Ideas de izquierda

Armas de la critica

SUPLEMENTO

¿La comunicación vence al odio?

Lourdes Oliverio

Marco B

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Ilustración: @rama.rabbit

¿La comunicación vence al odio?

Lourdes Oliverio

Marco B

Ideas de Izquierda

El intento de magnicidio contra la vicepresidenta puso en escena un sin fin de debates sobre los discursos de odio. En este artículo nos proponemos polemizar, desde una perspectiva marxista, contra las visiones que reducen distintos fenómenos políticos a una cuestión discursiva, abstrayéndolos de las condiciones materiales y sociales en las que se desarrollan, y también contra quienes ven únicamente en el terreno de la comunicación una vía para enfrentar a los mismos.

La noción de “discurso de odio” apareció para categorizar la propaganda del fascismo, que surgió como consecuencia de la derrota de los procesos revolucionarios de la década del ‘20 del siglo pasado en Europa. En la actualidad, distintos investigadores utilizan esta noción para analizar algunos fenómenos políticos. En un informe publicado por el Laboratorio de estudios sobre democracia y autoritarismos llamado Discursos de odio en la sociedad Argentina, se define a los mismos como: “cualquier tipo de discurso pronunciado en la esfera pública que procure promover, incitar o legitimar la discriminación, la deshumanización y/o la violencia hacia una persona o un grupo de personas en función de la pertenencia de las mismas a un grupo religioso, étnico, nacional, político, racial, de género o cualquier otra identidad social” [1].

Para Yéssica Esquivel Alonso, es discurso de odio “todas aquellas ‘expresiones peligrosas’ para la estabilidad del sistema democrático, entre las que encontramos ofensas, insultos y expresiones que discriminan a colectivos por condición de clase, género, color de piel, orientación sexual o etnia” e incluye que “suele involucrar acciones variadas basadas en la destrucción del otro, a quien se identificará como ‘enemigo’” [2].

Aunque hay una visión común en vincular estos discursos a expresiones de derecha y actos o métodos fascistoides, queremos marcar que estas definiciones tienen dos problemas: por un lado muestra a los discursos de odio como fenómenos excepcionales. A decir verdad, este tipo de discursos son el común denominador en un sistema como el capitalismo, que para reproducirse necesita justificar la explotación y servirse de opresiones como las de género, de etnia, entre otras, con el objetivo de dividir a los explotados. La mayoría de las veces estos discursos se encuentran naturalizados y por eso no son contemplados en lo que muchos consideran “discursos de odio”. Esto no niega que en situaciones de crisis más profundas haya una intensificación de los mismos. Por ejemplo, las divisiones nacionales que alimentan la xenofobia o chovinismos se exacerban en situaciones de guerra.

Por otro lado, surge un debate alrededor del odio: un discurso anticapitalista basado en el odio que produce la explotación, la desigualdad, y otras miserias que genera este sistema, ¿puede ser medido con la misma vara que un discurso pronunciado por la derecha?

Esta aclaración no niega el poder de las nuevas tecnologías y las redes sociales que permiten una circulación aún mayor de estos discursos pronunciados por la derecha. En un estudio que Twitter dió a conocer en octubre del año pasado se demostró que los algoritmos de esa misma red social “amplifican más los contenidos políticos de derecha” [3]. En ese mismo sentido, los estudios filtrados por una ex empleada de Facebook “prueban que los algoritmos desarrollados por la empresa tienden a diseminar con mayor fuerza el contenido violento, los discursos de odio, y generar polarización política” [4]. Vale agregar que el control de los algoritmos no depende de un criterio meramente técnico o azaroso, sino que a través de los mismos algoritmos un puñado de monopolios capitalistas dueños de las redes sociales controlan sus contenidos. Estos monopolios son los que a menudo se arrogan el derecho a censurar contenidos discrecionalmente. Ezequiel Ipar abona a esta idea: “Hace más de 70 años Adorno y Horkheimer nos advertían que la concentración económica unida a tecnologías muy disruptivas en su capacidad de reproducción de contenidos culturales podrían desencadenar un proceso muy semejante al de los totalitarismos”. [5]

Sin dudas el poder de la redes sociales guardan relación con distintos fenómenos políticos ocurridos en el último tiempo, ya sean expresiones por derecha –como la Toma del Capitolio los primeros días del 2021– o por izquierda como lo fue la Primavera Árabe allá por 2011. Sin embargo, ¿es posible reducir los fenómenos y acciones políticas más de “los extremos” a una cuestión meramente discursiva? ¿Qué pasa con los planteos que intentan proponer, frente a estos fenómenos, democracias donde la acción comunicativa garantice un consenso social?

La crisis como “caldo de cultivo” para los discursos de derecha

El sistema capitalista está basado en la explotación de lxs trabajadorxs. En momentos de crisis, la desigualdad que esto produce queda más expuesta que nunca. Trabajar todo el día y no llegar a fin de mes, la precarización laboral, el subempleo, entre otras situaciones, son la realidad a la que se ven expuestos todos los días los trabajadores. Sería ingenuo o encubridor creer que esta situación no genera de mínima un sentimiento de bronca. Esto no quiere decir que todos los trabajadores sean conscientes de dónde surge ese malestar que puede devenir en odio. Es decir, hay un sentimiento genuino generado por el capitalismo que degrada sus condiciones de vida. La cuestión es ¿quién capitaliza ese odio y con qué fines? No es lo mismo cuando los trabajadores expresan su odio contra las clases dominantes que cuando la derecha se apoya en ese odio para abonar un clima reaccionario.

Leon Trotsky decía que “las condiciones económicas y sociales que permiten la revolución provocan cambios bruscos en la conciencia de la sociedad y de sus diferentes clases”. Si bien aún no estamos en una situación revolucionaria o de lucha de clases álgida, sí asistimos a una momento de crisis del sistema capitalista que genera condiciones para que se expresen salidas más “radicales” (por derecha o por izquierda) que las que habitualmente encontramos en situaciones de equilibrio social y bonanza económica.

En un artículo llamado Discursos políticos de odio en Argentina y Ecuador. El inmigrante pobre como otredad, las investigadoras María Florencia Pagliarone y María Virginia Quiroga aseguran que “las situaciones de crisis y restricciones resultan escenarios propicios para que algunos sectores de la población comiencen a percibir (...) que ese ‘otro’ puede ser el responsable de ciertas carencias o ciertos problemas”. En este mismo sentido en el libro La época de las pasiones tristes, el sociólogo francés Francois Duobet plantea cómo la meritocracia y la idea del “sálvese quién pueda” contribuyen a ver en ese “otro” que es de nuestra misma clase, una amenaza [6].

En el capitalismo las clases dominantes utilizan discursos de odio con el objetivo de dirigir la bronca de los trabajadores y las grandes mayorías contra otras capas de la propia clase trabajadora. De esta forma preparan el terreno para poder avanzar con distintas medidas de ajuste o incluso con represión hacia sectores que salen a luchar. El discurso de odio de las clases dominantes es una necesidad. No fue casual la repetida y extenuante aparición de personajes como Javier Milei en los medios de comunicación que vimos principalmente el año pasado durante la campaña electoral.

Es el propio Estado quien le otorga millones de pesos por la pauta oficial a los medios que en los últimos meses han impulsado una campaña contra las y los trabajadores desocupados y movimientos sociales cuya única fuente de ingreso es algún programa o plan social para poder subsistir. Intentan instalar como sentido común que quienes acceden a algunos de estos programas no son trabajadores con el objetivo de avanzar en recortes y en la reducción del déficit fiscal que tanto pide el FMI. Por eso una de las primeras medidas que anunció Massa en su función como superministro fue la auditoría a personas beneficiarias. Estos discursos de odio se encuentran normalizados, pasan desapercibidos.

Si hablamos de Estado también podemos encontrar en sus propios funcionarios ejemplos de discursos de odio como el de la fugaz ex ministra de economía, Silvina Batakis, quien igualó el intento de magnicidio contra CFK con las masivas movilizaciones que se dieron en Chubut a finales del año pasado contra la megaminería contaminante. Bajo esta perspectiva, ambas acciones pueden ser catalogadas como “‘expresiones peligrosas’ para la estabilidad del sistema democrático”. Una suerte de remasterización de teoría de los dos demonios. Se mete en la misma bolsa a quienes quieren pasar por encima todos los derechos de la clase trabajadora y a quienes quieren terminar con la explotación en nombre de la “paz social” para “mantener el orden democratico”. En los hechos, este tipo de discurso tiene como objetivo imponer la desmovilización de quienes quieren enfrentar el ajuste a partir de sembrar una salida conciliatoria entre los empresarios responsables de las crisis, y las grandes mayorías, quienes pagan los platos rotos de dichas crisis.

¿Consenso o lucha de clases?

De la idea que reduce los discursos de odio a un problema discursivo excluyendo las condiciones materiales en el que éstos se producen, se desprende que el terreno para enfrentar a ese odio es el simbólico, lejos de cualquier lucha por transformar la realidad material, dejando de lado así la lucha de clases.

La concepción de democracia deliberativa planteada por Jürgen Habermas es ilustrativa de este tipo de pensamiento. Según el filósofo y sociólogo alemán, los intereses y orientaciones valorativas contrapuestas logran por medio de la acción comunicativa alcanzar un estado de consenso social. El conflicto es resuelto mediante la racionalidad comunicativa que aporta al equilibrio social, de manera contraria a los discursos de odio que tienen la capacidad de dañar el orden democrático. Bajo la acción comunicativa en este tipo de democracia, “los extremos” pueden disponerse a conciliarse con razones y argumentos o ser convencidos por el opuesto. En palabras del propio Habermas, “este proceso democrático establece una interna conexión entre negociaciones, discursos de autoentendimiento y discursos relativos a cuestiones de justicia, es decir, entre tres formas distintas de comunicación, cada una de las cuales tiene su propia lógica, y sirve de base a la presunción de que bajo tales condiciones se obtienen resultados racionales…” [7]. Esta salida tiene varios problemas.

En primer lugar, si pensamos la democracia actual, muchos de los canales por los que se debería llevar a cabo esa acción comunicativa se encuentran degradados. A nivel mundial se expresa un nivel de crisis de representatividad de los partidos tradicionales, lo que lleva al armado de coaliciones unidas por acuerdos no muy sólidos. Desde hace algunos años, distintos analistas políticos vienen discutiendo la relación que existe entre la crisis de estos partidos tradicionales y el surgimiento de expresiones políticas más hacia los extremos, sean de izquierda o de derecha, fenómeno que comenzó en Europa con el hundimiento de las socialdemocracias que llevaron adelante las reformas neoliberales. Esta crisis también tuvo su expresión en Estados Unidos con la llegada de Trump a la presidencia y en Latinoamérica con la de Bolsonaro en Brasil, por sólo mencionar algunos ejemplos. En Argentina, si pensamos en los medios de comunicación, la democratización de los mismos parece un imposible. A la hora de otorgar pauta oficial el Estado prioriza a los grandes monopolios privados. A su vez, hay una pérdida de confianza en las instituciones en general como por ejemplo en el Congreso, donde una minoría de legisladores con sueldos abultados y otros privilegios toman decisiones a espaldas de las grandes mayorías. La idea de “todos los políticos son iguales” se ha convertido en sentido común. Ante esta situación de debilitamiento de las democracias occidentales, ¿es posible pensar una salida deliberativa y consensuada como propone Habermas? Si la crisis social y económica es caldo de cultivo para los discursos de odio y fenómenos políticos más extremos, también tenemos que agregar este factor político.

A su vez esta democracia, independientemente del grado de crisis que pueda tener, es una envoltura bajo la cual se intenta ocultar que vivimos en una sociedad dividida en clases sociales con intereses irreconciliables. La burguesía utiliza la comunicación para imponer su ideología y construir hegemonía traduciendo sus intereses particulares como intereses “generales” del pueblo trabajador. En este sentido, el consenso o entendimiento no podemos pensarlo por fuera de este mecanismo que en los hechos implica reproducir la dominación sobre la clase obrera (no sin resistencia por parte de la misma). Aquí ya vemos una primera falla en esta “salida” consensuada. Detrás de dicho intento de consenso, hay alguien que gana y alguien que pierde. Hasta aquí la misma lógica de Habermas lleva también a esa idea de “paz social” entre las clases.

¿Pero qué pasa cuando no alcanza con los intentos de consenso? La burguesía busca imponerlo desde la coerción. Esto demuestra que en última instancia, las disputas entre las clases se definen en el terreno de la lucha de clases, aunque estas se manifiestan en distintos escenarios, como el comunicativo. La acción comunicativa, por sí sola, no resuelve este choque de intereses para ninguno de ambos lados.

Armas de la crítica y crítica de las armas

Para nosotros los marxistas, los discursos de odio son intrínsecos al capitalismo, por lo tanto la salida real para terminar con los mismos es acabar con dicho sistema. Esto no niega una lucha en el terreno de la comunicación, al contrario. Luchar por terminar con el capitalismo implica pelear en todos los terrenos que utilizan las clases dominantes para sostener su sistema. Como vimos, en situaciones de crisis la burguesía utiliza la comunicación e intenta reforzar sentidos comunes para capitalizar el odio que su propio sistema genera en los explotados y dividirlos. En este caso, quebrar estos sentidos comunes y dar peleas más profundas por las ideas para ganar la conciencia de los trabajadores es una de nuestras tareas.

Como decía Karl Marx (1844): “Es cierto que el arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que derrocarse por medio del poder material, pero también la teoría se convierte en poder material tan pronto como se apodera de las masas [8].

La construcción de un diario internacionalista como La Izquierda Diario,que tiene presencia en 15 países y se publica en 7 idiomas, va en ese sentido. Nuestra prensa está ligada al desarrollo de una fuerza material y social que se necesita para terminar con el capitalismo y sus discursos de odio. Por eso, intentamos desde allí reflejar la voz de los trabajadores que es ocultada por los grandes medios de comunicación, reflejando sus peleas y sus reclamos para mostrar la fuerza de la clase que mueve el mundo. Intentamos también mostrar que hay responsables concretos de los padecimientos de las grandes mayorías mientras discutimos con los sentidos comunes y naturalizaciones que impone este sistema social. Damos también peleas contra la ideología y los partidos de la burguesía, a la par de mostrar cuál es la salida para los revolucionarios. Se trata de una tarea indispensable para la construcción de esa fuerza material.

Como planteó Lenin en ¿Por dónde empezar? al diario: “se le puede comparar con los andamios que se levantan alrededor de un edificio en construcción”. Ese edificio es la organización internacional con sus grupos y partidos integrados por trabajadores, jóvenes estudiantes, mujeres y diversidades que nos proponemos construir otra sociedad donde la producción no se base en la explotación ni en las ganancias de los empresarios. Sólo en una sociedad socialista donde la producción esté puesta al servicio de las grandes mayorías, libre de toda explotación y opresión, podemos pensar en un orden social libre de toda discriminación y discursos de odio.


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NOTAS AL PIE

[1LEDA y UBA, GECID-IIGG, “Discursos de Odio en Argentina”, Junio 2021.

[2Esquivel Alonso, Yéssica: “El discurso del odio en la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos”, Revista Mexicana de Derecho Constitucional, núm. 35, p. 6.

[3Villarreal, Pablo: “Una aproximación a los discursos de odio en el noreste argentino”.

[4ídem nota al pie 3.

[6Ideas Desde la Universidad. La época de las pasiones ¿tristes? (laizquierdadiario.com)

[7Habermas, Jürgen: “Tres modelos de democracia. Sobre el concepto de una política deliberativa”.

[8Introducción para la crítica de la filosofía del derecho de Hegel.
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Lourdes Oliverio

Estudiante de Comunicación UBA
Estudiante UBA

Marco B

Miembro del Comité Editorial de Armas de la Crítica. Graduado Lic. en Comunicación (UNGS)