El Ministerio de Derechos Sociales lanzó una campaña con el lema “Basta de distopías”, mientras el Gobierno aprueba unos presupuestos militaristas para cumplir con la agenda imperialista de la OTAN. Mientras tanto, millones de familias que no llegan a fin de mes por culpa de la inflación. La distopía ya está aquí y se llama capitalismo.
Lucía Nistal @Lucia_Nistal
Miércoles 12 de octubre de 2022
Foto: Cartel de la campaña ’Basta de distopías’. - Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030
Si no la habéis visto aún la campaña del Ministerio de Derechos Sociales “Basta de distopías. Volvamos a imaginar un futuro mejor”, no tiene desperdicio. En su vídeo promocional vemos personajes propios de películas distópicas, mientras una voz en off nos habla de ese futuro que imaginamos, un mundo peor, tóxico, con una sociedad desigual, represivo, sin opciones. Para acabar diciendo que todo depende de nosotras, “lo que somos capaces de imaginar es lo que somos capaces de hacer”. Si así fuera, deben tener poca imaginación en el Ministerio de Ione Belarra… Pero vamos por partes.
Cuando pensamos en el mundo del futuro a menudo imaginamos un mundo peor, ¿verdad?#BastaDeDistopías, volvamos a imaginar un futuro mejor 🎥👇 pic.twitter.com/tpgnK1UzCI
— Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 (@MSocialGob) September 14, 2022
Sí, vivimos en un escenario que tiende a la distopía, podríamos decir. Se me ocurren muchos ejemplos. Podemos empezar, para enmarcar la historia, por una escena en la que se nos muestra a las eléctricas vaciando pantanos para enriquecerse mientras sufrimos sequías y no podemos pagar los precios que le ponen a la electricidad, pasamos frío en invierno, calor en verano… Ampliamos el foco y se nos cuenta que los gobiernos capitalistas preparan una nueva cumbre del clima -la COP27- en la que, dicen, van a enfrentar la catástrofe climática, pero la patrocina el mayor contaminador por plástico del mundo, Coca-Cola, y se hará nada menos que en Sharm El Sheikh (Egipto), donde están prohibidas las protestas.
Seguimos; todo esto transcurre en un escenario de guerra y militarismo, con subidas inéditas de los presupuestos de guerra para continuar la pugna imperialista por intereses geoestratégicos y económicos, mientras los muertos los sigue poniendo el pueblo. Además, entra en escena la crisis energética que hace subir los precios, mientras en todo el mundo cada vez es más difícil llenar la cesta de la compra o pagar el alquiler. La cámara se desplaza hacia el Estado español. El gobierno nos dice que ha llegado al rescate con los presupuestos más sociales de la historia. Se multiplican los carteles con sonrisas y aplausos: ¡impuestos a los ricos! ¡presupuestos sociales! Pero tras los carteles de colores vemos nuevas adquisiciones del ejército, los nuevos misiles spike y los modernos tanques Leopard, y detrás de ellos, colas del hambre. Porque en la subida del 27% del presupuesto militar se va íntegro el ridículo aumento temporal de impuestos a “los ricos”, mientras los presupuestos “sociales” están muy por debajo de la inflación y, en realidad, suponen una bajada de la inversión real. Para terminar la escena, una panda de niñatos pijos y acomodados, futuros jueces, CEOs y cargos políticos de la derecha, salen gritando por la ventana de una residencia estudiantil que nos van a follar a todas: “Putas, salid de vuestras madrigueras como conejas”.
¿Os parece lo suficientemente distópico? Y eso que he dejado fuera la pandemia y la criminal gestión capitalista que dejó morir a miles de ancianos en residencias como si fueran subhumanos. Ni una coma me he inventado. Todo real. Así que tal vez deberíamos tener cuidado con llamarlo distopía, porque no es un futuro peor, es un presente capitalista, aunque puede ir a peor. Y, sobre todo, es un presente con responsables. Muchas distopías ficcionales se empeñan en presentarnos las catástrofes como fenómenos naturales que caen del cielo -hay mil ejemplos, el último que me viene a la cabeza es la serie española “Apagón”, recién estrenada-. Así no hay manera de evitarlas, ni responsables que señalar. Pero la realidad no es así, sabemos que detrás de la crisis energética (y climática) hay grandes corporaciones lucrándose y gobiernos legislando para ellas.
Todo esto, claro, no aparece en el vídeo del Ministerio de Belarra. Ni mucho menos explica la responsabilidad de su gobierno, que sigue desviando fondos europeos para las grandes empresas contaminadoras, que realiza campañas bochornosas para subir la edad real de jubilación – “La nueva ley te permite seguir trabajando más allá de tu edad de jubilación”, dice el vídeo, como si fuera una buena noticia-, que no sube los salarios y pensiones por encima del IPC, que no deroga la ley mordaza para que no nos repriman por protestar contra todo esto.
Ya decía Francisco Martorell en su recomendable ensayo Contra la distopía que, efectivamente, vivimos en tiempo de superávit de distopias y déficit de utopías, lo que nos lleva a un fatalismo paralizante Y está bien señalarlo, “pero si no lo llenamos de contenido, dicho dictamen acabará rotulando alguna película de Disney, campaña de la UNESCO o entradilla de Vanity Fair”. Será estéril, dice. Y eso es la campaña contra la distopía del Ministerio de Derechos sociales, sino más bien el enésimo intento de lavado de cara del gobierno. Por eso, como dice Martorell, es tan importante preguntarnos el origen de la situación y de qué forma beneficia a los intereses dominantes. Hay que señalar los responsables, añado yo, y plantear una alternativa.
La cesta de la compra ha subido más que en los últimos 34 años. Los supermercados han subido los precios más de un 15% y cada vez es más difícil hacer la compra con un salario o una pensión que queda minúscula por la inflación. Las eléctricas siguen enriqueciéndose de manera obscena, la banca (archirescatada con dinero público), también. El sistema de salud sigue en estado crítico, ni después de una gran pandemia se ha reforzado (recordemos que la mínima subida del presupuesto en términos brutos no alcanza la subida de los precios), los servicios sociales no dan abasto. Es decir, lo de siempre, pero en circunstancias más críticas: militarismo, inflación, crisis… y las grandes empresas se enriquecen a costa del empobrecimiento de las mayorías, la clase trabajadora paga la crisis.
Si queremos acabar con esta “distopía”, con esta gestión irracional de los recursos que prioriza el enriquecimiento descontrolado y absurdo de unos pocos por encima de el sostenimiento de unas condiciones dignas de vida de la mayoría, tendremos que plantear medidas a la altura. Medidas racionales, lógicas. Como expropiar las eléctricas sin indemnización y ponerlas bajo gestión democrática de sus trabajadores y de usuarios, para que puede haber energía accesible a las mayorías y una verdadera transición hacia una matriz energética sustentable y diversificada. Como expropiar la banca sin indemnización, para que deje de hacer negocio a costa de dejarnos hasta sin casa -poco se ha hablado de las enmiendas del PSOE que permiten el desalojo exprés-. Como, en definitiva, poner los recursos bajo control obrero, al servicio de las mayorías y de la preservación de nuestro planeta.
¿Es utópico imaginar un mundo en el que no haya multimillonarios a costa de la explotación de las mayorías, en el que no se destruya el planeta para aumentar los beneficios de grandes empresas, en el que no se use a la población como víctimas colaterales en guerras por los intereses de oligarcas y Estados imperialistas? Donde no haya casas vacías y gente sin casas, donde no haya que esperar meses para tener una cita con el especialista médico, donde los trabajadores asociados planifiquen racionalmente la producción, donde nadie pase hambre habiendo comida para todos. Algo tan básico como eso. Tal vez suene utópico, porque supone romper los marcos de lo establecido, pero no lo es. Necesitamos recuperar la capacidad de imaginar otro mundo, salirnos de lo existente. “Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños”, dijo una vez Lenin. Y nuestro sueño es el socialismo.
Frente a la distopía capitalista, lo que urge es superar la desilusión que sembraron quienes prometieron “asaltar los cielos” y terminaron siendo ministros de un gobierno imperialista. Por eso nos organizamos. Para construir una alternativa política que luche porque la clase trabajadora recupere la confianza en sí misma. Porque es la clase que lo mueve todo y puede pararlo todo, transformarlo y construir un mundo nuevo sin explotación ni opresión. Por ahí pasa ese futuro mejor. Y no se va a conseguir con sus agendas políticas ni desde sus ministerios. Se va a conseguir con lucha de clases.
Lucía Nistal
Madrileña, nacida en 1989. Teórica literaria y comparatista, profesora en la Universidad Autónoma de Madrid. Milita en Pan y Rosas y en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT).