Diagnósticos, especialistas, medicación, se habla mucho sobre el problema de la depresión, pero ¿por qué se ha convertido en un emergente de nuestros tiempos?
Martes 14 de febrero de 2023 13:03
Hoy en día es frecuente que escuchemos hablar del problema de la depresión, así como hace unos años atrás, se hablaba de problemas de salud asociados al estrés, la ansiedad o a los trastornos alimenticios (en gran parte alentados por la idea de alcanzar el ideal del “cuerpo perfecto”) hoy parece ser que el síntoma que acompaña nuestra época es precisamente el de la melancolía, una tristeza profunda que se caracteriza por la pérdida del sentido de la vida y de la proyección de futuro.
La OMS reconoce que la depresión afecta hasta un 5% de la población mundial, unas 300 millones de personas y que los índices van en aumento. Los medios de comunicación empezaron a hablar del tema en la voz de especialistas y a través de campañas publicitarias, incluso mostrándonos cómo llega a afectar hasta a los considerados “modelos del éxito”, deportistas, artistas e influencers.
Entre la medicación y la voluntad
En efecto, se habla mucho de su presencia en la sociedad actual, pero poco de sus causas más profundas, más bien nos encontramos con un paradigma médico psiquiátrico que reduce subexplicación a un único origen, la debilidad en la producción de nuestros neurotransmisores, es decir, una falla del organismo que debe ser compensada con medicación. Los laboratorios han disparado la venta de ansiolíticos y antidepresivos en los últimos años y sus ganancias aumentaron, pero el sufrimiento persiste.
Por otro lado, es también frecuente encontrarnos con un tipo de enfoque que sitúa el origen de la infelicidad nada más que en el propio sujeto, la depresión aparece así, como un problema individual, del ámbito personal, casi privado. Para el coaching y las técnicas de autoayuda que han alcanzado una influencia significativa, se trata de un problema a reeducar a partir de una motivación adecuada, casi mágica.
Una crisis estructural
No se trata de negar las expresiones orgánicas de la depresión, ni las particularidades que hacen a la vida de cada sujeto que la padece, pero lo que aparece negado en este discurso médico o enteramente subjetivo, es el carácter profundamente social que tiene el sufrimiento y su expresión en esta etapa de mayor degradación capitalista.
El capitalismo nos exige mantener cierta estructuración para poder sobrevivir, tener un trabajo, poder comprar comida, pagar el transporte, un alquiler, medicación y todo lo mínimo necesario para poder volver al trabajo al día siguiente. Lejos quedaron las promesas de progreso de décadas pasadas, el capitalismo hoy, tiene un problema central para estructurar al sujeto en medio de la crisis profunda que atraviesa todo su sistema productivo. Nos hablan del ideal de un sujeto que puede ser lo que quiera, libre, autónomo, emprendedor, pero en las condiciones en las que vivimos, ese ideal es más bien una estafa.
En la Argentina, gobernada continuadamente por peronistas, radicales o macristas, un 33% de la población trabajadora no está registrada, entre los jóvenes crece la informalidad y los llamados trabajos basura: muchas horas, sin derechos y con salarios miserables, alquilar se ha vuelto casi un lujo, se dispararon los precios de los alimentos, mientras 1 millón de chicos se saltea las comidas y hay un 40% de la población que vive en situación de pobreza.
No se puede abstraer al sujeto de ésta que es la realidad social que lo constituye, y que es la situación en la que viven hoy las grandes mayorías trabajadoras y populares, hay una intención en negar cualquier relación entre el sistema y los padecimientos psíquicos, porque que de fondo se harían visibles las contradicciones sociales, no hay estructuración posible en un sistema hecho a medida de los empresarios y dueños del país, que se mantiene sobre la base de reventar las condiciones de vida y de salud de las grandes mayorías.
Un padecimiento colectivo
Mark Fisher, quién padeció en carne propia la depresión, hablaba, (más allá de las particularidades) de lo que él denominó una “depresión colectiva”, en el sentido de cómo el capitalismo al obligarnos a sobrevivir permanentemente el presente, nos genera una crisis de futuro que muchas veces produce sentimientos de frustración, impotencia e inmovilidad. Si como han planteado otros autores, la depresión es la “pérdida de una ilusión”, podríamos decir que colectivamente quieren imponernos un agotamiento del futuro, de la posibilidad de proyección, no solo de nuestra propia vida, sino de las perspectivas de poder transformar socialmente el “orden de las cosas”.
En esa imposición de una imagen sombría y de la posibilidad de que todo empeore, pretenden que optemos por la resignación pasiva y alienada de quien se desconecta de la vida y se aísla en sí mismo, en soledad. Negar que la depresión tenga algo que ver con la caída de los salarios, con la inflación, con el ajuste, es despolitizarla para culpabilizar al sujeto y desresponsabilizar al sistema.
Pero sí, hay una responsabilidad que nos compete, contra toda resignación hay que constituir una pelea consciente, combatir el aislamiento con organización, encontrar las vías de expresión colectiva de ese sufrimiento y convertirlo en motor de la necesidad de transformar radicalmente este sistema, que es la fuente primaria de sufrimiento para las mayorías trabajadoras y populares. En la pelea contra el ajuste, en el movilizar nuestros reclamos a las calles, y en organizar una alternativa propia de las y los trabajadores, se sitúa una parte fundamental de esta tarea.