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DISTOPÍA CAPITALISTA. La cara B de las coins: cómo las criptomonedas agravaron una revuelta en Kazajistán

Los juegos de apuestas de los capitalistas tienen más efectos sobre la realidad de lo que pueda parecer. En 2022, este vínculo se aclara más que nunca, y la especulación acaba en muertes al otro lado del mundo.

Lunes 18 de julio de 2022

Se suele pensar en el mundo de las criptomonedas como algo más abstracto y aislado. Personas que se gastan miles y millones en valores ficticios como si se tratara de una casa de apuestas. Como mucho, hemos oído hablar del impacto medioambiental que suponen estas monedas, que reciben promesas vacías de una hipotética transición a un sistema que no consuma tanto. Sin embargo, los efectos en el mundo real van mucho más allá. Lo que pareció ser una moda de internet ahora ya consume más energía que muchos países, y ha provocado insurrecciones y muertes en el Enero Sangriento de 2022 en Kazajistán.

A diferencia de las monedas tradicionales, las criptomonedas no se emiten bajo orden, sino que se compite por generar una nueva. Las monedas se crean con un sistema en el que la máquina computa una fórmula matemática más rápido que las demás, fórmula cuya complejidad aumenta cada vez más. Esto se ha traducido en las llamadas granjas mineras, naves industriales llenas de computadoras que hacen un gasto inmenso de energía para generar dinero arbitrario.

Su impacto no se entiende bien sino por medio de las comparaciones. Sólo una de las mayores redes de criptomonedas consume más que Suecia, Ucrania, Argentina o Colombia. En algunos casos, varios países juntos. A su vez, toda esta energía proviene de energías no renovables y altamente contaminantes, con emisiones equivalentes a las de Grecia. De alguna forma, una única transacción como puede ser una compra ya contamina lo mismo que un vuelo entre Nueva York y Ámsterdam. Si bien es cierto que los sistemas bancarios actuales también consumen un nivel comparable de energía, no necesitamos un sistema paralelo que duplique tal contaminación.

Imaginemos que el enorme coste de producir la energía necesaria para el minado de criptomonedas se redirige hacia acabar con la crisis alimentaria causada por la guerra y la inflación. Esa idea va más allá de las coins, todo un símbolo de irracionalidad capitalista. Se trata de planificar la economía desde la clase trabajadora que es la que realmente produce. Mientras, para estos especuladores, la propia supervivencia de la especie humana se subordina a la acumulación de capital.

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Pero esta energía no se produce en un vacío. Existen países que se han aprovechado de las grandes ganancias que deja la especulación a las compañías eléctricas. Este fue el caso de China, antes de que revirtieran su decisión y expulsaran a las granjas mineras del país, que se reubicaron en países cercanos como Kazajistán, que en 2019 acogió con los brazos abiertos, e incentivó con electricidad barata y la ausencia de regulación significativa.

Es aquí donde los resultados comienzan a ser palpables. Este movimiento jugó completamente en contra de la clase trabajadora, que en Kazajistán, vio la demanda eléctrica ser consumida casi íntegramente por las granjas mineras, produciendo grandes apagones a nivel nacional, creando subidas en el precio de la electricidad y la gasolina. La avaricia de aquellos que manejan criptomonedas deja de ser puro juego, y se mancha las manos de sangre. Estos apagones provocaron muertes, por frío y por desabastecimiento, y llevaron a insurrecciones masivas en las ciudades principales.

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El suceso quedó bautizado como el Enero Sangriento, una serie de protestas que desestabilizaron el país, y que el gobierno kazajo reprimió con una política de violencia directa contra los protestantes, mientras que se embolsaba el dinero que su compañía eléctrica había ganado hospedando a todas las granjas mineras y el consumo de las criptomonedas. Las nuevas casas de apuestas de occidente se apoyan directamente en el robo de recursos de la clase obrera, se alía con la represión estatal violenta, y no se sostiene sino mediante las muertes de decenas de personas.

No fue únicamente la aparición de las granjas de minado y su efecto en el consume eléctrico y el gas que lo genera en Kazajistán. Si todo empezó por la subida exponencial del precio del gas (tras el fin de los subsidios y los controles de precios decretados unos años antes) el malestar era profundo debido a la inflación, el desempleo y el saqueo por parte del capital extranjero. Estos efectos en una economía dependiente en un 70% de la producción de energía se mutliplicaron con la crisis causada por las criptomonedas, a la cual el gobierno kazajo y las tropas rusas “en misión de paz” respondieron con una represión asesina.

Es esto en lo que se materializa la especulación de las criptomonedas: polución, muertes, represión estatal, y violencia. Ejemplifica de forma clara la realidad de un sistema que orienta su energía y su tecnología hacia la especulación, a costa de las vidas de la clase obrera. Por ello, frente a este sinsentido, creemos que los episodios de aguda lucha de clases como el que sucedió en Kazajistán en enero o el que actualmente atraviesa Sri Lanka no sólo no van a ser excepciones en este periodo; sino que son de enorme interés para la clase trabajadora de todo el planeta en un momento en el que a las guerras, inflación y crisis que causan los capitalistas hay que oponer la posibilidad de transformar las revueltas en revoluciones.

El ejemplo de la revuelta en Kazajistán nos muestra que la lucha contra la crisis climática, contra la explotación, el coste de la vida o el imperialismo no están tan lejos entre sí, sino que aparecen cruzadas al igual que el capitalismo utiliza las opresiones para afianzar mejor su sistema de explotación. Ante el análisis de esta situación, entendemos que la lucha contra la especulación capitalista no está lejos de la lucha contra la emergencia climática, y esta es también parte de la lucha entre clases. Todos estos campos quedan interconectados en una red de relaciones, opresiones y problemáticas que seríamos incapaces de entender si no los conectáramos.

De la misma forma, vemos por qué la solución debe ser internacional. Una transacción especulativa de criptomonedas en Estados Unidos se apoya sobre la muerte de obreros en Kazajistán. La situación económica y social de este suceso nos muestra que todas estas políticas trabajan en efecto dominó. El capitalismo crea problemas internacionales. Por ello, nuestra lucha es internacional y con la centralidad en la clase obrera, porque es de absoluta necesidad a la hora de construir el mundo que queremos: una sociedad socialista libre de explotación y opresión.

Frente a la crisis agravada y la inestabilidad que prometen las bitcoins, una de las facetas más irracionales del capitalismo de los últimos años, es posible expropiar las eléctricas bajo control obrero, nacionalizar y unificar la banca en una economía planificada por la clase trabajadora, establecer comités de control de precios, que puedan dirigirse verdaderamente a las clases explotadas y sus necesidades. Frente al futuro distópico que la especulación con coins quiere agravar en esta época, éste es un ejemplo más que argumenta la necesidad de una sociedad dirigida y planificada por la clase trabajadora frente a la barbarie capitalista.