Redes sociales, medios de comunicación, terapia, encuentros entre amigos y amigas, en todos surge el mismo tema: ¿Qué pasa con las relaciones después de la Pandemia? ¿Y por qué definiciones como "ghosting", "orbiting", "gaslighting" se convirtieron en frases qué para hablar de lo que nos pasa?
Un poco de contexto
Desde el 2015 y a partir del surgimiento del #NiUnaMenos, seguido por la irrupción de la "marea verde", donde los movimientos de mujeres volvieron a entrar en escena de forma masiva en Argentina y otros países del mundo, se volvió a poner en el centro las expresiones de desigualdad que vivimos cotidianamente, muchas de ellas reproducidas por el Estado. En nuestro país, la conquista de la Interrupción Legal del Embarazo fue un hecho clave que marca esta época. Este nuevo auge del movimiento de mujeres y diversidad sexual nos llevó a encuentros, movilizaciones y discusiones colectivas tanto en ámbitos públicos, en nuestros lugares de estudio y trabajo, como en el ámbito privado, con nuestras parejas, amigos, amigas, y familias. A partir de este proceso, no es extraño que los modos de vincularnos hayan dado lugar a nuevos cuestionamientos.
Pero la continuidad de esta experiencia colectiva tuvo (y tiene) dos obstáculos. El primero, y tal vez más objetivo, fue la pandemia. Con la cuarentena, el encuentro con otros y otras en esos espacios donde habíamos conquistado un punto de apoyo para construir ideas y debates colectivos, se interrumpió. Las clases pasaron a ser virtuales, los espacios culturales y sociales se cerraron, algunos trabajos adoptaron la modalidad virtual (quienes pudieron), y al crecer la informalidad laboral en un país en crisis, con pluriempleo y la precarización a la cabeza, la posibilidad establecer relaciones con nuestros compañeros y compañeras de trabajo se puso difícil. El segundo, y más político, fue la institucionalización de ese gran movimiento, expresado en la creación del Ministerio de Mujeres, Diversidad y Género.
Pero ni la Pandemia ni el esfuerzo de quienes buscan cerrar los cuestionamientos más profundos que emergen de este movimiento (social y político), lograron darle respuestas a varias preguntas. Y cada vez más las redes sociales son un canal de expresión. Entonces, ¿Qué dicen las redes sobre los problemas que aparecen cuando nos relacionamos?
Manuales para la buena conducta
Nos comunicamos en las redes, expresamos las cosas que nos gustan y las que no en ese medio, buscamos nuevos amigos y relaciones, e interactuamos con las que ya tenemos en las redes. Volcamos el malestar, o nuestros conflictos vinculares, también en ese espacio. Cómo diría Eva Illouz, en su libro "Intimidades Congeladas, las emociones en el Capitalismo", nuestro yo propio (o identidad) se convierte en una representación pública (virtualizada), dándonos la posibilidad de que emerjan emociones, sentimientos y también romance.
Es por esto, que (aún sin dejar de cosechar detractores en el camino) la búsqueda de respuestas a los obstáculos vinculares, también pasan por las redes.
"Ghosting" es una de las palabras más buscadas en Google durante la última semana, y esta tendencia se mantiene. Al parecer suponemos que tenemos un consenso compartido de qué significa el ghosteo: cuando alguien con quién interactuamos, nos vimos, salimos o tuvimos una onda y de un momento a otro dejan de comunicarse con nosotros. Sin embargo, al ser una definición tan general puede dar lugar a dudas e interpretaciones más subjetivas.
Y cómo definir qué es ghosteo y que no es una duda frecuente, entre todas las respuestas posibles, apareció la psicología "mainstream" (o psicología positiva o del bienestar), exponiendo su interpretación de las cosas. Abundan posteos, artículos de diarios y un par de libros con títulos como "Qué hacer si te ghostearon", "Que es el ghosting?". Más o menos todos te presentan una propuesta donde podés elegir entre dos opciones: o la responsabilidad es tuya, y por ende abundan los tips, consejos, e indicaciones de como manejarte para que la próxima vez no te pase (y tengas todas las red flags en alerta). O la culpa es del otro (donde el problema de no poder comunicarse adquiere características psicopatológicas "psicóticas" o "perversas narcisistas").
Y aunque los dos caminos parecen distintos, el modo de resolver el problema es el mismo: evitar el conflicto y la confrontación. Y tal vez la próxima, si trabajas en las "claves" propuestas para desarrollar modelos "ideales" de afrontamiento, te vaya mejor.
Estamos buscando posibles respuestas a los límites de las relaciones, y ¡bienvenidas sean las propuestas! Pero no necesitamos de "manuales para la buena conducta" en una sociedad que a través de sus plataformas te quiere vender constantemente modelos "ideales" de vida: dónde trabajar, qué estudiar, cuál es el mejor deporte, a dónde tenés que viajar, comprar tu ropa y hasta comer. Y encima, cómo vincularnos.
Las respuestas que nos ofrece el mercado (sí, hay un mercado detrás de esto) para "mejorar" nuestro comportamiento vincular, reproducen generalmente dos tipos de sesgos: de género, orientados sobre todo a las mujeres, y de clase, dando por supuesto que todas y todos podemos acceder a los mismos recursos, o que partimos de los mismos conocimientos, de las mismas experiencias de vida, herramientas, tiempo y recursos. ¿Podemos todas y todos hacer los mismos procesos de reflexión, de la misma forma y en los mismos tiempos? O para ser más concretos, ¿Todos pueden ir (como proponen) a terapia para iniciar un proceso de autorreflexión y análisis de los vínculos? (Porque sí, todo manual de la buena conducta siempre termina en terapia).
Lo que no te dicen estos "manuales" es que las relaciones son mucho más que dos partes accionando y reaccionando (como si fuéramos computadoras) a los estímulos que se nos presentan. Las emociones y vivencias se dan en contexto, y como diría Vigotsky en "Teoría de las Emociones", aprendemos sobre ellas y sobre afectos en y con los otros. Analizar las relaciones, aisladas de nuestras experiencias previas y del momento, situación y forma en la que se dan, aisladas del contexto social (que reproduce determinadas formas de vínculos) donde se dan, nos puede llevar a reducir los vínculos a solo una suma de comportamientos. Para permitirnos pensar por qué estamos atravesados y atravesadas por las contradicciones de la época en la que vivimos, y cómo esto se cuela en la construcción de lazos sociales, necesitamos profundizar en el problema para buscar respuestas más integrales y no solo modificaciones de la conducta basándonos en "pasos a seguir" estandarizados.
Entonces si la virtualización de los vínculos en el último tiempo aumentó los problemas para relacionarnos, mientras las redes se convirtieron en una de las vías privilegiadas para plantear esto, tal vez tenemos que apuntar un poco a entender que pasa ahí y cómo se relaciona con lo que nos pasa fuera de ese "mundo virtual". Y por qué las respuestas que nos dan son insuficientes.
¿Qué onda las redes sociales?
Con la extensión de Internet, surgió una nueva configuración sobre la cual se pueden construir lazos sociales: las apps de citas. Esta herramienta, que la conocemos todos y todas, nos dio la oportunidad de conocer personas nuevas, vivir experiencias, y para algunos y algunas también formar pareja. Y aunque "LatinChat" y "Badoo" sea algo que solo conocemos los millennials (y por suerte avanzó la tecnología), sus nuevas versiones las conocemos bien todos y todas: Tinder, Grindr, OkCupid, Instagram, Facebook, Tik Tok, por ejemplo.
Podemos describirlo como un "menú" dónde las personas tienen que desarrollar una "propuesta para venderse". Es decir armarse un perfil donde se atribuye una lista de rasgos de personalidad, atributos y cualidades (laborales, académicos, sociales), intereses (musicales, culturales) o actividades (hobbies), con el objetivo de ser "elegido". Y quizás lo único que haya cambiado es que la imágen (o sea la descripción gráfica de nuestro cuerpo, lo que hacemos, lo que comemos, a dónde vamos y con quiénes), tiene cada vez más importancia. Un poco más de oferta y demanda en la sociedad capitalista, donde autoras como Illouz ya nos han advertido que "El encuentro virtual se organiza literalmente en la estructura del mercado".
En sus cuestionamientos plasmados en "Intimidades Congeladas", Illouz menciona que podemos criticar las lógicas de consumo y mercantilización de los cuerpos en las aplicaciones, sin embargo, siguen existiendo y en incremento. Entonces, ¿qué nos lleva a seguir usando estos espacios?
Una posible respuesta es el empuje a la inmediatez en una época donde el tiempo no abunda. Queremos todo ya, de la forma más rápida: un resultado, un encuentro, una respuesta, una definición, una relación, todo está al mismo nivel, y lo hacemos mientras interactuamos de forma inmediata con el otro: fueguitos, corazones. "El que no te escribe es porque no quiere". Entonces empezamos a medir el encuentro (y desencuentro) con otros y otras, y la construcción de esas relaciones con la misma vara esperando respuestas más rápidas, más frecuentes, interacciones más constantes, reafirmación con likes, mensajes de WhatsApp y posteos de fotos, como valores cuantitativos y cualitativos que nos dan un termómetro de "cómo avanza nuestra relación". Pero cuando eso no surge de la forma que esperamos, lo definimos y le asignamos una impronta negativa: por ejemplo si alguien mira tus redes sociales pero no te escribe, te está haciendo orbiting (o sea dando vueltas cuál planeta al sistema solar -porque claro- el centro sos vos). Cómo contradicción, también esperamos que los sentimientos y emociones, las formas de transmitirlos y tomar decisiones, se den con esta misma dinámica.
La realidad es que en el proceso de nombrar qué nos pasa cuando encontramos un obstáculo, no inventamos nada nuevo, porque definiciones como ghosting u orbiting, ya se plantearon en los 2000 como formas de expresar lo que pasaba en las páginas de citas, en los "Match" que no prosperaron, o en las visualizaciones de los perfiles sin establecer contacto. Y aunque sobre todo estas definiciones las utilizamos para los encuentros que surgen exclusivamente de la virtualidad, a veces se nos escapa y generalizamos aplicándolo también en relaciones ya construidas sobre la base de experiencias, acuerdos, consensos y diferencias sostenidas en otros plazos de tiempo y vivencias compartidas. Peor aún, empezaron a aparecer como formas de mencionar problemas en otras áreas, por ejemplo el ghosting laboral (cuando no te llaman después de una entrevista).
Ghosting, y más de -Ing.
Es un debate del momento y nos da la impresión de que abunda porque de pronto se convirtió en la forma privilegiada de definir el rechazo. Hay tanto énfasis ahí que pareciera ser el único obstáculo que tenemos a la hora de relacionarnos. Pero veamos que pasa en concreto en esta dinámica.
En el ghosting, se dan dos movimientos: por un lado la acción concreta de perder el diálogo con el otro. Por el otro, qué emociones y sentimientos despiertan esa experiencia. En los vínculos de la esfera de la vida privada, la tendencia al analizar la acción del que ghostea se puede reducir solamente a un comportamiento individualista, y esta forma de actuar la percibimos como una respuesta dirigida casi exclusivamente a nuestro yo (ME ghostearon). El ghosting es una acción-respuesta, y como tal aparece en lugar de otra acción-respuesta que no se pudo llevar adelante: la acción del diálogo y la respuesta del no (me interesa, quiero, tengo ganas, o me gusta). Por un lado, parece que el "no" es una palabra prohibida en la ilusión de que podemos poseer todo (experiencias, bienes, recursos, e inclusive vínculos) y para hacerlo estamos abiertos a "mandatos de autocambios y autorrealización" (Illouz) para conseguirlo. Por otro lado, en esa dificultad de poner en palabras lo que se quiere y lo que no, o elegir de qué forma comunicarlo, aparece otra contradicción: la de hacerse cargo tanto de lo que uno hace o qué hace con eso que nos hicieron. Buscamos respuestas externas, porque la gestión de nuestras emociones en el capitalismo, se han convertido en otro terreno más de análisis, examinación, objetivación y mercantilización: se espera que a determinadas situaciones, tengamos sentimientos predeterminados estableciendo que nos debe hacer: mal o bien.
Las formas y modalidades en las cuales construimos nuestras relaciones no son ajenas a la subjetividad, ideología y emociones hegemónicas (plasmadas en la búsqueda de situaciones placenteras constantes) de la época en la que vivimos. Por esto, aún cuestionando la superficialidad que atraviesan a algunas relaciones y sus formas de medir el encuentro y desencuentro, podemos terminar reproduciendo dinámicas que refuerzan esos comportamientos subjetivos. Las relaciones superficiales no solo llevan en sí contradicciones de la comunicación, también están permeadas por un contexto social, económico y político donde la tendencia a la individualización de los problemas y cuál es la mejor salida (individual o colectiva) está en disputa. Mientras existan tendencias individualistas en la sociedad, profundizar nuestros vínculos (familiares, de pareja y amistad) será en contra de la corriente y también en contra de la espera de respuestas alternativas.
Pero la construcción de relaciones tampoco es algo que recae solamente en la voluntad del deseo. Todo vínculo, para llegar a conocerse, poder compartir experiencias, encontrar intereses en común y construir sus propios acuerdos, necesita tiempo y cabeza. Cada experiencia es un proceso en sí mismo, por eso aunque los manuales con pasos a seguir, de que debemos hacer, cómo debemos responder y también qué emociones se esperan de nosotros se sigan expandiendo en las redes, los problemas se siguen repitiendo. No existen recetas universales. Por suerte, todos y todas somos diferentes y nuestras vivencias y experiencias no pueden protocolizarse.
El mercado del deseo existe, y los discursos del sentido común (o capitalista) te dicen que podés tener a quien quieras, de la forma que quieras, en el menor tiempo posible y vivir una experiencia que siempre debe ser positiva, única e irrepetible. Este es el modelo, que muchas veces vemos reflejado en las redes sociales, y también en las soluciones que nos proponen cuando no podemos llevar adelanté estos proyectos. La experiencia en la realidad, es un poco más compleja, y ahí aparecen los límites en la búsqueda de soluciones estandarizadas.
Te tiro una indirecta por Instagram
¿No notan que hay un empuje constante a qué las redes sean nuestra principal vía de comunicación? Manifestamos todas nuestras vivencias positivas abiertamente, pero sin embargo aquello que nos molesta lo expresamos de forma "indirecta" por ejemplo con un meme o reel (sabiendo que, siempre está dirigido a otro).
La confrontación, esa que quieren evitar "los manuales de la buena conducta" y si es "face to face" peor, es cada vez menos frecuente, y contradictoriamente después nos plantean como valor central para construir un "vínculo saludable" (empático, libre de violencia, recíproco, etc) la comunicación. ¿No nos estaría faltando una parte de ella?
Cuando decidimos vincularnos en y desde estos espacios, generalmente tenemos algunas "alertas" en mente; existen cuestionamientos al lugar de consumo que se le asigna, por ejemplo las imagen de las mujeres, sabemos sobre los modelos hegemónicos de belleza que allí se reproducen y también estamos advertidos y advertidas sobre perfiles falsos frente a los cuales resguardamos nuestra seguridad. Sin embargo, mientras intentamos poner distancia entre nuestro "yo" virtual y el real, lo hacemos en un pasaje constante de ser un objeto (un perfil) a un sujeto (al que le pasan cosas cuando interactúa). Y a veces las cosas, lamentablemente, se mezclan, y el registro de los otros y cómo son afectados o no por nuestras interacciones virtuales, se pierde.
En el afán de "objetivar" cada vez más las dinámicas de las redes, en algún momento comenzamos a basarnos solo en la experiencia (qué nos pasa con el encuentro/desencuentro con otros), como momento central de análisis. Y acá entran en juego las emociones.
Al individualizar nuestros problemas en las relaciones (preguntándonos poco si actúan así solo con nosotros y nosotras o es una dificultad para vincularse en otros ámbitos más allá de la pareja), terminamos poniendo el eje en la búsqueda de respuestas sobre todo subjetivas. Por ejemplo ponemos el acento en que ME pasa con eso que EL otro (me) hizo. El "nosotros" como proceso y no estando solo reducido a una dinámica de acción y reacción, suele estar ausente. Con el ghosteo, podemos sentirnos mal pero ante ese malestar (que esconde en el fondo cierta frustración de no haber sido elegidos o elegidas) parece ser que tenemos dos respuestas predeterminadas: nos responsabilizamos de la acción del otro y ponemos en cuestión nuestra valoración personal y autoestima, recayendo muchas veces en un discurso que nos ubica, sobretodo a las mujeres, como "víctimas" del ghosteo, o la otra es responsabilizar puramente al otro, y trasladar esta experiencia a una visión negativa totalizante de esta persona, que en expresiones extremas nos llevarían a la cancelación. Interpelar al otro, buscar una respuesta, poner un límite, o cuestionar directamente la situación que pasó, no aparecen como la respuesta más frecuente.
Pero, el o la que esté libre de…. diría un dicho, y aunque hagamos un esfuerzo cotidiano por intentar evitar estás experiencias, es probable que nos pasen o que nosotros se las hayamos hecho pasar a otros. Lo importante, tal vez, es reconocerlas y pensar cómo nos gustaría actuar ante los errores del otro, sin negar la posibilidad de que la confrontación sea en algunos momentos una herramienta necesaria (y adecuada), pero también pudiendo comprender todas las aristas que nos llevan a accionar en formas contradictorias (y a veces generando malestares propios y ajenos). La confrontación es también necesaria para construir relaciones, y un "no" también es comunicarse.
Mucho más que dos
Toda relación que se construya en este momento va a estar atravesada, y tendrá que enfrentarse a las las contradicciones de esta época: las tendencias a la inmediatez y búsqueda de resultados positivos, la superficialidad, la individualidad y el utilitarismo mercantilista (hacer algo a cambio de otra cosa). Las formas de vincularnos se reproducen de una generación a otra, y aunque a veces cambian sus formas y emergen cuestionamientos, por ejemplo al matrimonio como proyecto central de vida, las relaciones siguen estando atravesadas por mecanismos sociales que mediante los valores e ideologías, y emociones establecidas empujan la construcción de sentidos comunes individualistas, competitivos y meritocráticos, los cuales pueden calar en nuestras acciones y decisiones.
Que las relaciones, sus límites y contradicciones están siendo cuestionados, es un gran punto de apoyo para aprender de nuestras experiencias, en sus versiones más extremas los vínculos abusivos, agresivos y/o machistas generan cada vez más rechazo. Allí, el movimiento de mujeres y diversidad sexual tuvo mucho que ver. Es, rescatando está experiencia colectiva en la cuál podemos apoyarnos para ir un paso más allá en nuestros cuestionamientos. Los debates abiertos, críticas y aportes en pos de mejorar nuestras relaciones cotidianas, podemos hacerlo en simultáneo pensando un horizonte, de transformaciones sociales, mucho más amplio.
En definitiva, la propuesta es a no conformarnos con que las relaciones de pareja sean solo (y los únicos ) "lugares seguros" desde donde resistir, sino que enlazados con cuestionar todos nuestros otros vínculos y potenciarse en el encuentro colectivo con otros y otras, podemos pensar otras posibles respuestas y desnaturalización de esos sentidos comunes y contradicciones que se reproducen en esta sociedad donde estamos intentando vincularnos. Allí, no alcanza con buscar nuevos lenguajes, y formas de mencionar las vivencias que implican un desencuentro en la construcción de nuestros vínculos, ni mucho menos generalizar estás interpretaciones a todos los ámbitos de la vida cotidiana. Si la respuesta "mainstream" está basada en la modificación de "conductas, emociones y sentimientos" para que nuestras relaciones "encajen mejor" en este sistema social, tendremos que inventar nuevas posibles formas de respuesta para verdaderamente apostar a la transformación de los vínculos interpersonales, sus valores, dinámicas, ideas y perspectivas.
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