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IGLESIA E IMPUNIDAD. Estremecedor testimonio confirma más abusos de los curas Lorenzo y Marchioni

Tiene 56 años, es cura y vive desde hace más de veinte años en Estados Unidos. Por primera vez cuenta lo sufrido en Berisso con el excapellán penitenciario, imputado por abusos sexuales, y con otro cura mano derecha del arzobispo de La Plata Tucho Fernández. “Me cagó la vida, por las nuevas víctimas quiero justicia y verlo preso”, dice sobre Lorenzo

Daniel Satur

Daniel Satur @saturnetroc

Estefanía Velo

Estefanía Velo @Stefania_ev

Miércoles 30 de octubre de 2019 10:19

Iglesia María Auxiliadora de Berisso | Foto El Mundo de Berisso

Iglesia María Auxiliadora de Berisso | Foto El Mundo de Berisso

El caso del cura Eduardo Lorenzo, excapellán del Servicio Penitenciario Bonaerense y actual párroco de una encumbrada iglesia de Gonnet, imputado judicialmente por diversos casos de abusos sexuales y corrupción de menores, no deja de sorprender.

A los casos de Diego Pérez y Julián Bartoli, víctimas directas de Lorenzo, y a los relatos de jóvenes y hasta curas que dan fe de que los denunciantes no mienten, ahora se suma un nuevo testimonio estremecedor. Los casos conocidos hasta ahora configuraban un derrotero criminal que iba desde 1993 a 2008. Con esta nueva historia, ese período se extiende a finales de los años 80. Aquí, parte del relato al que este medio accedió en exclusiva.

El Padre G (de quien por el momento se preservará su verdadero nombre) nació en 1963 en Ensenada y a los pocos años ingresó a la parroquia salesiana de la iglesia Nuestra Señora de la Merced de esa misma localidad. Allí, durante unos tres años, el cura Emilio Hernando abusó de él. Recién pudo manifestarlo cuando ese sacerdote “muy viejito” -recuerda- ya había muerto, y durante su funeral en la ciudad de Bernal el joven lo denunció públicamente al grito de “¡esta persona me abuso y a otros cuando era niño!”. Lo sacaron “a las patadas” -cuenta a este medio-. Caras sorprendidas y enfadadas que prefirieron guardar silencio.

Corría el año 1977 cuando se mudó a Berisso y empezó a trabajar en la iglesia María Auxiliadora, en el área administrativa y en la liturgia. A los dos años, a pesar de esos tortuosos momentos que sufrió cuando era un niño, decidió perseguir su vocación y ser sacerdote.

Con 16 años ingresó al Seminario Menor de La Plata, donde compartió la formación, entre otros, con los hoy sacerdotes Fernando García Enríquez de la iglesia San Roque (íntimo amigo de Eduardo Lorenzo, que lo defendió incluso públicamente) y Rubén Marchioni de la parroquia Cristo Rey (de quien se hablará en particular más abajo). Pero no soportó los malos tratos de esa institución y decidió abandonar los estudios.

Seguí todas las alternativas del caso Lorenzo a través de esta coproducción de Pulso Noticias y La Izquierda Diario

El encuentro con Lorenzo

“Conseguí un permiso de monseñor (Antonio) Plaza para irme a vivir a María Auxiliadora, trabajar y hacer mi vida en favor de la comunidad”, recuerda el padre G. Pasó una década junto a diferentes sacerdotes, entre ellos el Padre Miguel Grimaux; y también vivía en la casa parroquial el recordado cura Carlos Cajade mientras fue sacerdote de San Francisco de Asis. En 1989 llegó Eduardo Lorenzo como vicario de María Auxiliadora. A partir de allí, el joven de 26 años, de pequeña estatura, empezó a vivir sus calvarios.

“Al principio nos llevábamos bien, pero él siempre tuvo actitudes que eran de un segundo a otro estar en paz y hablarte bien a gritarte, menospreciarte, hundirte, hacerte sentir que eras una basura. Siempre fue así con todos”, cuenta el hoy ya adulto sacerdote.

G recuerda que en esa época eran súper amigos con Cajade, “a quien Lorenzo odiaba”. ¿Por qué? “Porque Carlitos estaba del lado de los pobres y él nunca estuvo de ese lado. Él siempre se rodeó de gente de la alta alcurnia, poderosa y políticos. Siempre cerca de Chiche Duhalde, de Antonio Cafiero y de su esposa Ana Goitía (una mujer amable siempre). Él dice que ama a los pobres, pero es un mentiroso. Y odia a la gente de color también. Por eso hablaba pestes de Carlitos, de Mario Peralta y de tantos más”.

En sintonía con lo dicho por otras víctimas de Lorenzo, el padre G recuerda que “para él las mujeres tenían prohibido entrar al primer piso, en la zona de Comunidad y nuestras habitaciones. Siempre debían quedarse en la planta baja. Pero varones y jóvenes siempre en el área de Comunidad y en su dormitorio”.

Foto La Izquierda Diario | Pulso Noticias
Foto La Izquierda Diario | Pulso Noticias

Primera noticia del abusador

“Desde hacía años yo era como una institución en la María Auxiliadora de Berisso, por eso Lorenzo me odiaba”, afirma el padre G, quien cree que “en ese entonces su pensamiento sería ‘por qué vive este hijo de puta acá conmigo, si ni siquiera es cura’”.

Y no tardó mucho tiempo en empezar a conocer el costado criminal del excapellán del Servicio Penitenciario Bonaerense. Recuerda que Lorenzo llevaba varios meses en la parroquia y en esa época se hacían allí “jornadas de vida cristiana, una especie de cursillos”.

Producto de esas jornadas G estaba en contacto con mucha gente de La Plata. “Un domingo de prejornada, en la última misa del día la iglesia estaba llena. Lorenzo daba la misa y yo, al ser maestro de ceremonias, estaba cerca suyo. Cuando ingresó un grupo de jóvenes, entre los que había algunos conocidos míos de La Plata, él se quedó mudo y me miró con incomodidad. En un momento se me acercó y me dijo ‘espero que esos no sean amigos tuyos’”.

G no entendía por qué el párroco le decía eso. “Cuando terminó la misa decidió salir por la sacristía en lugar de hacerlo hacia atrás en el Atrio, para despedir a los fieles. Salimos por el costado de la sacristía, rumbo a la casa parroquial que quedaba a unos quince metros, me agarró del cuello, me pegó una bofetada y me dijo ‘me las vas a pagar, hijo de puta’”.

Cuando G fue a avisarle a la gente que Lorenzo no saldría (le ordenó que les dijera que “no se sentía bien”), uno de los cinco jóvenes amigos, “Guillermo M. (ya fallecido), me preguntó si ése era el cura de la iglesia. Le dije que sí. Me dice ‘boludo, algunos de nosotros cogimos con él en la Rosa Mística’ (parroquia Nuestra Señora de la Victoria de La Plata). No lo podía creer”.

Los jóvenes le contaron que una noche, durante la Primera Jornada Vocacional Arquidiocesana de Vocaciones que se realizó en el Pasaje Dardo Rocha, Lorenzo “andaba de yiro” y a un grupito de ellos “los siguió y los convenció de ir a la iglesia Rosa Mística, donde era vicario. Ellos le preguntaron ‘vos no serás el cura, ¿no?’ y él les dijo ‘no, soy el portero’. Los hizo entrar por una puerta del costado y todos terminaron teniendo relaciones con él. Ellos no podían creer que ahora fuera el cura de la iglesia de Berisso”, afirma G.

Durante días Lorenzo le preguntó a G quiénes eran esos muchachos. “Yo siempre le dije que no sabía, que era gente de las prejornadas. Ese fue mi primer encontronazo y de ahí todo cambió. Poco después le conté el episodio a alguien de la alta jerarquía de las jornadas, pero nunca hicieron nada”, recuerda.

Y detalla que “en ese momento estaba en la cúpula de los jornadistas el que fuera párroco de Nuestra Señora de Luján de Berisso, el padre Ángel Espinardi (fallecido). Le conté todo a él y también todo se me vino en contra. Conocidas las recientes denuncias hablé por teléfono con varias personas de Berisso de aquella época, algunos me dijeron ‘ahora sí te creo’”.

El juez Alfredo Villata junto al cura Eduardo Lorenzo en Gonnet | Foto La Izquierda Diario | Pulso Noticias
El juez Alfredo Villata junto al cura Eduardo Lorenzo en Gonnet | Foto La Izquierda Diario | Pulso Noticias

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A mano armada

Los calvarios se sentían cada vez más. Varios meses después sucedió otro hecho violento. “Y fue peor”, afirma G, quien cree que desde aquel momento Lorenzo decidió “exterminarlo de la faz de la tierra”.

Un sábado a la noche G iba a ir a un recital en Buenos Aires. Tenía pensado volver al otro día. “Al final perdí el tren y no fui, me quedé en un café del centro y al rato me volví a María Auxiliadora”. Obviamente volvió mucho antes de lo que Lorenzo imaginaba. “Cuando llegué, la perra Martina no ladró porque obviamente me conocía. Para entrar a mi habitación debía ir por el pasillo y pasar por delante de su pieza. Se ve que me escuchó caminar, salió desorbitado y me preguntó qué hacía ahí. Le dije ‘perdón, vengo a mi casa’ y me encerré en mi habitación. Ahí vi que estaba teniendo relaciones con un fotógrafo que solía ir a la parroquia”, relata el cura desde Estados Unidos.

A Lorenzo “le agarró tanta locura” que llegó a tirarle con lo primero que encontró a mano y lo corrió “con un revólver hasta el balcón del edificio. A las puteadas me amenazó y, de bronca, hasta le pegó una patada a Martina gritándole ‘perra de mierda, ¿por qué no ladrás?’”.

G recuerda que en ese momento salieron los vecinos desde otro balcón. “Me preguntaron si estaba bien. Les dije que sí, que solo era que el padre estaba un poco nervioso. Y me preguntaron si necesitaba algo. ‘Si no se calma llamen a la Policía’, les respondí”.

Esa noche G se fue, creyendo que “era lo más conveniente. Al otro día llegué y me trataba como si nada hubiese pasado. A las pocas semanas me dijo que me tenía que ir a vivir a otro lado. Eso sí, que me iba a ayudar a conseguir un trabajo”.

G asegura que Lorenzo quería que se fuera “porque le había descubierto parte de su vida oculta. Un domingo, en medio de una misa, sin que yo lo supiera dijo ‘hoy es el gran día donde despedimos a nuestro querido G, porque se va a trabajar a otro lado, siempre lo vamos a recordar’. Me quedé helado, la gente no entendía nada. Después sucedieron más cosas”. DE ESAS COSAS, SE HABLARÁ EN UN PRÓXIMO ARTÍCULO.

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Persecución sin misericordia

Durante su última etapa de trabajo en la parroquia de Berisso, G comenzó a trabajar también con las monjas de la Misericordia, en calle 4 y 44 de La Plata. “Entré como portero del colegio y con el tiempo fui escalando posiciones hasta que me hicieron encargado de todo. Era quien abría a la mañana y cerraba a la noche. Y también daba ahí Catequesis. Durante ese tiempo estudié en el Instituto Terrero, después dejé y empecé a estudiar Servicio Social en la Escuela de Cáritas”, relata.

Las “hermanitas Peña”, dos directivas que eran exalumnas del colegio Misericordia, en aquel entonces eran directora y vicedirectora del colegio de Cáritas. A través de ellas, afirma el entrevistado, “todo lo de Cáritas repercutía en el Misericordia”. Pero eso G lo sabría más tarde.

G sabía que Lorenzo siempre se había llevado muy bien con el entonces arzobispo de La Plata Antonio Quarracino. “Un día, cansado de lo que me estaba pasando, le pedí una audiencia al arzobispo y le conté los calvarios que había vivido por culpa de Lorenzo. Y después de eso empezaron los hostigamientos en mi contra”.

Recuerda que todos los miércoles, mientras estaba en clase en Cáritas, “un profesor de apellido Guerra me sacaba del aula y me cuestionaba desde que llegaba tarde (una mentira) hasta que había una denuncia en mí contra por querer abusar de una compañera (otra mentira). Eso duró mucho tiempo, todos los miércoles. Y en la calle me amenazaban también, a mí y a mi familia. En esa época, en la Escuela de Servicio Social de Cáritas, era compañero del actual párroco de Berisso”.

Con el tiempo, “atando cabos me dí cuenta de todo. El profesor Guerra era del Servicio Penitenciario. ¿Y quién estaba en el Servicio Penitenciario? Lorenzo. Me lo terminó de confirmar una profesora del colegio, que un día me dijo en secreto ‘detrás de todo esto hay un sacerdote de Berisso y ya te imaginarás quién es’. Me aconsejaron entonces que me fuera de la escuela antes de verse obligados a echarme. Me fui. Y al poco tiempo me echaron las monjas del Misericordia, sin causa, pagándome hasta el último peso de indemnización”.

Cuando a principios de la década de los 90 Carlos Galán reemplazó a Quarracino, a G lo invitaron a volver al colegio de Cáritas. “Me pidieron que los perdonara, que me daban un año gratis y que no tenía que pagar colegiatura por todo lo que había pasado conmigo, que había sido todo una injusticia. Mi contestación fue algo así: ‘métanse la escuela en el culo, ustedes y las hermanitas Peña’”.

Violación y más armas

Mientras G sufrió esas persecuciones, tanto en el ámbito laboral como en el educativo, también fue víctima de abuso sexual de otro cura. Se trata, nada menos, que de Rubén Marchioni, actual párroco de la parroquia Cristo Rey de La Plata y director diocesano de la Pastoral Social de la ciudad. Es decir, alguien del círculo estrecho del arzobispo Víctor “Tucho” Fernández.

El arzobispo Víctor Fernández junto al cura Rúben Marchioni y el intendente Julio Garro | Foto Noelia Marone / El Teclado
El arzobispo Víctor Fernández junto al cura Rúben Marchioni y el intendente Julio Garro | Foto Noelia Marone / El Teclado

Marchioni estuvo a cargo de la iglesia Santos Pedro y Pablo de Berisso entre 1989 y 1991. “Una noche, para una boda, pidió un organista a la iglesia vecina, María Auxiliadora”. Y allí fue G, quien también ejercitaba las artes musicales. El hoy sacerdote en Estados Unidos relata que, al terminar el evento y quedarse solos, Marchioni lo obligó a entrar a la casa parroquial, desnudarse, acostarse sobre una mesa y, a punta de pistola, lo violó.

Un detalle no menor: más de una década atrás, Marchioni y G habían compartido varias semanas como compañeros en el Seminario Menor de La Plata.

G recuerda que le contó lo sucedido “a varios curas, y me dijeron ‘hubiésemos obviado lo del revólver’”. A lo que les contestó “ustedes son la misma mierda que ellos”. Hoy el padre G está convencido de que fue Lorenzo quien “le dio luz verde” a Marchioni para que hiciera esa atrocidad.

Algo similar sucedió en la década del ’90, tal como lo anunció este medio, cuando Lorenzo encubrió a Marchioni. Un joven de 16 años, miembro del Grupo Scout de la parroquia Cristo Rey (9 y 81), se acercó al capellán regional de los Scouts Argentina para comentarle el abuso sufrido por parte de Marchioni. Sin embargo, el corporativismo eclesiástico abusador predominó y Lorenzo no hizo nada.

Fuga a una nueva vida

Pasaron los años y G continuó su vida fuera de la iglesia. Trabajó en una institución educativa perteneciente a la Universidad de La Plata y luego en una empresa multinacional. Tras cerrar sus sucursales en el país, desde la empresa le ofrecieron un empleo en un condado de Estados Unidos.

Allí, a unos 8.626 kilómetros de La Plata, G. fue ordenado como sacerdote hace diez años y está a cargo de una parroquia de su pueblo.

Al conocerse este nuevo testimonio, vale concluir que los calvarios de Eduardo Lorenzo se viven desde el primer momento en que fue ordenado como diocesano. Según los cálculos de Juan Pablo Gallego, abogado de una de las víctimas querellantes en la causa judicial en curso en La Plata, pasaron décadas de encubrimiento y complicidades que perjudicaron las vidas de al menos una docena de niños y jóvenes.

Tic-tac, tic-tac, resuena en los Tribunales de la capital bonaerense. Los abogados querellantes (Gallego y Dino Bartoli) ya solicitaron el procesamiento y la detención de Lorenzo de manera inmediata debido a que, producto de la licencia otorgada por el arzobispo Fernández a partir del 11 de noviembre, el peligro de fuga del imputado es inminente.

La fiscal Ana Medina y la jueza de Garantías Marcela Garmendia tienen esa resolución en sus manos. ¿Dejarán abierta la posibilidad para que el cura se vaya del país y prolongue su impunidad por mucho tiempo más?

Una producción de La Izquierda Diario y Pulso Noticias


[Avance] Los calvarios de Eduardo Lorenzo: abuso de menores en el Arzobispado


Daniel Satur

Nació en La Plata en 1975. Trabajó en diferentes oficios (tornero, librero, técnico de TV por cable, tapicero y vendedor de varias cosas, desde planes de salud a pastelitos calientes). Estudió periodismo en la UNLP. Ejerce el violento oficio como editor y cronista de La Izquierda Diario. Milita hace más de dos décadas en el Partido de Trabajadores Socialistas (PTS).

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