La película de Paolo Sorrentino está nominada como mejor film extranjero para los premios de la Academia de 2022
Diego De Angelis @DieDeAngelis
Viernes 11 de marzo de 2022 14:23
Un notable plano secuencia es el puntapié inicial de Fue la mano de Dios (È stata la mano di Dio, 2021), la última película del director italiano Paolo Sorrentino (L’uomo in più, 2001; Il divo, 2008; La grande bellezza, 2013, entre otras). La cámara sobrevuela, desde un helicóptero, una parte del Mediterráneo, se acerca despacio a la bahía de Nápoles y finalmente se aleja hasta perderse en el horizonte. El despliegue no es solo visual. El bullicio es una marca registrada de la ciudad del sur de Italia y Sorrentino no demora en exponerla. La escena siguiente refrenda esa característica, pero a su vez proporciona lo que esa manifestación sonora disimula. Mientras se produce una detonación de fuegos artificiales, una marea de automóviles espera detenida que el tránsito avance, se escucha una sinfonía de bocinazos, la cámara registra los rostros consumidos por el mal humor de conductores desanimados ante una inmovilidad que pareciera ser eterna. El desencanto se erige como contrapartida de la disposición festiva que define, a priori, el estado anímico de los napolitanos. El comienzo funciona entonces como un velado anticipo de la trayectoria narrativa que desarrolla el nuevo film de Sorrentino, ya premiado en Venecia y nominado a mejor Película Extranjera en la próxima edición de los Premios Óscar.
El director de La grande bellezza se ocupa esta vez de Nápoles, la historia transcurre durante la década del ochenta (la condición autobiográfica de la película es evidente y reconocida por el propio autor, pero eso no tiene, en definitiva, ninguna importancia). El protagonista es Fabietto Schisa (Filippo Scotti), un joven que espera con enorme expectativa, la misma que demuestran todos los habitantes de la ciudad, la posible llegada de Diego Maradona al SSC Napoli. Como no podía ser de otra manera, si de Nápoles se trata el asunto, la figura de Maradona se cierne, a veces de un modo concreto -con apariciones fugaces-, otras de un modo especular -mediante secuencias televisivas-, sobre el devenir de los personajes. Sin ir mas lejos, una cita de Maradona inaugura la película, en tanto homenaje y dedicatoria, pero acaso también en tanto símbolo del carácter contradictorio -léase maradoniano- de la identidad de un pueblo.
“Mirar es lo único que sé hacer”, confiesa en algún momento Fabietto. Y, efectivamente, no es otra cosa lo que hace. El protagonista dirige su mirada, en primer lugar, hacia el círculo de sus afectos más íntimos. Observa con devoción y cariño a su padre Saverio (Toni Servillo), un paterfamilias cínico y burlón; a María (Teresa Saponangelo), su amorosa madre, cuyo mayor entretenimiento se basa en gastarle bromas a las personas que la rodean; a Marchino (Marlon Joubert), su hermano mayor, quien desea convertirse en actor pero no tiene demasiada suerte (ni al parecer demasiado talento), ni siquiera para convertirse en alguno de los cuatro mil extras de una película de Fellini (en el cine de Sorrentino, Fellini pareciera funcionar no mucho más que como referencia).
Como es de esperar, una tropa de tías y tíos acompaña al núcleo familiar. Una serie de personajes dibujados por el trazo grueso del estereotipo, cada uno de ellos objeto del escarnio constante y sonante (ya sea por gordos, feos, sucios o malos). La excepción es la voluptuosa tía Patrizia (Luisa Ranieri), siempre dispuesta a desnudarse en cualquier lugar y circunstancia para el regocijo embelesado del clan masculino.
Nada nuevo bajo este sol. En la primera parte de la película, Sorrentino no pierde oportunidad para dar rienda suelta a su irrefrenable afán por subrayar el grotesco de la liturgia familiar. Presa de una banalidad extrema, la lógica es conocida: Saverio hace los chistes -ramplones, triviales, invariablemente crueles- y la familia se ríe y festeja. Acto seguido, como una tregua a su desparpajo, el relato se detiene sobre aquello que el montón de humoradas encubre: una frustración silenciosa. De pronto, la puesta en escena se acomoda en la seriedad (al menos hasta que vuelva a surgir el próximo bromista), un personaje suelta alguna reflexión pretenciosa (sobre la familia, el cine o la soledad) y la música custodia la solemnidad que exige la circunstancia.
Sin embargo, un acontecimiento trágico altera el tono de Fue la mano de Dios . A partir de ese momento, tal como sucede con el protagonista, el film se ensombrece ligeramente y Sorrentino encuentra una cuerda que toca mejor, con mayor delicadeza y sensibilidad. Acaso las mejores escenas de su nueva película se encuentren precisamente en esa segunda parte: la relación con su hermano, su iniciación sexual, un viaje a Strómboli, la amistad que establece con un entrañable malandrín napolitano. Fabietto comienza a tomar un poco de distancia de su entorno y el cineasta italiano se desprende, por esta vez, de sus caprichos.
A pesar de los festejos por un gol extraordinario o la inédita conquista de un campeonato, ante la mirada del joven se revela el desencanto. Así como también un descubrimiento capaz de conjurarlo: el cine. Testigo taciturno y solitario, Fabietto abandona su tierra natal pero sin renunciar a sus melodías. Es probable que en el futuro sea el encargado de filmar lo que deja atrás para siempre: la intimidad de una familia y, sobre todo, la historia de una ciudad y sus santos queridos.
Ficha técnica:
Elenco: Filippo Scotti, Toni Servillo, Luisa Ranieri, Teresa Saponangelo, Marlon Joubert, Lino Musella, Renato Carpentieri, Ciro Capano.
Dirección: Paolo Sorrentino
Guión: Paolo Sorrentino
Fotografía: Daria D’Antonio
Música: Lele Marchitelli
Dirección de arte: Saberio Sammali
Edición: Cristiano Travaglioli
Duración: 130m
País: Italia
Año: 2021
Diego De Angelis
Nació en Buenos Aires en 1983. Licenciado en Letras en la UBA, escribe sobre literatura y cine en diferentes medios. Programa y coordina el ciclo "Cine para lectores".