Nuestros derechos básicos están restringidos, la economía está en problemas. Pero, ¿nuestra democracia está realmente amenazada en este momento? Una consideración filosófica.
Cuando el mundo entero se ve obligado a renunciar a su acostumbrada vida cotidiana, la filosofía puede tomar la palabra. Una contribución del filósofo Giorgio Agamben provocó una animada discusión al principio de la epidemia. En este debate, Agamben afirma que existe una “invención de una epidemia” para restringir las libertades –menciona los toques de queda, la cancelación de eventos, el cierre de instalaciones públicas, restricciones de viaje y aplicación y supervisión de estas medidas– porque el terrorismo como fundamento para la legislación de medidas de excepción está “agotado”. Recientemente reformuló su perspectiva en una columna en el diario suizo Neue Zürcher Zeitung. Allí ya no habla de un invento, sino de una epidemia. Sin embargo, mantiene su perspectiva básica:
La vida desnuda –y el miedo a perderla– no es algo que una a las personas, sino algo que las separa y las deja ciegas. Una sociedad que vive en un constante estado de excepción no puede ser una sociedad libre. De hecho, vivimos en una sociedad que ha sacrificado la libertad en favor de las llamadas razones de seguridad y se ha condenado a vivir en un estado constante de miedo e inseguridad.
Muchos de los peligros mencionados por Agamben son reales. Por ejemplo, la militarización, el debilitamiento de los derechos democráticos, las tendencias bonapartistas de los gobiernos europeos. Hay un famoso pasaje de Walter Benjamin que nos parece central en las discusiones: “La tradición de los oprimidos nos enseña que el ‘estado de excepción’ en el que vivimos es la norma” (“Sobre el concepto de historia”, tesis VIII) [1]. Giorgio Agamben y Jean-Luc Nancy, que también participa en la discusión, se remiten a la lógica de Benjamin para determinar sus propias posiciones. Agamben dice que el estado de excepción se está normalizando y que el hombre es separado de sus vínculos sociales y reducido a una vida desnuda. Nancy responde que la justificación de las medidas estatales es que hasta ahora no existe ninguna vacuna contra este virus.
¿Pero dónde están los oprimidos?
Pero los dos pensadores ya no están interesados en la pregunta: ¿por qué el Estado, con su estado de emergencia ampliado, que todo el tiempo es algo consciente y presente para los oprimidos, se convierte en la normalidad para toda la sociedad? En este sentido, Agamben compara el ser humano como ser social frente al aparato estatal en estado de excepción, con la reducción del ser humano a la vida desnuda. De esta yuxtaposición resulta una teoría conspirativa de que el poderoso aparato estatal exagera la situación para intensificar sus propias medidas.
El planteo arbitrario de esta relación entre el Estado y la gente da como resultado una teoría de la conspiración anti-estatal. Las teorías conspirativas explican la política desde una lógica que se remonta a fuerzas que están más allá del orden mundial objetivo. No se puede visualizar o comprender estas fuerzas en las relaciones sociales, a lo sumo se las puede intuir. Al caracterizar los fenómenos y tendencias reales del Estado como “irracionales”, Agamben finalmente los declara inexplicables.
La primera pregunta que tenemos que hacer si queremos tomar a Benjamin en serio es: ¿Quiénes son los oprimidos cuya tradición es experimentar el estado de excepción permanente? Agamben no explica qué sujetos oprimidos son los que padecen el estado de excepción en el Estado italiano o en el resto del mundo; más bien se refieren al hombre en general. En sus tesis, Benjamin, por el contrario, entiende como sujeto a los trabajadores y a los pueblos oprimidos como los judíos. Hoy podemos extender este concepto a los refugiados, entre otros. ¿Por qué de repente el Estado italiano debe tratar a todos sus ciudadanos de la misma manera que trata a los refugiados? Si queremos aplicar la tesis hoy, tenemos que responder a la pregunta de quiénes entendemos que son los oprimidos hoy.
No se trata ni del hombre en general que padece al Estado ni de quienes quedan reducidos a la vida desnuda. Se trata de los refugiados recluidos en los campos y que viven en las calles, los sin techo, los jóvenes migrantes afectados por la arbitrariedad policial, las víctimas de la violencia doméstica o las parejas que salen de la norma heterosexual que son hostigadas en los controles policiales. Pero también de los numerosos trabajadores precarios, especialmente los trabajadores migrantes y las mujeres, que ahora han sido despedidos en los sectores de servicios, y los trabajadores de los sectores de la limpieza, la logística, la salud y el comercio minorista, que están expuestos a grandes riesgos y cuyos derechos laborales en términos de horas de trabajo y protección se ven socavados. Son los trabajadores que en muchos países siguen siendo enviados o que retoman sus tareas trabajando en actividades económicas no esenciales, solo para producir con fines de lucro, poniendo en peligro sus vidas.
La opresión y la explotación no fueron introducidas arbitrariamente en ocasión del coronavirus, sino que fueron intensificadas por el estado de excepción de la situación epidémica; el virus continúa las crisis existentes por otros medios. Si el Estado pudo finalmente “inventar” un peligro inexistente para extender su poder en forma infinita, ¿para qué necesitaba el virus? Después de todo, el Estado se podría haber legitimado legitimación utilizando otras excusas, posiblemente con algún incidente inventado, si es que, al fin y al cabo, todo se trata simplemente de un acto arbitrario y voluntarista. Agamben afirma que el terrorismo como justificación para tal fin está agotado. ¿Y por qué debería agotarse tan de repente si el Estado incluso puede inventar amenazas? Este argumento no solo parece dudoso por sí mismo, sino que también nos remite a la cuestión no resuelta del contenido del Estado.
¿Y cuál es el contenido del estado?
El Estado en la teoría de Agamben, que puede moverse en forma independiente más allá de las condiciones sociales, no necesita explicaciones, ni bases, clases o sectores sociales, burocracias mediadoras o tendencias de bonapartización como consecuencia de llevar adelante una política clasista. El enfoque de Foucault, que intenta aplanar el poder y niega al Estado en su papel especial como aparato de coerción en la sociedad, se continúa en las ideas de Agamben, que no explican al Estado en sus condiciones sociales.
El Estado tiene al menos el deber de realizar ciertas tareas de represión y control en la sociedad frente a los oprimidos. Por eso Benjamin dice que los oprimidos siempre conocen este estado de excepción. Pero hay una continuidad en el pensamiento de Agamben, respecto al de Foucault, al no tener en cuenta la perspectiva de los oprimidos en el problema del estado de excepción según lo formula Benjamin. En efecto, en ciertas situaciones históricas el Estado adopta una forma bonapartista, pero esto se explica por las relaciones de fuerza entre las clases en la sociedad, más allá de la teoría y de las conjeturas conspirativas. En una “economía de guerra”, el Estado puede a veces elevarse por encima de las clases, expropiar a los capitalistas y forzar la conversión de su producción, como estamos viendo actualmente en el Estado español y, en cierta medida, en los Estados Unidos, para salvar al capital de conjunto frente a la competencia exterior. Esta independencia del Estado, sin embargo, llega a su límite en cuanto se plantea el mantenimiento de la dominación de clase.
Ya en los años ’90, Agamben, en su tratamiento de la tesis VIII de Benjamin sobre el concepto de historia, junto a Jean-Luc Nancy, investiga la etimología de la palabra “prohibición”. Encuentra allí dos conceptos, “ordenar” y “prohibir”, cada uno ejercido por el soberano. Según Agamben, esto abre la posibilidad de una transición a Carl Schmitt: “La prohibición es la estructura fundamental de la ley, que expresa su carácter soberano” [2]. Al ignorar el problema de la opresión, Benjamin es distorsionado por Agamben y Nancy al punto de ser mostrado como alguien que está al borde de entender al soberano de la misma manera que Schmitt.
El pesimismo biopolítico de Agamben también se basa en el hecho de que, aunque generalmente critica la presencia del poder en la crisis, abstrae este poder de las luchas de clase concretas. Sin embargo, las huelgas en muchos países, más recientemente la huelga general en Italia, muestran que los intereses de clase son muy concretos en la forma en que se está luchando contra el coronavirus. Por ejemplo, en lugar de limitarse a la crítica abstracta del poder, debería estar en el orden del día la siguiente pregunta: ¿cómo se controlan democráticamente las medidas sanitarias necesarias? ¿Quién determina cuáles son las actividades económicas esenciales y cuáles no? ¿Quién decide qué se produce? ¿En manos de quién debe estar el sistema de salud, a quién debe servir?
Finalmente: ¿quién está luchando contra el virus?
Para terminar, ¿quién luchará y vencerá a este virus? Es la clase obrera la que se expresa como sujeto. Así lo plantea Leandro Lanfredi en una discusión con Agamben sobre el coronavirus:
Y este aspecto, el disenso en medio del consenso, los límites y contradicciones en medio de los avances tecnológicos de la burguesía es un factor notoriamente ausente o infravalorado en los análisis del “biopoder”, haciendo así que el terreno sea árido para cualquier acción consciente de las masas como si la batalla anterior ya estuviera perdida.
La amenaza real del coronavirus, que no puede reducirse a un problema de ingeniería de poder estatal, se ha manifestado en toda Europa desde la controversia de finales de febrero. El nuevo virus es una seria amenaza. No es simplemente el resultado de una exigencia autoritaria de seguridad creada en forma artificial, sino que se trata de una necesidad sanitaria y social. La cuestión no es si se deben tomar medidas, sino qué clase las controla y qué clase paga esta crisis. Porque quien lea la tesis XI de Benjamin sobre el concepto de la historia aprenderá, en una polémica con la socialdemocracia sobre el concepto de trabajo que:
El Programa de Gotha [de la socialdemocracia, adoptado en 1875, nota de los autores] (...) define el trabajo como ‘la fuente de toda riqueza y cultura’. Percibiendo que algo andaba mal, Marx respondió que el hombre, que no posee otra propiedad que su trabajo, “debe ser esclavo de otros hombres que se han hecho dueños de él (...)”. (El) concepto marxista vulgar de lo que es el trabajo no se preocupa por la cuestión de cómo su producto se da de bruces con los propios trabajadores en tanto no puedan disponer de él [3].
Esto significa que la decisión sobre el trabajo esencial y la decisión sobre las condiciones de trabajo deben ser tomadas por los propios trabajadores. El Estado apuntala al sistema neoliberal de salud aunque es obvio que debilita la lucha contra el virus, y los trabajadores no tienen control sobre su propio trabajo dentro de él. Los políticos, por ejemplo, aplauden a los trabajadores de la salud, pero su trabajo sigue siendo racionalizado y tercerizado. Por otra parte, los trabajadores de la salud y otros sectores esenciales deben controlar las medidas para que sean eficaces y redunden en su propio interés y en el de la mayoría.
Además, los propietarios de los medios de producción no están plenamente preparados para aplicar el estado de excepción a sus beneficios, solo lo interpretan de manera que les beneficie. Por ello, muchas empresas siguen produciendo aunque no sean “esenciales” o están creando el ambiente para una pronta reanudación de la producción. El parate de la producción es algo que no están dispuestos a tolerar durante demasiado tiempo, incluso en estado de excepción, y aquí también la unidad nacional entre las clases es frágil, ya que ¿por qué los trabajadores deben arriesgar su salud por las ganancias de los capitalistas? La respuesta a esta pregunta abierta, incluye la alternativa entre el control obrero o la militarización. Una respuesta que pasa por la movilización independiente de la clase trabajadora con un programa hegemónico que logre articular al pueblo explotado y oprimido para enfrentar la crisis sanitaria en curso y que la crisis económica la paguen los capitalistas en la perspectiva de imponer un nuevo orden socialista.
Publicado el 12 de abril de 2020 en freitag.de, y luego, el 18 de abril, en Klasse gegen Klasse, portal en Alemania de la red internacional La Izquierda Diario, como "Der Corona-Staat".
Traducción: Guillermo Iturbide
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