En septiembre de 1974, en Tucumán, y en un contexto de varios años revolucionarios que atravesaron al país, se realizó un intento por reunir a lo más destacado de la vanguardia obrera que se venía forjando desde 1969. Sin embargo, el intento quedó atravesado por múltiples contradicciones que analizamos en este artículo para revisar “la historia a contrapelo”.
Hace cincuenta años, el llamado al Plenario de Tucumán
Hace cincuenta años, el martes 10 de septiembre de 1974, se reunieron en la emblemática sede de la Federación Gráfica Bonaerense (FGB) de la avenida Paseo Colón algunos de los principales dirigentes obreros enfrentados a la línea oficial del peronismo, entre ellos, los cordobeses Augustín Tosco (Luz y Fuerza) y René Salamanca (SMATA), el rosarino Mario Aguirre (ATE), Jorge Di Pasquale (Sindicato de Farmacia) y el dirigente azucarero tucumano Atilio Santillán (FOTIA) [1]. Raimundo Ongaro, el anfitrión, presentó ante el periodismo convocado un llamado a un “Plenario nacional de Sindicatos, Comisiones Internas, Cuerpos de Delegados y Comités de Lucha en conflicto”, que debía llevarse a cabo cuatro días después, el sábado 14 de septiembre, en Tucumán [2]. El precedente inmediato desemejante encuentro era el “Plenario por la democracia sindical”, organizado el 20 de abril de aquel mismo año, en defensa de los siderúrgicos de Villa Constitución y su Lista Marrón, bestia negra de la burocracia nacional de la UOM y del ministerio del Trabajo. Para los militantes con algunos años más de experiencia, la otra gran referencia eran los dos “Plenarios de Gremios Combativos” organizados en solidaridad con los clasistas de Sitrac-Sitram de Fiat Córdoba en mayo y agosto de 1971, en la época de la dictadura de la “Revolución argentina”. En los tres casos, la estructuración de una coordinadora de corrientes combativas y opositoras a la burocracia entreguista y negociadora fracasó por razones a veces diametralmente opuestas, sea por izquierdismo, por incapacidad de sentar las bases de un frente único para dialogar con la base cegetista, sea por cautela excesiva o lógica frentepopulista, es decir una incapacidad u oposición a definirse ante el peronismo de vuelta al poder desde mayo de 1973 [3].
El 24 de julio, Oscar Francomano, sindicalista de la FGB relanza la idea de un nuevo encuentro nacional que recién se concretiza en el llamado lanzado el 10 de septiembre [4]. El contexto en que se da la conferencia de prensa en la FGB y ha de celebrarse el plenario tucumano es sumamente distinto al del Plenario de Villa. La reunión ya no se organizaría en solidaridad con una conflicto en particular – con los sindicatos clasistas de Fiat Córdoba, en el caso de los plenarios cordobeses de 1971, o con la Lista Marrón de las fábricas Acindar, Metcon, Marathon y Villber de Villa Constitución, en abril de 1974 – sino en el marco de una multiplicación de luchas que, tanto en el interior del país como en el Gran Buenos Aires, empiezan a oponerse, en los hechos, a la política de Pacto Social, contención y disciplinamiento de la clase trabajadora defendida por el mismo Perón y, luego, por Isabel [5].
Paralelamente, después del fallecimiento de Perón, el 1° de julio, quien había vuelto al poder después de 18 años de proscripción para “poner de acuerdo a los argentinos” [6], el gobierno nacional reforzó el giro represivo ya entablado a partir de las primeras semanas del peronismo en el gobierno, tanto a nivel legal – Pacto Social, reforma de la Ley de asociaciones profesionales, reforma del Código Penal y adopción de una serie de medidas anti-huelga y anti-ocupaciones de fábrica –como a nivel extralegal, con la intensificación del matonaje parapolicial amparado desde la Casa Rosada y manejado desde el ministerio de Bienestar Social de José López Rega [7]. Por último, la gran novedad del llamado al encuentro de Tucumán radica en la ampliación del arco de los convocantes. Además de los participantes del Plenario de Villa– entre los cuales Luz y Fuerza y SMATA Córdoba y la FGB, los tres en condiciones legales mucho más precarias que a principios del año 1974, al tener la personería gremial suspendida o en proceso de intervención –también llaman a participar gremios y sectores que habían boicoteado el acto celebrado en el estadio Riberas del Paraná. En la conferencia de prensa están representados el gremio azucarero tucumano, FOTIA, que organiza a unos 60.000 trabajadores del surco y de los ingenios –que anuncia, paralelamente a la convocatoria al plenario de Tucumán, un plan de lucha con huelgas en plena zafra en los veintidós de los principales ingenios de la provincia [8]– y, sobre todo, a través de la presencia de Mario Aguirre, la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), la colateral sindical de Montoneros.
Historicidad y desmemoria
El sábado 14 de septiembre, sin embargo, el plenario “no tiene lugar”. Esoes lo que anuncia, no sin cierto alivio, tanto La Nación como La Gaceta de Tucumán: “El plenario gremial de Tucumán no se realizó”, “No se hizo la reunión de los gremios en conflicto” [9]. Al parecer funcionó el plan oficial. El día antes, el gobernador provincial, Amado Juri, bajo las órdenes de la Presidencia, ministerio de Bienestar Social, del Interior y del Trabajo, anunció la prohibición del acto tanto como la intervención de la FOTIA y el carácter ilegal de las medidas de fuerza de los trabajadores azucareros. “¿O es que me quieren traer Córdoba a Tucumán? Eso, queridos, no lo voy a permitir” [10], declaraba Juri después de haber sido convocado en Buenos Aires por Isabel y López Rega. Sin embargo, para los medios que retoman el discurso oficialista o las posiciones patronales y que, en última instancia, reclama que el Tucumán no pasó nada el 14 de septiembre, la alegría es de corta duración. En su edición del lunes tienen que retractarse y rectificar la información.
En efecto, el plenario sí tuvo lugar, a pesar del despliegue represivo masivo y,además, la huelga azucarera prosigue: “Una coordinadora de lucha sindical creóse”, titula La Nación, “Quedó constituida la coordinadora de gremios en conflicto”, confirma La Opinión, “Ongaro y Tosco anunciaron en Tucumán la integración de una Comisión de lucha sindical”, informa La Voz del Interior o, simplemente, “Ha quedado constituida ayer una Coordinadora de lucha sindical”, reconoce La Gaceta [11].
En una ciudad militarizada y en el cuadro de un extenso despliegue de la policía provincial contra la huelga azucarera – verdadera antesala de lo que será, algunos meses más tarde, el Operativo Independencia, a partir de febrero de 1975 – el encuentro, aunque con una presencia reducida de delegados, tiene lugar en una situación improbable, entre gallos y medianoche. Además, cambia de denominación y de “Plenario de sindicatos en lucha” pasa a llamarse “Coordinadora nacional de lucha sindical” en la conferencia de prensa semiclandestina convocada el domingo por la tarde al finalizar el evento [12].
A pesar de todo, en buena parte por la imposibilidad o incapacidad de asegurar una continuidad nacional de su estructuración, tal como lo planteaba la declaración final, por quedar como “atrapado” entre, por un lado, el Plenario de Villa Constitución, verdadera epifanía política para el sindicalismo combativo y la izquierda, con sus luces y sombras, y, por el otro, el segundo Villazo y el ascenso posterior hacia la primera huelga general contra un gobierno peronista – Rodrigazo de junio-junio de 1975 – el “Plenario” o la “Coordinadora” de Tucumán quedó en el olvido o, como mínimo, arrinconado en un segundo plano, tanto a nivel de la memoria militante como, posteriormente y salvo raras excepciones, a nivel historiográfico [13].
¿A qué se debe esta amnesia política, memorial e historiográfica? Como ya alertaban los propios organizadores a modo de balance del encuentro, el hecho de que, para que la Coordinadora sea “más que un sello, depend[e] de nosotros” – es decir de los sectores en lucha convocantes – indica lo precario de la organización desde su mismo lanzamiento. [14]
Por su lado, en abril de 1974, tanto el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) como Política Obrera (PO) habían sido fervientes partidarios de sacar provecho del llamado de los siderúrgicos de Villa para largar una Coordinadora nacional. En ese punto sus delegados y delegadas se habían enfrentado a la posición más cautelosa y temporizadora de sus principales convocantes, entre ellos Alberto Piccinini, de la UOM opositora de Villa, Tosco o Salamanca. A mediados de septiembre, sin embargo, los trotskistas argentinos liquidan en su prensa el encuentro de Tucumán como un rotundo “fracaso”, de manera inapelable para PO, de forma algo más matizada para el PST [15].
En todo caso, el hecho de que no haya prosperado la Coordinadora en su voluntad de estructurarse como entidad a nivel nacional indica sus fragilidades y límites políticos. A pesar de todo, se pueden sacar de aquel Plenario e intento de coordinadora trunca, en última instancia, una serie de reflexiones y conclusiones, además de “hacerse cargo”, como diría Mario Tronti, de la totalidad de la historia de nuestra clase, inclusive de sus episodios menos exitosos, lo que implica reconstruir momentos de aquella historia que cayeron, injustamente, en la desmemoria.
Los cálculos de Santillán
En vísperas del plenario, el primer cambio repentino de situación tiene que ver con la forma en que, a último minuto, Atilio Santillán, uno de los promotores del encuentro, toma distanciade la celebración de la reunión prevista en la misma sede de FOTIA. Por la forma en que Santillán cae asesinado a manos de la represión estatal dos días antes del golpe, el 22 de marzo de 1976, por el carácter heroico de la huelga de los trabajadores azucareros tucumanos de septiembre de 1974, el “último grito” [16] de dignidad de la base de FOTIA, la figura del dirigente peronista del sindicato azucarero pasa a la historia como la de un peronista intransigente, fiel al mandato la base obrera, clasista y combativo. Algo bastante alejado de su recorrido político.
Santillán – secretario general del gremio entre 1964 y 1968 y de 1973 a su muerte – hereda esta imagen por la trayectoria de la FOTIA bajo la Resistencia peronista, en su lucha contra los cierres de ingenios decidido por la dictadura, después de 1966, por la participación del gremio – en aquel momento bajo la conducción de Benito Romano, desaparecido el 14 de abril de 1976 – enla experiencia de la CGT de los Argentinos después de 1968, por su adhesión a los Plenarios combativos de Córdoba de mayo y agosto de 1971 o a los tres “Tucumanazos” que sacuden San Miguel entre 1969 y 1972. Sin embargo, el sindicato, bajo el segundo mandato de Santillán, mantiene una posición mucho más cautelosa después de la asunción de Perón, tanto respetando las pautas fijadas por el Pacto Social como negándose a figurar entre los convocantes del Plenario de Villa en abril de 1974. La participación de Santillán a la conferencia de prensa del 10 de septiembre y su llamado al Plenario de Tucumán del 14 se inserta, por ende, en la vieja táctica de la burocracia peronista de “golpear para negociar”. Como recalca Silvia Nassif en su estudio de la huelga azucarera de septiembre de 1974, “la dirección peronista de la FOTIA [es] empujada por las bases obreras a iniciar la medida de fuerza y […] al mismo tiempo, [la dirección de FOTIA es la que dirige] la conducción de la Federación [es la que pacta] finalmente con el gobierno, en un contexto de gran incertidumbre política”, zanjando el desenlace de la huelga, desfavorable para los trabajadores azucareros [17]. En este marco, el anuncio del Plenario no es más que una ficha jugada por Santillán. Lo reconoce posteriormente, con cierta amargura, Ernesto Goldar, en aquel momento asesor de la FGB: Santillán – sin ser un “orgánico” del peronismo oficialista dista mucho de ser un peronista de izquierda – habría exigido “como requisito para participar, que la reunión se hiciera en Tucumán” [18], tal vez el lugar menos indicado para celebrar semejante encuentro, tomando en cuenta las condiciones represivas que ya conoce la provincia.
El mismo 10 de septiembre por la noche, a pocas horas de la conferencia de prensa, en el aeropuerto Benjamín Matienzo, Santillán se cruza “circunstancialmente” al bajarse del avión de Buenos Aires con el gobernador, Juri, convocado en la capital por Isabel Perón y José López Rega para rendir cuenta de la situación política y social de la provincia [19]: “la FOTIA [está] dispuesta, declara Santillán ante los periodistas presentes, a dejar sin efecto las medidas si el mandatario [consigue] una solución al problema” [20], es decir a la cuestión de los bajos salarios, congelados por el Pacto Social, y de la amenaza sobre los empleos, a raíz de la mecanización de la zafra. Frente a la amenaza del poder ejecutivo provincial y nacional de intervenir FOTIA – lo que terminará siendo realidad el 13 de septiembre – Santillán decide mantener el plan de lucha – que difícilmente habría podido levantar, ante la presión de la base de los obreros del surco y de los ingenios – pero se deslinda completamente del Plenario, prohibido el día antes de su convocatoria por Juri.
Para dejar en claro su distancia, declaraba sin ambages Santillán en una conferencia de prensa convocada el sábado 14 al mediodía, cuando tendría que abrirse el Plenario: “mal puedo yo, representante de un gremio peronista, conducirlo a una reunión en la que se plantean otras ideologías” [21]. En cambio, a guisa del plenario, llama a un congreso de delegados nacionales –es decir de los 22 ingenios tucumanos– para el día siguiente, domingo 15. Con la sede del sindicato en el cual había de reunirse el Plenario nacional en manos del interventor nombrado el día antes por el ministerio del Trabajo, rodeado por la policía provincial, secundada por una tanqueta, y con el principal anfitrión que “comunica oficialmente que se [ha] suspendido la reunión de los combativos [y que] no ha tenido contactos con dirigentes de otros gremios” [22], el encuentro tucumano no nace bajo los mejores auspicios.
“En algún lugar de Tucumán”
A partir de la víspera, o muy temprano por la mañana, ya empiezan a llegar delegaciones y dirigentes nacionales a Tucumán, tanto del Gran Buenos Aires y su provincia, Mendoza, Rosario o Jujuy y Salta. A diferencia de lo que anuncia exageradamente Di Pasquale, dirigente peronista de base del sindicato de empleados de farmacia en una entrevista a Puro Pueblo, no llegan “dos a tres mil” delegados [23]. Esto representaría la mitad de los participantes al Plenario de Villa, que en comparación con el clima que se respira en Tucumán, en septiembre de 1974, y no obstante la presión policial, se celebró en un contexto de relativa “normalidad”. Probablemente no sea muy alejado de la realidad el dato avanzado por Tosco en la conferencia de prensa de cierre cuando plantea que participaron – o al menos intentaron participar al encuentro – los representantes de los cien organismos convocantes al plenario [24].
No solo la sede de FOTIA en la que tenía que hacerse la reunión está custodiada por la policía, sino que esta controla todos los puntos de acceso a la ciudad por carretera, tren o avión. Cuando, desde el aeropuerto, Carmelo Affatato y Emilio Tomasín, delegados combativos de Indiel-Martín Amato [25], llegan al “centro cívico, [lo encuentran] prácticamente militarizado y tomado totalmente” [26]. Los que llegan en auto tienen que tomar rutas secundarias para eludir el cerco policial, como en el caso de Mario Aguirre que viaja desde Rosario con tres delegados de Acindar y Villa Constitución, Piccinini – “una presa apetecible para la policía” –, Raúl Horton y Pascual De Rico [27].. Después de ellos llega una delegación del combativo SOEPU, el sindicato que acaba de protagonizar una toma con control obrero de la producción en una de las plantas químicas más importantes del Cono Sur en aquel momento, PASA San Lorenzo. De la misma forma, llegan delegaciones de fábricas del Gran Buenos Aires que son el teatro de procesos de lucha y/o de recuperación de organismos sindicales, como Terma, de La Matanza, Jabón Federal, Propulsora, en Ensenada o de los trabajadores azucareros del Noroeste argentino, El Tabacal y Ledesma. El día antes del plenario llega una delegación mendocina, que logra entrar a la ciudad. Al contrario, los cordobeses, quienes viajan en tres autobuses y hubieran representado la delegación más numerosa, quedan detenidos en un operativo de pinzas antes de poder ingresar a la ciudad [28].
Si no fuera por el carácter lúgubre y dantesco de la represión que obliga a los militantes a “ir disimulados” [29] o a “cambiar de alojamiento cuatro veces” [30]. en 48 horas, volviendo casi imposible la reunión, el fin de semana tucumano se caracteriza por un “tinte aventurero”como lo plantea Ricardo Frascara, el enviado oficial de La Opinión [31]. La reunión, reza el comunicado final en tono misterioso, se llevó a cabo en “algún lugar de Tucumán”. Su celebración, en realidad, es mucho más rocambolesca y se efectúa en distintos lugares para burlar el dispositivo policial. Los primeros contactos, el sábado, se hacen en la sacristía de lo que, en aquel entonces, solo es la modesta capilla de la parroquia San Pío X, en el barrio tucumano de Floresta, mientras el sacerdote celebra un matrimonio. Por la noche, los delegados se reúnen mezclados con el público en una peña folclórica del centro [32].
El día domingo por la mañana, no obstante la hostilidad de Santillán, Enrique Tortosa (ex secretario del gremio intervenido de los periodistas de la capital), Mario Aguirre y Francomano [33] logran participar en el Congreso de delegados del gremio azucarero que se celebra en el Ingenio Bella Vista, para llevarles la solidaridad del Plenario e intentar incorporarlos nuevamente al encuentro. Ante el enviado de La Nación, Santillán vuelve a deslindarse de toda responsabilidad en relación al Plenario tucumano [34]. Desde Bella Vista, los emisarios del Plenario convocan a los periodistas, ya presentes, para llevarlos a la conferencia de prensa de cierre. Por cuestiones de seguridad, el lugar es mantenido en secreto hasta el final: se trata de un sorprendente depósito de viejas heladeras y chatarra ubicado en Bolívar, a tres cuadras de la sede ocupada de FOTIA. La idea de reunirse a las narices de la policía es de Ongaro. Lo más adecuado es juntarse “allí donde el enemigo está más seguro” [35]. El galpón es de Ernesto Lizárraga, martillero público, veterano militante de la Resistencia peronista: entre viejas heladeras, estufas y cocinas de gas de segunda mano, toman la palabra sucesivamente Ongaro, Aguirre, Di Pasquale y Tosco para anunciar el lanzamiento de la Coordinadora [36].
Una ocasión frustrada
El balance inmediato del encuentro es bastante mitigado. Por una parte, como lo apuntan los mismos periodistas presentes en la conferencia de prensa, a pesar de que figure FOTIA entre los firmantes del documento final, “lo que llamó la atención, pese a que había sido el elemento aglutinante de esta reunión, fue que no asistiera ni estuviera representado Atilio Santillán. [Este] no quiere cortar todas las posibilidades de diálogo. Aparecer claramente vinculado a la reunión de la Coordinadora marcaría un enfrentamiento abierto con el gobernador Amado Juri” [37]. Los organizadores, en particular el Peronismo de Base, defienden otra versión destinada tanto a justificar el hecho de haber optado por Tucumán y haberse adaptado a Santillán como para evitar sacar un balance crítico de la orientación de la dirección de FOTIA [38].
Por otra parte, a pesar de haber insistido los organizadores en que sólo estuvieran representados gremios en situación de lucha, evitar delegaciones estudiantiles o reducir las representaciones superestructurales de corrientes políticas – por más que la aplastante mayoría de los dirigentes y cuadros sindicales presentes estuvieran enrolados, de una forma u otra, en alguna corriente a izquierda del justicialismo ortodoxo – los últimos en llegar a la idea de una Coordinadora, la JTP, no ocultan, algo burdamente, sus intenciones más directamente políticas de autoconstrucción. Siguiendo la línea de Montoneros de demostrar que son los “herederos” de la conducción de Perón después de la muerte del general y que encarnan su expresión “auténtica”, Mario Aguirre declara que la JTP tiene la intención de constituir un “bloque gremial peronista que actuaría a nivel de la Coordinadora” [39]. Esto no puede sino generar un tiro cruzado de parte de los dirigentes del Peronismo de Base que anuncian a su vez que “[van] a hacer lo mismo” [40]. Si los “organizadores [habían intentado] circunscribir formalmente la intervención de las agrupaciones partidarias para evitar que el encuentro se empantanara como en Villa Constitución” [41], la imagen que reflejan no es de las mejores. Para evitar un choque ulterior, requieren de la mediación de Tosco que intenta dirimir el conflicto recalcando que el “ente es eminentemente sindical, haciendo abstracción de la ideología de cada integrante a fin de impedir el copamiento político de algún grupo” [42].
Otro elemento que indica un ulterior límite del encuentro queda reflejado en el texto final. Este recalca, como subraya Ongaro, que el objetivo sigue siendo “la lucha en defensa del salario y de la plena democracia sindical” [43]. Este aspecto reivindicativo “defensivo”, vinculado a la situación de múltiples resistencias al ataque orquestado por la Casa Rosada a los sectores sindicales que cuestionan el Pacto Social, no se correlaciona en ningún momento cona una preparación más “ofensiva” de lo que se viene, es decir a una definición, por mínima que sea, del gobierno de Isabel Perón y su política de conjunto, al cual sí se opondrá, objetivamente, el ascenso obrero durante la huelga general de junio-julio de 1975.
A pesar de estas carencias, la gran diferencia, en comparación con lo anunciado en la convocatoria o, desde ya, con el encuentro de Villa de marzo del mismo año, es que los organizadores deciden superar, al menos en palabras, el cuadro de un mero “plenario” y terminan formalizando la idea de una “Coordinadora de lucha sindical”, lo que implica un grado superior de unificación y articulación de las luchas. Sin embargo, a imagen de lo que había ocurrido después del encuentro de agosto de 1972 en Córdoba, que no había sabido solidarizarse concretamente con el SITRAC-SITRAM cuando las plantas Fiat terminaron ocupadas por el Ejército y fueron disueltos los sindicatos, el 26 de octubre de 1971; las estructuras que componen la Coordinadora en septiembre de 1974 tampoco supieron llevar a cabo una campaña concreta y unificada con la huelga de los azucareros tucumanos, tal como lo había prometido Ongaro con “medidas de luchas y actos de apoyo a la FOTIA” [44]. Más importante aún, como ya lo recalcamos, no se estructuran “mesas nacional, regionales y zonales” como lo habían planteado Tosco y defendido, posteriormente al encuentro, los organizadores del plenario.
“Hay mejores condiciones que nunca”
La Coordinadora no sólo no prosperará en las semanas y meses siguientes como estructura nacional, más bien caerá posteriormente en el olvido. A nivel tucumano, esta desmemoria se debe, en buena parte, al desenlace negativo de la huelga azucarera para los trabajadores, quince días más tarde [45]. A nivel nacional, el encuentro tucumano queda atrapado entre momentos paradigmáticos mucho más intensos de la lucha de clases, entre ellos el plenario de Villa Constitución, en abril, y, algunas semanas más tarde del encuentro tucumano, la victoria de la Lista Marrón en las elecciones sindicales a la cual sucede la intervención a la UOM de Villa y, luego, el segundo Villazo – a partir del 20 de marzo de 1975 y los 59 días de huelga – que precede el período de discusión de las paritarias y el ascenso nacional hacia la huelga general de junio-julio de 1975 por la vigencia de la Ley 14250 y contra el plan económico del ministro Rodrigo.
En este marco, no se estructura ninguna Coordinadora nacional real, después del encuentro de Tucumán. Sin embargo, si seguimos los planteos del PST, en septiembre de 1974, partidario de la creación de un organismo coordinador nacional entre las fábricas y sectores en lucha, “hay mejores condiciones que nunca (…) para que se organice (…) con los gremios y Comisiones internas en lucha y con la participación de las tendencias y agrupaciones combativas una Coordinadora nacional y organismos regionales y zonales” [46]. Las razones, en última instancia, del fracaso o de la ocasión perdida en Tucumán, reside en cuestiones de método, políticas y de estrategia.
Es evidente que los tiempos con los cuales se convoca al plenario son excesivamente apretados si los comparamos con la forma en que se había llamado anteriormente a encuentros similares. El de Córdoba, de agosto de 1971, se lanza luego del primer Plenario de gremios combativos, organizado en la misma ciudad a fines de mayo. En el caso del Plenario de Villa, un poco más de dos semanas separan la conferencia de prensa del 3 de abril de 1974 celebrada en el local de la FGB, en Buenos Aires en el que se hace el llamado y el mismo encuentro, que se lleva adelante el 20 de abril. Lo de Tucumán se organiza “a los apurones, sin discusión previa [ni] balance” del Plenario de Villa [47]. Un lapso de tiempo más importante habría permitido, como mínimo, pensar en mejores condiciones, tanto preparativas, organizativas y de seguridad de las delegaciones, la celebración del Plenario en Tucumán o un lugar alternativo por la situación particular en que se encontraba la provincia.
El segundo elemento metodológico, que tiene que ver con cuestiones políticas es que, independientemente de las declaraciones de los organizadores, se privilegia en la convocatoria acuerdos entre estructuras por encima de una construcción desde las bases. Es la razón por la cual, en forma paradigmática en el caso de FOTIA, cuando Santillán se retira de la organización del plenario, no participan sustancialmente de la dinámica ni la base ni los delegados del gremio azucarero – desde ya absorbidos por el conflicto en curso – ni tampoco otros sectores militantes tucumanos como los docentes de ATEP que tienen como referente, además de a Isauro Arancibia, secretario general del gremio de los maestros, a la conducción de FOTIA.
Todo esto, además del altísimo nivel de represión en Tucumán, que tiene su correlato a nivel nacional en una intensificación del terrorismo de estado contra figuras opositoras o dirigentes de izquierda hace que la Coordinadora naciera trunca, desde el vamos. A pesar del encuentro de Tucumán y de la multiplicación de luchas fabriles en septiembre-octubre de 1974, lo que prevalece, en los meses sucesivos, entre las dos principales corrientes con presencia entre la vanguardia, Montoneros y PRT-ERP, es una lógica militarista por encima de cualquier intento de construir una alternativa sindical y política entre las bases para preparar el enfrentamiento con el gobierno. En el caso del PRT, que tenía cierta influencia en FOTIA, esto queda ilustrado en forma sumamente paradigmática en el hecho de que, además de mantener la idea de la viabilidad de la Compañía de Monte en la provincia, la organización de Santucho centra su política tucumana en un apoyo militar a los huelguistas en los ingenios por encima de cualquier intento de volcar militancia y recursos en la construcción de una red de solidaridad con Tucumán para evitar el aislamiento de la huelga y su ineludible asfixia.
Considerando sus potencialidades, los pobres resultados del encuentro de Tucumán ponen de relieve la paradoja cordobesa. De no darse la redada planificada contra los militantes cordobeses antes de su entrada a la ciudad, es probable que su delegación habría sido la más numerosa y la más dinámica, tanto en términos ideológicos como políticos. Como dice con picardía Juan Villa, en aquel momento secretario general del Sindicato de Trabajadores de Perkins, “éramos una linda patotita, en el buen sentido de la palabra” [48]. En palabras de Rafael Flores Montenegro, otro de los cuadros del MSC, dirigente del sindicato clasista del caucho (SITRACAAF), “volvimos frustrados y cansados, tanto por no haber podido asistir como por la mala jugada de Santillán y por la detención. Pero más determinados y convencidos que nunca” [49]. Cuando regresan, la situación les reserva otro golpe durísimo: el asesinato por la Triple A de Atilio López, ex gobernador peronista de izquierda y figura central de la CGT cordobesa y de Juan José Varas, el 16 de septiembre, a menos de una semana de la muerte de Curutchet.
La provincia está intervenida desde febrero de 1974 y está en manos, desde el 7 de septiembre, del sector más fascistoide del peronismo, encabezado por el Brigadier Raúl Lacabanne. Sin embargo, la experiencia acumulada del Movimiento Sindical Combativo – que agrupa desde principios del año a todas las corrientes tanto opuestas a los ortodoxos de la CGT como situadas a izquierda de los “legalistas” de Atilio López –, las lecciones sacadas del Plenario de Villa – en que la mayoría de la delegación cordobesa sigue a Tosco en su negativa de lanzar una Coordinadora, aunque viendo la potencialidad de la situación [50] –, la intervención de los dos principales sindicatos que constituyen el MSC – el SMATA, de Salamanca, y luego Luz y Fuerza, de Tosco, el 9 de octubre – y, por último, el sabor amargo que les queda de la experiencia frustrada de Tucumán empuja al grueso de la dirigencia del MSC a construir la “Mesa provisoria de gremios combativos” en los meses siguientes. Suerte de Coordinadora a escala cordobesa que se estructura antes de las experiencias de las Coordinadoras interfabriles del Gran Buenos Aires, La Plata o San Lorenzo (Rosario), que empiezan a ponerse en pie en el marco de las discusiones paritarias por la renovación de los CCT de junio de 1975, la Mesa de Córdoba es el producto de una larga experiencia política acumulada pero también hija de aquel intento trunco de Coordinadora tucumana [51].
En este sentido, los límites claros del encuentro de septiembre de 1974 tiene mucho que ver con el hecho de que la Coordinadora de Tucumán es, en en última instancia, la concreción muy tardía – por el tiempo perdido – y realizada de manera algo burocrática – por la forma en que se convoca y las enormes dificultades para llevar adelante el encuentro – de lo que tanto Tosco, como Ongaro, Salamanca o Piccini, habían rechazado en Villa Constitución, cuatro meses antes, en condiciones mucho más favorables: la idea de un organismo coordinador a nivel nacional de los distintos sectores combativos enfrentados a los ataques de la patronal, del gobierno y de la burocracia sindical. Tucumán, desde este ángulo, representa la última oportunidad de llevar a cabo aquella política. Pero ya es muy tarde. La Coordinadora nace trunca y las corrientes que la impulsan en la conferencia de prensa de cierre no toman aquella consigna como una tarea central en los meses sucesivos.
Aquel septiembre de 1974 fue escenario de pasiones políticas y es difícil reconstruirlo escapando a cierta melancolía: melancolía por aquel momento histórico que pasó sin estar a la altura de las exigencias de la época y por un tiempo político – considerado como articulación de ritmo y capacidad de intervención – desperdiciado y malgastado. A fines de los años 1990 planteaba Daniel Bensaid que “la melancolía tiene menos que ver con la ‘posibilidad del fracaso’ (en una historia abierta esta posibilidad es inherente a la incertidumbre de la lucha, pero nunca representa una razón por la cual no habría que luchar) que con el sentimiento trágico del divorcio entre lo necesario (requerido por una situación) y lo posible” [52]. Pensar y reflexionar en “lo posible”, en la crítica de “lo que fue” el pasado y la capacidad de reanudar con su carga crítica, con su potencial revolucionario, tal vez sea también una de las lecciones que podemos sacar, hoy en día, de aquel encuentro que se celebró, hace cincuenta años, “en algún lugar de Tucumán”.
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