Ken Loach, conocido por su enfoque en las injusticias sociales y económicas, aborda en esta película la xenofobia de Durham, un pueblo inglés, y la lucha de la comunidad siria migrante a través de los ojos del dueño de un bar y los vecinos tras el cierre de la mina que dejó a las familias locales en la pobreza.
Miércoles 11 de septiembre
Alerta de spoiler. En lo que parece ser la última película del veterano y comprometido socialista Ken Loach, El último bar es una obra que ofrece una crítica audaz al thatcherismo y un mensaje esperanzador al abogar por la solidaridad en contraposición al individualismo en un sistema económico injusto, donde las políticas implementadas por Margaret Thatcher acabaron con las luchas obreras y, en este caso, con la minería de la región dejando a miles de familias de Dunham en la pobreza.
El filme muestra la integración sociocultural como un terrible ritual lleno de humillaciones, discriminación, prejuicios no exentos de la violencia racista. Comienza en un pueblo del noreste de Inglaterra, el dueño de un bar lucha por mantener su negocio en una comunidad en declive debido al cierre de las minas, la precariedad de la vivienda y la falta de perspectivas futuras. Con la llegada de refugiados sirios a las casas vacías, la tensión aumenta y la unión de los habitantes se pone a prueba.
El Viejo Roble, TJ Ballantyne, propietario del último bar de Dunham, está en un pueblo minero que antaño fue próspero al norte de Inglaterra, pero que ahora está en declive económico y social. TJ interrumpe, momentáneamente, su rutina solitaria de pasear por la playa con su querida perra Marra y su habitual prudencia defendiendo a Yara, una inmigrante siria que llegaba con su numerosa familia a una antigua casona de la localidad. Yara se encuentra en medio de una pelea con un borracho de la localidad, que había dañado su cámara fotográfica, la cual había usado para registrar las agresiones xenófobas que sufría.
El primer gesto solidario de TJ hacia Yara es regalarle una cámara similar a la que le rompieron, contribuyendo así a la integración de los refugiados de la brutal guerra en Medio Oriente. Este acto causa la indignación de sus amigos y clientes de toda la vida, quienes preferían la xenofobia y la discriminación.
El Viejo Roble se enfrenta a ellos valientemente, rechazando su propuesta de usar el cuarto trasero del bar para hacer reuniones antiinmigrantes; en su lugar, transforma el espacio en una cocina comunitaria gratuita para los refugiados sirios y para los habitantes más pobres de la localidad, con la colaboración de la activista y defensora de derechos humanos Laura, evocando el lema "Si comen juntos, se mantendrán juntos”, propio de las antiguas huelgas mineras de la región.
A partir de este momento, TJ enfrenta la enemistad de muchos que no están de acuerdo con su actitud, considerándola favorable para los inmigrantes en lugar de a los locales; lo que lleva a tener conflictos entre amigos y vecinos para socavar la fe y la esperanza de TJ y su compromiso altruista. Al mismo tiempo, Tj se convierte en una especie de protector para las y los sirios refugiados expresando frases como “Si los trabajadores se dieran cuenta del poder que tienen y pudieran permanecer juntos, podrían cambiar el mundo, pero nunca lo hicimos” o, cuando un decepcionado TJ se da cuenta del complot de sus amigos de la infancia, particularmente su mejor amigo, quienes le destrozan el comedor comunitario, el Viejo Roble va hasta su casa y le dice una frase fulminante: “¿Por qué cuando todo está saliendo mal hay personas que, en lugar de voltear hacia arriba, hacia los poderosos, deciden voltear hacia abajo, hacia los más vulnerables para hacerles la vida aún más difícil?”, combatiendo con esto el racismo y xenofobia de su amigo.
La película concluye mostrando, como suele suceder en la realidad, que incluso en medio de conflictos y enemistadas, existe un punto o situación que une a las personas. En este caso, la muerte del padre de Yara, sacrificado como parte del conflicto bélico en una tierra lejana, en un conflicto que parece ya no importarle a nadie, es una noticia que pone a su familia de luto. Muchas personas, que anteriormente se habían mostrado hostiles con actitudes xenófobas, llevan flores, peluches, comida, abrazos, condolencias, en una clara muestra de solidaridad que permite la integración sociocultural entre inmigrantes sirios y el pueblo de Dunham.
La última escena, entre los créditos finales, sintetiza la poesía y la perspectiva política del director: Los viejos mineros marchan junto a los refugiados sirios con una bandera confeccionada por estos últimos, que resalta los principios de lucha, unidad y solidaridad. Una postal emotiva para la última gran película de un director inolvidable.
Diana Palacios
Profesora egresada de la Normal Superior, colaboradora en IdZMx