Pasaron un par de días de la tenebrosa noticia que lamentablemente ya muchos esperábamos. Luciano muerto, asesinado por la maldita policía, ningún discurso diferente me va a sacar de la cabeza que la policía lo asesinó, el Estado se calló y tantos otros lo enterraron.
Martes 28 de octubre de 2014
Cientos de fotos de perfil con la sonrisa iluminada de Luciano, tanto rencor acumulado, concentrado contra el aparato represor del Estado. ¿Qué tenía Luciano que no tienen los otros pibes que no son reprimidos y asesinados? Creo que la respuesta más bien está en que NO tenía Luciano. Él no tenía plata, él era un pibe pobre, eso es principalmente lo que atrae al olfato de tiburón que siente el aparato, ese olfato que siente la sangre hambrienta, que corrompe, que obliga muchas veces a ensuciar las manos de “los negros” ¡Malditos asesinos de guante blanco manchados de sangre!
Estoy escribiendo esto con rabia, se me dificulta enhebrar las palabras y frases. Debería pensar más en frío, ya que pasaron días, pero el tiempo no es capaz de borrar manchas de sangre, de bronca popular.
Es cierto que dije que lo más importante es lo que no tenía Luciano, pero creo que vale la pena aclarar dos cosas importantes que si tenía Luciano: tenía gorra y la dignidad más grande que cualquier buitre de azul.
La dignidad que le dio fuerzas inconmensurables para decir que no quería robar para la policía, y la gorra que en tantas provincias es símbolo de persecución. Esa gorra que les permitió a los azules reconocerlo, asesinarlo. Y me refiero no solo a la gorra físicamente hablando (tengamos en cuenta que el aparato represivo también lleva gorra), me refiero a lo que hay del lado de adentro de la gorra, lo que la gorra cubre, una cabeza. Una cabeza que está lejos de ser asesina, xenófoba, homófoba, criminalizadora, machista y tantos otros adjetivos que se me vienen a la cabeza.
Yo no soy de usar gorra, por una cuestión de costumbre sencillamente, pero desde hace un tiempo y con el caso de Luciano como un estandarte más de lucha, (así como el de las madres de la gorra en Córdoba), elegí este camino, ponerme la gorra en símbolo de lucha.
Algún día, producto de la pelea en la calle, se acabara este tenebroso espectáculo callejero, pasaremos entonces con los pibes, la gorra. Nos entregarán las armas, los cuerpos de los asesinados, las causas completas, los juicios terminados y sus gorras de oficiales para demostrar el desmantelamiento del aparato.
Ahí tendremos certera verdad, memoria y justicia; no solo la que tenemos del relato oficial.
Esta gorra deportiva es la gorra que hoy me pongo, no aquella azul acartonada que nunca me pondría, la que a vos, “covani”, “yuta”, “gorra”, te sacaría.