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Red Internacional
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Opinion. ¿Hacia dónde va la lucha contra el golpe en Myanmar?

Un mes y medio después del golpe militar en Myanmar, el Ejército avanza en una represión sangrienta de las movilizaciones, sin dudar en matar a los manifestantes. Mientras que aumentan las condenas internacionales contra la junta militar, todos los ojos están puestos en el desarrollo de las huelgas y la organización de los y las trabajadoras.

Martes 16 de marzo de 2021 17:31

Un grupo de jóvenes espera sentado sobre una barricada en las afueras de Yangon / Efe

Un grupo de jóvenes espera sentado sobre una barricada en las afueras de Yangon / Efe

La sangre de los manifestantes ha teñido calles de Myanmar (ex Birmania) durante los últimos diez días. Tras el golpe militar del primero de febrero contra el Gobierno de la LND (Liga Nacional para la Democracia), cuya figura principal es Aung San Suu Kyi, los militares parecían preferir un enfoque bastante moderado en cuanto a la represión de las manifestaciones y protestas. Pero desde el 28 de febrero, la situación se ha invertido. Los militares, al ver que el movimiento contra el golpe se estaba extendiendo, especialmente entre la clase obrera joven del país, y que sus socios comerciales (como China o multinacionales textiles que tercerizan producción en el país) estaban cada vez más preocupados por la desestabilización a largo plazo de Myanmar, decidieron dar un giro represivo sangriento.

Si bien en las primeras tres semanas desde el golpe solo se contabilizó la muerte de una joven manifestante como parte de la represión de la junta militar, esto cambió con el brutal y sangriento giro que dio el Ejército desde el 28 de febrero, fecha en la que asesinó a 49 manifestantes en esa sola jornada.

Desde entonces, el derramamiento de sangre ha continuado en Yangon, la capital económica del país, y en otros lugares. Además, los militares, ante la avalancha de información que muestra la violencia de su política reaccionaria, detuvieron a cinco periodistas, que ahora enfrentan 3 años de prisión.

Pero este giro represivo no impidió que las manifestaciones continuaran: el jueves 11 de marzo se organizaron numerosas manifestaciones en todo el país, seguidas el viernes 12 por marchas nocturnas, en particular para rendir homenaje a todas las víctimas de la represión. Estas manifestaciones, que reunieron a un gran número de birmanos, también fueron brutalmente reprimidas.

Además, los militares que han tomado el poder buscan a toda costa desacreditar a la LND y a su principal figura, la liberal Aung San Suu Kyi, que aún influye mucho en el movimiento de protesta. El Ejercito que la detuvo desde el principio del golpe por cargos de intento de desestabilización quiere encontrar una forma más eficaz de desacreditarla. Por eso la acusaron de haber recibido sobornos por valor de 680.000 dólares, así como 11 lingotes de oro de un valor ligeramente inferior. Cargos desmentidos por su abogado que consideró la acusación como "la broma más hilarante de todas".

Si la liberación de todos los presos políticos, incluida Suu Kyi, está entre las principales demandas del movimiento, los manifestantes están lejos de detenerse allí. Frente a una junta militar que significaría el fin de las pocas conquistas sociales que han logrado durante la última década, en varias grandes concentraciones de la clase trabajadora, los llamados a la huelga son cada vez mayores. Por ejemplo, podemos ver videos en las redes sociales, como el que se aprecia en el siguiente tuit de trabajadoras fuera de las fábricas textiles coreando consignas por el llamado a la huelga, en los suburbios de Yangon.

A pesar de la represión, toda una generación se está levantando por su futuro

Como explicó en una reciente columna Philippe Alcoy, el sangriento giro de los acontecimientos puede explicarse sobre todo por la extraordinaria movilización en curso: “pocos esperaban que la resistencia al golpe fuera tan masiva, el pueblo de Myanmar está expresando un rechazo generalizado a la dictadura. Una parte significativa de quienes están a la cabeza de la resistencia son la nueva y joven clase trabajadora y la juventud estudiantil del país. Por el momento, este movimiento sigue estando muy influenciado por el partido de Aung San Suu Kyi, la Liga Nacional por la Democracia (LND), un partido neoliberal y completamente burgués por sus objetivos políticos y económicos. Sin embargo, el poder social que despertó el golpe es tan grande que incluso con un regreso del Gobierno civil, es difícil imaginar que esto signifique un restablecimiento de la situación anterior".

Un ejemplo del nuevo estado de ánimo es el testimonio al canal británico SkyNews de un joven emigrado en Tailandia que decidió regresar a Myanmar para participar en el movimiento: “Aunque existe el riesgo de que me disparen, me mate la policía o me arresten, aún así quiero y tengo que ser parte del movimiento. Siempre he sido una persona que destacaba lo malo que era mi país, y ahora eso está cambiando. Será peor que antes o será mucho mejor que antes y tengo que ser parte de esta pelea". Los miedos del joven son muy reales: el 11 de marzo, doce nuevos manifestantes fueron asesinados por la Policía. La policía disparó contra la multitud en numerosas ocasiones, algunos manifestantes fueron ejecutados sumariamente con un balazo en la cabeza, según testimonios en Twitter, prueba de que hay voluntad del Gobierno de sofocar el movimiento por el terror que les provoca.

A pesar de la represión, esta nueva generación de jóvenes a la que temen los militares, vivió casi toda su vida sin un gobierno militar de este tipo, en un país donde la mitad de la población tiene menos de 30 años, estudiantes, trabajadores, precarizados. Formada por muchas jóvenes trabajadoras y trabajadores del sector textil, que se han organizado en los últimos años y han podido adquirir cierta experiencia política en huelgas por salario mínimo y condiciones laborales, este juventud es hoy la columna vertebral del movimiento, en las calles y en las huelgas. Así podemos ver potentes llamados a huelga en las fábricas textiles compuestas por un 90% de mujeres jóvenes.

Y es a esto lo que teme el Gobierno militar, que reprime particularmente a la juventud. Así, el 3 de marzo, 400 estudiantes fueron arrestados y encarcelados en la ciudad de Tamwe, cerca de Yangon. Desde entonces, no hay noticias de ellos y las familias y sus abogados no han podido verlos. Enviados a la prisión de Isein, conocida por haber sido uno de los centros de tortura más violentos después de la represión del movimiento de 1988 contra los militares, muchas familias esperan todos los días cerca de la prisión con comida, esperando volver a verlos. El Gobierno, los acusó de actuar bajo los efectos de las drogas y provocar disturbios. En realidad, muchos estudiantes son activistas y han estado comprometidos políticamente durante varios años.

Entre el llamado de ayuda internacional y el liderazgo de Aung San Suu Kyi, un movimiento que aún busca su dirección

Mientras que la esperanza de las jóvenes generaciones trabajadoras es real, hoy parece que la dirección del movimiento es incierta. En las manifestaciones, hemos visto florecer los llamamientos a la Unión Europea, los Estados Unidos o las Naciones Unidas. Y a medida que ha estallado la represión, las reacciones internacionales comienzan a ser más duras ante un golpe donde muchas potencias prefirieron permanecer cautelosas, algunas ansiosas por mantener sus beneficios en un país con el salario mínimo más bajo, de solo 3 dólares diarios.

Así, Corea del Sur anunció el viernes que suspendería sus intercambios comerciales y militares con Rangún. Al mismo tiempo, Thomas Andrew, investigador de Naciones Unidas, denunció en Ginebra que actualmente en Myanmar se están produciendo crímenes de lesa humanidad perpetrados por el Ejército. Denuncia corroborada por la ONG Amnistía Internacional, que declaró tras un análisis de diversos documentos que el uso de fuerza letal fue coordinado y premeditado. Pero mientras se acumulan las reacciones internacionales denunciando los crímenes de los militares, hay pocas posibilidades de que esto tenga un impacto en la casta militar, muy aislada internacionalmente y cuya gran mayoría de intereses económicos residen en el propio Myanmar.

Junto a este llamado de ayuda internacional, el movimiento parece aún en gran parte influenciado por la LND, el partido de Aung San Suu Kyi, jefa de gobierno de hecho desde 2016. Si bien Suu Kyi fue durante años parte de la resistencia a los militares y fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz, el período en el que gobernó antes de ser detenida el mes pasado, fue muy diferente a las esperanzas que prometía cuando se enfrentaba a los militares en el pasado. Entre 2016 y 2020, como jefa de Gobierno defendió sobre todo los intereses de las grandes potencias económicas, el establecimiento de grandes fábricas textiles para empresas multinacionales de confección, y apoyó pasivamente la masacre de Rohingyas (musulmanes). En síntesis, abrió el país a los buitres capitalistas del exterior, más que una liberalización de derechos y un progreso en las condiciones de vida del pueblo birmano. Después de cinco años en el gobierno, la LND todavía tiene mucha influencia en el movimiento contra el golpe. Sin embargo, para el movimiento actual, el retorno al statu quo anterior al golpe de Estado apenas parece posible, como lo demuestra la demanda de gran parte del movimiento de modificar la constitución de 2008, que da un lugar muy importante al Ejercito en la política al otorgarle por ejemplo el 25% de las bancas en el Parlamento, así como el Ministerio de Defensa e Interior, y que dejó intactas las estructuras económicas que dirigen la gran mayoría de las ganancias de la economía del país en los bolsillos de los oficiales de alto rango. Este statu quo, que la LND había aceptado, dando un fuerte peso a los militares, que ahora son sus carceleros, parece imposible de mantener.

En esta situación, el movimiento actual se enfrenta a un dilema entre defender al gobierno anterior, que había lucido una apariencia de mejora en sus vidas y recientemente prometió un aumento del salario mínimo, y el deseo actual de acabar con el Ejército y la miseria que enfrentan en las fábricas, todos los días.

Si por el momento la LND se cuida de no ir en contra de la tendencia de la huelga general en el país, y pretende estar inmersa en cuerpo y alma en el movimiento, los intereses de sus dirigentes son exactamente los contrarios. Porque para Aung San Suu Kyi, que había logrado atraer inversionistas prometiéndoles bajos salarios y una débil resistencia obrera, el derrocamiento del golpe en la calle y mediante huelga general arruinaría su rumbo de Gobierno y entonces estaría obligada, como lo ha hecho a lo largo de su mandato, a reprimir a esta misma generación de trabajadores.

Para no terminar atrapados en una falsa victoria, que consistiría en un regreso de la LND al poder y que estaría acompañada en el mejor de los casos por débiles logros sociales y en el peor de los casos por una segunda represión mucho más perniciosa, el movimiento actual debe seguir profundizando sus demandas por otro régimen. Que empiece por destruir la constitución de 2008 y toda la organización social que la acompaña, y en particular el control de la economía por parte de los militares. Porque para acabar con la opresión de los militares sobre el país, con todo lo que conlleva, desde la explotación frenética de los trabajadores hasta las masacres de los rohingyas, los trabajadores tendrán que atacar lo que hoy constituye su poder: el control sobre la economía del país. Sólo ellos, bajo su propia dirección, podrán hacerlo, o bien las fábricas seguirán en manos de los militares, que seguirán en el poder, o cambiarán de manos a capitalistas más "democráticos" pero igualmente explotadores.


Arthur Nicola

Periodista, miembro de Révolution Permanente de Francia