casos alcanzaron casi la magnitud de emergencias nacionales. ... La promulgación de esta medida aclarará la atmósfera industrial y reducirá la probabilidad de otra conflagración de luchas como la que presenciamos el verano pasado. Estabilizará y mejorará los negocios sentando las bases para la amistad y el trato justo sobre los que debe descansar el progreso permanente.

De hecho, el objetivo de domesticar a los trabajadores revoltosos queda claro en el propio texto de la Ley Wagner. Las primeras palabras son:

Sección 1.[§151. La negación por parte de algunos empresarios del derecho de los trabajadores a organizarse y la negativa por parte de algunos empresarios a aceptar el procedimiento de negociación colectiva conducen a huelgas y otras formas de conflictos o disturbios laborales, que tienen la intención o el efecto necesario de sobrecargar u obstruir el comercio (a) perjudicando la eficacia, la seguridad o el funcionamiento de los instrumentos de comercio; (b) producirse en el curso del comercio; (c) afectar materialmente, restringir o controlar el flujo de materias primas o bienes manufacturados o procesados desde o hacia los canales de comercio, o los precios de dichos materiales o bienes en el comercio; o (d) causar una disminución del empleo y los salarios en un volumen tal que afecte sustancialmente o interrumpa el mercado de bienes que fluyen desde o hacia los canales de comercio.

Cuando Wagner se presentó para la reelección en 1938, su campaña se centraba precisamente en este intento de desprestigiar al movimiento obrero. Un anuncio decía: "El programa del senador Wagner ha puesto fin al creciente malestar social que amenaza con destruir nuestras instituciones democráticas" [10].

Es importante señalar, sin embargo, que esta domesticación de los trabajadores era sólo una de las formas en que el New Deal era profundamente contradictorio, e incluso reaccionario. El New Deal se construyó con la ayuda de un Congreso que estaba bajo control demócrata y en una época en la que Jim Crow gobernaba el sur de Estados Unidos. Los demócratas del sur fueron cruciales a la hora de redactar y votar la legislación laboral. No es de extrañar que Jim Crow permaneciera incuestionable y que los trabajadores domésticos y agrícolas del sur (en su mayoría trabajadores negros) quedaran excluidos de la nueva legislación.

Cómo domesticar al movimiento obrero

Los demócratas consiguieron lo que querían: domesticar a los trabajadores, al menos hasta el siguiente estallido explosivo que se dió hacia el final de la Segunda Guerra Mundial.

En los años ‘30, la lucha obrera, militante y a gran escala dio un salto adelante a tropezones. El primer salto se produjo entre 1930 y mediados de 1934, culminando en las huelgas extendidas de ese año y dando lugar a la Ley Wagner. Desde mediados de 1934 hasta 1936 las huelgas se calmaron (aunque las jornadas laborales ociosas seguían siendo aproximadamente el triple que en 1930). Este es, tal vez, un periodo de "éxito" parcial aún muy limitado de la NIRA en la domesticación de los trabajadores. Pero entonces comenzó el siguiente gran ciclo de lucha obrera de los años ‘30, que culminó en la fase más perturbadora del periodo: las huelgas de brazos caídos de Flint, relatadas en Sit-Down de Sidney Fine.

La respuesta de Wagner a esas huelgas de 1936-1937 es reveladora. Blanc no dice nada al respecto. Wagner no defendió las huelgas; culpó del conflicto al hecho de que la Ley Wagner aún no había entrado plenamente en vigor. Y de hecho, en 1938 -el primer año completo de aplicación de la ley- el conflicto había remitido. En 1938 "sólo hubo la mitad de huelgas, un tercio de trabajadores implicados y menos de un tercio de tiempo de trabajo perdido en comparación con 1937". De hecho, en 1938 se declararon en huelga menos trabajadores que en ningún otro año desde 1932" [11].

En 1939 se produjo otra oleada de huelgas de menor envergadura. Pero en 1940, la interrupción de las huelgas a gran escala se había desplomado, sólo algo por encima del nivel de 1930. Los días de paro de 1940 fueron 6.701.000, por debajo de los 28.425.000 de 1937. Es decir, en 1940 se habían reducido en más de un 75% con respecto a su nivel máximo. Fue precisamente este colapso de la lucha militante el principal objetivo de Roosevelt al trabajar con Wagner, y que éste utilizó como punto de su campaña de reelección en 1938.

¿Cómo hizo el New Deal, y especialmente los proyectos de ley de 1933 y 1935, para hundir al agitado movimiento obrero?

En primer lugar, Mike Davis señala que los conflictos obreros de la década de 1930 estaban impulsados, sobre todo, por las luchas por el poder en sus trabajos -por el "control obrero" en un grado u otro- en el taller. Aunque Davis pasa por alto el hecho de que el levantamiento obrero comenzó ya en 1930, señala que "no se refería principalmente a los salarios o incluso a las horas de trabajo. El impulso subyacente era sorprendentemente no economicista: en la mayoría de los casos la queja fundamental era el pequeño despotismo del lugar de trabajo encarnado en el poder caprichoso de los capataces y las presiones inhumanas de la producción mecanizada". Y esas revueltas no fueron impulsadas por "líderes oficiales", sino por "la desafiante autonomía de los comités de planta (normalmente clandestinos) respecto a cualquiera de los aparatos oficiales" [12].

El punto álgido de esa lucha fueron las huelgas de brazos caídos de 1937, en las que los trabajadores tomaron el control físico de sus lugares de trabajo. Esas huelgas de brazos caídos fueron el punto álgido de la autoorganización que fue el motor que impulsó las agitadas batallas de clase de los años treinta. En otras palabras, la década de 1930 fue un periodo de creciente autoorganización de la clase obrera. Y su poder radical se formó independientemente de la clase dominante y de sus dos partidos capitalistas. Eso supuso un gran desafío a su autoridad en medio de la crisis económica y la lucha revolucionaria mundial.

La Ley Wagner de 1935 apuntaba a esa autoorganización.

Esta ley estableció un sistema nacional de legislación laboral -más tarde consolidado en la Ley Taft-Hartley de 1947- diseñado para evitar y resolver las huelgas disruptivas. Eso significaba - en palabras de la propia ley-, que los conflictos laborales no debían resolverse mediante el poder del trabajador sobre la producción, sino apelando a un organismo jurídico nacional y a un conjunto de leyes que consagraban el poder de ese organismo. El mensaje a los trabajadores era el siguiente: no deben obtener concesiones de los empresarios a través de su propio poder y organización. Las victorias deben venir de apelar al Partido Demócrata y a las leyes y organismos que han creado para ustedes. Si no les gustan esas leyes, pidanles a los demócratas otras mejores.

Un aliado clave en la lucha de los demócratas aquí fue la burocracia sindical, la dirección oficial surgida en el CIO. Curiosamente, esta burocracia -tan clave para lo que ocurrió en los años ‘30- es poco discutida por Blanc. La autoorganización ascendente de los trabajadores no sólo era una amenaza para la patronal y la economía, sino también para el poder y el prestigio de esa capa de dirigentes sindicales profesionales. Sólo podían afianzar su poder en la negociación con la patronal si podían garantizar que las bases en general siguieran su ejemplo. En otras palabras, los demócratas y los burócratas sindicales tenían un objetivo clave en común: socavar la autoorganización militante de las bases.

Los burócratas utilizaron una serie de herramientas que ayudaron a lograr este fin: contratos plurianuales con cláusulas de no huelga; contratos cada vez más complejos que exigían más funciones -y más poder- a los burócratas para resolver los conflictos, entre otros. Kim Moody señala que, en 1950, la dirección central de la Unión de trabajadores de automóvil y agricultura de América (UAW por sus siglas en inglés) controlaba todos los periódicos locales para evitar revueltas desde abajo [13]. En 1947, los líderes sindicales estaban encantados de cumplir la Ley Taft-Hartley, que exigía la expulsión de comunistas y socialistas de los sindicatos. Esos sectores radicalizados habían sido la fuerza motriz de la lucha ascendente en los sindicatos desde la última oleada durante y después de la Primera Guerra Mundial.

En todo esto vemos una parte extraña del trabajo de Blanc. Actúa como si el Estado capitalista y sus órganos, como el Partido Demócrata, no fueran más que herramientas inertes y neutrales -un cubo por ahí- que podrían llenarse de contenido radical para los trabajadores y los sindicatos. La historia de los años 30 muestra otra cosa.

El Partido Demócrata no es un espacio esperando a que lo llenemos como queramos. Es una máquina sofisticada, poderosa y masiva construida por un segmento de la clase dominante a lo largo de un siglo para crear lo que Antonio Gramsci llama la "hegemonía" de la clase dominante. Gramsci señala que a la clase dominante nunca le alcanza con atacar por la fuerza revueltas como las huelgas. Es mucho más estable combinar ese tipo de coerción violenta con el cultivo activo y creativo del consentimiento de la clase trabajadora [14].

Crear ese consentimiento es una tarea clave para el Partido Demócrata en su conjunto. El partido es una "red bien establecida y altamente financiada de captura práctica e "ideológica"". Está gobernado por una burocracia masiva y rígidamente jerárquica financiada por miles de millones de dólares de los empresarios. Su funcionamiento es fundamentalmente antidemocrático. Y todo esto garantiza que se cumplan los objetivos de sus financiadores y líderes de la clase dominante, y que los disidentes tengan poca o ninguna influencia. El Partido Demócrata se destaca en tomar incluso a personas que se llaman a sí mismas socialistas, como Alexandria Ocasio-Cortez, y empujarlas sin piedad hacia la derecha [15]. Es el equivalente político de una prensa hidráulica de fuerza industrial.

En la década de 1930, cuando los demócratas establecieron un nuevo sistema nacional de derecho laboral y procesos legales, estaban sentando las bases para el consenso: una "paz laboral" que beneficiaba ante todo a la clase dominante. El nuevo sistema legal nacional empujó a la rebelde clase obrera para que dejara de autoorganizarse, presionándola para que trabajara dentro del Estado a través de un partido capitalista. Los burócratas sindicales se aliaron a este proyecto para su propio beneficio como parte de lo que Gramsci llamó el "Estado integral": los mecanismos más amplios en la sociedad civil (como en los sindicatos) que trabajan para construir la hegemonía de la clase dominante y sus agentes.

Y esto resuelve un misterio que Blanc no puede explicar. Dice que después de 1937, FDR empezó a darle la espalda a los sindicatos y a ignorar la causa de la clase obrera. Escribe que en 1938, una

…nueva coalición anti-CIO logró, con el respaldo de FDR, purgar a la izquierda de la NLRB después de 1938. La nueva Junta no tardó en permitir que los empresarios contrataran a rompehuelgas como trabajadores fijos, puso fin a la práctica del "control de tarjetas" para el reconocimiento sindical y limitó el alcance de los temas de negociación permitidos.

Pero si aceptamos la historia de Blanc, esto parece muy extraño. Si FDR y Wagner eran los héroes de los trabajadores, incluso durante oleadas de huelgas combativas como la de 1934, ¿por qué FDR se volvió de repente contra los sindicatos? ¿No era que el Partido Demócrata se había llenado de leyes, ideas y aliados radicales?

La única respuesta de Blanc es apelar a una fuerza abstracta y externa: La "opinión pública" se volvió contra los trabajadores, al parecer debido a su lucha militante. La "opinión pública" flota sobre la historia de Blanc como el destino griego: inescrutable, invisible, omnisciente.

Una vez más, se ve la realidad. La reacción de FDR no tiene nada de extraño si recordamos dos cosas. En primer lugar, el principal objetivo de FDR y Wagner era deslegitimar a los trabajadores. Y en 1938, las huelgas masivas estaban en declive; la burocracia estaba consolidando su poder. La Ley Wagner de 1935 estaba entrando plenamente en vigor. La clase obrera se había unido a los demócratas. Eso significaba que ya no había razón para que FDR apaciguara a los sindicatos. La tarea parecía entrar en su fase final.

Además las huelgas de brazos caídos fueron la expresión más completa de exactamente lo que se pretendía atacar con la NIRA y la Ley Wagner: trabajadores militantes que se organizaban para luchar contra la patronal. Con las sentadas, FDR pasó naturalmente de apelar a los trabajadores a combatirlos más abiertamente. El Partido Demócrata estaba afirmando su hegemonía: zanahoria y palo. Conseguía el consentimiento de los dominados (atándolos al sistema legal y al apoyo de los demócratas) y se volvía contra ellos cuando era necesario.

Blanc también culpa a ese espíritu abstracto vengador -la "opinión pública"- como la razón por la que era imposible un nuevo partido para la clase obrera. Pero, una vez más, ocurría lo contrario.

El objetivo del Partido Demócrata era aplastar la autoorganización de la clase obrera en los lugares de trabajo y fuera de ellos. Eso significaba detener la incipiente lucha por un partido independiente de la clase obrera. En el CIO, dicho partido parecía estar a punto de crearse a mediados de la década de 1930, y habría proporcionado a la autoorganización obrera un medio totalmente nuevo para expresarse, organizarse y defenderse de la clase dominante.

Kim Moody escribe que "el sentimiento de partido obrero había sido una tendencia real en los sindicatos durante las décadas de 1930 y 1940". Los obstáculos para su fundación eran muchos, señala Davin, y sin embargo "la lealtad de los trabajadores organizados y de los nuevos votantes de la clase obrera urbana a FDR y a los demócratas" no era, de hecho, "una conclusión inevitable y tuvo que ganarse tras una intensa, continua y delicada lucha interna" [16]. De hecho, la lucha por la idea del partido obrero no estaba prevista ni siquiera dentro de la AFL, mucho más conservadora. Quizá surgió con más fuerza tras la represión de las huelgas de 1934. En la convención de la UAW de 1936, "se aprobó una resolución que pedía la formación de un partido obrero". John L. Lewis, entonces jefe del CIO, tuvo que intervenir directamente para conseguir que la convención apoyara a Roosevelt " [17]. El esfuerzo incipiente de 1936 murió, pero el resultado -como señala Davin- no era inevitable.

En 1937-38, el Partido Demócrata estaba consolidando su control sobre la clase obrera. Una vez resueltas las huelgas de brazos caídos, aplastada la presión a favor de un partido obrero y con la Ley Wagner surtiendo efecto real, ese control era más fuerte de lo que había sido en años. Sin un partido independiente -con sus propias prensas, sus propias posiciones, sus propios medios para defender a la clase de los ataques y luchar por la hegemonía- el nuevo movimiento obrero se encontró atrapado dentro del Partido Demócrata, incapaz de moldear a la opinión pública y desarrollar sus propias políticas. No es de extrañar que FDR abandonara a los trabajadores tan repentinamente como al principio había actuado como su principal portavoz.

Entonces, ¿cuáles son las lecciones de los años 30?

En los años 30, el Partido Demócrata no era un aliado de los trabajadores y sus familias: era una máquina para abrir de nuevo la compuerta de los beneficios. Incluso si Robert Wagner hubiera tenido las intenciones "correctas" de ayudar a los trabajadores, trabajó dentro y para un partido imperialista y capitalista que garantizaba el beneficio de la clase dominante ante todo.

Los resultados fueron devastadores para la clase obrera. Los burócratas obreros ayudaron a convertir al CIO en furgón de cola de la clase dominante. Cuando estalló la guerra imperialista pocos años después, los obreros se habían convertido en sus aliados y partidarios. Los dirigentes sindicales del CIO acordaron aplicar una cláusula nacional de no huelga, que dejaría las manos libres a los gobernantes para repartirse el mundo entre ellos, e impedir que la clase obrera se solidarizara activamente con los trabajadores de todo el planeta. La historia del "imperialismo obrero" no ha terminado. Los lazos forjados en la década de 1930 entre los obreros y los demócratas siguen vivos hoy en día, con los jefes de la AFL-CIO apoyando políticas imperialistas asesinas bipartidistas en Palestina, por nombrar sólo un ejemplo.

No es de extrañar que Blanc tenga que poner la historia patas para arriba. Los líderes del DSA (Democratic Socialist America) nos han dicho durante mucho tiempo que pongamos nuestra fe en el Partido Demócrata, que ayudará a los trabajadores a organizarse para un cambio radical. Pero es peligroso pensar que el Partido Demócrata puede ser aprovechado por los trabajadores o el socialismo. Los años ‘30 demuestran que el Partido Demócrata es una máquina sofisticada. Está diseñada para impedir que nos organicemos y para empujarnos a depositar nuestras esperanzas en el sistema legal y las instituciones de nuestro enemigo. Es una máquina para domesticarnos. La historia de los últimos 20 años, también -los constantes fracasos y traiciones del Partido Demócrata a los trabajadores y oprimidos- cuenta el mismo relato.

Lo que la clase dominante teme ante todo es la autoorganización de la clase obrera y los oprimidos, ya que sólo la autoorganización militante puede lograr un cambio social real, duradero y radical. Eso significa que los trabajadores y los oprimidos necesitamos nuestro propio partido para organizarnos y coordinarnos, para romper las cadenas que nos arrastran detrás del carro de la clase dominante.

La construcción de un movimiento verdaderamente independiente de la clase obrera y los oprimidos implica la organización cada vez mayor de los trabajadores, el tipo de organización preparada para luchar contra la propia "policía" de los demócratas dentro de nuestros sindicatos: la burocracia sindical. Por más que Blanc no hable de la masiva dirección sindical, con derechos adquiridos y bien pagada, eso no hará desaparecer el problema. Esa burocracia es una fuerza importante -y creciente- para hacer que los trabajadores se rijan por las reglas del juego carnavalesco de la legislación laboral estadounidense.

Hoy, la situación objetiva hace cada vez más urgente que nos organicemos y luchemos en nuestro propio nombre, bajo nuestras propias banderas. La economía mundial se tambalea al borde de otra crisis económica. Si el Reino Unido sirve de indicación, los gobernantes ya se están preparando para la austeridad; lo mismo ocurrirá probablemente en Estados Unidos. Eso significa que la clase dominante intentará una vez más asegurarse de que los trabajadores sean los que paguen la crisis, incluso cuando la inflación recorte salvajemente nuestros salarios. Y mientras tanto, la catástrofe climática mundial se acelera. Pero los trabajadores se están moviendo, tras el mayor movimiento de protesta social de la historia de Estados Unidos en 2020. Un cambio real y radical es posible.

Los años ‘30 enseñan una lección importante. Es la autoorganización desencadenada de la clase obrera y los oprimidos lo que hace avanzar la rueda de la historia con avances reales, radicales y duraderos. Poner nuestra confianza en cualquier partido capitalista significa esperar a que esa rueda nos aplaste.

Publicado por primera vez en Left Voice, el 11 de diciembre de 2022
Traducido al español por Ana Florín Christensen. Edición: Celeste O´Higgins


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NOTAS AL PIE

[1Por ejemplo, el sindicato de trabajadores de los automóviles: “fue fundado por socialistas en 1918 y creció rápidamente hasta 1920. Los comunistas se sumaron a ese sindicato en Detroit en 1922, rápidamente se convirtieron en sus principales organizadores y líderes. El sindicato nucleaba alrededor de 20 fábricas de autos, incluyendo a Ford”. Judith Stepan-Norris and Maurice Zeitlin, Left Out: Reds and America ’s Industrial Unions (Cambridge: Cambridge University Press, 2003), p. 25.

[2Stepan-Morris and Zeitlin, p. 32.

[3J. Joseph Huthmacher, Senator Robert F. Wagner and the Rise of Urban Liberalism (New York: Athaneum, 1968), p. 160

[4Huthmacher, p. 146.

[5Colin Gordon, New Deals: Business, Labor, and Politics in America, 1920-1935 (Cambridge: Cambridge University Press, 1994.

[6Huthmacher, p. 164.

[7Huthmacher, 166, 167.

[8Huthmacher, 179, 180.

[9Huthmacher, 192.

[10Huthmacher, p. 254.

[11Huthmacher, p. 233.

[12Mike Davis, Prisoners of the American Dream, Verso, 2018, p. 59, 60. See also Davis, p. 60

[13Kim Moody, An Injury to All: The Decline of American Unionism (London: Verso, 1988), p. 47.

[14Antonio Gramsci, Gramsci: Selections from the Prison Notebooks (New York: International publishers, 1973), p. 259. See also pp. 221, 239, 242, and 247.

[15Kim Moody, Breaking the Impasse: Electoral Politics, Mass Action, and the New Socialist Movement in the United States (Chicago: Haymarket, 2022), pp. 40-47

[16Eric Leif Davin, “The Very Last Hurrah? The Defeat of the Labor Party Idea, 1934-1936” in We Are All Leaders: The Alternative Unionism of the Early 1930s, ed. Staughton Lynd (Urbana and Chicago: University of Illinois Press, 1996), p. 123; see also 125.

[17Moody, An Injury to All, p. 36
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Jason Koslowski