Es una buena excusa para rescatar un texto escrito hace dos años. Pensar el Gaumont como un edificio testigo de grandes luchas.
Viernes 20 de noviembre de 2020 20:29
Es sábado a la tarde y estás tomando sol en la plaza. Sentís como vibra el paso del subte debajo tuyo. “Esta plaza podría ser cualquier plaza de cualquier ciudad del mundo”, te dicen. Aunque dudás, entendés a qué se refieren. Mirás la arquitectura, las luces doradas, las estatuas y las baldosas. Pero a diferencia de otras plazas en las que has estado, el edificio que más se destaca en frente tuyo no es una iglesia, sino el congreso de la nación. De inmediato recordás las anteriores veces que estuviste allí durante el año.
Recordás la marea de jóvenes que te llevaban de una punta a la otra el día que se votaba el derecho al aborto. Recordás los gases lacrimógenos que no paraban de caer ese caluroso 18 de diciembre, cuando corrías con los ojos entrecerrados en medio de otra impetuosa marea, que esta vez buscaba escapar. Recordás haberte refugiado en algún local cercano de esa lluvia intensa que te acompañó más de una vez en esas movilizaciones.
Sí, fue un año intenso, pensás. Pero hoy viniste por otro motivo. Al frente tuyo se encuentra el cine Gaumont. Como buen documentalista, este edificio ha sido un fiel observador de todas aquellas jornadas, en las cuales dejó por un rato su lado cultural para convertirse en un espacio de tránsito o refugio para esa marea que a cambio dejó su agradecimiento escrito en las puertas de los baños.
“Ya son las seis”, te despiertan. El sol se está yendo de la plaza y la película está por empezar. Tardás un rato en acomodar la vista a la oscuridad de la sala. Por suerte no hay mucha gente y te podés sentar donde querés. Una mujer grande con el pelo recogido te empieza a contar cómo hicieron la revolución con una radio.
Es un buen día.