El histórico dirigente trotskista de Catamarca Antonio Torrente falleció ayer después de una complicada neurocirugía producto de un tumor, en la Clínica Junín de la ciudad capital.
Viernes 17 de junio de 2016
Conocí a Antonio a los 15 años en mi primer actividad militante, organizando la última marcha del silencio contra la no-televización del juicio por Maria Soledad. Empapelamos la ciudad con unos afiches rojos pintados con stencil. Terminada la tarea, con las manos ardidas en soda cáustica, agotados, me dice “Qué lindo que es militar, ¿no?”, con una sonrisa de punta a punta de la cara. Esa pregunta me hago hasta hoy, después de más de 20 años, cada vez que una jornada de militancia agotadora me recuerda a esa primera vez.
Cuando alguien como Antonio muere naturalmente se vienen al recuerdo los momentos gratos compartidos, las discusiones o diferencias quedan en segundo plano y la nostalgia invade nuestras memorias. Antonio impactó sobre la vida de mucha gente, cuando con su militancia en el Partido Obrero discutía apasionadamente las perspectivas de la revolución obrera a pocos años de la caída del muro de Berlín, cuando según los relatos de moda en esa época estábamos en el “fin de la historia” (Fukuyama) queriendo decir que el capitalismo había triunfado para siempre y que ya nadie debía cuestionarlo. Eran muy pocos los cuadros que reivindicando la tradición de León Trotsky comprendían y podían tener una visión no pesimista de la lucha de clases y las tareas de los revolucionarios.
Luego la política y la vida nos fue separando, de provincias, de lógicas políticas, pero lo que nunca se perdió fue la amistad. ¡Cómo perderse ser amigo de un tipazo así! Solo un necio o un tonto pondría por delante las diferencias políticas después de tantas hazañas compartidas para evitar tomarse un vino o seis (que siempre, por culpa mía o suya, terminaban en acaloradas discusiones a los gritos). Pero así nos divertíamos, con los amigos en común como Marcelo, Elsa, Ana, Gelly o algún cantinero de los quioscos de La Quebrada, tenían que hacer de árbitro para poder recuperar la respiración, disfrutar la música, la noche y cariñosamente despedirnos para volver a encontrarnos, en otra situación política, en otro país, con nuevos y apasionantes debates, imaginaciones, críticas y autocríticas.
La vida de los revolucionarios es la más hermosa vida que conocí y en parte mi amigo Antonio me acercó a esta, con gran generosidad, polémico, pero siempre generoso. Antes de que partiera en su internación le agradecí su generosidad, haberle entregado sus mejores años a la clase obrera, haber ayudado a formar una tradición de izquierda en su provincia y haberme aceptado sin condiciones entre sus afectos. La partida de Antonio es una gran pérdida para nuestra clase, pero es más grande su legado, porque dejó una historia de militancia, alegría y amistad que vibrará por siempre en los corazones de los revolucionarios del castigado noroeste argentino. Hasta el socialismo, amigo y camarada Antonio Torrente.