Recientemente Juan Grabois publicó su libro titulado “Los Peores - vagos, chorros, ocupas violentos. Alegatos del humanismo cascoteado”. El referente del Frente Patria Grande, el MTE y la CTEP, que forma parte del Frente de Todos, intenta dar respuesta a los principales ataques que reciben los movimientos populares por distintos sectores de la sociedad, políticos, medios de comunicación y discursos que se expresan en sentidos comunes.
El Juicio
Como anuncia el subtítulo, el libro trata de una suerte de defensa jurídica. Desde la tapa del libro de la edición Penguin, publicado en agosto del 2022, Grabois nos plantea una idea: estamos ante un juicio dónde él se va a encargar de defender a “Los Peores” (entre los cuales él se incluye) ante los ataques que recibe día a día. Los Peores son: los vagos, pibes chorros, gerentes de la pobreza, ocupas y los violentos. En el banquillo acusador se encuentran todos aquellos que se encargan de demonizar a todos los que forman parte de la economía popular: “la mitad que mantiene a la otra, los guardianes de la Ley y el Orden, los gerentes de la prosperidad, los legítimos propietarios y los promotores de la paz”.
El juicio consiste en una serie de cinco alegatos dedicados a la defensa de cada uno de Los Peores a lo largo de sus casi trescientas páginas. Esos ataques los hacen a través de “el periodismo de guerra, el lawfare, la narrativa de la meritocracia, las tesis del pobrismo, las acusaciones de terrorismo, el character assassination, los troll centers”. [1]. Los Peores, dentro de una clara relación asimétrica de fuerzas y recursos, se defienden a través de métodos como “la movilización popular, la lucha política, la narrativa de la solidaridad, la hipótesis del humanismo, la acción directa, el debate público y la comunidad organizada”. [2]
A través del racconto de experiencias personales, de otros militantes (tanto de los que vienen de barrios populares, como de aquellos que presenta de manera muy romántica por renunciar voluntariamente a sus vidas de privilegio) y de otros dirigentes sociales; de reflexiones y referencias al Papa Francisco, Juan Grabois deja a la vista del lector lo que opina de los principales ejes sobre los que ordena y basa su intervención política. La defensa que hace contra la derecha, la hace en un contexto de radicalización de sectores reaccionarios y derechistas que crecieron en el último tiempo en nuestro país pero que son parte de una tendencia internacional. Aquí nosotros apuntamos a discutir cual es la forma de enfrentarla y construir una alternativa, incluso si contemplamos que muchos de esos Juicios que dice Grabois provienen del propio gobierno que integran, que criminaliza la protesta, que desaloja las tomas y los barrios humildes. En el libro, Grabois habla de porqué apuesta a “Los Peores”, con qué problemas se topan en su camino para organizarse, cómo pararse ante lo que él considera, un “Estado Impotente” y de ahí se desprende, el qué hacer. En esta nota, vamos a polemizar con algunos de estos ejes. Empecemos.
La desocupación es un mito
Grabois, parte de un diagnóstico que contiene ciertos elementos que podemos compartir: avanzó la fragmentación de la clase obrera por medio de la degradación del empleo. Aquellos que, en gran parte, se los considera desocupados, en realidad llevan a cabo trabajos informales, no registrados y mal remunerados, que están por fuera de la relación salarial clásica o tradicional, o son quienes llevan adelante las tareas de cuidados en los ámbitos intrafamiliares. Son las mujeres al frente de los comedores en los barrios, son los que salen a las calles en busca de material reciclable; changarines, feriantes y tantos otros que engrosan las filas de los “desocupados”. Son quienes muchas veces son parte de programas cómo el Potenciar Trabajo o reciben la Asignación Universal por Hijo, entre otras políticas sociales, que abarcan al menos a nueve millones de personas actualmente en Argentina.
La propuesta que hace quien oficia de abogado defensor, es lograr que esos nueve millones que encarnan las filas de la economía popular, que se encuentran dispersos, se integren a alguna de estas tres formas de empleo: en el sector público, el privado y el de la economía popular organizada. El objetivo, entonces, sería pasar de una economía popular dispersa, a una organizada, logrando así la articulación de una economía mixta. Este lo presenta cómo el único horizonte posible, que se lograría a través de una gestión común entre el Estado y las organizaciones sociales. Cómo esto llevaría su tiempo, en el mientras tanto, propone la implementación de un Salario Básico Universal (SBU), que sea “un piso salarial, que al menos supere la línea de indigencia” para aquellos que trabajan pero no tienen ingresos suficientes ni cuentan con derechos laborales. Si bien esta es una propuesta que tuvo su llegada en los medios y por redes sociales, en su libro, Grabois no aborda en profundidad este tema, aunque sí lo menciona como parte de la agenda de la economía popular y enfatiza que a través de ella y otras medidas, se logrará la unidad entre la economía popular y los trabajadores asalariados.
Los fundamentos que da el autor sobre la economía popular se basan, principalmente, en que el neoliberalismo ya no puede generar empleo formal y por lo tanto es necesario que el Estado regule de, alguna manera, estas “nuevas formas” de trabajo. Cómo venimos desarrollando en La Izquierda Diario, la tendencia internacional, que se expresa con su particularidad en Argentina, es la del empleo precario y la emergencia del subempleo, o una categoría emergente que es la de “trabajadores pobres”.
Acá queremos hacer un contrapunto con Grabois. En el desarrollo del libro plantea la emergencia del sector de “desocupados” cómo consecuencia de las políticas neoliberales únicamente. Sin embargo, es importante enmarcarlas dentro del capitalismo. En el neoliberalismo es dónde más se profundizaron los elementos que hacen a la crisis actual del trabajo, pero es importante comprenderlas dentro de las tendencias generales del capitalismo. El crecimiento de la desocupación, las “masas marginales’’, la desigualdad son consecuencias directas de un sistema que está organizado en función de las ganancias de un puñado de personas, mientras las grandes mayorías son expulsadas a vivir cada vez más en condiciones de subsistencia. Además de la desigualdad entre los de arriba y los de abajo, hay cada vez más desigualdad entre quienes son subocupados o tienen empleos precarios y quienes hacen jornadas extenuantes. El desarrollo del capitalismo se da de manera desigual e irracional, la tecnología que podría servir para reducir el tiempo que le destinamos al trabajo como imposición bajo el capitalismo es utilizada para empeorar las condiciones de explotación y marginar, cada vez más, a un sector de la clase trabajadora. En síntesis, tomar como algo dado que se trabaje más y se gane menos que hace algunas décadas, es resignarse a que siga igual la reproducción del capitalismo y limita la perspectiva de los horizontes alternativos posibles. De esta manera, enfrentar las políticas neoliberales es muy importante, en tanto son ataques a los derechos de los trabajadores tanto los formales cómo los más precarizados, y que se recrudecen especialmente en las mujeres y la diversidad. Lo vemos en la reducción de presupuesto para salud, educación, trabajo, criminalización de la protesta, pero también el saqueo a las condiciones de vida, sometiendo el destino del país al FMI. Entonces ¿Existe una perspectiva de enfrentar la pobreza, la precarización laboral y la informalidad sin ir al hueso de la producción capitalista?
No se puede tener un discurso contra el neoliberalismo sin decir que la única forma de enfrentar sus consecuencias implica una lucha anticapitalista, contra las patronales, el Estado y los grupos económicos que lo sostienen. Grabois, le dedica varios párrafos para criticar la política neoliberal del gobierno de Macri y cómo avanzó en una distribución de la riqueza dónde el capital concentrado fue el sector más beneficiado y dónde se llevó adelante el acuerdo con el FMI, pero omite lo esencial: no dice que ese plan fue profundizado y ejecutado por la actual política del gobierno, del cual él es parte.
Esto que para Grabois es una simple “contradicción con la que se puede convivir” se expresa en su política cotidiana. Tomemos un ejemplo reciente: El Frente Patria Grande había anunciado que sus tres diputados estaban considerando renunciar al bloque del Frente de Todos en el Congreso Nacional, porque, en palabras del dirigente, “nuestro gobierno no está defendiendo los intereses populares y existe un claro riesgo a que la hegemonía de la coalición se vuelque hacia posiciones que priorizan los intereses de las corporaciones”. Sin embargo, dieron marcha atrás rápidamente, por el impacto que tuvo el atentado contra Cristina, pero lo determinante vino de la mano de los anuncios de Sergio Massa que otorgó un “refuerzo de emergencia” de 16 mil pesos durante tres meses a sectores que están inmersos en condiciones de “extrema vulnerabilidad social”. Al mismo tiempo el superministro anunció el “dólar soja” que benefició directamente a uno de los sectores más ricos y poderosos del país. Para Grabois no pareciera ninguna contradicción entregar millones de dólares a los sojeros y al mismo tiempo celebrar como un triunfo estratégico una medida económica que intenta ser paliativa para los sectores populares que de ninguna forma representa una solución frente al agravamiento de la crisis económica. Tomá mate, cómo diría Juan.
Grabois sabe que el Frente Patria Grande es una referencia política para distintos sectores de la sociedad, algunos organizados en las estructuras de la economía popular y otros que ven con buenos ojos la política que tienen. Por lo tanto, la decisión política de quedarse dentro del Frente de Todos no expresa únicamente una suma de voluntades personales que toman esa opción, sino que trae aparejado que los sectores que ellos dirigen no se puedan organizar contra el gobierno, en un contexto dónde crece la bronca desde abajo porque la plata no alcanza, porque sobra mucho mes a fin de sueldo, porque los alquileres se vuelven imposibles y muchos tienen que recurrir a vivir en condiciones de hacinamiento o de tomas de tierras. El mensaje termina siendo que ese malestar sólo se puede “pelear desde adentro”. Si ese malestar se silencia y no se orienta contra el gobierno, en muchos casos es aprovechado por la derecha para largar su ofensiva. Esta estrategia de Grabois - de pelear “desde adentro”- tiene su correlato que viene avanzando la derecha en sectores de poder.
Y entonces ¿qué hacer? En un escenario dónde hay cada vez más personas que no logran juntar lo suficiente para cubrir la canasta básica alimentaria, se vuelve necesaria la implementación de un ingreso de emergencia junto al aumento de salarios, jubilaciones y planes sociales. Sin embargo, tener como horizonte únicamente una posible redistribución relativa de la riqueza desde el Estado pero sin alterar la producción, sería una medida paliativa que no modifica la estructura capitalista, que Grabois nos propone aceptar como algo dado. Incluso, tomando su definición de “Estado Impotente” se vuelve más difícil de imaginar, ya que implicaría enfrentarse a los intereses de los dueños del país y del propio gobierno nacional. Supongamos por un momento que emprendemos aquella lucha. Queda claro que para conquistar algo tan elemental como aquello habría que torcer el rumbo del gobierno, que apuesta por el contrario a reducir el gasto social. También de los empresarios, que exigen más ajuste. Esto implicaría, en los hechos, dar marcha atrás con el plan que tiene el FMI. Entonces, si logramos eso ¿por qué no ir por todo? ¿Por qué quedarnos sólo con un SBU si habremos demostrado que tenemos fuerza para ir por todas nuestras demandas? El problema de Grabois es que no pasa del primer paso: trazarse una lucha a la altura de las necesidades y contra quienes hoy son sus aliados políticos.
Ahora bien, como señalamos anteriormente una política que únicamente se dé en el plano distributivo sin atacar la producción implicaría partir de un diagnóstico equivocado sobre las causas de la llamada “crisis de trabajo”. Como señala Aaron Benanav, en su libro Automatización y el Futuro del Trabajo, la implementación de una distribución universal de la riqueza, se encontraría con un “punto muerto”, “El capital continuaría esgrimiendo el arma de la huelga de capitales, es decir, la prerrogativa de los dueños del capital de arrojar a la sociedad al caos por medio de la desinversión y la huida del capital”. [3]
Un primer paso progresivo, además de las medidas de emergencia, serían el reparto y la reducción de las horas de trabajo entre aquellos que trabajan muchísimas horas y quienes se encuentran subocupados, dentro de la economía popular. Esto permitiría, además de trabajar menos y trabajar todos, que se ponga en discusión qué y cómo se produce y para qué intereses se hace. Esto, además, permitiría crear en lo inmediato aproximadamente 900 mil puestos de trabajo en esas 12 mil grandes empresas del país. Claro está, que para alcanzar una medida es necesario ir contra los intereses de los capitalistas y su propiedad. Emprender una lucha de este tipo sería verdaderamente ir contra los dueños del país.
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Movimientos populares y Estado, entre “Ángeles y Demonios”.
La fragmentación de la clase trabajadora actualmente no es ajena a ningún Estado ni a ningún sindicato. Grabois parte de la separación entre trabajo formal/registrado, y trabajo dentro de la economía popular, separación que expresa un fuerte dualismo que abona a la fragmentación de la clase trabajadora. Asume esa división cómo tal y desde ahí construye su organización dentro de los marcos de los límites concretos de lo que él mismo define cómo un Estado impotente. Estado que, durante todo el libro, acusa de no ser el juez que falle a favor de Los Peores, sino que lo concibe como una suma de voluntades que, de alguna manera, pueda ser modificado paulatinamente desde adentro.
Fue así como en el caso Etchevere y el Proyecto Artigas, que tuvo un desenlace fortuito para “Los Dueños”, dice: “[...] y alguien dijo alguna vez que, más allá de los partidos, el Estado es la junta de negocios de la clase Propietaria, Yo no creo que sea tan así, pero en última instancia….” [4] Pareciera ser que asume que el Estado capitalista es clasista, y que la lucha se desprende de poblar las secretarías, los ministerios y lugares relativos de poder: “hay un proceso de una nueva clase que a través de sus militantes de origen popular e “intelectuales orgánicos” va permeando las estructuras del Estado” [5]. La perspectiva principal es que “Las organizaciones libres del pueblo, correctamente institucionalizadas y auditadas, con responsabilidades personales claramente delimitadas, puedan cogestionar las políticas públicas muy bien, con esquemas mixtos”. [6] Esta idea de “transformación desde adentro”, no solo no se ha realizado, sino que el sentido de la flecha es contraria: la decadencia permanente para los sectores populares, que visto bajo cualquier indicador están a la baja: poder adquisitivo, pobreza, reparto de la renta, etc. Todo esto en el marco de que el rumbo económico del país lo deciden desde Washington, los funcionarios del FMI y Sergio Massa. Más que un Estado Impotente, en términos de Grabois, es más preciso hablar de un Estado Potente, que se organiza para fragmentar a la clase trabajadora y llevar adelante los planes de ajuste de la clase dominante en detrimento de las mayorías. Tomemos algunos datos de unos meses atrás, del economista Pablo Anino analizaba:
Entre enero y abril de este año (último dato disponible) los bancos privados ganaron $40 mil millones, $336,6 millones por día. En un año (abril de 2022 versus abril de 2021) sus ganancias escalaron un 108 % mientras el índice de precios al consumidor en el mismo período fue de 58 %. También entre enero y abril, los pasivos remunerados del Banco Central, como las Leliq, reportaron ingresos a la banca privada por más de $621 mil millones. En solo cuatro meses, los bancos recibieron 2,3 veces más que el presupuesto de Potenciar Trabajo para todo 2022, que es de $276 mil millones. [7]
Durante todo el libro, se hace una apología a la resignación: se busca soluciones capitalistas dentro de los marcos del Estado capitalista, y se acepta que las peleas se tienen que dar a través de las vías institucionales resignando a la capacidad de acción de quienes integran a los movimientos sociales, mostrando una evidente dependencia del Estado. Grabois, afirma: “la dinámica organizacional varía con relación a las condiciones que establece el Estado y la situación socioeconómica” [8], si se abre o se cierra la canilla, en pocas palabras, usando los términos del propio autor. El problema radica en que la estrategia de cambiar el Estado desde su mismo seno se encuentra con un límite concreto: se espera que la solución a los males del capitalismo venga del Estado que está organizado en función de garantizar las ganancias de la burguesía. El otro límite de este pensamiento es considerar, que dentro del Estado es dónde, necesariamente, se condensan y se desarrollan las condiciones sociales impide pensar en los procesos que se puedan desarrollar por fuera de la órbita del Estado, e incluso contra el mismo, cómo se dió en América Latina. Como fueron los procesos que se abrieron en Chile, Ecuador, Colombia, Bolivia o Brasil, que con su desigualdades y sus características específicas, bajo la forma de revueltas, tomaron cómo bandera la pelea contra los planes de austeridad y la herencia de los gobiernos neoliberales.
Grabois es consciente de las contradicciones que tienen las organizaciones sociales de la economía popular. Sin embargo, el referente de la CTEP ubica que uno de los principales límites de las mismas es la “tentación de lo negativo” de los dirigentes en las posiciones de poder, así presenta su teoría de “Ángeles y Demonios”. Haciendo un Mea Culpa, confiesa que dejó pasar durante mucho tiempo, que los dirigentes de las distintas organizaciones, busquen posicionarse en una competencia entre ellos mismos sobre quién tiene mayor poder político, en función de quién maneja la mayor cantidad de planes, por lo cual hay que hacer un intento de “depurar lo que construimos y pasar la posta” . Además esa degradación, en algunos casos, se da a través de “cuadros intermedios envilecidos”, quienes hacen un manejo discrecional de planes para favorecer a algunos y perjudicar a otros, obligan que se paguen aportes y se impone la participación en movilizaciones políticas, cómo forma de mantener el plan.
En este diagnóstico, como vimos, los problemas se encuentran en las voluntades de los dirigentes y corre el eje del problema de la dependencia y, por lo tanto, falta de autonomía de las organizaciones sociales con respecto al Estado. Frente a este problema de “tentaciones negativas” parece que todo depende de “personalidades excepcionales”. Sin embargo, la única manera de combatirlas es avanzando en poner en pie organizaciones verdaderamente democráticas e independientes del Estado en donde se pueda discutir y resolver todo en asambleas. Ese método, permitiría que sean las voluntades colectivas, y las discusiones abiertas entre tendencias políticas las que resuelvan los conflictos y permitan salir con moyar unidad para afrontar todas nuestras luchas.
El Evangelio según Juan
Cargado de citas a Bergoglio, Jesús y con metáforas religiosas, Grabois hace una romantización de la pobreza, dónde invita a poner la otra mejilla, aceptando la miseria con felicidad. Si bien, por momentos, habla sobre la necesidad de la unidad de trabajadores formales e informales, en su prédica muestra que hay un enfrentamiento entre trabajadores con trabajo formal y Los Vagos, los que cobran plan:
Si José trabajador logró ingresar a la Tierra Prometida por los políticos profesionales, el paraíso del “trabajo genuino”, con obra social y aportes jubilatorios, igualmente es pobre. Mirá si no va a estar caliente cuando se baja del bondi a las ocho de la noche harto de yugarla y ve a un compañero nuestro caminando con la frente en alto y una sonrisa dibujada en el rostro. Porque muchas veces nuestros compañeros, que trabajan, que no son vagos, son felices… Y en una sociedad de infelices, eso es muy jodido de aceptar. [9].
La contraposición de la “felicidad del cartonero” versus la “infelicidad del explotado” es llevar la separación de la clase trabajadora del plano material y de derechos a la esfera de lo emocional, sentimental, dónde una vez más, se romantiza la pobreza. En los hechos, esto termina siendo otra forma de contención, dónde se desvía el eje de conflicto: los que siempre se la llevaron en pala, lo pueden seguir haciendo, de manera incuestionada, cómo si fuese mandato divino, mientras aporte a sus propios fines. Queriendo dar respuesta a los dichos de Grabois sobre un supuesto acuerdo con el “Rey de la soja” Grobocopatel, dice:
Estamos sumando voluntades para cumplir con las reivindicaciones que nos demanda nuestra base social. Se llama “política”: flexibilidad técnica e intransigencia en los principios. Esto no supone validar ni la ideología ni las prácticas del interlocutor, si no, buscar efectividades conducentes. En ese sentido, no hay límites “éticos” para los participantes en la mesa de negociación. [10]
Si a esta frase le sumas la decisión política de mantenerse dentro del Frente de Todos, cuando se anuncian condiciones ultra favorables que benefician a los sectores más poderosos del agropower, te da un cartón lleno.
Grabois culmina el libro con una sentencia parafraseando a Gramsci: “si la crisis, se produce, si se produce ese interregno, entre lo que no termina de nacer y lo que no termina de morir, y si en ese interregno las fuerzas humanas no pujan lo suficiente para que nazca una nueva sociedad, las fuerzas deshumanizadas, harán nacer lo monstruoso” [11]. A fin de cuentas, un supuesto “humanismo revolucionario” es el intento de humanizar al monstruo capitalista que ya está vivo. El veredicto, debería ser, una sentencia a muerte del mismo, dónde la humanidad se encuentre realmente liberada.
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