Las elecciones en EE. UU. definen no sólo el futuro de ese país, sino del rumbo global. Ante la polarización interna, la lucha de la clase trabajadora junto con los pueblos oprimidos es la única salida frente al imperialismo y la opresión.
Martes 5 de noviembre
Las elecciones presidenciales de Estados Unidos que se celebran hoy 5 de noviembre se inscriben en un contexto de polarización y crisis social. A pesar de la falta de un resultado claro en las encuestas entre la vicepresidenta Kamala Harris y el expresidente Donald Trump, los comicios están marcados por la incertidumbre, lo que afecta a la población estadounidense, latinoamericana y al resto del mundo.
Los estados clave como Pensilvania, Georgia, Carolina del Norte, Michigan, Arizona, Wisconsin y Nevada se perfilan como los campos de batalla decisivos, sin que los sondeos proporcionen una ventaja clara para ninguno de los dos candidatos.
Trump, líder del movimiento populista de derecha MAGA (Make America Great Again), ha centrado su campaña en la amenaza constante y la confrontación, mostrando cínicamente su xenofobia recalcitrante y nacionalismo excluyente como herramientas electorales. Sus políticas reaccionarias en particular contra México, promoviendo alternativas de ultraderecha que agudizan las desigualdades sociales y raciales en EE. UU., incluyen medidas extremas como bombardear a los cárteles de drogas en suelo mexicano y la imposición de aranceles punitivos a las exportaciones mexicanas, primero del 25 % y hasta llegar al 100 %, si el gobierno de Sheinbaum no frena el flujo de “criminales y drogas”.
Estas propuestas no solo son reflejo del cinismo de un político que instrumentaliza el odio, sino también la naturaleza imperialista de EE. UU., que históricamente ha buscado imponer su voluntad sobre los países de América Latina.
Por su parte, Kamala Harris y el Partido Demócrata no han logrado ofrecer una respuesta efectiva a las demandas de los sectores más empobrecidos, ni dentro de Estados Unidos ni a nivel internacional. Por más que se presentan como los contendientes frente a la ultraderecha trumpista, su propuesta sigue alimentando al capitalismo y el intervencionismo imperialista, profundizando las desigualdades económicas, el racismo institucional y la violencia policial.
A nivel internacional, Harris mantiene la postura intervencionista que ha caracterizado a la política exterior estadounidense, apoyando la prolongación del conflicto en Ucrania y mostrando ambigüedad ante el genocidio palestino perpetrado por el régimen de Israel. En contraste, Trump propone una política exterior más aislacionista, pero siguiendo con la línea de los intereses imperialistas, favoreciendo a las grandes corporaciones y a la clase dominante estadounidense.
Ambos candidatos insisten en mantener relaciones desiguales con México, con Trump buscando imponer sanciones económicas y aranceles, mientras que Harris pretende continuar con las políticas neoliberales que afectan a las clases populares mexicanas.
En cuanto al comercio, Trump ha amenazado con renegociar el T-MEC si considera que las políticas mexicanas no favorecen a los intereses de Estados Unidos especialmente en relación con la competencia de China en el mercado automotriz norteamericano.
El impacto de estas elecciones va más allá de las fronteras de Estados Unidos, afectando directamente a México y a otras regiones del mundo; sin embargo, más allá de las amenazas y promesas de los candidatos, la preocupación real se centra en el clima de desconfianza y polarización interna en el país del norte, que podría desencadenar en violencia.
Un estrecho margen de victoria para Harris podría ser percibido como ilegítimo por Trump y sus seguidores, lo que incrementaría el riesgo de una nueva crisis similar a la del 6 de enero de 2021, cuando sectores radicalizados intentaron tomar por la fuerza el capitolio.
De antemano sabemos que el cambio no va a venir de las urnas ni de las estructuras del poder imperialista, el socialismo debe ofrecer una perspectiva que supere el sistema capitalista y sus instituciones.
La lucha debe centrarse en la organización independiente en la clase trabajadora, campesina y los pueblos oprimidos, a través de la solidaridad internacional y la construcción de un partido obrero que acabe de una vez por todas con la opresión y la explotación en nuestra contra.
Sólo desde las bases populares, mediante la lucha en las calles y usando herramientas como la huelga, podremos construir un mundo más justo y libre de explotación. Las elecciones de hoy deben recordarnos que el cambio verdadero sólo puede venir desde abajo, no del mismo capitalismo y sus “dignos” representantes que han llevado al mundo hacia las crisis climáticas y económicas, con más violencia en nuestra contra, que su única salida después de la pandemia ha sido promover las guerras y la barbarie.
Con las manos obreras que construyen el mañana y la juventud al frente como faro de esperanza y coraje, con los pueblos oprimidos cuyas voces han intentado silenciar a lo largo de la historia y con las comunidades marginadas, en unidad luchemos contra el racismo y la xenofobia, pero también por derribar las fronteras, por romper las cadenas del imperialismo y la guerra, por desafiar los designios de destrucción y saqueo que nos despojan de nuestras tierras y a la vida de su esencia.
Porque esta lucha es por nuestras vidas, por una existencia digna, por un mundo donde cada ser, cada comunidad, pueda respirar libremente bajo el sol de la justicia social.
Diana Palacios
Profesora egresada de la Normal Superior, colaboradora en IdZMx