[Jujuy] “Yo no sabía que era tan valiente”
Andrea D’Atri
Breve crónica de un día en el corte de Purmamarca. Una lucha de todo el pueblo jujeño contra la reforma constitucional donde las maestras y las mujeres de las comunidades originarias están al frente.
Era un viaje relámpago, no pensamos que íbamos a poder participar de una marcha con las maestras jujeñas. Pero el domingo a la noche, de repente, un serpentina de antorchas se contorneaba por las calles céntricas de San Salvador de Jujuy. En la vereda de su casa, con una sonrisa de orgullo, una mujer alza a su hijo y le dice “fijáte si ves a la abuela”.
El hit musical es el tinku “Morales, gato”, que acusa al gobernador de “robarse la Educación”, de mentir y engañar a todo el pueblo. En pleno centro, las cajas y las quenas quebradeñas le dan alegría a la lucha. El pueblo trabajador jujeño no se calla. Hace música con su protesta.
Frente a la Casa de Gobierno, con las palmeras iluminadas de colores para las fotos de los turistas, prometen seguir movilizándose hasta que caiga la Reforma, otros hablan de la extracción del litio y del problema del agua que eso genera para las comunidades originarias. Hacia allí partimos, con Alejandrina Barry, del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos, al día siguiente.
Pasen y vean, vayan y cuenten
El lunes fuimos al primer corte de ruta, el más concurrido y cercano a la capital, ubicado en el neurálgico cruce de la ruta 9 y la 52. Hacia el norte, Tilcara, Humahuaca, Abra Pampa, La Quiaca y la frontera con Bolivia. Hacia el oeste, la conexión con San Antonio de los Cobres o, por otro lado, con Susques y la región de los salares de Olaroz y Caucharí donde se concentra el 8 % de la producción mundial de litio en manos de las multinacionales Allkem Lithium Chemical, Toyota, Orocobre, junto con empresas nacionales y JEMSE, la sociedad del Estado provincial.
Un kilómetro de camiones, automóviles, camionetas y ómnibus de turismo esperaba pacientemente que se cumplieran las tres horas reglamentarias de corte, para que los manifestantes abrieran la barrera improvisada y les dieran paso. Y lejos de lo que nos imaginábamos, la espera no predispuso a los conductores contra la protesta: los bocinazos de apoyo de los trabajadores de Vialidad Nacional, de los camioneros, de algunos choferes de micros e incluso de algunas familias de turistas eran recibidos con aplausos, cantos y wiphalas en alto.
Cuando les contamos nuestro propósito, nos invitaron a pasar a la carpa en la que se protegían del sol abrasador del mediodía. Pero tomaron sus recaudos. Tienen miedo de las represalias de Morales y saben que, en estos días, hubo infiltrados en el corte de la policía y del gobierno. Cuando dijimos que íbamos a encontrarnos en este punto con nuestra compañera la diputada jujeña Natalia Morales, fue el santo y seña. Pero nos pidieron que filmáramos recién cuando llegara ella, la legisladora que fue arrastrada en esa ruta, por la policía que reprimió brutalmente a los manifestantes el sábado 17 de junio y conmovió al país.
Para la espera, nos ofrecen un salpicón de pollo y verduras, arroz, limonada. También hay locro. Porque además de las ollas gigantes que domina una anciana kolla, llega una camioneta con un montón de comida preparada que donan desde otras comunidades.
Maestro de origen
El silencio del almuerzo es aprovechado por un hombre que se para y, en el medio de la ronda improvisada, propone contarles algo “a las hermanas y hermanos que deberían saber”. Y entonces cuenta la historia del cacique quechua Viltipoco, de Purmamarca, que congregó cerca de diez mil guerreros de distintas comunidades para resistir la invasión de sus tierras por el ejército imperialista español en 1594 y llegó a sitiar la ciudad de San Salvador. “Ahora, somos viltimuchos”, bromea.
Habla de las desgracias que sembró la Iglesia Católica, de la mano de los conquistadores. Habla de los terratenientes que se repartieron sus tierras, entre pocas familias que podrían contarse con los dedos de una mano, transformando a las comunidades originarias en esclavos de su propiedad. Habla de la batalla de Quera de 1875. Y también de los hermanos de la pampa, como el cacique ranquel apodado “Arbolito”.
Promete regresar a la tarde para tomarle examen a todos los presentes. Me pregunta si conozco a Osvaldo Bayer, de quien aprendió más sobre sus hermanos del Sur. Cuando le cuento que vivo a pocas cuadras de donde se fundó fallidamente Buenos Aires, me dice que los indios que le destruyeron el fuerte a Don Pedro de Mendoza eran pocos. Que ellos, en el norte, estaban mucho más avanzados cuando fue la sangrienta conquista, porque ya dominaban las técnicas de la agricultura y habían domesticado las llamas y otros animales; “pero los hermanos del sur, todavía vivían de la caza, la pesca y la recolección de frutos, eran malones nómades”. Antes de que se vaya, le pregunto sobre cómo adquirió esos conocimientos que no nos transmiten en la educación formal. Me cuenta que es maestro jubilado, historiador autodidacta, que es indio (así define él mismo su identidad) y que le gusta contar esas historias porque, a veces, ni siquiera los propios hermanos las conocen.
Maestras de la solidaridad
La mayoría de quienes están pasando la tarde en el corte son mujeres. Jóvenes, ancianas, niñas. Otras que traen la solidaridad de sus organizaciones, de sus comunidades o de otros cortes más al norte. Sumaq dice que en la lucha docente y de las comunidades, hay muchas mujeres. “Las mujeres siempre estuvieron en la primera línea de la pelea” [1].
Allín se acerca con una bandera que tiene pintados los rostros de Maxi Kosteki y Darío Santillán. Es el 26 de junio y si no estuviéramos a más de 1.500 kilómetros del Puente Pueyrredón, estaríamos en el acto con el que cada año se conmemora a los jóvenes piqueteros asesinados en una feroz represión policial. “Ellos estarían aquí”, dice Allín. “De aquí la gente no se va a mover. Vienen de otras localidades, trayendo comida, agua…”. Purmamarca es un mojón de la resistencia y todos quieren fortalecer a quienes bancan este corte desde hace muchos días y noches.
“Siempre que hay un problema o alguna adversidad, siempre el pueblo jujeño dona. Acá donaron ropa, zapatillas, mercadería, aceite, agua, leche, todo lo que una persona necesita para estar acá y resistir”, acota Killa. La solidaridad es enorme y se nota. “Cuando nos reprimieron el día sábado, la policía se llevó una camioneta llena de mercadería. Le patearon la olla a la señora, de un patadón. Era una olla de sopa, llena. Se llevaron carne, se llevaron un cordero entero, se llevaron llama, carne de vaca que teníamos en la despensa, bidones de agua. Y a la noche, ya teníamos llena la despensa, de tanta gente que vio todo eso y que nosotros dijimos que nos robaron y a la tarde, ya llegaron todas las donaciones otra vez”, dice Killa, con su voz suave y pausada, bajo el sombrero que protege del sol su bello rostro indígena..
“Nosotros venimos a defender nuestros derechos, los derechos para nuestros hijos. Porque con lo que hizo él con su Constitución, nos está tomando de esclavos. Y no crea que los kollas somos tontos y no sabemos leer. Sabemos perfectamente lo que él está haciendo con esa Constitución”, me dice Munay, mientras su niño da vueltas alrededor intrigado por la cámara.
Cuando les contamos que participamos de varias movilizaciones en Buenos Aires, en solidaridad con su lucha, Munay agradece. “Sabemos que nos apoyaron de muchos lugares, muchos puntos del país. Estamos muy agradecidos. Peeeeeroooo…”. Su “pero” con las vocales estiradas es por el gobierno nacional, porque dicen que no movió nada para hacer caer la reforma de Morales, ni parar su represión a quienes la enfrentan. Dice que son iguales esos políticos, “porque quienes aprobaron esto también son los peronistas y ahora ¿dónde está ese tipo?, candidato a senador”, dice refiriéndose a Rivarola, el presidente del PJ jujeño que es dueño del diario El Tribuno y amigo de Morales, además de su socio político en este atropello.
La noche tiene un secreto y mi corazón lo sabe
Achirana es joven. Se acerca a saludar a Natalia Morales y pide que no la grabemos, pero está dispuesta a contarnos cómo fue la jornada de la represión. Debajo de su gran sombrero y su poncho parece menuda, pero transmite mucha firmeza. Lo primero que hace es marcarnos, en el asfalto, desde dónde hasta dónde la arrastraron a nuestra compañera legisladora. “En el video sale un pedacito nomás, pero fueron como 200 metros”. Dice que ella convocó a las mujeres para hacer un cordón delante de la policía creyendo que eso los iba a disuadir de reprimir. Pero cuando no les importó y avanzaron con gases y balas de goma, las mujeres no se achicaron.
Improvisadamente, se convirtió en una capitana. Se ríe cuando relata cómo, de pronto, se encontró dando órdenes para organizar la resistencia. “Los muchachos jóvenes venían a preguntarme qué hacían. Ustedes, por allá abajo. Ustedes, arriba de los cerros. Corten contra la pared que hace el cerro, porque si dejamos abierto el cruce de las rutas, pueden entrar por ahí. Si ellos pretenden avanzar, lluvia de piedras para defendernos y disuadirlos de tomar la ruta”.
Cuenta que a la noche, después de varias represiones, muchos heridos y detenidos, las comunidades seguían resistiendo en la ruta. En la oscuridad que regalaba la luna menguante, la policía no podía adivinar cuántas personas aún quedaban en la barricada. Dice Achirana que había muchos menos en la guardia, porque el cansancio se hacía sentir y, en pequeños grupos, dormían al lado de las fogatas. Entonces prendieron fogatas en lugares donde no había gente, para engañar a las fuerzas represivas. “Si éramos menos, que no se notara, porque si no, iban a dárnosla”.
Y entonces, emocionada, cuenta que dos muchachos jóvenes de esos que le pedían indicaciones durante el día, arrastran con vehemencia las chapas de la barricada varios metros sobre la ruta provocando un ruido ensordecedor y “haciendo el grito del indio”, me explica gritando “oooooooo” y golpeando la palma de su mano sobre la boca. “Entonces todos empezamos a hacer el grito del indio en cada lugar donde estábamos descansando y eso parecía un malón gigante que bajaba por todos los costados de la ruta”. El artilugio surtió efecto. Dice que alguien llegó a ver un pañuelo blanco, en el medio de la noche, levantado desde el otro lado. La policía se retiró “cagada en las patas”, dice Achirana muerta de risa.
Le pregunto dónde había aprendido la estrategia de la resistencia, como para convertirse en capitana tan ducha ante el feroz operativo comandado por Gerardo Morales. “En ningún lado”, me dice sonriendo tímidamente, “yo no sabía que era tan valiente”.
¡Viva Jujuy y el coraje de las jujeñas!
A esta altura estoy convencida de que hay que cambiarle la letra al famoso bailecito anónimo que cantaron desde la tucumana Mercedes Sosa hasta Los Tekis, siempre acentuando la última sílaba. ¡Viva Jujuy y el coraje de las jujeñás! ¡Vivan los cerros pintarrajeados de mi quebradá!
“Han detenido a mucha gente que no tenía nada que ver. ¡Han detenido turistas!”, dice Munay, y yo le agrego “periodistas”, por nuestro compañero Lucho Aguilar de La Izquierda Diario y otros colegas jujeños detenidos ese mismo sábado. “Ahí es cuando la llevan a Natalia y eran todos policías de civil”, me dice indignada. “¿Pero ahora qué vivimos? Peor que un animalito. A los balazos, a las pedradas, a las patadas. Esto no es vida para un ser humano”, interrumpe la anciana que había estado preparando la comida en las ollas gigantes.
Munay está convencida de su lucha comunitaria. “Ellos están de acuerdo en saquearnos a los originarios. Pero nosotros no los vamos a dejar. Muertos nos van a sacar de aquí. Y harán un cementerio y ahí recién podrán llevar esa reforma, pero primero, muertos todos los kollas. Si no, no. No los vamos a dejar. Aquí vamos a resistir todo el tiempo que sea”. Killa agrega: “Nosotros hace 500 años que venimos resistiendo. Y tenemos para resistir 500 años más. Así que el gobernador puede hacer lo que quiera. Puede llegar a vicepresidente si quiere. Y no vamos a parar de decir ‘Abajo la reforma y arriba los derechos’”.
Su compañera de corte de ruta tiene muy claro cuáles son sus prioridades. “Para mí lo primero es que caiga la reforma y después pelearemos por los salarios y todo. Pero si no cae la reforma, no vamos a conseguir nunca más un salario”. Le afirmo que nadie va a poder movilizarse por nada si está la reforma que criminaliza la protesta. “No nos vamos a poder juntar ni así, como estamos ahora, charlando, porque nos van a llevar detenidas. Entonces, yo creo que lo primordial acá es ‘Abajo la reforma y arriba los derechos’“, concluye. La mujer anciana vuelve a salir de su tranquilo silencio. “Yo pretendo que se vayan todos los que empezaron esto. Aquí vamos a gobernar nosotros, los indígenas”. Allín reafirma que el rechazo a la reforma es masivo y abarca a muchos sectores del pueblo jujeño: “Ustedes escucharon que los maestros dijeron que NO. Va a quedar en la Historia”.
Y antes de irnos, Munay corrige su propia consigna. “Arriba la wiphala y abajo la reforma”, grita entre sonrisas, mientras cae la tarde y el frío obliga a las mujeres a empezar a encender el fuego para pasar otra noche más en la ruta, guardianas de la tierra, el agua y la libertad.
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