En general, la peculiaridad de ciertas obras de arte tiene un “algo” que nos impacta, nos toca en alguna fibra de la sensibilidad, y nos llama a reflexionar. Al punto de que queremos comentarlo, recomendarlo, debatirlo y dispersarlo para que ése “algo” impacte a otres. Esto es lo que nos motiva a escribir sobre El Caso 63, la audioserie chilena escrita por Julio Rojas entre 2020-2022 y disponible en Spotify.
Viajes en el tiempo, el multiverso y la mente
El 22 de octubre de 2022 ingresa a una unidad de psiquiatría chilena un individuo sin identificación que dice llamarse Pedro Roiter (con la voz de Néstor Cantillana). Su doctora, Elisa Aldunate (voz de Antonia Zegers), con el hábito de grabar las sesiones, lo diagnostica con psicosis paranoide y pensamientos delirantes e inconexos con la realidad, organizados alrededor de la idea de que proviene del futuro. En la ficha clínica se lo caratula como caso n° 63. Pedro Roiter afirma venir del año 2062 con una específica misión: evitar que María Beitía (con la voz de Josefina Fiebelkorn) tome un vuelo del 24 de noviembre rumbo a Madrid.
A lo largo de las sesiones con la Dra. Aldunate nos iremos adentrando en aquel futuro del cual dice provenir Pedro Roiter. Un futuro distópico donde la pandemia del Covid-19 fue sólo la antesala al azote de “Pegaso”, un nuevo y peor virus cuya fuerza estrangula a la humanidad durante 40 años, deteriorando y desgastandola, hasta el final. Un futuro que, pese a las innovaciones técnicas y descubrimientos científicos, sufre de oscuros desastres vinculados a la crisis ecológica, las redes sociales y el descontrol de las inteligencias artificiales y las enfermedades. Un futuro que sólo se puede prevenir al inmunizar a María Beitía antes de que su cuerpo desarrolle la mutación de Pegaso y la disemine por el mundo. Un futuro que lleva a la Dra. Aldunate a dudar de su propia realidad. Pero antes de seguir, un impasse.
A diferencia del clásico La Máquina del Tiempo de H. Well donde el viaje temporal se realiza hacia el futuro, los viajes hacia el pasado en la historia de la ciencia ficción se han enfrentado al problema de las paradojas temporales. Desarrollando diferentes formas de solucionarlas. La más común y obvia de las paradojas es aquella en donde la consecuencia misma del viaje anula sus condiciones de posibilidad. También llamada la “paradoja del abuelo”: si una persona viaja al pasado y por error mata a su abuelo, ello implicaría que en el futuro no hubiera nacido y por lo tanto no viajaría, ni mataría al abuelo, etc. En un capítulo de Futurama, por ejemplo, la paradoja es resuelta gracias a que Philip J. Fry, luego de matar a su abuelo tiene relaciones con su abuela, convirtiéndose él mismo en su abuelo. Solución que es al mismo tiempo un tanto paradójica. Pues se la sustituye por la pseudo-paradoja de predestinación (“pseudo” porque es lógicamente coherente), o sea creando un bucle causal, un círculo que se sustenta a sí mismo. El viaje crea sus propias condiciones de posibilidad. Esta vía se volvió una forma común de resolver el problema del viaje al pasado. Así en Volver al futuro I el Doc Brown de 1985 es quien le da al Doc Brown de 1955 la clave del viaje temporal. O también en 12 monos donde James Cole, mientras intenta evitar un virus en su pasado, le comenta a Jeffrey Goines sobre la organización de los 12 monos y del virus del futuro, y este a su vez le da la idea del virus al Dr. Peters, quien lo crearía luego.
Sin embargo en El Caso 63 la paradoja se resuelve por otro procedimiento: el viaje interdimensional. La solución consiste en que no se viaja al pasado de la propia línea temporal, sino a otra dimensión en el punto que coincide con el pasado de la primer línea. Por lo tanto los cambios allí realizados no entran en contradicción con el primer futuro pues serían otro futuro. Otras obras han optado también por esta solución. Volver al Futuro II establece la existencia de líneas temporales paralelas para explicar las consecuencias de que el Biff Tannen se apodere del Delorean en 2015 y ayude a su yo de 1955 a modificar el futuro. En El fin de la Eternidad (1955) de Asimov, donde una organización que dispone de la tecnología el viaje temporal controla la continuidad de la historia mediante intervenciones en diferentes puntos del continuum, Andrew Harlan (uno de sus agentes), termina destruyendo aquel orden al crear una línea o universo paralelo sin dicha organización [1]. En la ciencia ficción contemporánea, y más allá, los viajes interdimensionales se han tornado un tópico casi cotidiano. Producciones audiovisuales de alcance masivo como la franquicia de Marvel, series animadas como Dragon Ball Super, Star vs las fuerzas del mal, Rick y Morty, o la reciente ganadora al Oscar de mejor película Everything Everywhere All at Once, han incursionado con menor o mayor rigurosidad científica en el tema.
Ahora bien, los viajes por el tiempo y el multiverso en El Caso 63 se entremezclan con otra capa: el viaje a través de la mente. Por supuesto no un viaje físico sino psicológico. La duda de la Dra. Aldunate sobre la cordura de Pedro Roiter, las narraciones cambiantes de lo que es y no es, la repetición invertida de situaciones previas donde otras narraciones explican perfectamente los desvaríos previos y la sensación de “derrumbe” de la veracidad del mundo por parte de les personajes, nos introducen en una atmósfera de incertidumbre y angustia. Por supuesto otras obras han explorado la ruptura entre la barrera de lo real y lo irreal. Gran parte de la obra de Philip K. Dick, con sus androides impostores, simulaciones, drogas alucinógenas, etc., derriten dicha barrera. Matrix, The Truman Show, Donnie Darko, entre otras producciones, han recorrido el tópico.
Pero en El Caso 63 la clave que nos interesa no es cómo aparecen y se entrecruzan todos estos tópicos. Tampoco el cómo realiza tal entrecruzamiento mientras navega entre referencias a la ciencia ficción “popular” y obras de “alta cultura” como la de Borges, a quien le dedica algunos exquisitos paralelismos.
Así que basta de divagar. Este impasse, que corre el riesgo de hartar la infinita paciencia de les lectores, no nos sirve sino para enmarcar la especificidad de El Caso 63, dentro del amplio género de la ciencia ficción. Así como también introducirnos a aquel “algo” de la obra: la imagen del futuro y la actitud de les personajes orientada a evitarlo (motivo de sus múltiples viajes), que logran captar ciertos rasgos de la forma general con la que emerge la subjetividad contemporánea.
Otra forma de apocalipsis
El 21 de diciembre de 2012 culminaba el decimotercer baktún del calendario maya. Si bien no hay evidencia que afirme positivamente que dicha fecha profetizara el final de los tiempos para las culturas mesoamericanas, en múltiples lugares del mundo se esparció justamente aquella idea. No pocas personas, con la imagen bíblica del apocalipsis más profundamente arraigada de lo que quizá se creía, esperaban un acontecimiento catastrófico. Pero los siete ángeles no bajaron a las siete iglesias de oriente a dar sus mensajes, los sietes sellos del libro no fueron abiertos por el cordero sagrado, las siete trompetas no sonaron y las siete plagas no se desataron sobre el mundo. Al final del día, sólo otro día.
Esto no impidió que antes y después surgieran ingentes cantidades de producciones culturales con mil y un maneras de que el mundo acabe con un estruendoso apocalípsis. Desastres naturales, catástrofes provocadas por la acción humana, invasiones alienígenas, virus zombie, y un largo etcétera recorren el subgénero [2]. Algo que caracteriza a la gran parte de estas obras es que el apocalipsis se presenta con la estructura del acontecimiento. Como evento inesperado, incluso azaroso e indeterminado, que a pesar de que pareciera salir de afuera de la historia y su lógica, marca un antes y un después en la misma. En cambio el apocalípsis que se prefigura en El Caso 63 a través de la narración de Pedro Roiter no se presenta como acontecimiento. Si bien tiene tiene un inicio –el cual se busca evitar–, las profecías de nuestro viajero en el tiempo se configuran más bien como un tiempo de desgastante cotidianidad (obviamente inspirado en la crisis pandémica), un estrangulamiento que horada a la humanidad a través de décadas.
Desde este punto de vista El Caso 63 podría guardar cierta relación con la película Children of men de 2006, tal cual es analizada por Mark Fisher:
La catástrofe en Children of men no es inminente ni es algo que ya haya ocurrido. Más bien, se la vive a medida que transcurre. El desastre no tiene un momento puntual. El mundo no termina con un golpe seco: más bien se va extinguiendo, se desmembra gradualmente, se desliza en un cataclismo lento [3].
Para Fisher la distopía de Children of men, donde la humanidad se enfrenta a 18 años de infertilidad, recuerda a la frase de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Es allí donde reside el núcleo de su concepto de realismo capitalista: el clima de época donde el capitalismo no es sólo el único sistema viable sino el único imaginable. Aquel lento cataclismo es interpretado como la expresión ficcional de décadas de hegemonía neoliberal incuestionada [4], que en su compulsiva sed de ganancia convierte todo en mercancías, incluyendo rebeldía misma, corroyendo cualquier posibilidad de nuevos horizontes sociales.
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Sin embargo, El Caso 63 surge en un contexto diferente a Children of men. La crisis mundial del 2008 puso en jaque aquella hegemonía y sus consecuencias hicieron retumbar el viejo orden. Por un lado, dando lugar a nuevos fenómenos de la lucha de clases en todo el mundo. La Primavera Árabe, los Indignados, Occupy Wall Street, masivas movilizaciones en Grecia contra el FMI. Y mas recientemente los Chalecos Amarillos en Francia, estallidos de revueltas en múltiples países de Latinoamérica y las actuales huelgas en Europa, que cambian el mapa de lo establecido. Por otro lado, la pandemia de COVID-19 y la guerra en Ucrania modificaron no sólo el mapa geopolítico, sino también la vida cotidiana.
Sobre Children of men, Fisher continúa planteando:
Las causas de la catástrofe, quién las sabe… bien podrían encontrarse en el pasado remoto, tan disociadas del presente como para parecer el capricho de un ser maligno, una especie de milagro negativo, una maldición que ninguna penitencia puede aliviar. La peste de la infertilidad sólo podría resolverse con una intervención externa no menos previsible o evidente que sus mismas causas. Por esta razón, toda acción es algo superflua desde el comienzo: sólo la esperanza sin sentido parece tener sentido [5].
Por el contrario en El Caso 63 el apocalípsis tiene una causa y es evitable: detener la mutación del virus Pegaso en María Beitía. Y aún cuando las motivaciones más íntimas de les personajes puedan basarse no en el altruista deseo de salvar a la humanidad, sino en las pasiones personales, el interés de buscar del amor, etc., toda acción es significativa (para bien o para mal).
En cierto punto de la obra la Dra. Aldunate afirma que en el 2022 “ya no creemos en el futuro”. Es decir que luego de la crisis de la pandemia de Covid-19, y todas sus consecuencias en la cultura, el futuro aparece sólo como incertidumbre. ¿No suena acaso familiar? El acontecimiento catastrófico se torna cotidianidad en el imaginario y la incertidumbre por el futuro deviene en certeza de crisis constante. Pero el "cualquier cosa es posible después de la pandemia" que resalta por su parte Pedro Roiter, es también una apertura a la posibilidad de que realmente sea un viajero en el tiempo y que realmente se pueda evitar el apocalipsis. En ese sentido, más adelante la Dra. Aldunate le da una respuesta al problema: “no hay que creer en el futuro, hay que crearlo”. Conviven en El Caso 63 una visión oscura pero plausible del futuro junto con una actitud que persigue alguna alternativa.
A nuestro modo de ver, no sólo la pandemia sino también el Estallido chileno de 2019 resuena en las palabras de la Dra. Aldunate. Los grandes fenómenos de la lucha de clases no pasan sin dejar una marca en la cultura. Y esa marca significa ponerle un pequeño pero importante límite al realismo capitalista. El Caso 63 es una obra de un momento histórico crítico. Ciertamente no termina de imaginar otro futuro pero lo anhela. El capitalismo a nivel mundial se encuentra en una crisis que todavía no puede resolver y descarga sus contradicciones en mayores ataques que las nuevas generaciones no están completamente dispuestas a aceptar.
Maneras de crear el futuro
El 7 de noviembre de 1917 (25 de Octubre según el calendario Juliano por aquel momento vigente en Rusia) la clase obrera comenzó la más grande revolución del siglo XX. Ni siquiera la degeneración del Estado sovietico perpetrada por la burocracia stalinista, ni la restauración capitalista posterior, pueden borrar la verdad histórica que confirmó: las masas pueden hacerse del gobierno de su propio destino.
Que los designios de la providencia no son incuestionables y las masas pueden construir su futuro es una idea clave que estableció aquel fenómeno cultural conocido como “Modernidad”. Aquella reforma intelectual y moral que la burguesía naciente, todavía revolucionaria, realizó frente al viejo régimen en Europa y luego fue horadando conforme se estableció como una clase conservadora y reaccionaria. De la misma manera, la idea de que los pueblos hacen su historia fue -y sigue siendo- borrada o velada tras ideologemas como el Progreso en el S. XIX o el Fin de la Historia más recientemente. Pero las grandes revoluciones de los siglos pasados reconfirmaron aquella idea. La ciencia ficción, género moderno casi por excelencia, guarda íntimamente esta idea aún cuando no habla de revoluciones. De hecho el tópico del viaje temporal y su eterna batalla contra las paradojas, no podría tener lugar sin aquella idea. Presupone justamente la posibilidad de cambiar el futuro. Es quizá aquí donde el círculo se cuadra, donde forma y contenido convergen en El Caso 63.
Pero nos resulta pertinente traer a colación aquí ciertas palabras de Marx en El 18 Brumario sobre esta cuestión. Es recordado aquel pasaje donde afirma que la humanidad hace su propia historia, aunque no a su libre arbitrio sino sobre ciertas circunstancias históricas. Pero además agrega: “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” [6]. Es precisamente sobre estas “pesadillas” en El Caso 63 que nos toca hablar ahora.
Pues la audioserie chilena no surge solamente en una época donde la lucha de clases vuelve a entrar en escena. Surge también en una época donde la revolución y aquella verdad histórica hace mucho no se saborean en toda su magnitud. Aquel nuevo futuro que anhelan les personajes de la obra está casi espeluznantemente ausente. Tenemos a cambio las maneras en que –no sin tormentos– piensan y actúan para crearlo.
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Podemos encontrar dos formas de crear el futuro en El Caso 63. Por un lado la Dra. Aldunate y Pedro Roiter se comprenden como interventores en el anonimato -casi perdides entre la multitud-, cuya acción tiene repercusiones consecutivas sobre incontables otras acciones en la continuidad del tiempo. Su acción es fundamental pero sólo una parte del todo. Una suerte de pieza o movimiento dentro del “dominó” que compone el plan para evitar el fin de la humanidad. Por otro lado María Beitia que, en alguna línea temporal y alguna dimensión alternativa, consciente de su papel en todo el dominó, se convence de la necesidad de tomar el vuelo a Madrid, diseminar Pegaso y evitar una posible crisis nuclear. Un alto precio a pagar para ganar tiempo y que la humanidad en decadencia pueda construir y desencadenar el dominó mismo. En su persona, en su decisión personal, recae el futuro. Su acción de un mesianismo paradójico aparece como la acción decisiva.
En resumen hay cierta oposición entre acción atomizada y acción mesiánica, en cuya resolución culmina, por cierto, la obra. Sin embargo la oposición se relativiza un poco en la medida en que notamos que ambas maneras de crear el futuro se constituyen y operan alrededor de la acción individual –y los sacrificios personales– de les personajes. La organización del futuro que creó el dominó depende de la acción de Pedro Roiter. Éste dependerá a su vez de la Dra. Aldunate. Y todes dependerán al final de María Beitía.
Desde aquí es posible establecer otra hipótesis de lectura. Un segundo vínculo de la obra con el presente, pero más opaco y menos obvio. El énfasis en la acción individual dentro de los modos de crear el futuro presentados en El Caso 63 se corresponde con el “carácter ciudadano” o fragmentario de las revueltas contemporáneas [7]. Años de ofensiva neoliberal dividieron a la clase trabajadora en múltiples estratos (ocupades, precarizades, desocupades) y burocratizaron las diferentes organizaciones de masas, al punto de que los procesos de masas se encuentran con la debilidad estructural de surgir con una fuerte fragmentación. De hecho en el Estallido chileno el encuentro entre el movimiento de masas y el paro nacional de aquel 12 de Noviembre apareció casi como un acontecimiento. La sensación, muy realmente determinada, de enfrentarse individualmente a la historia, es la gran pesadilla de nuestra generación.
Valentín Nikoláievich Volóshinov en su teoría de la palabra [8] como arena de la lucha de clases, plantea que “la palabra es capaz de registrar todas las fases transitorias imperceptibles y fugaces de las transformaciones sociales” [9]. Si esto es así, también, por el contrario, la palabra es capaz de registrar no sólo las transformaciones emergentes sino también las persistencias del pasado. Por ello consideramos que es igualmente cierto afirmar que El Caso 63 expresa tanto el límite que los nuevos procesos de la lucha de clases le han impuesto al realismo capitalista, como así también los propios límites de estos procesos.
Pero El Caso 63 no tiene por qué resolver los problemas del presente. Su mérito es presentarnos aquel “algo” que logra condensar los miedos, las preocupaciones y la sensación de incertidumbre de nuestra época, a la vez que expresa la necesidad imperante que tenemos de buscar una salida. Sugiriendonos, contra todo fatalismo y resignación, que el futuro está abierto y que no se cambia con meras palabras sino con acciones.
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