Entrevistamos a la escritora Gabriela Cabezón Cámara. Alrededor de sus libros publicados y sus futuros proyectos, charlamos sobre algunos de los problemas literarios y sociales que se pueden trazar en sus libros: desde la relación entre arte y mercado o las lecturas que se han hecho de sus novelas, la tensión entre literatura y periodismo hoy o las condiciones sociales y políticas post 2001.
En tu última novela, Romance de la negra rubia, relatás cómo el personaje principal, con su cara quemada después de un desalojo violento, va a una Bienal como “obra de arte”. ¿Era tu idea criticar al mercado del arte? ¿Cómo ves hoy la relación entre ese mercado que en medio de la crisis funciona como forma de reserva de valor y a la vez una práctica artística que en general no es bien paga?
Yo no soy una especialista en eso ni mucho menos. Me parece que lo que sube, sube y sube como reserva de valor son esos cuadros que son ya lugares comunes, tipo Picasso… una determinada época en la historia del arte, ¿no? De golpe es más caro un Van Gogh o un Picasso que un Velázquez…¿por qué? Es difícil de entender. Tendrá que ver con una cuestión garantizada que tendrán esos millonarios, o con un símbolo de estatus.
Y la situación de los artistas sí, me parece bastante tremenda. No se me ocurre cómo podría remediarse, pero en muchos casos están en una situación muy frágil y vulnerable contra los propios galeristas. No hay un contrato claro, es todo muy uno a uno, y eso es un quilombo. Y al mismo tiempo decís: “un sindicato de artistas es muy difícil de hacer”, por la misma atomización a la que te lleva una actividad que es solitaria. Tu tranza con tu galerista es también individual, es muy difícil plantarse, incluso de a grupos, porque es muy fácil romper eso también.
Ella es una poeta “ocupa”, pobre, que la llevan como obra, que es ella misma, a la Bienal de Venecia, donde todo se compra y se vende, incluso una persona… ¿Elegiste esa escena porque te pareció que narrativamente daba para mucho o porque querías decir algo al respecto?
Me gustaba narrativamente, debo decir. Quería decir que no era tanto que “la llevan” como que ella “llega” ahí. Es una aspiración de ella más que un uso político que hacen de ella. Una cosa no quita la otra, pero ella quería estar ahí. Y no sé si ese tipo de arte de bienal se compra y se vende tan fácil. Esa cosa más rara, más performática, me suena que no se debe comprar y vender tan fácil como un cuadro… Y me resulta muy atractiva esa frontera laxa que hay en el arte hoy entre lo que es arte, política, activismo… y entonces me resultaba fascinante que ella misma fuera su propia obra, ¿por qué no? Como militante, como mujer aguerrida, como loca, pobre mujer…
Ya que hablamos de fronteras, queríamos preguntarte por la divisoria entre“alta” y “baja” cultura, que en la escena aparecerían representadas por la Bienal –ejemplo de las más “altas”–, y la poeta ocupa, como parte de una cultura popular. También es algo que te preguntan respecto de tu propia obra en el sentido de la mezcla de lenguajes cultos y populares que allí aparecen. ¿Cómo ves esa división? ¿Es también una forma de etiquetar del mercado cultural, o una división social que funciona, a uno le guste o no?
Visto en sus extremos sí: no es la misma gente la que va a un recital de Pablo Lescano que la que va a un recital en el Colón –eso se llama ópera–. No es exactamente la misma gente. Vas al café del Colón y es flashero: parece alta burguesía; y una bailanta en San Martín, no parece alta burguesía. De hecho, para mí es también algo bastante lejano, por ejemplo en la manera de beber: la manera de juntar los tragos, como pirámides, que van juntando en la mesa; es como un símbolo de estatus tener una cantidad de pirámides, así como para uno de esos chetos sería tener el balde de hielo o de plata con un vinazo de la ostia. Son todos signos de estatus, distintas maneras de mostrarlos.
Me parece que en esos extremos, visto así, está separado; pero después en general es todo más poroso, todo va y viene: la ópera hoy es una cosa elitista, pero hace cien años había teatros de ópera en La Boca porque era parte de la vida popular de los italianos. Y la literatura antigua, que hoy es de un consumo más bien elitista –no tengo la menor idea de por qué, porque realmente me parece que la puede leer cualquiera, en su momento era una literatura popular, que se recitaba en cualquier parte, mientras se tomaba un trago y no se qué comerían…
Después está toda la cuestión de los medios audiovisuales, que mezclan todo mucho más, sobre todo porque ahora hay muchos más productores, si bien sus gestores siguen siendo –lamentablemente– demasiado pocos. Si buscás un poco podés acceder a una cantidad de cosas de lo más variadas. Y a mí me parece que uno vive en el mundo –o yo por lo menos, no sé cómo vivirá, que sé yo, Pérez Companc–. Pero la mayor parte de las personas nos tocamos, nos cruzamos, nos hablamos, intercambiamos códigos, estamos conformados por esa diversidad de códigos. Personalmente la mía es una familia obrera: mi abuela era mucama, mi papá era vendedor en un negocio, mi mamá ama de casa –cuando trabajó, trabajó de tejedora–. Vivían en un barrio obrero, de lo que era un barrio obrero en 1960, principios de los 1970, mucho mejor de lo que es un barrio obrero hoy, con muchos terrenos baldíos, con todas las casas haciéndose, ese tipo de cosas… Y también pude ir a la Facultad… uno está en todo eso. En Los Wawancó que escuchaba mi tía cuando yo era chica, y después me tocó escuchar alguna otra cosa más elitista, menos popular. La biblioteca “Robin Hood” de mi abuela, y los textos que pude leer de literatura del Renacimiento, yo que sé… Pero la literatura del Renacimiento era popular también, eran literaturas populares. Ahora se volvieron de consumo más restringido, pero bueno, tampoco se lee nada así…
Varios definen tu literatura como “marginal” o de los “excluidos” porque toma como escenarios por ejemplo a una virgen cabeza, a una ocupa que a la vez es trans, etc., con el contexto del 2001. Lo marginal y lo excluido muchas veces funcionan como etiquetas, pero queríamos preguntarte si tomar esos personajes lo pensás como pronunciamiento político.
Es lo que me resulta atractivo, me interesa. Tampoco son tan marginales: el contexto de La virgen cabeza está bien, es la villa, que en cierto sentido podría decirse que es marginal, pero en otro no porque con las millones de personas que viven en villas no puede decirse que es un margen, ¿no? No es un tipo con tres piernas… Una de las narradoras, la que más habla, es una periodista de clase media, totalmente media; en Le viste la cara a Dios, la chica es víctima de un delito, pero es una chica común y silvestre también de clase media; en el Romance de la negra rubia ella es una poeta relativamente pobre, pero también es una persona más tirando a la clase media, lo que le pasa es que toma mucha merca y se brota, pero eso no veo por qué sería tan marginal.
Quizás aunque trates otros temas, es la forma que encuentran de etiquetarlo…
Una vez alguien me dijo: “¿cómo pudiste hacer una descripción de la villa tan realista?”. No es realista. O no me leíste, o no fuiste a la villa. Pero una villa es imposible no verla, tenés que ser muy marciano, tenés que vivir en Estocolmo, acá es imposible.
Solés meterte con temas relacionados con las mujeres, las travestis, prostitutas… ¿Considerás necesario afrontar esos temas desde una postura política, feminista o antipatriarcal, o te parece que cualquier visibilización es válida? Te lo pregunto porque algunos piensan que basta con visibilizar la prostitución, trata, violencia, pero en los medios está mediado por el morbo, la misoginia… Ya no se dice “crimen pasional”, se dice “femicidio”, pero atrás de eso te dicen “la violaron porque tenía un short”…
Con toda la mierda que tenés en la cabeza. O que no tenés en la cabeza, que te piden tus editores, porque trabajar en un medio… uno no habla por uno mismo. Uno habla por uno mismo en alguna medida, y sobre todo habla por la empresa en la que trabaja. Eso es en cualquier medio, salvo que seas estrella en la BBC… En general nadie habla por sí mismo en un medio de comunicación de masas, en ninguno que yo sepa. Uno habla acotado por la línea editorial del medio –que línea editorial e intereses económicos y políticos es prácticamente lo mismo–. No podríamos decir que todos los compañeros que trabajan en la tele y dicen estupideces las piensan necesariamente.
Tal vez tienen un estómago grande, pero no sé si las piensan; y me parece que la televisión es horrible, que están tres horas parados en una esquina, que tienen que decir pelotudeces, y en esa necesidad de llenar el tiempo terminan diciendo cualquier delirio. No sé qué se puede hacer en contra de eso; tendría que ser una televisión que no tuviera fines de lucro. En ese sentido, tal vez con los años la Ley de medios nos traiga algún beneficio, en la medida en que los trabajadores se vayan haciendo más cargo de eso, otros medios está bien… Sino, la pelea por rating va a ser siempre así…
Justamente, como además de escritora trabajaste como periodista… ¿Eso te da recursos extra, un contexto diferente, afecta de alguna forma tu forma de escribir o pensar tu literatura?
No soy periodista hace tantos años, hará siete, ocho, tal vez nueve… pero no hace mucho. Y fueron como cosas en tensión durante bastante tiempo el periodismo y la literatura. De hecho, siempre hice una literatura que fuera –a mi juicio– inasimilable al periodismo, con un lenguaje cargado, barroco, con oraciones largas… Algo que no podría acontecer en la mayor parte de los medios… en algunos medios acontece: ahora de vez en cuando escribo para Soy de Página/12, y escribo lo que se me da la gana, y realmente se respeta… Pero es algo muy particular. En general la oración corta, sujeto y predicado, es como un mandamiento para un creyente muy creyente. Siempre estuve en tensión con eso, con el uso de las palabras que es como irreflexivo.
Hace un tiempo, en la Librería de las Mujeres, leíste un fragmento de un nuevo trabajo, Una novela imperialista, y en una entrevista contabas que pensaste en la historia cuando preparabas una clase de gauchesca y viste el hecho recurrente de que las mujeres no tenían nombre, solo aparecían… ¿Tomás esa ausencia de las mujeres en la novela o simplemente es un disparador?
Es la historia de la mujer de Martín Fierro, la china –efectivamente no tiene nombre–. Se me ocurrió pensar qué pasó con la china cuando se fue Fierro. Y primero pensé que la china era muy joven: tenía 14, dos hijos, que se sintió muy aliviada cuando se fue Fierro… Y era una china blanca, rubia, algo medio inexplicable, no se sabía de donde había salido. Y justo estaba la inglesa, la del inglés de Inca-la-perra de Martín Fierro; ella la ve y piensa que algo familiar debe ser de ella, porque también es medio rubia, medio blanca. Entonces se le sube a la carreta, y van a atravesar el desierto, y ahí tienen sus aventuras… Es muy de ficción, no tiene mucho asidero con la realidad…
En alguna entrevista dijiste que lo anterior era como una especie de trilogía que habías cerrado, y lo que venía ahora no tenía nada que ver con eso. ¿Decías en este sentido, que son cosas menos históricamente ubicadas o más “ficcionales”?
En este caso sí. Lo otro estaba escrito desde un lugar mucho más rabioso, ahora estoy un poco menos rabiosa, creo que es la edad… Estoy en otra cosa, estoy un poco más tranquila en este momento. Como menos enojada. Sí, debo estar vieja chota, preocupada por los pajaritos, por los perros… Me gusta todo eso, y estoy mirando esto, en este momento, un poco menos rabiosa, y creo que se nota.
Si es que el arte sirve para sublimar…
Sirve, sirve. Te construye a vos. Me parece que le pasa a todo el mundo, que hay algo que te va armando. Algo pasa, con la escritura…
De hecho Marx decía que era el ejemplo de trabajo, como la metáfora esa “pensador de día, poeta de noche”…
¿De trabajo libre? Es muy lindo. Y a mí me sucede con una gran conciencia del privilegio que significa. Es como cuando me subo a un avión, todavía no me acostumbro. ¿Cuánta gente se sube a un avión?
Sí, me parece un privilegio total poder hacer un poco lo que a uno se le canta el culo. Pero es muy difícil, porque bueno, acá para la literatura escasamente hay un mercado. Lo que tenemos son canales de circulación, y un mercado muy lábil, muy chiquitito. Yo siempre pienso que somos 10 mil que nos leemos, que nos entrevistamos, nos comentamos, nos teorizamos los unos a los otros… somos pocos de verdad. Es más fácil ser un artista en Estados Unidos: son millones y millones, y que a un libro le vaya un poco bien, en vez de una venta de mil ejemplares en un semestre es una venta de 10 mil, y ya con diez mil, a dos dólares por libro, va tirando… No es por hacer una loa a Estados Unidos; digo que nosotros vivimos bajo las reglas del mercado sin mercado… es una desgracia. O una cosa o la otra, o un protectorado. Pero también sería jodido: ¿quién califica quién se lo merece? La otra vez escuchaba a un pibe que decía que él creía que no tenía que dedicarse a otra cosa que a la literatura toda su vida, lo cual me parece una cosa muy noble… y que el Estado lo tenía que bancar. Y me quedé pensando, ¿y quién carajo determinaría si lo bancamos o no? ¿A quién habría que bancar y con qué criterios? El mercado es injusto pero no hay una comisión de gente definiendo…
En varios números de la revista ya charlamos con escritoras y escritores sobre la existencia o no de una nueva generación en la literatura, lo que se ha llamado “nueva narrativa argentina”. ¿Qué pensás: existe, no existe, o hay algunas características que se podrían encontrar entre los escritores/as hoy?
Me parece que somos gente de una determinada edad que nos dedicamos a escribir, en un rango etáreo amplio, porque en esa clasificación tenemos personas entre 35 y 50. Y cosas en común tenemos, todos los seres humanos contemporáneos tenemos cosas en común. Hay un horizonte cultural que compartimos, determinadas problemáticas, históricas concretas; vivimos todos en el mismo mundo, y lo veremos desde una diversidad de perspectivas grande.
No me parece que haya rasgos estilísticos claros en común, o procedimientos claros en común. Sí en alguna medida nos hemos hecho juntos, y eso deber haber sido así siempre. Cuando escribís necesitas que te escuchen, y alguien cuya voz respetes… Sí debe haber algo de mercado; con la emergencia de muchas más editoriales desde 2002/3, me parece que es más accesible que antes, por lo que se cuenta –porque yo antes no lo intenté–. De hecho, por la cantidad de editoriales que han surgido, y no hablo solo de las que ahora son medianas sino de las que son re micro… vos te podés juntar con dos o tres amigos y armar una editorial. Hay muchas más posibilidades de publicación, además de las electrónicas.
Sí hay, claro, núcleos duros de la historia, lo cual no quiere decir que tratados de la misma manera, o vistos y percibidos de la misma manera… El 2001 aparece mucho…
Y aparte el 2001 fue vivido de maneras tan diversas: para muchas personas fue una tragedia, para la mayor parte; para mí fue una fiesta, me encantaba salir a la marcha, después corría y me iba a tomar una cerveza… Me parecía divino eso de que ibas, te juntabas con un montón de gente, de gente rarísima, en el sentido de que antes no era normal juntarse con una señora cheta de Recoleta y con un cartonero todos juntos, todos contentos. Además nunca tuve ahorros, siempre me gasté lo que ganaba, no perdí dólares… había una cosa de efervescencia, una sensación de estar vivos, el encuentro con otros y otros y otros…
Pero no todos tienen ahora esa percepción… De hecho para algunos fue una crisis…
No, es que de hecho fue una crisis, una catástrofe… Lo que pasó después, ya en 2002 o 2003, es que hubo un momento muy efervescente, muy lindo… de hecho de ahí salen esas editoriales de que hablábamos recién, de que la asamblea en la esquina puede hacer cosas buenas. Después no funcionó…
Nos enteramos de que tenés un nuevo proyecto con Iñaki Echeverría –con quien hiciste Beya–. ¿Nos contás de qué se trata?
Estamos publicando una historieta en Fierro con él y con Selva Almada, que se llama “El vástago”. Es una historia que sucede en la dictadura, en Open Door… Y después con Iñaki tenemos un proyecto, que está ahora medio detenido, porque pasa esto, que estamos todos hasta las manos… es como un libro ilustrado. Un libro de pequeños cuentos, de personas que me parecen como héroes contemporáneos, pero vinculado con la idea de sacrificio, que es una idea que me resulta muy interesante. Hay algo fuerte en la cultura respecto del sacrificio, y en los paradigmas aparentemente más opuestos y alejados: en los textos de los militantes de los setenta aparece como aparece hoy, no sé… la palabra internet; y después en la religión, obviamente. Hay algo ahí de lo cultural muy pesado, que nos pregna mucho. Entonces es sobre personajes como el soldado Carrasco, que fue un chivo expiatorio para sacar el servicio militar obligatorio… O este hombre Mohamed Bouazizi, tunecino que se prende fuego y estalla esa revolución, también, truncada… y algunos otros personajes por el estilo. Son relatos breves con ilustraciones de Iñaki, pero no a la manera del cómic sino del libro ilustrado. Creo que va a quedar, por lo menos por las ilustraciones, muy lindo.
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