Entró a la función pública como hombre ligado a las patronales del campo. Gobernador de Buenos Aires en 2002, su nombre está marcado a fuego en los asesinatos de Kosteki y Santillán. Supo ser aliado de Menem, Duhalde, Kirchner, Macri, Massa y ahora prepara su reconciliación con Cristina pensando en 2019. Felipe Carlos Solá, el hombre que aseguró que para mantenerse en el poder “hay que hacerse el boludo”.
Juan Manuel Astiazarán @juanmastiazaran
Domingo 18 de noviembre de 2018 00:24
“Traidor hijo de puta”. Enfurecido, el diputado kirchnerista Carlos Kunkel disparó la frase contra Felipe Solá, en plena sesión de Diputados del 6 de julio de 2008. Solá acababa de adelantar, en medio de la discusión por la resolución 125 de retenciones móviles a las exportaciones de soja, su rechazo al proyecto oficial y el respaldo hacia las entidades del campo. Ese episodio marcaba el final de la relación entre el espacio que conducía la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el exgobernador bonaerense, que terminaría aliado a Macri y De Narváez meses más tarde.
Hace muchos años, consultado por el periodista Daniel Tognetti acerca de cómo había que hacer para mantenerse tanto tiempo en el poder, Solá fue contundente: “Hay que hacerse el boludo” respondió, fumándose un habano.
Con una campaña electoral que ya camina sus primeros pasos y que lo postula como uno de los mayores promotores de un frente que integre al kirchnerismo y otros sectores de la oposición, repasamos origen y trayectoria del diputado que busca desesperadamente ser el elegido para el 2019.
Peronismo y Pampa
Felipe Carlos Solá nació el 23 de julio de 1950 en el coqueto barrio de Recoleta, en la Ciudad de Buenos Aires. Durante su adolescencia cursó el secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires y ahí tuvo sus primeros acercamientos a la Juventud Peronista, en el año 1968. Ingeniero Agrónomo recibido en la UBA, Solá siempre fue un hombre muy ligado a los intereses de los sectores agroganaderos de la pampa húmeda.
Con el retorno de la democracia en 1983 y la derrota del peronismo a manos de Alfonsín, fue parte de la llamada “renovación peronista” que conducía Antonio Cafiero. Este último ganó las elecciones de 1987 en la Provincia de Buenos Aires, y Solá fue nombrado como su ministro de Asuntos Agrarios. Sin embargo, la experiencia de los “renovadores” llegó a su fin en el año 1988 de la mano de la fórmula Menem - Duhalde, que finalmente se impuso en la interna del PJ para las presidenciales del 89 y que derrotó a Cafiero - De la Sota.
Rápido de reflejos, Solá abandonó rápido las filas del cafierismo para acomodarse con el caudillo riojano. A cambio, fue designado al frente de la secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, función a la que renunciaría en 1991 tras ser electo diputado nacional por la Provincia de Buenos Aires. En su debut en la Cámara Baja fue nombrado presidente de la comisión de Agricultura, pero sólo estuvo dos años en el Congreso hasta que Menem decidió convocarlo nuevamente y regresó a la Secretaría.
Desde ese cargo, Solá iba a ser una pieza fundamental para la llamada “revolución tecnológica” en el campo. En 1996 fue el responsable de autorizar el ingreso de la soja RR (transgénica), el punto de apoyo para el salto que daría años más tarde la producción agropecuaria argentina y el proceso de sojización, desplazando a otros cultivos a causa de los altos precios internacionales y la alta rentabilidad de la actividad sojera. Desde allí construyó importantes vínculos con las patronales del campo, un capital que conserva hasta el día de hoy y que le permitió ganar mayor influencia para su carrera como funcionario.
El año 1999 lo volvió a poner ante la situación de cambiar de bando una vez más. En medio de la decadencia menemista, Solá tejió su alianza con Eduardo Duhalde, quien dejaba la gobernación de Buenos Aires decidido a competir contra Fernando De la Rúa en las elecciones presidenciales.
Carlos Ruckauf, vicepresidente de Menem hasta entonces, fue el hombre elegido para reemplazarlo en la provincia y Solá lo acompañó en la fórmula. Ese sería el inicio de sus funciones al frente del Poder Ejecutivo, de la mano de uno de los más grandes promotores de la mano dura y la represión policial.
Meter bala
Si hay una frase que perdura en el imaginario popular de aquella época y que funciona como una síntesis perfecta del pensamiento del gobernador Ruckauf, fue su famosa afirmación en plena campaña electoral: “Hay que meter bala a los delincuentes”.
Como si fuese su carta de presentación, se presentaba en la provincia más populosa del país asegurando que la policía debía “disparar primero y preguntar después” y agitaba un discurso peligroso que asociaba pobreza y delincuencia, en medio de una situación social que estaba cerca de estallar por los aires como finalmente ocurrió en diciembre de 2001: “Hay que entrar en todas las villas con los efectivos necesarios para acabar con el delito. La Policía está capacitada, hay que dar las instrucciones y las decisiones de combate. Pero démosle las normas, no sea cosa que entre un policía a uno de esos lugares, mate alguno y después aparezca algún abogado de delincuentes a decir que el asesino es el policía”.
La fórmula Ruckauf-Solá ganó las elecciones con el 48 % de los votos, derrotando a la candidata de la Alianza Graciela Fernández Meijide. Una vez al frente de la gobernación, el discurso se transformó en realidad. El excarapintada Aldo Rico fue designado como ministro de Seguridad, se limitaron las excarcelaciones con la reforma del Código Procesal de la provincia, se ampliaron las facultades de la Policía para operativos e interrogatorios y el aire represivo envalentonó a la maldita Bonaerense. La salida de Rico de su cargo provocó el nombramiento del comisario retirado Ramón Orestes Verón, acusado de participar en la represión ilegal durante la dictadura genocida y señalado de haber pasado por el centro clandestino de detención COT 1 Martínez. Una confirmación de la política represiva de la gestión Ruckauf-Solá en toda la línea.
Heredera de la impunidad de la dictadura y envalentonada por el discurso que se bajaba desde la gobernación, la Bonaerense llegó a ser señalada incluso por la Corte Suprema de Justicia de la Provincia de Buenos Aires en un documento donde se planteaba que 60 adolescentes que durante los años 1999 y 2000 habían denunciado amenazas y apremios policiales, después resultaron muertos en supuestos “enfrentamientos” con efectivos de la fuerza.
La huída de Ruckauf tras la crisis de diciembre de 2001 consagró a Solá como gobernador de Buenos Aires en enero de 2002, cargo en el que se desempeñó hasta diciembre de 2007 y que quedará marcado para siempre a causa de la brutal represión desatada en el puente Pueyrredón durante la masacre de Avellaneda, que finalizó con los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
26 de junio de 2002
“Quédese tranquila Nora, esa es una guerra de pobres contra pobres”. Esa fue la primera respuesta que tuvo Felipe Solá ante el llamado telefónico de la incansable luchadora Norita Cortiñas, la tarde de aquel 26 de junio. Así lo aseguró la histórica referente de Madres de Plaza de Mayo - Línea Fundadora el 29 de octubre de 2015, durante su declaración en el juicio que investiga las responsabilidades políticas de la masacre.
El operativo conjunto de Gendarmería, Prefectura, Policía Federal y Policía Bonaerense en el Puente Pueyrredón desató una represión brutal. El saldo de esa cacería dejó 160 detenidos, 33 heridos con balas de plomo y 2 muertos. Mientras los efectivos avanzaban por Av. Pavón y por Av. Mitre, un grupo que era cubierto por el resto de las fuerzas avanzaba disparando munición de plomo, removiendo pruebas y juntando los casquillos de las balas que quedaban en el suelo para alterar cualquier tipo de evidencia. Lejos de ser la acción aislada o el “exceso” de un grupo de policías, la ferocidad de la represión fue premeditada como parte de un mensaje que los gobiernos de nación y provincia necesitaban imponer a sangre y fuego: la protesta social y los cortes de ruta debían encontrar un límite.
Aquella primera respuesta que Solá le dio a Cortiñas también estuvo fríamente calculada y coincidía con la versión oficial que el Gobierno sostuvo momentos después de los asesinatos, buscando instalar la idea de que los piqueteros se habían matado entre ellos. “No me resultaría nada extraño que alguno de esos muertos haya sido producto de peleas entre ellos” declaró horas más tarde y frente a las cámaras de TV el comisario Alfredo Fanchiotti, que luego sería condenado como autor material de los asesinatos junto al cabo Alejandro Acosta. Aníbal Fernández, entonces secretario general de la Presidencia, justificó la represión en plena conferencia de prensa difundiendo información falsa de la SIDE y asegurando que “hubo una vocación formal de que sucediera lo que sucedió”.
El discurso de demonización de los funcionarios de Nación y Provincia tuvo su correlato un día después, cuando el ministro de Justicia Jorge Vanossi presentó una denuncia acusando a los piqueteros del delito de “sedición” y argumentando que la cúpula de los movimientos sociales había intentado derribar al Gobierno. Sin embargo, el material aportado por las crónicas periodísticas y las fotos de los trabajadores de prensa pudieron reconstruir la secuencia y desbarataron la versión oficial (a pesar del ocultamiento inicial de los principales medios como Clarín y La Nación), dejando al desnudo lo que verdaderamente ocurrió: una auténtica cacería.
“La Policía primero sabe cuáles son las órdenes”
Desde aquel 26 de junio de 2002 pasaron más de 16 años. El comisario Alfredo Fanchiotti y el cabo Alejandro Acosta han sido condenados como autores materiales de los asesinatos, mientras los responsables políticos gozan de total impunidad. No solo han logrado evadir la responsabilidad penal sino que continúan ocupando cargos en la función pública, se pasean por los canales de televisión analizando la actualidad política y hasta intentan dejar el pasado atrás y simular un cierto “progresismo” que condena la violencia institucional y policial contra la protesta social.
Sin ir más lejos, tras la represión en Congreso contra los manifestantes que rechazaban el Presupuesto el pasado 24 de octubre, Solá tomó el micrófono en la Cámara de Diputados para rechazar lo que estaba sucediendo y pedir explicaciones. Pero en su afán de exagerar su preocupación por la represión dejó en claro lo que hace 16 años vienen señalando los familiares, abogados y compañeros de militancia de Maxi y Darío: las fuerzas obedecen órdenes. “Por experiencia le digo que hay una directa relación entre la decisión política y la actitud policial. No existe esa idea de ‘bueno, son policías, están en la calle y le pegan a cualquiera’. No es cierto y se lo digo después de ser seis años gobernador. La Policía primero sabe cuáles son las órdenes. No disociemos la actuación policial de la decisión política porque eso no es así. No lo comprobé ideológicamente, lo comprobé trabajando”.
“Guerra gaucha”
Las fotos de los camiones tamberos derramando miles de litros de leche a la vera de la ruta en plena “rebelión” de las patronales del campo durante 2008 es una de las postales que perduran en la retina de millones. Simboliza, en una imagen, la determinación y la firmeza que tuvo uno de los sectores más poderosos del país para imponer sus intereses frente a las retenciones móviles que proponía “la 125”. Las cuatro principales asociaciones agropecuarias (Sociedad Rural, Confederaciones Rurales Argentinas, Coninagro y Federación Agraria) nucleadas en la Mesa de Enlace, organizaban lockouts, cortaban rutas con los camiones y amenazaban constantemente con el fantasma de desabastecimiento. Sin embargo los grandes medios y muchos de los políticos que apoyaban el reclamo, en su afán de bañar de épica la cruzada de las patronales del campo, la titularon “la guerra gaucha”.
Uno de ellos fue el propio Solá, que había ingresado a la Cámara de Diputados como parte de la lista del Frente para la Victoria, una vez que su mandato como gobernador terminó en 2007. Solá había ingresado a la función pública como un hombre de campo, comprometido con los intereses de las patronales agrarias, y así lo volvía a reafirmar con su rechazo a la 125. Su actitud le valió la marginación posterior dentro del Frente para la Victoria hasta que cuatro meses más tarde se produjo su salida. “El 14 de marzo (de 2008) empezó la ‘guerra gaucha’, la crisis con el sector agropecuario. Creo que fue un gran error el conflicto con el campo. A partir de ahí yo tomé un camino diferente. Después de votar en contra rompí el bloque” aseguró Solá tiempo después en una entrevista con el diario La Nación.
Junto a otros diputados críticos del kirchnerismo se retiraría del bloque y a comienzos del 2009 presentaría su renuncia. En mayo de ese mismo año, anotaba su nombre como candidato bajo el signo Unión PRO: la alianza entre Francisco de Narváez y Mauricio Macri, por ese entonces Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Poliamor
Si el salto del kirchnerismo a las filas de Macri y De Narváez resultaba llamativo, ahí estaba su historial de pases de un espacio político a otro para demostrar que nada debía llamar la atención: ni lo que había pasado ni lo que seguiría después.
Lo importante del poliamor es blanquearlo con tu pareja. No hacerlo por atrás, como los políticos que se reúnen de trampa. Ah, y el call center se olvidó de mi foto con Macri. pic.twitter.com/Qc6tFjE9qc
— Felipe Solá (@felipe_sola) 25 de septiembre de 2018
El rápido repaso muestra como pasó del riñón cafierista a encontrar su lugar con Menem. Supo abandonar el barco del menemismo justo a tiempo para acompañar a Ruckauf en la fórmula para la gobernación de Buenos Aires, apadrinado por Duhalde. En 2005 rompería con el duhaldismo tras la aplastante derrota que “Chiche” Duhalde sufriera con Cristina Fernández de Kirchner en las legislativas de ese año, y pasaría a ser un hombre alineado con los nuevos dueños del poder político (no sin tensiones) hasta la ruptura del año 2008.
La alianza con Macri y De Narváez fue tan repentina como coyuntural: tras derrotar en las elecciones legislativas de junio de 2009 a Néstor Kirchner con la campaña securitaria de Franciso De Narváez, en octubre esa historia llegaba al final.
El 2010 lo encontró como jefe del bloque del Peronismo Federal, una alianza del peronismo “disidente”, enfrentado con el Gobierno nacional. Eran tiempos donde los partidos de la oposición patronal tejían distintas alianzas parlamentarias y recibían el mote de “Grupo A”.
En el año 2013, las elecciones legislativas motivaron un nuevo salto y Solá aterrizó en las filas del Frente Renovador de Sergio Massa, integrando el cuarto lugar dentro de la lista de Diputados. Tras la victoria en la Provincia de Buenos Aires, Solá logró renovar su banca y fue electo vicepresidente de la Cámara Baja.
De ahí en adelante integró el bloque del Frente Renovador hasta este 22 de octubre pasado, cuando rompió el espacio para fundar Red x Argentina, junto a Facundo Moyano, Victoria Donda y Leonardo Grosso entre otros. La premisa es una sola: trabajar abiertamente en pos de construir una alternativa de “unidad amplia” para vencer al macrismo en 2019.
¿Quiénes son los destinatarios de ese llamamiento? Todos, menos Macri. Así lo viene evidenciando el acercamiento del cual Solá es parte junto a otros sectores del peronismo. Desde los Encuentros por la Unidad que nacieron a principio de año en la UMET hasta su vuelta orgánica al Partido Justicialista, donde ahora integra la Mesa de Acción Política junto a otros dirigentes que también tienen ese “don” de limar asperezas pronto a la hora de los armados electorales.
El jueves 8 de noviembre la sede del PJ porteño de la calle Matheu volvió a recibirlo, junto a Héctor Daer, Hugo Moyano y Fernando “chino” Navarro del Movimiento Evita. Atrás intentan dejar viejos rencores y se suman a la foto del posible armado, mientras insisten en dar un paso más e incorporar a “la mesa de los cuatro”: el espacio que integran Pichetto, Massa, Urtubey y Schiaretti.
Posverdad
En medio de una creciente crisis y con una campaña electoral que ya empieza a calentar motores, Solá busca reconvertirse maquillando su pasado y mostrarse como un candidato presentable para los sectores progresistas, en su búsqueda de ser elegido como candidato presidencial.
Activo en redes sociales, estuvo rápido de reflejos para repudiar el accionar de la Policía de la Ciudad cuando el 18 de septiembre detuvo a Juan Grabois y a otros militantes sociales. Allí afirmó, que “reprimir a los representantes sociales en medio de una crisis es de una irresponsabilidad enorme”. Y aseguró: “En 2002, durante mi gobernación, tuve que dedicar un enorme esfuerzo para contener la violencia policial”. Su responsabilidad y su impunidad en la Masacre de Avellaneda, sin embargo, fueron recordadas por cientos de usuarios.
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Buscando una mayor llegada a estos sectores, el diputado se muestra sobre todo como alguien que busca dialogar y empatizar con la juventud, tuitea que le cuesta familiarizarse con la palabra “skere”, y asegura que “la unidad avanza ATR”.
Pero debajo de esa pose progresista que intenta ganarse la simpatía de miles de jóvenes, el pasado de Solá se mantiene clavado en la memoria de quienes vivieron y sufrieron los monumentales saqueos de los años 90 y del 2001. Un pasado que, frente a nuevos escenarios convulsivos, es obligatorio recordar.