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Red Internacional
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Polémica. Grobocopatel, Grabois y un debate sobre el modelo productivo

El pasado Viernes Juan Grabois compartió un panel con Gustavo Grobocopatel, en el marco del Segundo Encuentro Nacional de la Red de Intercambio Técnico con la Economía Popular. Analizamos algunos de los ejes centrales del debate.

Lunes 25 de abril de 2022 00:21

Foto: La Voz.

Foto: La Voz.

La charla-debate entre Grabois y Grobocopatel, que se desarrolló en la UNC dejó bastante para analizar. Los ejes que atravesaron el debate, a saber, el modelo sojero y sus contradicciones, la posibilidad de "ser feliz" y los modelos de producción alternativos, merecerían una nota específica cada uno para poder desarrollarlos en profundidad. Aquí nos vamos a referir sólo a algunos aspectos centrales y a un cruce polémico entre un docente de la UNC que fue tildado de "trosko" por Grabois, por cuestionar los puntos de acuerdo entre "Grobo” y el dirigente de la CTEP.

El Segundo Encuentro Nacional de la Red de Intercambio Técnico con la Economía Popular contó, además, con la presencia de autoridades de la UNC, encabezado por el rector Hugo Juri; del Gobierno nacional, como el ministro Juan Zabaleta o el secretario de asuntos estratégicos Gustavo Béliz; y por parte del oficialismo provincial, la senadora Alejandra Vigo. El debate entre Grabois y Grobocopatel fue moderado por Juan Marcelo Conrero, ex decano de Ciencias Agropecuarias e impulsor en su momento de un acuerdo con la multinacional Monsanto.

Productividad y "capitalismo feliz"

Un aspecto importante del debate fue sobre la noción de productividad. Fue Grabois quien denunció la "productividad" de la soja, como insignia del modelo agroexportador. La denuncia fue correcta acerca de las consecuencias ambientales y cómo la frontera agropecuaria afecta a las comunidades originarias: el ejemplo fue la comunidad Wichi en el Chaco. El dirigente de CTEP contrapuso éste modelo a aquel de las producciones fruti-hortícolas de pequeños y medianos productores, sin que ello planteara un cuestionamiento profundo al modelo agroexportador, sino proponiendo la convivencia de ambas formas, algo que dejaron en claro ambos, qué es el plan a futuro. Las denuncias de los "pasivos ambientales" como los desmontes (a lo que podríamos agregar la degradación de los suelos, las consecuencias hídricas y demás) no encuentran salida de fondo cuando la concentración de ese negocio se da en pocas manos y varias de ellas extranjeras.

Uno de los ángulos que escogió Grabois para el cuestionamiento de la “productividad” fue la "infelicidad". El referente de llegada estrecha al Papa Francisco se refirió a los trabajos formales en el capitalismo y cómo la productividad -entendida en términos de aumento de los ritmos de trabajo- también impacta en la calidad de vida. Pero la salida, bajo los términos que él plantea, no puede ser solamente la mejora del ánimo dentro de trabajos "más agradables". La productividad entendida en esos términos de mayor o menor "felicidad" está lejos de discutir lo que sucede actualmente, en la sociedad capitalista mundial y en Argentina en particular (y donde el Gobierno al que apoya Grabois también tiene una importante responsabilidad), donde los ritmos de trabajo son cada vez mayores, donde el subempleo aumenta cada vez más y donde la precarización es moneda corriente para amplios sectores de trabajadores, sobre todo la juventud, como correlato de un aumento de la pobreza, situación en la que difícilmente haya quienes elijan qué trabajo aceptar o no. Discutir en términos abstractos, sin discutir salidas dónde no haya un régimen social de explotación, es abordar superficialmente la realidad de los ritmos laborales y limitar la discusión a lo posible dentro de un sistema que se sostiene, estructuralmente, a partir de esa explotación.

El modelo defendido por Grobocopatel y el agropower -que apunta a la primarización de la economía nacional con alianza directa con el capital internacional- es parte de lo que impide un desarrollo de la producción planificada al servicio de las necesidades del conjunto de la población, permitiendo generar empleo con todos los derechos laborales garantizados y de manera armónica con la naturaleza. ¿Qué posibilidades de felicidad hay con un modelo capitalista que ha generado el 40% de pobreza, miseria y desocupación para que las riquezas producidas las disfruten las pocas familias más ricas del país responsables de estos grandes negocios?

A su turno Grobocopatel (mejor conocido como "el rey de la soja") dijo coincidir con Grabois sobre que la productividad debe ser medida en términos de la felicidad (o lo que cada uno entienda por ella, en sus palabras) y acordó con los impactos ambientales, pero se desligó de responsabilidades al hablar de que el problema es el de un "Estado" que no controla. Podría sonar hasta gracioso que el responsable de uno de los principales grupos de explotación de la soja y ahora de servicios para el agro hable sobre el rol del Estado cuando las empresas del agronegocio desarrollan -y lo han hecho desde siempre- un poderoso lobby para la extracción de grandes ganancias sin control alguno o trabas por parte del mismo Estado. Además, el empresario habló sobre la necesidad de un "orden" para la productividad, donde llegó a señalar que, entre otras causas, los cortes de calle son las que la afectan directamente.

Para cerrar habló de la necesidad de modernizar la producción agrícola en Argentina de la mano de la tecnología (siendo él uno de los principales proveedores) y la posibilidad de integrar el mundo sojero con la agricultura familiar. Todo en los términos de intentar racionalizar y hasta humanizar el capitalismo que defiende. Desde ya las palabras "felicidad" y "productividad" en manos de Grobocopatel seguro tienen otro significado que el que podrían tener para cualquier trabajador que no puede llegar a fin de mes y cada vez siente más los ritmos de trabajo.

¿Una sociedad entre agronegocios y agroecología?

El diálogo entre Grobocopatel y Grabois fue derivando a la posibilidad de encarar acciones comunes, a la posibilidad de una coexistencia entre el agronegocio y la economía popular.

Grabois afirmó: “Yo no creo que la función de la economía popular sea ser productiva, tenemos que construir una nueva forma de vivir, no una competencia con la locomotora suicida de la economía capitalista (…) podemos competir en no generar los pasivos ambientales (…) estuve por el Refugio Libertad o Villa Ciudad Parque y tenés algunos emprendimientos agroecológicos que no van a resolver el problema de la alimentación de todo el pueblo argentino, pero si de un sector.”

De forma directa, también Grobocopatel se expresó en ese sentido minutos después: “Esta es lo que podría decir, mi agenda oculta. En ese modelo del siglo XXI, una de las cosas de este modelo es la integración entre los agronegocios, sojeros, con la agricultura familiar agroecológica. Esa integración se tiene que dar en las ciudades del interior y yo creo que puede ser una asociación virtuosa.”

Esta sintonía entre los planteos de ambos panelistas, habilitó, al momento de las preguntas del público, el cuestionamiento de un docente allí presente. “Asistía a un debate sobre dos formas de pensar y lo que advierto es que hay una especie de sociedad (…) conozco que la siembra de soja es el sistema soja. Implica veneno, implica muerte (…) implica también una pésima calidad de la alimentación. Como docente de la universidad siento un poco de vergüenza de que alguna manera se legitime esta sociedad con esta charla”, señaló el profesor.

La respuesta de Juan Grabois a este cuestionamiento adquirió rápidamente la forma de una chicana: “¿Dónde está el fierro, dónde tenés el arma?”, preguntó desde el escenario. “ Porque vos vas a destruir el modelo de Grobocopatel, el modelo sojero?¿Vos vas a destruirlo? ¿Te da la nafta?”, completó. El docente, desconcertado, respondió que él estaba planteando con respeto una pregunta. Ante eso, Grabois agregó: “Vos dijiste que hay una sociedad, una sociedad es un negocio, yo no tengo ninguna sociedad, papá”.

Más allá de la forma de la respuesta del dirigente social, se revelan las limitaciones de la lógica esbozada: si el modelo sojero no se puede superar, ¿qué otra opción cabe, más que acordar la coexistencia, seguramente plagada de tensiones, de dos modelos? ¿Qué otra opción más que aceptar la ayuda del “rey de la soja”, para lograr una legislación que proteja a los pequeños productores de los cinturones hortícolas?

Pero, ¿cuán realista puede ser esta perspectiva? Grabois mismo había señalado al inicio su desconfianza. Esta desconfianza tiene fundamentos profundos, en una burguesía nacional ampliamente dependiente del capital extranjero y que, históricamente, no ha tenido ningún interés en modificar las condiciones que hacen posible sus negocios. La respuesta de Grabois encierra una contradicción, la solución no puede venir de la perpetuación de las condiciones que originaron el problema, a riesgo de vivir en la resignación perpetua.

En un segundo aspecto, la propuesta de Grabois encierra una contradicción respecto al alcance de la agroecología. En una integración con los agronegocios, la agroecología no puede más que ocupar una condición marginal, encargada de la producción de alimentos "premium" y convertida en una nueva oportunidad de negocios. ¿A qué porción de la población podría proveer de alimentos saludables en tales condiciones? Por otra parte, ¿que posibilidades hay de expandir la agroecología a gran escala, bajo las condiciones actuales? Estos intentos chocan con limitaciones no sólo económicas sino físicas, ya que la producción del agronegocio degrada las bases ambientales de la producción. Pensemos simplemente en el efecto de megagranjas ganaderas sobre la calidad del agua, en la aplicación de agrotóxicos, en la pérdida de la fertilidad del suelo o en los cambios en el régimen climático que causa la deforestación. Sin atacar la raíz del problema, donde un puñado de empresas monopolizan la producción y exportación y fijan el precio de los alimentos no hay desarrollo agroecológico posible. El lucro del agromodelo es incompatible con una producción de alimentos que proteja la naturaleza y la salud de las poblaciones humanas.

Una segunda parte de la respuesta de Grabois al docente universitario tomó la forma de reclamo: “A todo el piripipí de la lucha contra el agronegocio les chupa tremendamente un huevo su existencia [la de los pequeños productores]. Que vivan en taperas, que no tengan un inodoro para cagar.” Este es otro aspecto donde no se puede más que disentir. Lejos de un sector del ambientalismo que pretende darle una lavada verde al capitalismo, en otros sectores y agrupamientos cada vez se encuentra más presente la necesidad de unir reclamos artificialmente separados.

La situación de los pequeños productores es inseparable del avance del modelo de los agronegocios, como así también lo es el desplazamiento de las comunidades originarias y campesinas, el deterioro de la alimentación de las grandes mayorías, la falta de acceso a la vivienda y a necesidades como el agua potable de los trabajadores de las ciudades. Es en la unión de esa fuerza social y no en su segmentación arbitraria donde reside la fuerza para cambiar las condiciones.

El problema de "los troskos"

Al finalizar su respuesta al docente, Grabois afirmó: “Si yo me tengo que dar un beso en la boca con Grobocopatel o quien carajo sea para que 50.000 compañeros agricultores tengan la posesión perpetua de sus tierras lo voy a hacer. Y si querés llamar a eso sociedad, llámalo sociedad. Y a mi me importa un carajo los troskos, los medio troskos y los más o menos troskos, si tengo que hacer eso. Porque eso se llama defender con el cuero las convicciones.”

Es al menos llamativo que Grabois, en el momento de estar sentado compartiendo un panel con uno de los principales exponentes de la burguesía argentina, responda así ante un cuestionamiento por parte de un docente del público. Una respuesta pretendiendo atacar a quien pregunta y cuestiona identificándolo como "trosko" es un error. Implica repetir discursos que utiliza la derecha -tanto la peronista como la liberal- habituada a señalar y deslegitimar al troskismo, o pretender que diga lo que nunca dijo, cuando se ejerce la crítica, el cuestionamiento y al señalar las desigualdades y los responsables políticos de que sucedan. Pretender con ese calificativo acallar una pregunta (por otro lado válida y en el marco de un panel de debate), poco tiene que ver con la discusión de ideas dentro de una universidad.

Para finalizar, vale señalar que empresarios como Grobocopatel piensan en un país para 20 millones de personas, o tal vez menos. Un modelo dónde las movilizaciones de desocupados son estigmatizadas, amedrentadas y atacadas por las fuerzas represivas, funcionarios y los medios de comunicación mientras que se vanagloria los " tractorazos". La propuesta de "los troskos" es diametralmente distinta. Se puede planificar entre profesionales, científicos, estudiantes, trabajadores rurales, pueblos originarios, comunidades y organizaciones sociales una forma colectiva de remediación socioambiental, abordar la producción y calidad alimentaria y el problema de la tierra y la vivienda, pero eso sí, será enfrentando a los Grobo, los Monsanto y todos los empresarios. Desarrollando una amplia solidaridad entre quienes defienden el medioambiente, la lucha por trabajo genuino, contra la precarización laboral y la pobreza, hermanando activistas y científicos a la clase trabajadora y las mayorías populares. El complejo problema de la producción de alimentos solo tendrá una salida para las mayorías populares desde la más amplia organización, solidaridad y lucha colectiva enfrentando a quienes nos condenan a estás condiciones de vida.